“Ama la vida”. Octavio Paz le escribe a su hija

May 9 • destacamos, principales, Reflexiones • 14293 Views • No hay comentarios en “Ama la vida”. Octavio Paz le escribe a su hija

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Entre 1951 y 1992, Octavio Paz mantuvo un intercambio epistolar con su hija Helena Paz. En varias de estas cartas, que se publican por primera vez, destaca la faceta de un padre atento, amoroso y dispuesto a impulsar la libertad de su hija, quien no siempre mostró correspondencia

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POR GUILLERMO SHERIDAN

Publiqué en El Universal hace unos días “El malvado Octavio Paz ataca de nuevo”, comentario al libro titulado Helena. La soledad en el laberinto. Epistolario de Helena Laura Paz Garro y Ernst Jünger que publicó la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, firmado por Elsa Margarita Schwarz Gasque y María del Carmen Vázquez Martínez, doctoras en “Psicoanálisis y Arte” por el Centro Universitario del Sur, una escuela de Cuernavaca que convierte bachilleres en psicoanalistas en cosa de tres años.

 

 

La conclusión de las doctas doctoras después de “psicoanalizar” las cartas es que Helena Paz Garro padeció un enorme “sufrimiento psíquico vivido en la infancia” inflingido “principalmente por su padre”, pues fue víctima de “violencia física y verbal”, frase mercantil que fue boletinada por los medios de comunicación del Estado (patrocinador de la presentación del libro en el Palacio de Bellas Artes) y abundantemente reproducida por los medios.

 

 

Con esta nueva acusación, en una cultura tan poco aficionada al juicio crítico como propensa al escándalo redituable, sucederá lo mismo que cuando otro académico decretó que Paz era “racista” y “misógino”, cosa que demostró sacando de contexto un párrafo de El laberinto de la soledad. (Sobre eso escribí un comentario gugleable: “Capirotes a la carta”.) Ese infundio, una formidable muestra de deshonestidad intelectual, logró su objetivo: pase usted por google las palabras “racismo”, “Octavio Paz” y el apellido del inquisidor (Navarrete) y obtendrá más de 60 mil resultados.
¿Cuántas personas, en un país de escasos lectores, leen estos juicios sumarios pasados por los megáfonos sociales y aceptan la sentencia, la convierten en lugar común y expulsan de las bibliotecas a un escritor que tendría tanto que decirles? Ganan puntos los académicos; pierde la verdad.

 

 

Ahora estas señoras académicas que “psicoanalizan” las cartas de Helena Paz Garro concluyen que fue culpa de su padre que “Helena no pudiera construir una identidad propia, ni tampoco un proyecto de vida, pues no le dio las herramientas para encontrar su lugar en el mundo”. Del mismo modo, aceptan como verdaderas las acusaciones de su “paciente”: que su padre la abandonó, que la ignoró, que se oponía a que estudiara, trabajara y escribiera; que no le daba dinero, que le robaba su herencia y una larga ristra de imposturas.

 

 

Porque son imposturas, semejantes a las que denunció Elena Poniatowska al comentar otro libro igual de irresponsable, cuya autora hace carrera divulgando las imposturas de Elena Garro: “La información que Elena le da es un amasijo de contradicciones, cuando no de falsedades, lo cual hace que su trabajo sea sesgado y tendencioso porque las inexactitudes se vuelven imposturas”.1

 

Las muchas cartas que Paz le envió a su hija a lo largo de toda su vida demuestran que si en algo se excedió fue en la paciencia, el empeño y la generosidad. En Habitación con retratos (México, Ed. Era, 2015), uno de mis libros sobre Paz, ya me referí al trato con su hija y no me detendré más en el asunto. Me limitaré a reproducir fragmentos de algunas cartas con la ilusión ingenua de que alguien considere contraponerlas a los nuevos capirotes que danzan ante sus hogueras jubilosas.

 

 

La primera carta fue enviada en 1951, cuando su hija tiene 12 años de edad, y la última es de 1992, cuando tenía 53. Son más de cien páginas. Me limito pues a reproducir algunos párrafos de tres periodos: los años en que su hija llega a la mayoría de edad; una carta de 1964, esperanzada y sin esperanza, y un párrafo de 1983, casi una despedida. Esta misma semana, en la zonaoctaviopaz.com, publicaré una relación completa de este material.

