OFUNAM: Quarta y Ritter
POR IVÁN MARTÍNEZ
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Para su tercer programa de temporada, que escuché el sábado 29 de octubre, la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) recibió como director huésped al maestro italiano Massimo Quarta, un reconocido violinista que ha incursionado a últimas fechas en la dirección. Por la construcción de su bagaje, era de esperarse un trabajo particular en la cuerda de este ensamble que resiente ya la falta de un director titular.
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Quarta centró el trabajo de esa semana en la Sinfonía no. 4, en Sí bemol Mayor op. 60 de Beethoven, la “más postergada” de sus nueve (dijera Joaquín Gutiérrez-Heras), como parte del ciclo integral que ha venido presentando la orquesta durante esta temporada, y, como solista, acudió el pianista mexicano Rodolfo Ritter para hacerse cargo del Primer Concierto para piano y orquesta, “Romántico”, de Manuel M. Ponce.
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Como obertura al programa, se escuchó la premiada El laberinto de la soledad (2011), pieza de raigambre nacional con notable presencia de las influencias que su compositor, el joven jalisciense Juan Pablo Contreras, ha adquirido de su formación musical estadounidense (se graduó del California Institute of the Arts, hizo su maestría en la Manhattan School of Music y ahora cursa el doctorado en la University of Southern California): un hijo de la tradición conjunta de Chávez y Copland, a quienes ha estudiado obsesivamente, diría yo; o la búsqueda de una identidad mexicana en su país adoptivo en la era milenial, se resumiría de las diversas notas de programa que desde lejanas latitudes han condensado lo expresado por su propio creador.
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Por los videos de orquestas tan diversas que han abordado la pieza, me pareció muy raro escucharla ahora con la OFUNAM. Desordenada en su construcción, totalmente plana en sus texturas, arrítmica incluso. De puentes poco orgánicos entre secciones. Por no hablar de los problemas de afinación, sobre todo de las maderas, cuyo sonido junto a los metales y percusiones rayaban más bien en lo gritado.
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En cuanto pude regresé a mis apuntes sobre la propia partitura: la versión que tengo puede no tener suficientes indicaciones de estilo, no hay en ella ‘palabras’ que indiquen, como otras músicas actuales que pueden ser muy específicas, cierta danza, cierto canto, cierto movimiento rítmico o el uso de metáforas, pensando en las líneas melódicas provenientes del lenguaje popular. Pero me encontré con una claridad muy insistente de líneas de fraseo, del cambio de ritmos y de cómo abordarlos, de matices que ayudan a entender cada textura: Contreras es un compositor que le facilita el trabajo a cualquier director; Quarta tenía que ser fiel a cada indicación y la música hubiera surgido. Con más o menos naturalidad, con más o menos sabor, con más o menos fuerza, pero se hubiera escuchado cada nota, línea y color, que en el desorden sonó más bien a una esquizofrenia ruidosa que poca justicia le hace a un compositor obsesionado con la estructura de su pieza y la claridad de sus melodías.
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No muy diferente sonó el Concierto de Ponce, otro compositor que condensó bien la identidad nacional con las influencias que recibió como estudiante, creando un romanticismo mexicano tan exquisitamente afrancesado. Éste fue afortunadamente salvado por el pianismo elegante, cuidadoso y honesto de Rodolfo Ritter.
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La sensibilidad tan conocida de la partitura orquestal puede haber servido para que el oyente percibiera mejor sus armonías, pero la cuerda, en decibeles excesivos, ofreció más bien un mar de notas sin mucha articulación, mucho menos textura. Como solista que ha sido él mismo infinidad de ocasiones, a una batuta como la de Quarta debería exigírsele mayor respeto y cuidado por su solista, a quien se le echó encima en no pocos pasajes.
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Si resulta difícil tratar de imaginar dos de las piezas mexicanas con más posibilidades de color (El Laberinto… de Contreras) y expresividad (el Concierto romántico de Ponce) en un nivel tan gris de interpretación, escucharlo en vivo fue más bien desconcertante.
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Como desconcertante fue lo que siguió, la Cuarta sinfonía de Beethoven: prácticamente el sonido de otra orquesta; un sonido menos gritado en todos los alientos, hasta redondo en algunos (no que sea extraño, pero qué maravillosa ejecución la del fagotista Gerardo Ledezma y qué bien construido el sonido de las trompetas), y la cuerda, además de una mayor unidad en la articulación, más preocupada por intentar fraseos.
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Su tercer movimiento pudo ser más cuidadoso aún de los matices, que en el primer Allegro y el Adagio surgieron muy claros, mientras que del Allegro ma no troppo final logró especialmente una claridad vital a la velocidad que tomó y que fue suficientemente controlada.
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Se nota, como dije al principio, que Quarta vino preparado para hacer su sinfonía. ¿Por qué no entonces declinar hacer piezas que no le entusiasmarían y pedir hacer dos sinfonías o un repertorio más adecuado a sus posibilidades e intereses? La diferencia en los resultados raya en un desprecio que la institución debiera tomar en cuenta para siguientes invitaciones.
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FOTO: Tomada del Facebook de Juan Pablo Contreras
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