OFUNAM: dos grandes solistas propios
POR IVÁN MARTÍNEZ
Para el quinto programa de su segunda temporada de este 2016, escuchado el pasado sábado 7 de mayo, la Orquesta Filarmónica de la UNAM envió al frente, como solistas, a dos de sus integrantes para presentar tres piezas concertantes de un repertorio poco escuchado. Para tres instrumentos entre los cuales, si uno sigue siendo “llamativo” a pesar de tener repertorio suficientemente importante desde el barroco, el fagot, otro es rareza entre las rarezas, el contrafagot, el instrumento más auxiliar de los así llamados entre las maderas.
Los solistas fueron el clarinetista Manuel Hernández y el fagotista David Ball, a quien si algo se le admira, es precisamente la solvencia versátil con que acude a cada nueva búsqueda de repertorio; de nuevos proyectos, la mayoría camerísticos, fuera de la consistente labor orquestal que realiza en ésta y la orquesta del Teatro de Bellas Artes. El director invitado para la ocasión, y vale recordar que este ensamble se encuentra acéfalo, fue el costarricense Alejandro Gutiérrez, quien además se hizo cargo de dos piezas atractivas del así llamado “repertorio serio” de George Gershwin.
Ball abrió el concierto con el Divertimento para contrafagot y orquesta de cuerdas de Otmar Nussio. Se trata de una pieza sencilla, en cinco pequeños bocetos, la mayoría rítmicos a lo Prokofiev, de escritura estándar para el instrumento solista, que algunas veces proporciona líneas melódicas de estilo naive, y otras acompaña –como suele hacer con su sonoridad en la orquesta– a las cuerdas cuando éstas se encargan de los motivos principales. Pieza simpática que seguirá generando interés cuando a ésta se enfrente un solista como el de esta noche, si ya es dificultad controlar el sonido que ofrece el instrumento, producirle uno con belleza merece todo tipo de ovación. Gutiérrez siguió atento al solista y por momentos logró hacer sonar cierta personalidad y carácter de las cuerdas.
Al fagotista se unió Manuel Hernández para ofrecer juntos el Concertino para clarinete y fagot de Richard Strauss, una obra de sabor nostálgico, de un expresionismo rancio, que huele a vieja; escrita con poca fortuna, pero con mucho sentimiento de añoranza, en los últimos años de Strauss y que curiosamente tiene más éxito del que uno, y creo que el mismo compositor, esperaría. Sirvió igual, en este caso, para escuchar juntos, como solistas y no haciendo música de cámara como regularmente hacen como miembros del Quinteto de Alientos de Bellas Artes, a dos de los mejores músicos que tiene la escena orquestal mexicana. Los solistas ofrecieron un diálogo de gran arraigo si de musicalidad y comunicación se trata, y una ejecución modelo, si es de describir la belleza de su sonoridad individual o en dueto. El acompañamiento no fue de la mayor solidez y en muchos momentos se escuchó tocado “con pinzas”, sin faltar algún pasaje burdo en el que el excesivo volumen del primer violín (el concertino Sebastian Kwapisz, quien sobra decir no ofreció un solo pasaje a solo con limpieza en todo el programa) pudo tapar a los solistas.
Tras el intermedio, tocó el turno a Hernández de acudir en solitario para hacerse cargo del Concierto para clarinete de Artie Shaw, bajo el cobijo de su instrumentación completa: cuarteto de jazz, con Tercera Corriente como grupo invitado, maderas ampliadas al estilo big band, con saxofones que lucieron y cuerdas. Pocas veces puede escucharse a un músico tan refinado en el repertorio clásico como Hernández acercarse con ese gusto, con esa cachondería, al repertorio jazzístico; impecable técnicamente, escuchado con claridad incluso cuando la batuta perdió el control de los decibeles de su ensamble, regaló con justicia dos bises acompañado por el cuarteto y algunas maderas: It don’t mean a thing, de Duke Ellington, con interesantes improvisaciones, y Begin the beguine, de Cole Porter.
Ya el inicio del Shaw, con sus tres primeras notas tan características tocadas con una pronunciación tan floja, fue clara la poca pericia de la batuta de Gutiérrez. Pero no creí que llegara a los niveles, casi vulgares, con que mal leyó las dos piezas de Gershwin que cerraron el programa: la Obertura Cubana y An American in Paris, ejecutadas con un nivel escolar lejos de lo que merecería escuchar el público de la Sala Nezahualcóyotl, y la OFUNAM tocarlo.
Los principales problemas son el control rítmico y el balance: el primero tiene que ver con la endeble técnica de batuta, y la obviedad recae en las percusiones, sobre todo de la primera pieza, mientras que el balance es un problema mayor, pues significa una lectura errónea de las obras (¿dónde quedaron las melodías de la primera flauta o el primer oboe, apenas distinguibles en una masa descontrolada de ruidos, que tanto aportan en las secciones más líricas?) y de un oído que no distingue –y por tanto no puede exigir a sus músicos– texturas. Hay otros detalles, quizá menores pero que restan personalidad a esta música tan necesitada de claridad para entender su verdadera altura, lejos de su estereotipo ligero: la claridad de sus distintos fraseos, la limpieza de sus articulaciones, el fulgor de sus rubatos. Nada de eso hubo.
*FOTO: El Divertimento para contrafagot y orquesta de cuerdas, de Otmar Nussio, fue interpretado por David Ball (en la imagen)/ Cortesía: OFUNAM.
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