Nuevas propuestas “mexicanas”
Compositores e intérpretesde nuestro país tienen mayor presencia en sellos extranjeros, una apuesta que deberá ser seguida por los melómanos
POR IVÁN MARTÍNEZ
Una parte esencial del quehacer artístico de los músicos es la discográfica. Discusión aparte si ello es industria, o si es rentable todavía, creo que cumple diversas funciones que no terminarán con ella como muchos pronostican: de la difusión a la promoción a la preservación necesarias. Por tener sus propios tiempos, la pandemia aún no la ha detenido y así, en estas semanas, han visto la luz varias opciones que giran en torno bien a nuestra música o a nuestros músicos.
No sólo se ha visto, cada vez más en los últimos años, un mayor número de músicos mexicanos yendo al estudio de grabación, sino también se les ve cada vez más sueltos y confiados en el ánimo de grabar repertorio universal y no sólo atados a la obligación de hacerlo con el repertorio mexicano.
Por los mismos tiempos en que el clarinetista y saxofonista Rodrigo Garibay produjo el disco con repertorio concertante del que hablé aquí hace unas semanas, se preparó otro proyecto más modesto (sólo por dimensiones) con repertorio moderno para saxofón y piano (el disco se encuentra en plataformas, sin título, al buscar al intérprete). Acompañado por el pianista Eric Fernández, ahí están las ya icónicas Cinco danzas exóticas, de Jean Francaix junto a las Piezas características en forma de suite, op. 77 de Pierre Max Dubois, y en medio, la Pequeña czarda de Pedro Iturralde Ochoa.
Aunque ambas obras francesas sean de manera institucional obligadas para todo saxofonista y aquí se presenten de manera elocuente, muy vivas y con sonidos muy transparentes y muy bien “ensamblados”, quizá convirtiéndose esta grabación en la nueva referencia (vista la oferta en el mercado), me sorprende porque como en otros proyectos, Garibay ha sabido ponerle sabor al caldo al incluir la czarda de Iturralde.
Una pieza clásica conocida entre los cultos del jazz -o los nerds del saxofón- pero no entre el público general (como yo), y que caracterizó en su momento el nuevo saxofonismo de Iturralde tanto como ahora lo hace Garibay, al proponer un nuevo saxofón mexicano (le robo el concepto al compositor Tomás Barreiro), que rompe barreras entre géneros y pone en la cima de sus cualidades una intuición sofisticada a la par de un sonido refinado y una técnica impecable.
Otro proyecto que recién salió y se ha promocionado en estas semanas, bajo el sello mexicano Urtext Digital Classics, es el del violonchelista Álvaro Bitrán, miembro del Cuarteto Latinoamericano, dedicado a las Tres sonatas para viola da gamba, BWV 1027-1029, de Bach, junto a la pianista Nargiza Kamilova.
También es un álbum modesto sólo en dimensiones, pero me gusta como concepto porque, aunque él es uno de los músicos mexicanos que tanto en solitario como en ensamble más ha grabado, lo hace con el repertorio más universal que puede existir, Bach, pero no con la opción obvia que podrían ser las Suites para violonchelo.
Me emociona, paradójicamente, porque no se trata de un proyecto para apantallar, para hacer ninguna declaración o demostración (que a estas alturas no necesita este intérprete): me da la impresión de que es un proyecto de esos que se hacen por el gusto de hacer música sin otro fin que ése mismo.
Provoca un poco la sensación que algunos utilizan para productos de televisión o cine y que los norteamericanos categorizan como “feel-good” y me ha servido mucho, personal y especialmente, durante la cuarentena. No quiero decir con ello que exista frivolidad, sino que se aleja de dos lecturas extremas en que suele aparecer la música de Bach: o el historicista (aquí, para empezar, se tocan con chelo y piano) o el moderno que por alejarse del romanticismo de las décadas pasadas cae en la falsedad. Éste es un disco honesto que produce alivio.
La disquera estadounidense Albany (un sello modesto, pero con presencia importante dentro y fuera de Estados Unidos) incluyó hace poco un disco más a su catálogo de música mexicana (ahí está, por ejemplo, el primer monográfico del joven compositor Juan Pablo Contreras): el del flautista Jonathan Borja dedicado a la música para flauta de Samuel Zyman.
Zyman, profesor en la escuela Juilliard desde hace bastante tiempo y muy respetado por su oficio, ha resultado, sin embargo, ser un compositor problemático: es probable que, entre los mexicanos, ningún otro creador escriba música tan linda como la de él, ni más idiomática. Estas cuatro obras (dos sonatas para flauta y piano, una fantasía para dos flautas y piano y una suite para trío con chelo y piano) son muestras de ello: entiende al instrumento, escribe para él y su expresividad es muy natural a las cualidades acústicas y colorísticas del mismo.
El propio autor ha catalogado su música como neorromántica y para muchos en la actualidad, cuando la mayoría pelea por ver quién es más disruptivo, eso resulta en una música falsamente simple o pobre. No es así, pero eso le ha acarreado críticas injustas de colegas e intérpretes que no acuden a su música por no considerarla intelectual. Mi problema como público es otro: sus propios intérpretes y el poco rigor. El disco es una paleta de problemas técnicos que van de “basuritas” obvias en diversos pasajes, a problemas de respiración, apoyo y fraseo que no tendrían que serlo en una música tan intuitiva, a afinaciones sospechosas, a errores de grabación.
Una lástima que quienes valoramos a este compositor no hayamos encontrado intérpretes sólidos para disfrutarlo, pues, lamentablemente, Borja no está solo.
« 1833, el año de la cólera en México La novela del cangrejo »