No hay Dios que nos salve

Ago 5 • Escenarios, Miradas • 5953 Views • No hay comentarios en No hay Dios que nos salve

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La necesidad humana de creer en un ser supremo es cuestionada en esta puesta en escena en la que se enfrentan dos figuras destacadas de la cultura y la ciencia moderna: Sigmund Freud y el escritor y apologista cristiano J. C. Lewis

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POR JUAN HERNÁNDEZ

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Luis de Tavira vuelve a dar una cátedra de teatro, pero esta vez deja la posición que le es conocida, a la que ha dedicado buena parte de su vida artística, la dirección escénica, para asumir con humildad ejemplar el quehacer de actor, en la puesta en escena La última sesión de Freud, a cargo del director José Caballero.

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Estrenada en el Teatro López Tarso del Centro Cultural San Ángel, producida por Jorge Ortiz de Pinedo, con iluminación y escenografía de Alejandro Luna (arquitecto y maestro en la concepción del espacio como una síntesis del mundo, visto desde el eje del drama), la obra se convierte en un hito en la historia del quehacer escénico de México, por la perfección alcanzada en la creación de una verdad esencial, al llevar a la tribuna la gran pregunta sobre la existencia de Dios.

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De ahí que en una de las escenas el personaje J. C. Lewis, interpretado por Álvaro Guerrero, considere una verdadera locura intentar resolver, en unos minutos, el gran misterio del mito divino, que ha ocupado a la humanidad en todos los tiempos; a lo que Freud responderá con una frase contundente: “Más locos estaríamos si no lo intentáramos”.

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Luis de Tavira —quien no actuaba desde La vida de las marionetas, adaptación teatral de Ludwik Margules, en 1983, de la película homónima de Ingmar Bergman— y Álvaro Guerrero deslumbran en esta propuesta escénica que pone en juego la energía vital de los actores, así como su capacidad intelectual y estructura emocional, para generar una reflexión compleja y profunda sobre la existencia humana.

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El encuentro imaginario entre Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y el escritor J.C. Lewis (autor de Las crónicas de Narnia), recreado por su autor Mark St. Germain en La última sesión de Freud, en la versión y puesta en escena de José Caballero, apuesta a un teatro sobrio, cuyo eje principal y de ordenamiento de los elementos en la escena es el trabajo de los actores, en quienes se sostiene ese momento aterrador que habrá de llevar a la tajante verdad sobre la soledad del ser humano, frente al horror de la realidad circundante, en la que no hay un Dios que le salve; mientras, por el otro lado, se muestra la vertiente en relación con la necesidad férrea de creer en un ser supremo, la fe en la que se desliza la esperanza, a partir de un sentido espiritual sobre la comprensión del mundo.

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Lewis, converso al cristianismo, y Freud, aferrado a la verdad como resultado del uso de la razón, enfrentan sus puntos de vista sobre la profunda fragilidad de lo humano frente a la realidad, al mismo tiempo que escudriñan y ofrecen dos formas de amparo: uno aferrado a la idea de un Dios que está en todos lados y, el otro, en el humor ácido, como el instante necesario para negar y ocultarse de aquella verdad irrefutable: “La vida y la muerte son siempre injustas”.

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La puesta en escena se desarrolla en una espacio simbólico: el consultorio del psicoanalista, en el que resalta el sofá —en donde los pacientes se recuestan para analizar su vida íntima, la del inconsciente, esa que se oculta para permitir la existencia diaria—, el escritorio del analista, con estatuillas de dioses griegos, romanos y egipcios que, no obstante el ateísmo del personaje, significan la comprensión que tenía el padre del psicoanálisis del sistema de creencias, para profundizar en el enigma de la mente humana, así como un ventanal iluminado, por donde se cuela la luz del mundo exterior.

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El conversatorio conmueve profundamente las conciencias y las almas. El público participa activamente de aquellas reflexiones que no le son ajenas. Hay una concatenación de energías que salen de la escena y desatan una reacción en cadena en el público. Se da la anhelada comunión del teatro, como un suceso que religa a los convidados a esa ceremonia, en la que se participa desde la esperanza, pero también a partir del reconocimiento del destino trágico de lo humano.

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La enfermedad, el cáncer en la boca de Freud, que causará su muerte, al abrirse, muestra el abismo que horroriza a Lewis. El padre del psicoanálisis dice: “¡Aquí está el infierno!”. El duelo entre los personajes ocurre en medio del horror de la guerra, de la invasión nazi a Polonia, en 1939, que dará inicio a la Segunda Guerra Mundial, y que tendrá como consecuencia la Solución Final, con el exterminio de judíos y homosexuales en campos alemanes.

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La última sesión de Freud se nos presenta como una obra de actualidad, por la gran pregunta sin respuesta sobre la existencia de Dios, la desconsoladora imagen del hombre solo y la figuración de un mundo real abrazado por el horror de la violencia, la enfermedad y el dolor humano. Imperdible.

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FOTO: La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, traducción y dirección de José Caballero, con las actuaciones de Luis de Tavira y Álvaro Guerrero, iluminación y escenografía de Alejandro Luna, vestuario de Gerorgina Stepanenko, y musicalización de Eliseo Santillán, producida por Jorge Ortiz de Pinedo, se presenta en el Teatro López Tarso del Centro Cultural San Ángel (Revolución esquina con Madero, colonia San Ángel), viernes a las 21:00, sábados 18:00 y 20:30 y domingos a las 18 horas, durante 8 semanas. / Agustín Salinas/EL UNIVERSAL

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