No se puede matar por ideales: un estudio sobre “Crimen y castigo”

Nov 13 • destacamos, principales, Reflexiones • 3980 Views • No hay comentarios en No se puede matar por ideales: un estudio sobre “Crimen y castigo”

 

Este fragmento del libro El universo de Dostoievski ( Acantilado, 2021), que comenzará a circular en unos meses, muestra una época caótica en la que Dostoievski busca su salvación en la escritura. Es entonces cuando surge la obra que le dará la inmortalidad: Crimen y castigo, el drama de Raskólnikov, un estudiante que asesina para corroborar su estatuto de superhombre, pero que en su fracaso buscará redimirse hundido en un remordimiento puramente cristiano

 

POR TAMARA DJERMANOVIC

Durante 1866 solamente se leía Crimen y castigo; sólo de él se hablaba entre los amantes de la literatura, quienes a menudo se quejaban del poder sofocante de la novela y de la penosa impresión que dejaba, haciendo que hasta personas con buenos nervios casi enfermaran, y obligando a los de nervios menos firmes a abandonar la lectura.
Nikolái Strájov, Biografía

 

Me lo imagino ensimismado, sofocado, delirando. Cree que tiene entre las manos una obra ideológica cuyas dudas metafísicas y éticas no dejarán indiferente a nadie. “¿Soy un piojo, como todos los demás, o soy un hombre? ¿Soy capaz de transgredir o no?” ¿Qué joven lector no devora con estremecimientos estas reflexiones de Raskólnikov, propicias sobre todo cuando el alma humana está en proceso de formación y las ganas de autorrealizarse provocan ideas muy extravagantes?

 

Fiódor Mijáilovich presentía que el proyecto que había ideado, y que iba variando de volumen, título y contenido —de un relato titulado “Los borrachos” a la historia sobre un estudiante que se convierte en asesino, y finalmente novela que fusiona ambos episodios—, superaría todo lo que había publicado. Aún así, varios editores, uno tras otro, rechazarían su proyecto1
. Endeudado como nunca, experimentando desamor, deprimido por la muerte de su hermano Misha y quebrada además la revista Epocha que editaban, Dostoievski literalmente buscaba salvación en la escritura. “Trabajo día y noche, corro por todas partes, escribo, corrijo, lucho con tipógrafos y censores, mi salud no es buena”, describe él mismo sus días de ese año 1865, en el que empiezan a surgir las primeras páginas de lo que será su futura obra Crimen y castigo.

 

El proceso de escritura fue largo y complejo, con cambios de planes, interrupciones y continuos problemas de dinero. La primera parte fue concebida en el extranjero, en Wiesbaden, adonde el novelista se escapó en verano de 1865. A bordo del barco Vice-Roy, en el que el 14 de octubre del mismo año regresa desde Copenhague hacia San Petersburgo, Dostoievski no se separa de su cuaderno de notas, intentando decidir qué dejar y qué reescribir de su nuevo proyecto literario. Un mes antes, en una carta a Mijaíl Katkov2
, quien finalmente aceptó publicar por entregas lo que sería Crimen y castigo en su revista Russki vésnik (‘El mensajero ruso’), el novelista resumió el argumento de la futura novela y su significado:

 

Un hombre joven, expulsado de la universidad, de origen pequeñoburgués y que vive en una extrema pobreza, aturdido, indeciso y entregado a ciertas ideas inconclusas y extrañas que están de moda, decide, de golpe, salir de su desafortunada situación.

 

Decide matar a una vieja, consejera titular, que presta dinero cobrando intereses. La vieja es tonta, sorda, enferma, avara, mala, cobra porcentajes indecentes y se aprovecha de los demás […] “¿Para qué vive un ser así? ¿Qué aporta a los demás?”, etcétera, son ideas que confunden la mente del joven. Y decide matarla […] Es firme en la ejecución de su “deber con la humanidad”, que, por otro lado, compensará su crimen —si puede llamarse crimen a este acto contra una anciana sorda, tonta, mala y enferma, que ni siquiera sabe por qué vive en este mundo, y que tal vez moriría por sí sola en breve […]

 

En el mes posterior [del asesinato], en quien nadie sospecha ni puede sospechar, se desarrollan las consecuencias psicológicas del crimen. Al asesino le atormentan preguntas irresolubles; tormentos inesperados e insospechados martirizan su corazón […] La justicia divina y la ley humana vienen a cobrarse lo suyo y él acaba juzgándose a sí mismo […] Decide entregarse a la justicia para expiar su culpa.3