 

 

I. Cartas de la mayoría de edad (1957-1959)
París, 13 de noviembre de 1957. Paz y Garro han decidido divorciarse. Paz pasa unos días en París en misión ante la UNESCO. Su hija está en Nueva York, a punto de cumplir 18 años.

 

… no ceso de pensar en ti y recordarte y de imaginarte. Recordarte de niña; imaginarte de grande e imaginar lo que pensarás y sentirás cuando regreses. Porque mi decisión, lejos de entibiarse se ha fortalecido. Creo que, ya sea conmigo, o con tu mamá, o sola, es indispensable que regreses a París y vivas aquí algún tiempo.

 

Tengo poco que contarte. En realidad me siento un poco –o bastante– triste: fuera de sitio (aquí y allá). Pero eso es, quizá, la condición humana. Mis amigos han envejecido. Y yo mismo… Pero no te abrumo. Acaso, la semana que viene, con más tiempo para caminar y ver y recordar y hablar y oír, cambie mi estado de ánimo…

 

En cuanto me llegue el dinero (como siempre: ¡se han retrasado!) les enviaré una suma. Di qué quieres que te lleve. Dile a tu madre que he pensado mucho en ella, que la quiero mucho y que la encuentro admirable. ¡Que escriba! Y para ti, todo Octavio.

 

 

México, 30 de marzo de 1959. Paz recibe un poema de su hija de 21 años que vive en un hotel de Nueva York con su madre. Paz les envía la pensión mensual (300 dólares de 1959, cuyo poder adquisitivo equivale a 2,600 dólares de 2020). Paz envió la pensión sin falta durante toda su vida, aunque la ley sólo disponía que lo hiciera hasta que alcanzara la mayoría de edad, en 1960. (Se respetan los subrayados originales.)

 

 

No te puedes imaginar (me equivoco: tienes gran imaginación y sabes lo que te quiero) la alegría que me dio tu carta. El poema me pareció (lo es) maravilloso. “Otras transparencias” (sin decir cuáles) es un hallazgo: precisión y vaguedad, uno de los elementos de la poesía, que dice sin decir o que, diciendo poco, significa mucho y muchas cosas. Gracias. Pocas veces me he sentido tan halagado (la vanidad: una de mis debilidades).

 

 

Todo lo que me cuentas me divirtió e interesó. Veo que el “gran mundo” te atrae. No me parece mal, a condición de no ser devorada por toda esa agitación brillante e insensata. Te aconsejaría cierto escepticismo –pero el escepticismo no se puede “aconsejar”; es un estado de espíritu, una filosofía o una experiencia (casi siempre tardía). De todos modos, ¿qué te puedo desear si no es una gran felicidad? [André] Breton hacía votos porque su hija fuese “locamente amada”. Yo también te deseo el amor… y otras cosas. Mejor dicho: otra cosa. Algo de lo que alguna vez hablamos: que seas dueña de ti misma.

 

La situación de la mujer en estos días ya no es por fortuna la de antes y menos en ese país. Pero aún hay muchas limitaciones, muchos obstáculos. Sin embargo, lo que llaman ahora “la liberación de la mujer” es, dentro de ciertos límites, posible (al menos para algunas). No te deseo el matrimonio prematuro, no te deseo la dependencia económica y espiritual de otro (marido o padres). Me gustaría verte dueña de ti misma y, por tanto, responsable, libre y con el sentimiento de que la libertad no es algo que se goza (entonces no es libertad: es don, gracia que se nos da) sino algo que se conquista. Esa libertad tiene que ser, en primer término, espiritual y económica. No consiste en hacer lo que se quiera sino en ser dueño responsable de nuestra vida, lo único que tenemos, lo único de verdad nuestro, lo único que no podemos confiar a nadie. Nuestra vida es intransferible y nadie puede vivirla por nosotros. Apenas tenemos conciencia de esto, apenas tomamos posesión de nuestra propia vida, empezamos a ser tolerantes con los demás y a reconocer que nuestra libertad se funda en la libertad de los demás. No te quiero ni te deseo esclava o dependiente, pero tampoco tirana (en general las dos cosas van juntas). Entonces, ya libre, el amor podrá ser algo mejor que un sueño o una pesadilla: la unión de dos libertades… Perdóname: me vuelvo abstracto, un tanto pesado y, como me ocurre fatalmente, didáctico (¡yo que odio el espíritu de sistema y acción!).

