Nueva York
Babel moderna donde los hablantes se reconcilian y enriquecen la metrópoli, su esplendor arquitectónico, de icónicos edificios, contrasta con la vida de los suburbios
POR LEANDRO ARELLANO
Lago de luz, urbe colosal, metrópoli colmada de potestades y designios, territorio de libertad y de promesa. Ninguna otra como ella ha concentrado tamaño poderío, tanto acero y tanto papel, tanto simbolismo.
¡Ah, mi ciudad, mi amada, mi albura!, la ha loado Ezra Pound, arquitecto y cantor de la lengua y la poesía que la celebran.
Resbaló de las manos de los holandeses, quienes la fundaron en un valle gozosamente persuasivo. Bañan sus muros las aguas del Atlántico y del río Potomac. Acumula en su flexible geografía el cómputo universal de etnias, religiones y lenguas. Encarna una Babel moderna, donde no se confunden los idiomas sino donde se reconcilian los hablantes.
Se exhibe a sí misma desde cualquiera de los puntos cardinales. Espacio ecuménico, cosmopolita, su censo registra las diversas tonalidades del arte y todos los oficios. La vitalidad y la pujanza de su entraña son el combustible del gran motor de una economía como no la había registrado antes la historia.
¿Otoño en Nueva York? Un poema de amor escrito en las alturas. Un banquete épico, una fiesta para el entendimiento y los sentidos. Un reconocimiento al espíritu y a la voluntad desembarazada. Una celebración de la capacidad del ser humano. Una recolección de afanes milenarios. Reflejo de Roma en asignaturas y oficios seculares —en arte, en ciencia, en arquitectura, en urbanismo, en movilidad, en el uso y concierto de las leyes- y en cierta concepción del mundo.
Colmada por doquier, es también producto de la tozudez protestante y de piel dura. Ejemplo de la acumulación material y la codicia de los seres humanos. Símbolo del poderío económico y de la fuerza del imperio, emblema del capitalismo, meta y blanco de envidias y resentimientos. No desconoce la pena y el abatimiento. La herida del 11 de septiembre le infligió una cicatriz omnipresente. Recela aún Manhattan.
Manhattan, comarca poseedora de no pocos hilos de la dicha. Manhattan, espacio opulento en todos los haberes que ofrecía sin reticencias a los pasos del caminante que tantas veces fuimos.
Todas las comunidades congregadas enriquecen a la metrópoli con hábitos, atavíos, fragancias, colores y sabores. Población ecuménica sin par, marcha con el desenfado de muchos y la propiedad y contumacia de la minoría.
Metrópoli abrigada en la cultura y el arte, propicia otras formas de la felicidad. Arte y cultura, magnos elementos imparciales, aplacadores de ideologías radicales y ávidos extremos.
Aviso: En los suburbios, esta visión gozosa será probablemente denegada. En las orillas residen —ineludibles— el agobio, la escasez y la orfandad. Prevalece el áspero universo en el que cuentan no más que el Cash, el Howmuch, el In this moment…
FOTO: El centro de Manhattan se divisa a lo largo del puente de Queensboro. Crédito de imagen: Charly Triballeau /AFP