 

La novela puede leerse como un tratado filosófico, ético, social, político y hasta policíaco, con sus diversos planos que se complementan, creando suspenso e incluso un cierto tormento existencial en el lector de edad cercana a la de Raskólnikov. Del crimen policíaco al idealismo místico: éste podría ser el abanico temático del libro en el que podemos adentrarnos, indagar y hasta perdernos según el momento vital en el que nos sumerjamos por primera vez en Crimen y castigo y todo lo que Dostoievski plantea en la obra.

 

Por otro lado, la extravagante y diabólica teoría que se expone a través del héroe principal de la novela manifiesta una táctica a menudo presente en la escritura dostoievskiana: sus héroes son portadores de sus propias ideas, pero a menudo éstas pertenecen al pasado y el novelista utiliza el proceso creativo para hacer una especie de ajuste de cuentas con sus propios delirios de juventud.

 

Durante el proceso de redacción, su estado vital y anímico es, además, desesperado. “¡Y la novela que escribo será, tal vez, lo mejor que he escrito hasta ahora, si las circunstancias me permiten acabarla!”, confiesa a Vrangel, al prestarle éste otra vez algo de dinero. “Ay, amigo mío, ¡no puede imaginarse lo martirizante que es escribir para cumplir con los plazos!”4

 

Un Napoleón contra los piojos

 

¡Yo quise atreverme y maté […]! Lo que quería saber, y saberlo cuanto antes, era lo siguiente: […] ¿soy una criatura temblona o tengo derecho?
Crimen y castigo

 

El centro de la novela lo ocupa el conflicto íntimo de Raskólnikov (su apellido alude a raskol, ‘cisma’, ‘escisión’), desgarrado entre la idea de cometer un crimen “en interés de la humanidad” y la resistencia de su sensibilidad moral, que entiende el valor de una vida humana. Su cerebro bulle encendido por la voluntad de dar una nueva palabra al mundo:

 

¿Qué es lo que más temen los hombres? Una nueva iniciativa y, sobre todo, una nueva palabra; eso es lo que temen más […] Sólo importa una cosa: tener osadía. Entonces se me ocurrió, por primera vez en mi vida, una idea que a nadie se le había ocurrido. ¡A nadie! […] ¡Quien se atreva a escupir a la muchedumbre se convierte en su legislador!

 

Este tipo de reflexiones sirven de apoyo a Raskólnikov. Al toparse con la vieja prestamista, Aliona Ivánovna, se concreta la posibilidad de su ambición: ella le parece la encarnación del mal del que él se propone aliviar a la humanidad. “Una muerte y cien vidas a cambio; es simple aritmética” es el cálculo derivado de la idea de que la vieja es “dañina” y “no merece vivir”5
. Se trata de un crimen intelectual, y de un personaje “devorado por una idea”, como le gusta a Bajtín definir a los personajes dostoievskianos. “Lo concebí desde mi inteligencia, y esto me perdió”, confiesa Raskólnikov.

 

La novela comienza dos días antes del doble asesinato, pero el lector tiene acceso a un tratado teórico escrito por el protagonista unos meses antes, donde bajo el título “Sobre el crimen” Raskólnikov propone la división de la humanidad entre las personas “ordinarias” (“piojos”) y las “extraordinarias” (“Napoleón, Mahoma, Newton, Kepler, Licurgo, Solón”),6
que se atreven a romper las normas establecidas. “Descubrí que el poder se entrega sólo a quien tiene la osadía de agacharse a recogerlo”, contempla, ampliando su teoría hasta el extremo de afirmar que un “Napoleón” puede asumir el derecho a matar. La reflexión teórica y metafísica precede a la acción, y continúa también tras llevar a la práctica sus ideas: “Lo que maté fue sólo un piojo. Un piojo inútil, asqueroso, ruin”. Por otro lado, la mayor parte de las páginas del libro que suceden al crimen servirán a Dostoievski para demostrar que nadie tiene derecho a decidir sobre las vidas de los demás y concluir, en palabras de Raskólnikov, que “Junto con ella, me maté a mí mismo, de una vez y para siempre”.

 

Si bien es cierto que Crimen y castigo sugiere diversos niveles de lectura, el origen del crimen es esencialmente ideológico y el castigo, psicológico.