 

 

En fin, lo que quería decirte es que me parece muy bien que trabajes. Esa es la base de tu libertad y de tu responsabilidad. Además, temo que sea indispensable. No veo –si no trabajan amabas– cómo podrán subsistir en esa ciudad tan cara. Ojalá que en tu próxima pudieras ser más explícita sobre un punto de tanta importancia. Temo mucho que pronto (si no tienen entradas suplementadas o algún trabajo fijo) se enfrenten a una crisis penosa e innecesaria. De ahí mi interés (que no puede confundirse con ninguna curiosidad indiscreta o con una indebida intromisión) por saber algo más preciso sobre tu situación. (Se me ocurre, por ejemplo, que el hotel es demasiado caro y que acaso un departamento sea más accesible –y más cómodo– para ustedes).

 

 

México, 9 de abril de 1959. Paz, que cumplió 45 años una semana antes, recibe un telegrama de su hija, que sigue en Nueva York con su madre. Paz prepara su traslado a la embajada en París mientras funciona como agente literario de Garro, tratando de conseguirle editor a Los recuerdos del porvenir y espacio en los periódicos:

 

 

Recibí, el 1 de abril, tu telegrama. Fue mi mejor regalo. Eres, literalmente, adorable (…) Tu vida –al menos vista desde fuera– es maravillosa. En mi carta anterior hacia la apología del “escepticismo”. Quería decir, en realidad, “ver las cosas con cierta distancia”. No entregarse sino a aquello que de verdad cuente y que valga por sí mismo. Claro que esto es un poco nebuloso, pues ¿qué es el valor, qué es lo valioso? Sin duda, no es simplemente algo subjetivo, lo que queremos o deseamos. Pero, objetivamente ¿qué podría ser valioso? Iríamos de Platón a Kant sin ponernos de acuerdo –y sin que ellos tampoco se pongan de acuerdo. Quizá el “reconocimiento” de lo valioso dependa siempre, en último término, de la subjetividad, de la intimidad de cada uno. Sólo que todos estamos combatidos por deseos contradictorios y lo más difícil es distinguir cuál de todos esos deseos es el legítimo y el que nos lleva a la creación y no a la destrucción de nosotros mismos (y, a veces, de los demás). Quizá haya que confiarse en el corazón, en la llamada interior, en el apetito del alma: aquello que, de verdad, deseamos porque forma parte de nuestro ser, eso es lo valioso. Con todo esto te quiero decir que es maravilloso que salgas y veas el mundo, pero que no te pierdas entre fantasmas (“el que juega con fantasmas”, creo que decía Novalis, “corre el riesgo de convertirse en fantasma”) sino que guardes intacta, en ti, la voz interior, el llamado para “las grandes cosas” (que no son las “cosas grandes” sino aquellas que, por ser valiosas, deseamos verdaderamente). Y aquí corto. La manía de los sermones no me deja. Besos, tu papá.

 

 

México, 7 de mayo de 1959. Helena y su madre se han ido a Cannes con Archibaldo Burns, un amante de Garro que tenía su propia familia. Paz continúa insistiéndole a su hija que debe ser su propia dueña, que debe estudiar en París, donde él ya va a instalarse, y en donde le alegraría que viviera con él…

 

 

Por lo que toca a tu mamá, es natural y perfectamente legítimo que ella se instale donde guste y prefiera –trátese de Nueva York, París o Patagonia– sin que yo tenga razón alguna para intervenir u opinar. En cuanto a ti, nuevamente te digo que si tú deseas vivir conmigo, esa decisión tuya me dará mucha alegría. Al mismo tiempo, si tú decides vivir con tu mamá, esto de ninguna manera afectará mi amor por ti y mucho menos disminuirá o alterará las relaciones que yo deseo tener contigo: las de un padre y las de un amigo.

 

 

(…) Te repito: nada me gustaría más que tenerte conmigo. Creo que ustedes estarán aún en Francia para esa época. Por favor, escríbeme si cambias de hotel o de ciudad de modo que mis cartas te puedan alcanzar y no se rompa la comunicación.

 

 

Por lo pronto, querida Helenita, sé feliz. Es maravilloso estar en Cannes (no por el Festival) sino por el Mediterráneo. Te deseo todo lo mejor: la alegría, el sol, la plenitud vital. ¡No estés triste! Sé tolerante y buena (no débil, caprichosa o tiránica) con tu mamá y con los que te rodean. No dilapides tú (como lo he hecho yo, aunque yo no tenía “tesoros”) todos los tesoros que tienes: talento, belleza y cierta grandeza de alma. Piensa alto y con ternura y generosidad. Ama la vida. Y escríbeme pronto.

