Nussbaum: filosofía moral y literatura

Mar 10 • destacamos, principales, Reflexiones • 8464 Views • No hay comentarios en Nussbaum: filosofía moral y literatura

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Clásicos y comerciales

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POR CHIRSTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

Martha Craven Nussbaum es una de las grandes pensadoras de nuestro tiempo, exponente liberal de la filosofía moral desde la Universidad de Chicago, donde da cátedra en leyes y ética. Neoyorkina nacida en 1947, Nussbaum ha retomado, desde los principios de su carrera, una tristemente desacreditada tradición estadounidense, la de Emerson, para la cual la filosofía puede y debe probar su eficacia moral en la literatura. Reseñista de insólita contundencia, no sólo en los temas de su dominio intelectual, sino aventurándose en Iris Murdoch (no en balde una extraña creatura de Oxbridge quien lo mismo filosofaba que escribía novelas) o en el juguetón y optimista Donald Winnicott, el psicoanalista preferido de los liberales, Nussbaum, cae, como es inevitable, en la aridez del tratado; pero en sus escritos ancilares, los que me competen, es una lectura a la vez instructiva y deliciosa.

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Polémica, Nussbaum ha sido igualmente dura con la derecha y con la izquierda. Contra El cierre de la mente moderna (1987), del conservador Allan Bloom –amigo de Mircea Eliade y después personaje de Saul Bellow–, Nussbaum, en The New York Review of Books, fue severa. Ante el apocalipsis retratado por Bloom, para quien los efectos de los años sesenta devastaron a las universidades de los Estados Unidos, dejando en ruinas tanto el currículum como la autoridad, Nussbaum, erudita en filosofía griega y aristotélica contumaz, lo confronta en su propia fuente: Platón. Lo acusa de citar mal y lo prueba.

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Descarta, desde luego, su visión elitista de la universidad, no sólo por ser imposible de practicarse en una sociedad abierta sino por traicionar ese otro platonismo, el democrático, el de Emerson, la propia Nussbaum y Whitman, el poeta creyente en una musa griega más feliz entre las multitudes universitarias multiculturales, sexualmente libres, que en el simposio socrático soñado por Bloom con unos pocos y doctos libros. En cuanto al repudio, esencial en The Closing of the American Mind –el título original de Bloom–, del historicismo y del relativismo, me temo que Nussbaum escurre el bulto. (La indiferencia anglosajona ante el hegelianismo es saludable pero resulta ñoña cuando es total). Pero peor le va a otro conservador, el “wagneriano” y thatcherista Roger Scruton, uno de los pocos que han osado en seguir sosteniendo la perfección moral de la heterosexualidad. Nussbaum no se escandaliza. Lo derrota delatando su concepción estrecha de la individuación, polimorfa por erótica, del sexo.

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A su izquierda, Nussbaum puso en aprietos a Judith Butler en “The professor of Parody”, examen de la obra completa de la feminista radical, en 1999. Cuestiona su originalidad –la idea de la construcción social del género proviene de John Stuart Mill–, se burla de ella, ganadora de un concurso anual de mala escritura académica y aclara que se pueden profesar las ideas butlerianas (como es el caso de David M. Halperin, historiador de la homosexualidad), sin incurrir en su fárrago sectario, escribiendo con claridad y lucidez. Pero para Butler, émula de Foucault, Nussbaum, la liberal, tiene un reproche más duro. Las teorías butlerianas, al considerar inefable e indestructible el dominio de un poder al cual sólo puede irritársele de manera performática, la autora de El género en disputa (1990), condena al feminismo a la inmovilidad universitaria, siendo urgente el combate práctico de la misoginia atroz en lugares como la India, bien conocidos y visitados por Nussbaum. Argumento que me recordó a aquella parrafada de Léon Bloy contra el socialismo: si desaparece la pobreza, ¿que será de la caridad, virtud teologal? En una sociedad –la estadounidense, se entiende– cada día menos patriarcal, ¿qué estudiarán mis alumnas y a quienes combatirán?, se pregunta, paródica, Nussbaum, a quien le incomodan ciertas posiciones teóricas y jurídicas de Catharine A. Mackinnon, pero aplaude su presencia, sobre el terreno, como abogada de las mujeres violadas en Bosnia durante la limpieza étnica.

