Las religiones de Marie José Paz

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La soledad de los últimos años de Marie José Tramini, viuda de Octavio Paz, fallecida el 26 de julio, es abordada por este periodista y amigo de la pareja, lo mismo que los proyectos editoriales que quedaron pendientes, todos ellos vinculados al poeta

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POR DANUBIO TORRES FIERRO

 

La soledad de los últimos años de Marie José Tramini, viuda de Octavio Paz, fallecida el 26 de julio, es abordada por este periodista y amigo de la pareja, lo mismo que los proyectos editoriales que quedaron pendientes, todos ellos vinculados al poeta

 

For she and I were long acquainted
And I knew all her ways
A. E. Housman

 

 

Para Marie José, ejemplo notable de simbiosis si lo hubo, la vida sólo coincidía consigo misma si en ella señoreaba Octavio Paz. Las otras versiones posibles de la vida, las que no dependían de él ni lo tenían por protagonista, eran un mero simulacro, padecían de “incompletud”, se situaban en esa categoría que los anglosajones denominan como unimportant –aunque, en esa valoración, aparece una única excepción, muy significativa, que debe convocarse de inmediato: la excepción de la vida que anima el arte, de la vida que éste engendra. De buena cepa francesa, y persona perspicaz capaz de absorber con un golpe de vista los aromas de una atmósfera intelectual y/o espiritual, Marie José creía en el arte como experiencia capaz de cifrar y descifrar los enigmas y las riquezas que porta la vida mediante su despliegue de un sentido estético que permea y transforma a cuanto toca y también mediante los relámpagos de una imaginación de raíz subversiva. La creencia en Octavio Paz y la creencia en el arte, una y otra apoyándose mutuamente, y una y otra similares en sus alcances menos convencionales, acabaron por convertirla en una fanática capaz de renunciar absolutamente a todo si así lo solicitaban esas religiones dominantes. “A mi lado, Octavio pudo trabajar” –decía con frecuencia– y ante tal comprobación evidente no nos queda más remedio que bajar nuestra mirada. Por qué asombrarnos, entonces, de que su final haya sido el que fue, es decir: una superposición de orgullo, autosuficiencia, desarropamiento, arbitrariedad, egoísmo y abandono que se asentaban en la potencia formidable que animaba a una vicaría ejercida de un modo radical. Y más: cómo no reconocer, en su trayecto, que en Marie José sus (muchos) defectos tenían como consecuencia unas (muchas, también) virtudes –y al revés si al revés se quiere. Seamos, pues, sinceros: la parábola de la vida, en ella, fue la parábola que, a fuerza de suscitar, a todo trance, la ley de las excepciones jarryanas y la ley de las maravillas imprevisibles surrealistas, nos pasmó, nos colmó y nos desesperó. Lo hasta ahora dicho puede expresarse de otra manera: Marie José se empeñó en dar un estilo a su propio carácter, lo que, bien mirado, no deja de ser un arte. ¿Acaso un clásico, francés por cierto, no afirmó que “mi interés hay que buscarlo en mi complicación”? No seamos hipócritas: somos nuestras bondades y somos nuestras miserias; somos, sí, un nudo de impuras contradicciones. Que el postrer resultado del comportamiento dogmático de Marie José importara, en sus renglones aquí torcidos y más allá rectos, el famosísimo “après moi, le deluge”, es algo que, en estos contextos de fidelidad a una causa, se antoja previsible y hasta pertinente.

 

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Pasemos a otras cuestiones. Las obsesiones misionales de Marie José perduraron hasta su penúltimo día. Voy a contar, hasta donde sé (y creo saber lo necesario), los proyectos que ella tenía en su fila de intereses desordenados y a menudo caprichosos. Pero antes de entrar en detalle, y como necesario paso previo, me importa señalar que es difícil que en lo porvenir se hagan descubrimientos de calado en el legado intelectual de Marie José y Octavio que se encuentran en México o en Francia. Es dudoso que las casas de Río Guadalquivir y de Río Lerma, y menos aún la de París, guarden tesoros ocultos; salvo sorpresa que deberá ser bienvenida, y desde que los archivos de Plural y Vuelta fueron vendidos a la Universidad de Princeton, lo que pueda descubrirse en tales domicilios, inhabitados durante añares, no será particularmente relevante. La casa de Plinio, por su lado, amén de una urna con las cenizas de Octavio, contiene una inmensa cantidad de ediciones de títulos aparecidos en los últimos quince años (lo que permitirá reconstruir, hasta donde ello sea posible, el recorrido editorial de este periodo posterior a la muerte del escritor), muchísimos contratos firmados o sin firmar, sobres abiertos o cerrados de correspondencia mayormente vinculada a asuntos de derechos de autor. En esa casa deberían encontrarse, también, dos piezas del pintor chileno Roberto Matta, que éste mandó de regalo para restituir los trabajos suyos que se quemaron en el incendio de Río Guadalquivir. Y algo más: en Plinio deberían hallarse las fotografías, o gran parte de ellas, de las que hablo más abajo, y los originales de los fragmentos de corte memorialista de Marie José, de los que también hablo más abajo; también, su chequera de Banamex y acaso –si es que en verdad poseía una– su chequera de algún banco norteamericano (puede que fuera el Bank of America: pero en este dato la memoria es capaz de fallarme) donde se asentaba una cuenta en Nueva York y donde a veces, tengo entendido, se le depositaban las regalías que no provenían de México, y cuenta de la que dependía una tarjeta American Express poco o nada usada.