 

 

(…) Y de nuevo: quiero que todo equívoco se desvanezca –y no sólo entre tú y yo sino también frente a tu mamá: la admiro y la quiero y creo que, una vez aclarada la situación y libres los dos, podremos ser amigos. (Por eso el divorcio es indispensable). En cuanto a ti: nada anhelo más que ser tu amigo, salir contigo, pasearme contigo, ver juntos el mundo. Me gustaría que reanudaras tus estudios… Por favor, diviértete estos meses. Me gustaría que dijeses algún día, como Goethe: “Detente, momento, eres tan bello”…

 

 

II. Una carta de “negocios”
Nueva Delhi, 5 de junio de 1964. Helena prefirió no estudiar ni trabajar y quedarse con su madre, ahora en México. Paz hace los pagos de deudas, hipotecas e impuestos de su departamento en París (que le regaló Burns a Garro, dejando en la quiebra a su propia esposa y a su familia), pero como el dinero no llega a los acreedores, han recibido notificación de que será embargado.

 

 

No has contestado a mis cartas y telegramas. Era de esperarse, aunque yo me empeño siempre en creer lo contrario, con una ingenuidad que no tengo más remedio que llamar por su verdadero nombre: estupidez. Sí, soy un estúpido y merezco esto y más. Así, no te escribiría ahora si no fuese porque debo comunicarte las reflexiones y consecuentes decisiones que tu silencio y tu actitud última me han inspirado. No importa que sea inútil: debo hacerlo.

 

 

Tu silencio me indica que no tienes ningún deseo en resolver el problema del departamento en la forma que a mí se me ocurrió. Por supuesto, esto no te impedirá acudir a mí en el futuro, como lo has hecho hasta ahora, para que te saque de nuevos atolladeros. Habría que preguntarse si esta conducta es admisible. Tú nunca te has hecho esta pregunta; el día en que te la hagas, todo cambiará –no para mí: para ti. Tu silencio también me da a entender que no podré recoger mis libros, cuadros y objetos. Y no porque te interese guardarlos para ti (ese egoísmo, al menos, lo entendería) sino por desidia, indiferencia y desdén. ¿A ti qué te puede importar que yo desee recobrar libros que amo, algunos dedicados y otros que son parte de lo que soy o he querido ser? Dejemos en paz a los libros. No sólo de letras se vive: que esos volúmenes y cuadros sufran la suerte de otros muchos, malbaratados o empeñados, destruidos u olvidados. No volveré a tratar el tema y paso a cosas de mayor urgencia.

 

 

Las cosas “de mayor urgencia” son que como su hija y Garro no han pagado en meses la renta de su casa (en Las Lomas) la madre de Paz, que se prestó como fiadora, va a ser embargada. Ni su hija ni su madre tienen ingresos, y cada vez que Paz le consigue trabajo a su hija, ella lo abandona. Pero aún confía en que ella cambiará de actitud…

 

 

En los dos últimos meses he pagado, además de la pensión mensual, la suma de 2,264 dólares para cubrir sus deudas. Te envío, anexo, una hoja con las cuentas. Esta suma es fantástica, sobre todo si se piensa en las que has recibido desde que dejaste París: cinco mil dólares por la nueva hipoteca (solo mil se quedaron en poder del notario); dos mil setecientos dólares de Relaciones, la pensión mensual de cuatrocientos dólares y todas las cantidades suplementarias que te he enviado.

 

 

Tal vez estás poseída por lo que llamaría el vértigo (o la rabia) de la consumación, o estás rodeada de parásitos o… qué sé yo. La causa es lo de menos. Lo grave es tu debilidad, frente a ti misma y frente a los demás. Y tu despreocupación. Por lo visto ya te acostumbraste a vivir entre deudas, líos y toda clase de enredos económicos y judiciales. Me pregunto si se puede tener una vida propia –hasta donde eso es posible en nuestro mundo– cuando se vive, al pie de la letra, enajenada y con la amenaza continua del embargo. No exagero: esos embargos secuestran, embargan, el alma y la voluntad. Creí que tu vida debería ser tuya porque solo aquel que, así sea en mínima parte, es dueño de sí mismo puede darse a los demás y establecer con los otros –amigos, compañeros, vecinos o enamorados– un intercambio, una relación verdadera. Pensé que el empleo de Relaciones (modesto o insignificante: no importa) podría darte cierta independencia –ganada por ti misma: no dada– y, consecuentemente, responsabilidad y albedrío.