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Si Nussbaum como reseñista puede leerse en Philosophical Interventions. Reviews 1986–2011 (2012), lo más interesante de su filosofía moral está en El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley (2004), donde apela al lugar de las emociones en la supuesta conformación racional de lo legal. Allí recuerda que el sentimiento de “repugnancia” contra negros, homosexuales y judíos llegó a ser un atenuante legal a la mano de quienes los asesinaban. No es difícil extrapolar el asunto frente a la conversión de algunas universidades en lugares confortables que protegen a sus estudiantes de las “microagresiones” cometidas, se arguye, por ideas ajenas en boca de polemistas. Estamos ante otra forma de “repugnancia” –sea contra el Islam, el neoliberalismo o la exhibición de pinturas hoy condenadas por la nueva iconoclastia puritana– que atenta contra la democracia como ese lugar donde deben resguardarse los derechos al desacuerdo… y al desagrado.

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En El conocimiento del amor: ensayos sobre literatura y filosofía (1990) se descubre que la filosofía moral de Nussbaum nace del apetito de una lectora, no sólo de los clásicos griegos, sino de Henry James, Proust (su Marcel le enseñó tanto sobre la vida como Platón, dice) y sorprendentemente, Beckett. Me es imposible, siquiera, aspirar a competir con el conocimiento preciso de James exhibido por Nussbaum. En sus novelas, hoy tan canónicas que han sido hasta denunciadas como inagotable insumo de una desleal industria académica, la filósofa encuentra variedades de la conducta humana difíciles de imaginar en un novelista acusado de monomanía de clase, obstinado en seguirse a sí mismo como el estadounidense que se civiliza en la Europa de la Bella Época. En Los embajadores, de James, Nussbaum encuentra tantos argumentos contra la crudeza nacida de las reglas generales impuestas sobre una ciudad como en Aristóteles, mientras que en otra de sus novelas, La princesa Casamassima, toma una verdadera lección psicológica contra el sinsentido existencial de la violencia revolucionaria. Beckett –para no detenerme en el, por desgracia, brevísimo elogio nussbaumaniano de la inteligenza d’amore dantesca– es altamente inteligible gracias a su potencia emocional. Sin ese poder no hay filosofía moral. Para Beckett, en Molloy, como en el estoico Crisipo de Solos, la emoción no es un discreto episodio en el monólogo del ser. Encarna, al contrario, la totalidad.

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La filosofía moral, concluye Nussbaum, ha dialogado con todas las religiones y escuelas, desde Atenas y Jerusalén hasta el psicoanálisis, pero tristemente no puede hacerlo con una teoría literaria desinteresada del sentido de la vida yacente en la literatura, ante el cual guarda un desafiante silencio. (Para hablar del amor, Barthes abandonó su escuela). ¿Por qué perdieron los teóricos literarios esa dimensión hoy sólo reservada, como denigrante en la vara de alguna ciencia infusa, a los “conservadores” o a los legos (como Nussbaum se presenta ante la literatura)? ¿El formalismo ruso, el Nuevo Criticismo de John Crowe Ransom y Jacques Derrida, acaso sean los tres, vistos desde la ética, se pregunta la filósofa, víctimas postreras de la incomodidad de Kant frente a la imaginación literaria?

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Curiosamente, en este punto, Martha Craven Nussbaum puede ser acusada de ingenuidad y hasta de utilitarismo, porque como el propio Emerson y tantos puritanos progresistas tan norteamericanos (pienso en Van Wyck Brooks y en otros críticos menores, en el mismo Lionel Trilling, tan influyente en Nussbaum), apuesta por la literatura, que como forma de conocimiento, tiene una utilidad moral. Así lo creo yo.

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FOTO: Martha Craven Nussbaum. / Jerry Bauer / Tomada de Wikipedia

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