OFUNAM: Inicio de temporada

Sep 12 • Miradas, Música • 3173 Views • No hay comentarios en OFUNAM: Inicio de temporada

POR IVÁN MARTÍNEZ

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Nuestras orquestas deberían poner más atención al inicio de sus temporadas: porque tienen un sentido de mercadotecnia, pero también porque significan un manifiesto, tanto hacia el público como hacia dentro de la institución, que debiera producir júbilo, nuevos bríos tras el descanso; generar interés de ambos lados por la serie que comienza. Sin embargo, en el caso de las orquestas mexicanas los músicos regresan apáticos tras los periodos vacacionales y un muy aburrido cliché de los programadores al comenzarlas con programas sinfónicos patrioteros que rara vez van más allá de los consabidos Sones, Huapangos y Danzones, y cuando bien nos va, algún concierto: como el de Gonzalo Curiel que el lector todavía podrá escuchar hoy en la Sala Nezahualcóyotl (o en vivo por televisión) en las manos del pianista Rodolfo Ritter.

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(Cosa rara que aplaudo del inicio de la Sinfónica Nacional: incluyó en su primer programa no un popurrí de hits, sino tres obras de gran calado, la imprescindible Noche de los Mayas de Revueltas, pero también los necesitados de revaloración Caballos de Vapor de Chávez y una catedral del repertorio actual, el Concierto Voltaje, para timbales, de Gabriela Ortiz.)

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Pero me sorprendió el anuncio de la temporada que recién comenzó la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM). Aunque no serán sus meses más atractivos y no hay gran cartel entre sus solistas invitados, comenzó su serie con un programa europeo, no tradicional, dirigido por su todavía titular, Jan Latham-Koenig, que fue ejecutado al que quizá sea hoy su más alto nivel.

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La obra central en el programa fue la versión orquestada por Luciano Berio a la Primera Sonata para clarinete de Brahms, pero Latham decidió arriesgarse al abrir la temporada con una pieza de dificultades mayúsculas por la combinación de destrezas que requiere: la delicadeza en las primeras notas de los violonchelos, un sumo cuidado del manejo de la tensión y la energía en sus mínima y máxima expresión en todas las secciones, la sutileza de los matices con que deben tocarse ciertos solos y un perfecto control del arco musical –rítmicamente, en su pulso y en su narrativa– desde la primera respiración hasta el suspiro final tras la desaparición de los últimos armónicos que quedan en la sala antes del aplauso del público. La ejecución del Preludio y Muerte de Amor, de Tristán e Isolda de Wagner, fue llevada a cabo al más alto nivel.

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Al menos al más alto nivel de una relación que sigue siendo buena pero que parece haber llegado a un punto climático insuperable: ni los músicos de la OFUNAM pueden ya ofrecerle más a Latham ni él sugiere tener capacidades para llevarlos a un nivel artístico más trascendente. Ha hecho gran cosa con la técnica y esta primera pieza es un momento cumbre, pero falta mucha pasión y ninguno de los dos protagonistas en esta relación batuta-ensamble parece poder ofrecerla, o tener el ánimo para dársela al otro. Hay calidad de sonido, hay control de todos los elementos técnicos, pero ya está limitado el poder emocional que deberá trabajar quien llegue a hacerse cargo del ensamble.

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La orquesta no deberá permitirse bajar de esta marca: salvo un solo de clarinete bajo (Alberto Álvarez) en la transición del Preludio a la Muerte de amor y un par de pasajes de oboe (Rafael Monge) en los movimientos segundo y tercero de la Sonata de Brahms, el sonido es incluso ya muy bello y consistente.

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Ojalá el resto del programa hubiera seguido así, pero al menos la orquesta, que recibió como solista al clarinetista italiano Giampiero Sobrino para hacerse cargo de la Primera Sonata para clarinete y piano, op. 120, de Brahms en la versión orquesta por Luciano Berio, siguió cumpliendo.

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No puede decirse que el ensamble no haya dado todo para dejar la mesa puesta al solista, a Brahms y a Berio, que legó una orquestación completísima, exquisita, llena de planos y texturas, con absoluto conocimiento colorístico de cada familia orquestal, de la que suele decirse, el italiano sobreutilizó la masa sonora para esta pieza originalmente pensada en un ambiente de cámara. Gracias al trabajo de Latham, es urgente decir que el poco lucimiento de las líneas solistas, se debieron únicamente a Sobrino, un clarinetista mediocre de inestabilidades mayores con su sonido, con el paso entre los registros de su instrumento, con su afinación y con su pulso.

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Tras estas dos obras de intensidad suficiente, se ofrecieron cinco piezas cortas, ligeras, y desconocidas. El Berceuse heroique de Debussy, un prietito en el programa por su descuidada lectura, sin importancia ni trascendencia, y cuatro muy características del inglés Edward Elgar, que sonaron con gran carácter británico: el Carrillón, op. 75, Suspiros, op. 70 y dos de las marchas militares Pompa y Circunstancia, las número 3 y 4, delicia del público, de la batuta coterránea, no dudo que de la misma orquesta, notablemente animada, y de quien esto escribe, incondicional del nacionalismo británico.

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*FOTO: El primer programa de la nueva temporada de la Ofunam incluyó la Primera Sonata para clarinete y piano, op. 120, de Brahms, interpretada por el clarinetista italiano Giampiero Sobrino.
Crédito de foto/Especial.

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