 

A nivel filosófico, la libertad se impone como uno de los temas centrales. Lo que está en juego son los límites de la propia libertad. Tal como Berdiáiev indica, Dostoievski ha comprendido el problema de la libertad cuando ésta se vincula a la posibilidad de ejercer el mal. Y aquí no sólo se trata de usar la libertad para ejercer el bien o de inclinarse hacia el mal, sino de proponerse conseguir el bien ejerciendo el mal.

 

Yo simplemente insinué que una persona “extraordinaria” tiene derecho a transgredir ciertas reglas establecidas… No se trata de un derecho oficial sino íntimo, de acuerdo con su propia conciencia… De permitirse pasar por encima de ciertos obstáculos si lo exige la realización de su idea, si esta idea pudiera resultar salvadora para el resto de la humanidad […] Si para que los descubrimientos de un Newton o de un Kepler se realizaran hubiera sido necesario sacrificar la vida de una persona, de una decena o más, Newton habría tenido derecho y hasta la obligación de eliminar a esta decena o centenar de personas con tal de anunciar sus descubrimientos al resto de la humanidad.

 

Preocupado por el destino de la humanidad, Raskólnikov se convierte en asesino. Aunque, según su confesión final, más allá del altruismo, habría sido una soberbia diabólica su motivación principal: “Sólo quise atreverme, Sonia. Aquí tienes el verdadero motivo”.

 

Es un personaje preso de “contradicciones salvajes”, otro tema preferido del escritor, y en Crimen y castigo esta idea de la ambigüedad humana es llevada a sus máximas consecuencias. Retratado como profundamente irracional, a lo largo de la novela intenta dar explicaciones racionales no sólo de sus hechos, sino también de sus pensamientos. Raskólnikov es sensible, generoso, inteligente, compasivo, pero se mancha las manos de sangre. Por una parte, cultura y refinamiento, y por otra, los hechos monstruosos: ¿cómo es posible esta dualidad?, se pregunta el escritor. Para dar la respuesta escribe el libro.

 

“Un hombre educado con una conciencia sensible, inteligente, con corazón. El dolor de su corazón acabará con él, mucho antes de que se le haya infligido ningún castigo. Mucho más implacablemente que la ley más severa, se condenará a sí mismo por su crimen”. Es lo que Dostoievski había observado en Siberia entre los presos y, finalmente, lo materializaba en Crimen y castigo. Un libro en el que intercaló muchas ideas y múltiples planos, para cristalizar el siguiente mensaje ético-filosófico: no se puede matar por ideales.

 

¿Botas o Shakespeare?

Por eso no hago nada, porque hablo demasiado. O quizá hablo demasiado porque no hago nada.
Crimen y castigo

 

¿A quién y qué del escenario social político ruso quiere atacar Dostoievski en Crimen y castigo? Si bien en sus novelas nunca hay una respuesta única a esta cuestión, los cambios que se producen en la década en la que surgirá esta novela son vertiginosos y contradictorios, y la ideología de un Raskólnikov, como otras voces que emergen, tiene su inspiración en diversos fenómenos y figuras reales.

 

En primer lugar, este libro puede leerse como una crítica social y asimismo filosófico-moral de aquella parte de la juventud rusa que, seducida por el nihilismo y el utilitarismo, propagaba que todos los medios son válidos para cambiar el estado de las cosas. Hay como mínimo dos personajes concretos del escenario político intelectual ruso, Nikolái Chernishevski y Dmitri Písarev (1840-1868), con cuyas ideas no comulgaba el escritor y a los que atacó aprovechando su plataforma literaria. Chernishevski, desde su egocentrismo altivo (aludido ya en Apuntes del subsuelo), afirmaba que “un zapatero es más importante que Pushkin”. Algo parecido había formulado Turguéniev en Padres e hijos (1862) a través de Bazárov y otros nihilistas que en la novela afirman que “las botas son más importantes que Shakespeare”; es decir: algo útil vale más que el genio creativo. Por otra parte, Písarev, que en 1864 propuso el realismo como lema social, proclamaba la necesidad de hacer tabula rasa por medio de la destrucción total. Es una teoría nada ajena a Raskólnikov, cuyo crimen es motivado por la voluntad de aliviar la injusticia social:

 

Los individuos que tengan algo nuevo que decir deben ser, en mayor o menor medida, también transgresores […] Son destructores o se inclinan a la destrucción, según sus diversas aptitudes. Sus delitos son, naturalmente, tan relativos como variados: la mayoría de ellos exigen, cada uno a su modo, la destrucción de lo presente en nombre de algo mejor.

