Novedades de compositoras
Tres producciones que hace unos años hubieran sido rarezas de culto, se perfilan ahora como un nuevo canon de talento juvenil
y divergente
POR IVÁN MARTÍNEZ
Soy un entusiasta del repertorio de quinteto. Primero porque incluye la forma más pura de la música de cámara, el cuarteto de cuerdas; y enseguida porque su combinación con otro instrumento casi siempre resulta en sonoridades y combinaciones acústicas fascinantes. Está probado desde Mozart y Brahms con el clarinete, o el mismo Brahms y Cesar Franck con el piano; y hasta en los de Boccherini para guitarra, instrumento al que no soy muy afecto, donde me siento en terreno seguro como escucha. Bien utilizadas las combinaciones de timbre, casi siempre resultan en obras artísticamente propositivas.
Hace poco recibí un nuevo álbum que viene a enriquecer esta fijación mía: American Quintets (Chandos, 2021), del debutante Kaleidoscope Chamber Collective; ensamble que lidera como primer violín Elena Urioste y que está asociado a la sala de conciertos de cámara londinense Wigmore Hall. Contiene la breve y conocida Dover Beach, op. 3, de Samuel Barber, con barítono y cuarteto: la interpretación es exquisita, pulcra y cautivante, sobre todo por la voz de Matthew Rose, aunque igualmente por la atmósferas y texturas sonoras que el cuarteto ha podido dotarle para lucimiento de la partitura.
Pero lo relevante del programa son las dos obras de gran calado con que abre y cierra: los quintetos con piano de Amy Beach (op. 67, de 1907) y Florence Price (ca. 1935), con el pianista Tom Poster a la cabeza.
Ya el de Beach (1867-1944), con sus espíritu y profundidad brahmsianos, permanecía en el apartado de rareza por sus pocas ejecuciones; mientras el de Price (1887-1953), lleno de inflexiones melódicas, rítmicas y armónicas a las culturas negras del sur de los Estados Unidos (y cuya reminiscencia a Dvórak puede sonar como descripción culturalmente inapropiada, pero exacta en tanto, estoy seguro, será más entendible), fue recién descubierto en 2009, literalmente en el viejo baúl de un ático, y publicado apenas en 2017.
Contra los conservadores rancios que han surgido a la par y que se niegan a aceptar que el nuevo canon de la música clásica debe incluir a las mujeres y a los negros, los movimientos feministas y de dignificación de las comunidades afro, que han traído un momento de valoración de sus creadores, importan. Éste es uno de sus frutos. Y afortunadamente lo es no sólo por la cuota, sino por el laborioso y sólido trabajo técnico-camerístico del grupo en su debut y por la detallada labor de escritura de ambas creadoras, palpable en ambos quintetos y que queda bien transparentada a través del coraje y aplomo brindado en esta interpretación.
No es, pues, una revaloración de dos obras que permanecieran en el olvido, sino apenas el descubrimiento y la adición a un nuevo canon posible y obligado.
Antes, y con poco de retraso, me había llegado Contemporary voices (Cedille, 2020), del Pacifica Quartet. Las voces contemporáneas incluidas son las de tres creadoras que, desconozco si pensado así o no, son coincidentemente tres de las mujeres que han conseguido el premio Pulitzer de composición en distintas ocasiones: Shulamit Ran (1949), de quien se incluye su Cuarteto no. 3, Glitter, Doom, Shards, Memory, Jennifer Higdon (1962), presente con su cuarteto Voices, y Ellen Taaffe Zwilich (1939), de quien tocan su Quinteto para saxofón y cuarteto, para el que se unió al ensamble Otis Murphy. Los cinco son artistas en residencia en la Universidad de Indiana.
El disco es ganador del premio Grammy de este 2021 por mejor álbum de música de cámara. Las tres obras comparten lucidez y bravura en distintos tonos: el de Ran es tributo al pintor Felix Nussbaum, víctima en Auschwitz del Holocausto, y tiene un dramatismo obscuro estremecedor; el de Higdon es digno ejemplo de su lenguaje, ya bien conocido en México, con una paleta que pasa por las explosividad y calma espiritual siempre bien enérgicas; mientras el quinteto de Taaffe Zwilich, con un talento natural para adoptar el idioma del saxofón y sus timbres combinados con destreza para juguetear con el cuarteto, será la obra obligada de aquellas que combinen esta dotación instrumental; que no había sido muy procurada.
Un programa vibrante, de discursos contrastante que dialogan con naturalidad entre ellos, creando una digna imagen de la representación del hoy.
En otra feliz coincidencia, estas semanas también vio la luz el disco debut de la muy joven violinista Lucie Bartholmäi (2003): female (Geniun, 2021). Todo un manifiesto de vida y artístico que marcará su incipiente carrera. Para este álbum, ofrecido junto a la pianista Verena Louis, y como puede inferirse con su título, Bartholomäi acude a música de Amy Beach, Rebecca Clarke, Louise Farrenc y Clara Schumann para darse a conocer como una intérprete capaz de acudir con madurez y serenidad a la variedad de estilos que representan estas cuatro creadoras. Alejada de cualquier prejuicio que -vistas experiencias anteriores que intentan representar sus colegas- pudiera sonar a inmadurez, a excesiva fantasía, a la expresión arrebatada.
Es un programa redondo, balanceado tanto en su diseño como en la forma de abordarlo, están ahí como pieza central la Segunda Sonata en La Mayor de Farrenc, las Tres romanzas de Clara Schumann, tres piezas sueltas de Clarke que se intercalan y la Romanza, op. 23 de Beach.
Hace algunos años, estas tres producciones podían haber pasado por rareza; pero no hay nada de raro en estas músicas, sólo en nuestro desconocimiento de ellas. Podían haber pasado por una atrayente excepción de culto. Hoy no: hoy son tres discos que representan, como dije antes, el nuevo canon posible.
Foto: Portada del álbum American Quintets /Crédito: especial
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