Novelar la palabra sagrada
POR GERARDO DE LA CONCHA
La pregunta no es si se debe ser cristiano, sino si se puede ser cristiano. Entre el debe ser y el poder realmente serlo, está una moral que nació de la negación del mundo, en la espera del Apocalipsis. En esta negatividad, cuya culminación se expresa precisamente en la idea del fin del mundo, late el cristianismo verdadero, el de sus primeros tiempos.
Admiro a Emmanuel Carrére, cada libro suyo está escrito con sinceridad literaria, es decir, como un desahogo que requiere del arte de las palabras, de su belleza, de su verdad, de lo que descubre. Y si estas palabras se enlazan con el conocimiento y con la imaginación simultáneamente, se vuelca en ellas una actitud que busca ir más allá de los moldes.
Para responder a esta interrogante –la de si se puede ser cristiano en un mundo moderno– ha escrito un libro inclasificable, porque combina sus recuerdos, sus dudas, con una impresionante recreación de los primeros cristianos a partir de la vida de San Pablo y del Evangelio de San Lucas. Es tanto un ensayo como una narración, vuelvo a decirlo, representa el desahogo de un espíritu y de una vida.
Si El adversario –otra obra maestra de Carrére– constituye una indagatoria acerca del mal a partir de la historia del mentiroso y estafador Jean-Claude Romand –quien asesinó a su familia para evitarles la vergüenza de que se descubriera el engaño con el que había forjado su vida–, El Reino es una investigación en el fondo introspectiva acerca de las posibilidades de la fe cristiana como encarnación del bien.
Su tema es la lucha entre el mal y el bien, la vida que se agota en el mundo y la creencia en el más allá, los principios cristianos surgidos del judaísmo y en tensión con él, la gesta de los primeros cristianos como una pequeña secta judaica, helenizada por San Pablo en los tiempos de la persecución de Nerón.
Carrére razona sobre la fe cuando la misma representa creer cosas increíbles. En las páginas de este libro se desenvuelve la vida cotidiana, el paso del tiempo, Nietzsche, Philip K. Dick –el mejor escritor de ciencia ficción acerca de quien Carrére ha escrito una biografía no traducida al español–, Ulises, el olvidado positivista Renan, Flavio Josefo, Séneca, San Juan de Patmos, historiadores latinos como Tácito y Suetonio, su propia conversión católica –de Carrére– y su posterior retorno al agnosticismo, finalmente la sombra de Jesús en combate contra los saduceos y fariseos, predicador calificado de loco, curandero prodigioso, seguido por pescadores, cortesanas, gente pobre, algunos ricos conversos, todos ellos dispuestos a creer en milagros y profecías; se trata del Crucificado quien resucitó y ascendió en carne y alma al Reino de los cielos y habrá de retornar a la Tierra para el Juicio Final, cuya religión convirtió a Roma y se expandió por el mundo.
Uno de los varios logros de este libro es la manera como recrea la vida de los primeros cristianos y los hace entendibles con referencias contemporáneas; describe las pugnas y rivalidades internas sectarias, el predominio de los gurús, la fidelidad a veces cándida de los prosélitos, al tiempo que compara personajes de ese ambiente con figuras de la historia contemporánea: colaboracionistas, subversivos, bolcheviques; muestra ese rechazo al mundo y el aislamiento del grupo, con sus peculiaridades, como práctica de salvación ante una realidad abominable.
Otra cualidad de estas páginas es el retrato verosímil de unos personajes muy novelescos como lo son San Pablo y San Lucas: el gurú y el escritor, uno apasionado y tormentoso y otro sereno y observador, ambos poseídos por una iluminación: el Hijo del Hombre, con su sacrificio, redime los pecados del mundo. En momentos, con todos sus avatares y sus viajes, la vida de estos santos pareciera el relato de unos aventureros cuya historia, por todo lo que trascendió y su influencia a través de los tiempos, es digna de ser contada.
Hay un elemento de El Reino que quiero destacar especialmente: la combinación de una escritura profunda y la amenidad, simple y llana. Hay en la literatura contemporánea demasiada contradicción entre las dos expresiones. Muchos literatos eligen ser profundos y aburridos, o superficiales y amenos. Carrére demuestra que estas dos facetas unidas, la de una literatura honda y reflexiva y, al mismo tiempo, vertiginosa e interesante, son posibles.
Esta lección de amenidad literaria, con un autor que entremezcla su vida, sus amores y anécdotas, sus gustos –por la pornografía por ejemplo–, con un fresco histórico antiguo y la meditación acerca de lo oscuro y lo luminoso de una creencia religiosa, sin que en ningún momento se sienta algo forzado o sea una pose –en contraste, mucha de la literatura mexicana contemporánea, además de ser políticamente correcta, es de poses–, constituye un tour de force bastante logrado.
Al terminar de leer este libro algunos de sus lectores se sentirán cuestionados: ¿es posible realmente ser cristiano?, ¿se puede asumir la doctrina cristiana no sólo como un ritualismo católico que pierde su sustancia –en forma semejante al fariseísmo que precisamente el cristianismo primitivo confrontaba–, sino como una doctrina trágica de salvación, de inversión de los valores, de lucha auténtica? Carrére se convirtió al catolicismo en una crisis personal y luego lo abandonó decepcionado por la vigencia del formalismo sin contenido para transformar la vida, adoptando mejor una postura agnóstica, racionalista que, sin embargo, mantiene latente sus ansias de creencia y de fe.
El Reino es un libro que he entendido. Por ejemplo, pienso que hoy prevalece en el catolicismo un papado jesuítico y, por tanto, demagógico. Lo sagrado se convierte en superficial y lo superficial es anticristiano porque no va a las raíces. Pero después de esta reflexión vagamente jansenista –o sea, confrontada con el jesuitismo y a la que dediqué mi libro El fin de lo sagrado hace unos veinte años–, Carrére me obliga a definirme, veamos: ¿puedo perdonar a mis enemigos, especialmente aquellos que lo son por ser traidores?, ¿pondré felizmente mi otra mejilla para ser digno de los cielos?, ¿me importa el desafío de la vida, con sus placeres y dolor, o salvar mi alma para el advenimiento de Jesús?
Ay Emmanuel Cárrere, leyendo tus páginas descubro, o más bien acepto, una verdad íntima: no, no puedo ser cristiano, o no como lo eran los cristianos obsesivos de la antigüedad. Esto me produce un alivio resignado (no significa necesariamente que acepte el mal del mundo, sino entonces: ¿por qué leo, escribo, lucho, amo?), sin duda el Reino al que dedicaste este libro es una idea hermosa, pero concluyo contigo: es una idea tan imposible…
*FOTO: Uno de los temas recurrentes en la obra de este autor parisino es la búsqueda de la identidad. El Reino es su décima novela/Especial