 

A través de su protagonista, Dostoievski denunció tanto el primer nihilismo o prenihilismo ruso, surgido en la década de 1840, como la actitud más radical de la generación posterior, que no sólo quería dar la espalda a todos los valores en los que creían las generaciones anteriores, sino arrasar y destruir. Raskólnikov, de algún modo, fusiona ambas actitudes. Antes de emprender una acción destructiva matando con un hacha a la vieja y a su hermana, se pasa mucho rato tumbado en la cama de su cuchitril diciendo que “trabaja” y, a la pregunta “¿de qué tipo de trabajo se trata?”, responde: “Me dedico a pensar”. La escenografía en la que este joven protagonista desarrolla su “hábito de monologar” es descrita con todo tipo de detalles plásticos: cuchitril “como una tumba”, en un edificio de “escalera lúgubre y angosta”, en un “barrio raro”, en medio del “hedor estival” petersburgués… No obstante, después de un sinfín de detalles que recrean la degradante situación social de Raskólnikov, que “en andrajos”, con el “corazón desfallecido” y “temblor nervioso” deambula “siempre sin rumbo fijo” por las calles y canales de la capital del norte, “evitando el contacto con todo género humano”, Dostoievski nos advierte: ¡su condición social no es la motivación principal del crimen!

 

Leemos que el desorden de su habitación y el descuido de sí mismo hasta le parecen “positivamente agradables”, ya que corresponden a su estado de ánimo. El individualismo extremo (yo ante el mundo), el espíritu destructivo y autodestructivo, estados morbosos del alma, son constantes en las que se quiere centrar el escritor. Está claro que Raskólnikov no mata por dinero y que rechaza toda sugerencia para mejorar su economía: “No era el dinero lo que necesitaba, sino otra cosa”, afirma. En este contexto, otra vez surge la voluntad dostoievskiana de dejar claro que su universo literario es profundamente antropocéntrico: no todo joven que vive en las condiciones de Raskólnikov se convertiría en asesino.

 

También hay un sinfín de escenas y situaciones en Crimen y castigo que sirven para retratar la miseria y la pobreza en las que vive una gran parte de la población rusa: el ambiente del Mercado de Heno, la escena onírica del campesino que azota mortalmente a su yegua, la figura de Luzhin y sus pretensiones, la menor a la que han emborrachado para seducirla, por citar sólo algunas. No obstante, la motivación social en Dostoievski sí acompaña, pero nunca determina la acción.

 

Para el plano social del libro son asimismo esencialmente importantes todos los episodios protagonizados por la madre de Raskólnikov y su hermana Dunia, como también por Semión Marmeládov y su familia: los hijos pequeños de su segunda mujer, la tísica y desesperada Katerina, y sobre todo Sonia, su hija del primer matrimonio, que acepta vender su cuerpo para que todos puedan comer—y el padre beber—. Aunque tampoco aquí la miseria social determina sus caracteres ni su comportamiento.

 

En el momento de la escritura de Crimen y castigo, la situación económica del propio Fiódor Mijáilovich era tremendamente mala: tenía que ocuparse de la viuda de su hermano Mijaíl y sus hijos, además de su hijastro Pasha; ya no tenía ninguna revista propia, pero sí las deudas contraídas con Epocha, y, para colmo, los editores de Russki vésnik, donde acordó publicar su nueva novela, le pagaban una tarifa por folio muy baja. Dostoievski temía que sus acreedores lo acorralaran: “Si me encierran en la cárcel por deudas estropearé la novela y tal vez no logre siquiera completarla; entonces, será el fin de todo”.

 

La primera entrega de Crimen y castigo se publicó en Russki vésnik el 30 de enero de 1866. Un asombroso acontecimiento acompañó la publicación del libro: el asesinato cometido por un estudiante moscovita, Alekséi Danílov, dieciocho días antes. El 12 de enero del mismo año Danílov había acudido a la casa de un tal Popov, donde mató con una navaja tanto a este prestamista como a su sirvienta y se llevó el botín. Aunque el estudiante moscovita, a diferencia de Raskólnikov, negó siempre los hechos, lo condenaron a nueve años de trabajos forzados en una mina de Siberia. Este acontecimiento hizo que la sombra de Raskólnikov siguiera viva en la conciencia de la sociedad rusa no como ficción literaria, sino como amenaza y premonición.