 

Ahora enumero los proyectos:

 

–La publicación de la correspondencia entre Octavio y Carlos Fuentes. Entiendo que Silvia Lemus, viuda de Fuentes, y Marie José, habían decidido que no hubiera un prólogo, en el sentido canónico de la palabra, puesto que el material a sí mismo se comentaba y en sí mismo se sostenía. Un día después de la muerte de Marie José, Silvia informó, en su cuenta en Twitter, que ellas pensaban editar la correspondencia después de pasado el ruido de las recientes elecciones.

 

–La publicación de una correspondencia “selecta” de Paz con escritores y artistas de distintas lenguas y geografías. Enrico Mario Santí, estudioso de la vida y la obra de Paz, ha hecho una abultada compilación de ese material a lo largo de varios años de investigación y búsqueda.

 

–La publicación, en algún momento a determinar, de una selección de notas y artículos de Paz aparecidos en la sección Letras, Letrillas y Letrones de Plural. El trabajo de pesquisa y captura corrió por cuenta de Joaquín Diez-Canedo. La preocupación de Marie José era revisar ese material con cuidado para evitar que aparecieran erróneamente atribuidos a Octavio algunos textos que se publicaban sin firma en esa sección.

 

–La elaboración de una iconografía organizada por la propia Marie José con fotos de su pertenencia y, en muchos casos, con fotos que ella misma tomara. Cada foto debería llevar una leyenda explicativa que ella se proponía escribir. Este proyecto en algún momento paralizó otro, más o menos similar, del Fondo de Cultura Económica, que debía aparecer en la colección de iconografías de escritores mexicanos de ese sello editorial.

 

–La escritura de algo parecido a unas memorias, confeccionadas a base de pequeños textos. De vez en cuando, Marie José mostraba a sus amigos alguno de tales textos (el suplemento Laberinto del diario Milenio publicó uno de ellos) o hacía consultas acerca de personas y fechas. Recuerdo anécdotas y encuentros protagonizados, por ejemplo, por Eugene Ionesco, Cioran, Susan Sontag, Elizabeth Bishop, Carlos Barral, Pere Gimferrer. Este era, por supuesto, un proyecto que ella mimaba. Habrá que averiguar hasta qué punto logró avanzar en él.

 

–Una compilación, a publicarse este año, de textos de Paz sobre el movimiento del 68. El sello editor pertenecería a la casa Penguin Random House. Desconozco si el contrato de este proyecto fue firmado.

 

–Una edición facsimilar de la revista Plural. Marie José consideraba un escándalo que las nuevas generaciones no tuvieran a mano un material tan imprescindible para entender la atmósfera intelectual del México de los años setenta del siglo XX.

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Dos asuntos finales. A veces, en momentos en los que su irrealidad se posaba en la realidad de todos los días, Marie José comentaba que sentía la necesidad de pronunciarse sobre la desaparición silenciosa del premio internacional de poesía y ensayo que llevó el nombre de Octavio Paz –cosa que nunca hizo. Más a menudo en sus últimos meses de vida, sin duda cuando se sentía acosada por el pánico de una muerte que se anunciaba, hablaba de abocarse a la creación de una fundación o, al menos, a dar con un gestor de confianza que se hicieran cargo de su legado – y tal propósito terminaba, como siempre, por disiparse.

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Ya se sabe: la verdadera importancia de Marcel Proust hay que encontrarla en que nos enseña a dramatizar nuestra propia vida. Desde el 2014, cuando se hizo el homenaje a los cien años de Paz, con Marie José repasamos con frecuencia, teniéndola como cifra de cuanto nos sucedía, la gran secuencia que se desarrolla en la matinée de los Guermantes, en el último tramo de Le Temps retrouvé –ese tramo impiadoso y cruel que en cada una de sus páginas va dando cuenta del implacable andar del tiempo y que es, bien leído, más un ensayo sobre la vida y el arte que una novela propiamente dicha. En un momento determinado, y desprendiéndose como corolario natural del conjunto de sucesivas comprobaciones a la vez lúcidas y amargas que hace el narrador en medio de un ambiente próximo y a la vez alucinado y unos personajes familiares y a la vez espectrales, Proust escribe que “le chagrin finit par tuer”. Ahora lo sabemos: Marie José, la Marie José que sobrevivió a aquella fecha del 2014, al homenaje a los cien años de Octavio, la Marie José que supo lo imposible que es dar un sentido a la vida sin la presencia en ella de esas religiones que son el amor y el arte, murió precisamente de la muerte provocada por el dolor que a sí mismo se devora, por la tristeza que entraña comprender, por fin, que “il faut se résigner à mourir”.

 

FOTO: Julio María Sanguinetti, entonces presidente del Uruguay, Marie José y Octavio Paz, la escritora Marta Canessa (esposa de Sanguinetti) y, al fondo, Danubio Torres, en Montevideo, 1986./ Cortesía Danubio Torres Fierro.

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