 

 

Mi empeño en que terminases el bachillerato se inspiró en los mismos propósitos. En alguna carta me dijiste que ibas a la Universidad y que pensabas trabajar: me dio alegría saberlo. Como me la daría saberte enamorada o apasionada por una causa, una idea o una actividad intelectual, estética o pragmática. Nunca te he pedido nada para mí. Lo único que he querido es ayudarte a vivir la vida que a mí me parece si no la más alta –esa es sobrehumana y pertenece a los héroes y los santos– si la más digna: la fundada en el albedrío, el esfuerzo propio y la responsabilidad ante uno mismo y los demás. Nunca me ofrecí como ejemplo ni como modelo (bien sé que no lo soy). Insistí, insisto, en esas ideas de libertad y responsabilidad porque, por más manoseadas que parezcan, son el fundamento de toda vida digna. Esa vida –única, intransferible, que sólo a nosotros nos pertenece y que sólo nosotros podemos hacer y vivir. Se dice que el trabajo es una maldición; lo es, pero asimismo es una conquista de nosotros mismos y una alegría. Quise que estudiases y trabajases porque sólo en el esfuerzo se forma el carácter, uno se hace dueño sí mismo, al hacerse dueño de la materia que estudia o de la técnica que emplea en su tarea. Quise que fueras libre y que esa libertad, por ser tuya y no mía ni de nadie, la usaras de acuerdo con tu conciencia y tu voluntad. En lugar de eso te veo endeudada. Deudas, deudos, pendencias, dependencia. Yo no puedo decirte –ni lo sé, ni me harías caso– qué debes hacer. Lo único que sé es que tienes que hacer ALGO. Nunca he dudado de tu inteligencia ni de tu sensibilidad (ni siquiera tienes la disculpa de ser tonta. Eres lúcida. Recordarás ciertas conversaciones que tuvimos, por ejemplo, aquella en la playa, en la Costa Blanca…) Eso no cuenta si uno no se enfrenta a sí mismo y decide lo que deba decidirse. Hace muchos años escribí un poema, La vida sencilla –puedes leerlo en mi libro– que tiene un Envío al final: tú eres la destinataria. En aquella época tenías cinco años. No te lo dije antes por pudor, timidez o porque nuestras relaciones, desde hace mucho, no son cristalinas. Verás en ese poema que jamás quise que dependieses de mí o de alguna manera te sintieses con alguna deuda –moral, sentimental o económica– conmigo. Quise que, “ligera y sin memoria” de mí, fueses tú misma. Pero es mejor morderse los labios y callarse.

 

 

 

El juego de las deudas y su liquidación bajo amenaza de embargos y otros líos nos hace daño a ti y a mí. A ti por pedir y a mí por ceder. Esto se aplica a los otros problemas y enredos en que, voluntariamente o empujada por las circunstancias, te ves envuelta una y otra vez. Además, en el caso de las deudas, ya no tengo dinero. Así, he decidido no volver a pagar, por ningún concepto, ninguna nueva deuda. Tampoco enviaré sumas extraordinarias o suplementarias. Estás avisada: de ahora en adelante tú resolverás las cosas de acuerdo con tus recursos y posibilidades. Lo mismo digo de las complicaciones en que con frecuencia te ves mezclada. Espero que tomes en serio esta advertencia.

 

 

Y no la toma en serio, porque tiene la experiencia de saber que cuando le diga a su padre que hay una nueva “emergencia”, él volverá a claudicar. Paz termina:

 

 

No tengo más remedio que tocar otro punto. Las últimas cartas de mi madre -aunque ella nada me dice claramente- me dan a entender que el molino de la fantasía sórdida sigue con invenciones y distorsiones de la realidad. Dos cosas me entristecen: la falta de novedad de los chismes y la tortura, deliberada o inconsciente, es lo mismo, que incluye a una anciana indefensa. Esto último no lo permitiré. Tampoco toleraré nuevas intromisiones en mi vida o en lo que, estúpidamente, se supone que es mi vida. Así pues, lo mejor será que cada quien se quede en su sitio y no se entrometa, de palabra o de hecho, en las vidas ajenas. Esta advertencia es también definitiva.