 

En el segundo plano

 

El episodio secundario de la novela, la historia de la familia Marmeládov, y los personajes que la protagonizan son de esencial importancia para el desarrollo del relato. No olvidemos que Crimen y castigo se basa en un proyecto literario titulado “Los borrachos” descartado como tal, pero cuya importancia se articula en la novela ideológica y filosófica que finalmente sale de la pluma de Dostoievski.

 

El escritor hace que, justo en los días en que está preparándose para realizar su gran idea, Raskólnikov tropiece con Semión Zajárovich Marmeládov, consejero titular retirado por problemas con la bebida. Es un personaje irracional, patético y consciente de su propia degradación físico-moral, pero al que le falta voluntad para lidiar con su adicción al alcohol —a lo que alude también su apellido, que viene de marmelada, asimismo poco consistente—. Pero el mal de Marmeládov no está tanto en entregarse a la bebida, sino en aceptar que esto conlleva destruir las vidas de sus seres más próximos. En su primera aparición, el lector—junto con Raskólnikov— se entera de los detalles de esta historia. Casado en segundas nupcias con una mujer joven, enferma y desesperada, de nombre Katerina Ivánovna que, al quedarse viuda con tres hijos pequeños, aceptó el matrimonio porque “no tenía a quien acudir”, Marmeládov explica cómo ha perdido definitivamente su empleo a causa de su adicción al alcohol: “Hará un año y medio que tras muchas idas y venidas y un sinfín de desventuras llegamos por fin a esta magnífica capital, tan rica en monumentos. Y aquí encontré colocación… la encontré y volví a perderla”. A continuación, detalla cómo la hija de su primer matrimonio, Sonia (diminutivo de Sofía) Marmeládova, ya adulta, fue incitada por su madrastra a prostituirse para que la familia pueda sobrevivir:

 

—¡¿Vaya tesoro, el tuyo; para qué quieres guardarlo?!

 

Sonia se levantó, se puso la capa y el pañuelo y salió del cuarto. Volvió poco después de las ocho. Cuando volvió, fue derecha a Katerina Ivánovna y puso ante ella en la mesa treinta rublos de plata. No le dijo palabra, pero sí se quedó mirándola. Cogió nuestro gran chal de lana verde (tenemos un chal de lana que usamos todos), se tapó con él la cabeza y el rostro y se echó en la cama, con la cara vuelta a la pared. El cuerpo y los hombros le temblaban […] Entonces se le acercó Katerina Ivánovna, también en silencio, y se puso de rodillas ante Sonia besándole los pies.

 

Todo ello Marmeládov lo explica a la vez que confiesa que lleva cinco días sin poner un pie en casa, de donde se ha llevado los últimos rublos del baúl donde los guarda su mujer tísica, con tal de poder seguir bebiendo. “¡Necesito que me crucifiquen, no que me compadezcan!”, exclama Dostoievski junto a su personaje, fidedigno en el extremo de su bajeza casi caricaturesca.

 

El escritor añade, como de costumbre, varios elementos más para completar el retrato de su personaje y recordar su credo: es el carácter el que determina el destino y no al revés. Así, escuchamos a Marmeládov exclamar: “Bebo porque quiero sufrir el doble de lo que sufro”, y admitir ser consciente de su inmoralidad, a la vez que de su incapacidad para controlarse: “¿Se atreve usted, mirándome ahora, a decir que no soy un cerdo?” No faltan elementos de la exageración narrativa tan típicos del estilo dostoievskiano, cuya estampa se graba en la memoria del lector para siempre: sólo un Marmeládov puede autorretratarse diciendo que “se ha bebido hasta las medias de su mujer” (la última prenda que empeña para seguir emborrachándose) u ofrecer su filosofía de vida para, de algún modo, justificar su conducta: “¡Todo hombre necesita tener un sitio, aunque sea sólo uno, donde le tengan lástima!”.