 

 

No te preocupes en contestar esta carta. Por mi parte: será difícil que en mucho tiempo te vuelva a escribir. No me atrevo a decirte adiós, sin embargo. Un día –lo deseo ardientemente– podremos hablar. Ojalá que no sea demasiado tarde. Mentiría si te dijese que todo lo que te he dicho –y es la última vez que te lo digo– no lo he dicho con tristeza. Lo único que me anima es pensar que, inclusive si es después de mi muerte, tú alguna vez verás con otros ojos nuestra relación…

 

 

III. El último “envío”
En 1968, en la prensa y en sus cartas, su hija lo denunciará como un agente de Fidel Castro dedicado a fanatizar a los jóvenes que participan en el movimiento estudiantil con el fin de instaurar el comunismo en México. Se dejaron de hablar durante años (pero Paz siguió sosteniéndola). Y en 1983 realizaron otro intento de reconciliación que, de nuevo, Paz rubrica recordando el viejo “envío” del viejo poema…

 

 

México, 10 de julio de 1983.
Pienso con mucha frecuencia en ti. Yo también deseo verte. Un deseo mezclado a un poco de temor: ¿cómo será ese encuentro? Hace años, en 1944, cuando vivía solo en San Francisco, en un momento difícil —era pobre, estaba solo y, más que solo: aislado, con la sensación de que el mundo se había cerrado para mí— escribí un poema, “La Vida Sencilla”, que fue una suerte de afirmación vital, más resignada que desafiante y más serena que resignada. El poema es el último de Puerta Condenada y en verdad abre esa puerta. Termina con un Envío. Lo escribí pensando en ti y a ti te lo dediqué mentalmente. Dice así:

 

 

Tal sobre el muro rotas uñas graban
un nombre, una esperanza, una
blasfemia,
sobre el papel, sobre la arena, escribo
estas palabras mal encadenadas.
Entre sus secas sílabas acaso
un día te detengas: pisa el polvo,
esparce la ceniza, sé ligera
como la luz ligera y sin memoria
que brilla en cada hoja, en cada piedra,
dora la tumba y dora la colina
y nada la detiene ni apresura.

 

 

Versos vivos no por su poesía, son bastante retóricos, sino por lo que dicen y a quien se lo dicen… Y como los envejecidos pero vivos endecasílabos te envío también un beso más grande, Octavio.

 

 

En 1990, Paz invitó a su hija a la ceremonia del premio Nóbel en Estocolmo. No salió del todo bien el reencuentro. En 1993, su hija regresó a vivir a México con su madre. A poco de llegar le escribió a Jünger:

 

 

Mi corazón está ROTO. He dejado París porque al final de diez años de trabajo en el Consulado, donde todos estos desagradables indios burócratas e imbéciles me han tratado peor que una doméstica, no pude resistir más.

 

 

Se queja de que su primo Jesús Garro, que vivió con ella y su madre ocho años “había estado golpeándome continuamente”, al grado que tuvo que intervenir la polícía e ir al hospital varias veces en ambulancia. (Las psicoanalistas perdonan al golpeador diciendo que Helena le tenía “celos”.)

 

 

Así que comencé de nuevo con la bebida y cada vez que bebía compraba ropa muy cara. En resumen, estamos cargadas de deudas. Yo quería volver al hospital para desintoxicarme, pero no teníamos el dinero para la fianza.

 

 

Y acusa a su padre de no haberla querido pagar (“encantador como de costumbre”)… y de que se puso “furioso porque abandé el pequeño empleo que me había procurado”.

 

 

Y dijo que no…

Un par de días después de la muerte de Octavio Paz, Helena declaró que el divorcio de sus padres había sido ilegal y reclamó su herencia que, según ella, ascendía a “veinte millones de dólares”, de los cuales ella era la única heredera legítima.

 

Marie José Paz le contó a Christopher Domínguez Michael que cuando Octavio estaba ya cerca de la muerte le preguntó si deseaba despedirse de su hija. Paz contestó: “No. A mi hija la perdí para siempre”.

 

 

Nota: 

1. En “Una biografía de Elena Garro” (La Jornada Semanal, número 602, 17 de septiembre de 2006). Se refiere a El asesinato de Elena Garro (sic) escrito por otra doctora, Patricia Rosas Lopátegui.

 

 

FOTO: Helena Paz durante su estancia en Japón, circa 1952; en ese tiempo conoció al escritor Yukio Mishima. / Imágenes tomadas del libro de Patricia Rosas Lopátegui Yo sólo soy memoria, Ediciones Castillo, Año 2000.

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