 

En el otro extremo de la vicisitud de este padre de familia, está el sacrificio de Sonia, como un valor idealizado. Como Dostoievski acostumbra intercalar sus propios pensamientos en los discursos de cualquiera de sus personajes, y no sólo en aquellos con los que empatiza, es Marmeládov quien hablará del día del Juicio Final y de Dios, quien se compadecerá de Sonia:

 

Vendrá ese día y preguntará: “¿Dónde está la hija que vendió su cuerpo a beneficio de una madrastra agria y tísica y de hijos ajenos? ¿Dónde está la hija que se compadeció de su padre terrenal, un borracho perdido, que nadie necesita?” […] El Señor perdonará a mi Sonia, ya lo creo que la perdonará.

 

Sonia está concebida no sólo como la heroína de la novela, sino como alguien necesario para el desenlace del argumento. Otros personajes de la misma obra realmente son secundarios, aunque contribuyen a plantear y resolver cuestiones muy profundas que el escritor propone a través de Raskólnikov. Su madre y su hermana Dunia representan un amor y una capacidad de sacrificio incondicionales; el racional y amigable Razumíjin simboliza el sentido común del que precisamente carece el protagonista; Svidrigáilov, por su pesimismo metafísico, representa un destino sin salida por la incapacidad de redimirse, que sí tiene al final Raskólnikov; luego están la vieja usurera, símbolo del mal epocal y universal, su hermana Lisa, víctima inocente y compasiva, el memorable juez de instrucción Porfiri Petróvich, que aparece como aquellos espejos que se transfiguran ante la conciencia del personaje principal, aparte del universo de toda la familia Marmeládov. Todos ellos poseen entidad y voz propia, pero en el conjunto de la obra cumplen la función de acompañar el duelo interior del protagonista y su monomanía obsesiva.7

 

Por otro lado, todas estas figuras literarias están dibujadas con algún exceso: la exagerada bajeza de Marmeládov, la extravagancia de Raskólnikov, la voluntad de sacrificio de Dunia, de la madre y sobre todo de Sonia, la desesperación de Katerina, la perspicacia de Porfiri Petróvich. Dostoievski se afirma en esa tendencia reconocible y única de su literatura de enfrentarnos a individuos cuyo sentimiento y comportamiento siempre traspasan los límites de lo normal, y a veces incluso de lo soportable.

 

Amor que salva

 

Los dos estaban pálidos y demacrados, pero en sus rostros enfermizos y pálidos despuntaba el alba de un nuevo porvenir, de la completa resurrección en una vida nueva. El amor los había resucitado y el corazón de cada uno era una fuente inagotable para la vida del otro.
Crimen y castigo

 

A medida que avanza el libro, el lector se da cuenta de que sin Sonia es poco probable que Raskólnikov hubiera salido de su agujero anímico y existencial8
. “Te necesito, por esto he venido”, declara el escritor en boca de su héroe, cuando éste visita por primera vez a Sonia en el lugar donde ella vive.9
Con esta figura femenina, Dostoievski, desde siempre interesado en centrarse en individuos socialmente marginados en sus novelas, inicia la tradición de sus personajes crísticos. Aparte de las citas directas de los Evangelios cuando aparece Sonia o se habla de ella (“Le han sido perdonados sus muchos pecados porque ha amado mucho”), al convertirse en prostituta alquila una habitación en la casa de un tal Kapernaumov, que alude sin duda a Cafarnaúm, uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazaret para transmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros. Los paralelismos podrían ocupar un libro entero.

 

Esta heroína no sólo simboliza el ideal del sacrificio y del amor, sino que también remite a otros valores. Ella es claramente portadora del mensaje evangélico de la novela. Su pecado es redimido por la pureza de su sacrificio.

 

Hay muchas escenas memorables protagonizadas por Sonia, y tal vez las siguientes tres permiten al escritor iluminarla desde diferentes ángulos, para luego converger en un retrato profundo y único de Sofía Marmeládova: cuando vuelve de su primera noche de trabajo y se acuesta sin pronunciar palabra encogida en el rincón cubierta con su chal verde; cuando Raskólnikov se postra ante ella por el “gran sufrimiento que ha padecido” y, finalmente, cuando él le confiesa el crimen y Sonia le dirige estas palabras:

 

Plántate ahora mismo en la encrucijada, inclínate, besa primero la tierra que has agredido y luego póstrate ante el mundo entero, ante los cuatro puntos cardinales, y exclama, ante todos: “¡He matado!”. Entonces Dios te volverá a la vida.

 

La idea de la cruz que Sonia simboliza se amplía en esta novela con el principio místico de Sofía, un concepto en el que profundiza sobre todo la filosofía espiritual rusa de la segunda mitad del siglo XIX. Relacionado con lo eterno femenino y con un amor erótico-místico, el principio de Sofía por un lado remite a la Theotokos, a la Madre de Dios, y por otro a la Madrecita Tierra Húmeda, el fundamento femenino que trasciende de la mitología rusa. El concepto de Sofía cohesiona lo cristiano con lo pagano, lo espiritual con lo sensitivo, el pensamiento y la experiencia. El personaje de Sonia no es sólo un símbolo o una encarnación, sino una fuerza viva: una santa y una prostituta cuyas contradicciones precisamente hacen posible que ella y Raskólnikov se salven. Una “gran pecadora” que ha conservado “su pureza de espíritu”. Así la define Rodión después de postrarse ante los pies de Sonia, pronunciando: “No me he inclinado ante ti, sino ante todo el sufrimiento humano”.

 

Es evidente asimismo su analogía con María Magdalena, pero, si bien se la puede comparar con esta figura de la historia sagrada o con santas prostitutas de la novela social francesa, la heroína de Dostoievski tiene algo único, como todos los grandes protagonistas literarios. Su capacidad de amor y de sacrificio no tienen límites. Sin ella Raskólnikov no se hubiera confesado, que es la condición necesaria para volver a la vida.

 

Pero más allá de la pureza, la bondad y la fe que Sonia caracteriza, el mensaje de Dostoievski es que la unión de estos dos náufragos10
a través del amor era necesaria para que ambos pudiesen enderezar su vida. La simbólica lectura de la resurrección de Lázaro del Evangelio de san Juan, que el novelista idea antes de que su protagonista se confiese, anticipa la idea de que concibe Crimen y castigo como una novela de resurrección, de redención a través de la fuerza del amor. Confesado el crimen y condenado el protagonista a siete años de trabajos forzados en Siberia, con Sonia, que lo acompaña en este viaje, Dostoievski se despide del lector con optimismo:

 

¡Siete años, nada más que siete años! Ahora que despuntaba una época feliz había momentos en que estaban dispuestos a considerar estos siete años como siete días! […] Es la historia de la continua renovación de un hombre, la historia de su gradual regeneración, de su tránsito de un mundo a otro, de su iniciación en una nueva y hasta entonces incógnita realidad.

 

Notas

 

1 . Otechestveninnie zapiski (‘Anales de la patria’), Biblioteka dlia chtenia (‘Biblioteca para lectores’) y Sovremennik (‘El contemporáneo’) son las revistas cuyos editores rechazaron comprar el nuevo proyecto literario de Dostoievski.

 

2. Katkov fue editor de la revista Russki vésnik, en la que se publicó la novela en 1866.

 

3. Conviene observar que, aunque en este momento Dostoievski aún no tiene entre las manos la versión final de su texto, la idea fundamental ya no variará respecto a lo aquí expresado. El cambio importante que introducirá en la última redacción es pasar la voz de su protagonista de la primera a la tercera persona del narrador omnisciente.

 

4. Carta a Vrangel, 28 de septiembre de 1856.

 

5. Estas palabras no son de Raskólnikov, sino que las escucha en una conversación en una taberna donde un estudiante al que no conoce habla en estos términos de la vieja usurera. A su vez, Dostoievski construye así otra de las motivaciones del crimen.

 

6. Son algunos nombres que cita en la novela para hablar de aquellos cuyo genio les ha permitido no tener que seguir las normas de comportamiento establecidas.

 

7. Este párrafo, excepto la frase primera, es la cita literal de mi texto “Crimen y castigo de F. M. Dostoievski”, en: Jordi Llovet (ed.), La literatura admirable, Barcelona, Pasado & Presente, 2018, pp. 41-53.

 

8. En este sentido, Raskólnikov es como una transformación del (anti)héroe del subsuelo.

 

9. Podemos imaginar lo tenebroso que es este habitáculo ya que Raskólnikov, cuya habitación es como una tumba, dice que tendría miedo por las noches en aquel lugar.

 

10. “Estaban sentados uno junto a otro, tristes y abatidos, cual náufragos que la tempestad arroja a una playa desierta”, los describe en la novela.

 

FOTO: Portada del libro El universo de Dostoievski/ Crédito: Editorial Acantilado

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