Olegaroy y la picaresca filosófica
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Al salir de su casa para conocer el mundo, el protagonista de Olegaroy, la novela más reciente de David Toscana, ganadora del Premio Xavier Villaurrutia 2017, comienza a tejer una filosofía basada en inocentes cuestionamientos
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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
La novela Olegaroy salió en octubre de 2017 y, como admite su autor, David Toscana, pasó sin pena ni gloria hasta que el 21 de marzo siguiente le llegó su hora: se le concedió el premio Xavier Villaurrutia.
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Después de leer el libro, uno se queda así con la idea franca de que forma parte de la sátira policíaca, social, cultural, periodística, filosófica y religiosa que representa Olegaroy, nuevo personaje del universo literario del escritor regiomontano, parodia de Don Quijote reencarnado en Sancho Panza.
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Toscana (Monterrey, 1961) buscó para su nueva novela un nombre que no tuviera antecedente literario, y lo encontró en sus recuerdos. Alguien, alguna vez hace unos 30 años, le preguntó si él era Olegaroy; y él, por alguna razón, contestó que sí, y entonces un grupo de amigos llamó así al escritor por un tiempo.
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El Olegaroy de la ficción ―que Toscana confía en que no sea su alter ego―, es un insomne de 53 años, sin oficio ni beneficio, pero lleno de ocurrencias, que ha pasado su existencia con la madre, mujer sin más razón en la vida que buscar el sustento diario para la casa en los funerales, eventos sociales y gastronómicos que nunca faltan en Monterrey y que proveen a ambos parientes de galletas y canapés.
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Las ocurrencias de Olegaroy, hombre de una simpleza e incluso ingenuidad para quien un crimen sin asesino es un crimen sin concretar, terminan sin embargo en máximas o repercutiendo a escala global y atemporal en congresos, filósofos, psicólogos, fanáticos de futbol, científicos y hasta en mafiosos.
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El humor, y en específico el negro, en las novelas de Toscana es legendario desde las peripecias de uno de sus primeros libros, Santa María del Circo (Plaza & Janés, 1998), cuyos protagonistas en aquel momento de su obra sólo podían caber bajo la protección de una carpa: un enano, una mujer barbuda…
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Ahora en Olegaroy (Alfaguara, 2017) los personajes de Toscana ya se escaparon del circo y literal y literariamente deambulan por todas partes sin el tiempo como límite. Aunque la novela o biografía (para algunos sería incluso hagiografía) comienza precisamente el 8 de abril de 1949 cuando Olegaroy le roba a su vecino recién muerto un ejemplar del diario El Porvenir, la historia se dispara en ramificaciones que lo mismo hurgan en la filosofía de Kant o de Nietzsche que en anécdotas del futuro.
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“Quizás Olegaroy nada llegó a valorar tanto en su vida como el montículo de periódicos que había acumulado desde la muerte de su vecino. ‘Sin ellos, yo sería un hombre vulgar y no un filósofo. Un simple insomne y no un aventurero’”. Resume así Toscana el devenir trascendental de su protagonista.
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Los personajes principales son: Olegaroy, su madre, la prostituta Salomé, el poeta matemático Ildefonso Mariles y el sacerdote Fabián; como secundarios, el inspector de policía Mondragón, la joven asesinada llamada Antonia Crespo, su colchón, su vecina, el chivo expiatorio del crimen identificado como El Señor de las Úlceras, el editor de El Porvenir, policías torturadores y narradores anónimos, además de decenas de explicadores y alteradores del “pensamiento” de Olegaroy, que van apareciendo como viñetas filosóficas a lo largo de todo el libro, fantasmas o reliquias del protagonista cuasi gurú.
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A partir de la lectura de los periódicos sustraídos al vecino difunto, Olegaroy emplaza al hipotético lector a un pacto: cuestionar la verdad y todos sus disfraces. Y justamente el personaje quijotesco se ensaña con las noticias que aparecen cada mañana en la portada de los diarios, tan distantes y ajenas.
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El asesinato de Antonia Crespo a puñaladas, 52 en total, en un departamento de la calle Porfirio Díaz de Monterrey, despierta la preocupación de Olegaroy por la justicia en todos sus niveles; el primero de ellos, afanarse el colchón de la víctima para reparar una injusticia personal y doméstica: Olegaroy sospechaba que el mal estado del colchón en que dormía era culpable de su insomnio. El crimen, ocurrido en la madrugada, también le daba un sentido de pertenencia: “Para él fue un descubrimiento el que hubiese gente amándose y matándose en el horario de los insomnes. ‘No estoy solo’, se dijo”.
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A través de los encabezados que conducen a notas rojas, Olegaroy no sólo se da cuenta de todas las muertes de las que se salva a diario, sino también comienza a documentar su única obra sobreviviente al olvido: la Enciclopedia de la desgracia humana, recopilación de decesos absurdos, pero verídicos.
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“Mi enciclopedia del dolor no busca la delicadeza sino la verdad”, sentencia el filósofo con simpleza. Y esa verdad igual puede llegar a través de la mordida de un párroco que degenera en muerte por rabia.
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Esa búsqueda de la verdad lleva a Olegaroy a pedirle al cura Fabián que lo case varias veces con la prostituta Salomé, su Magdalena, con el argumento heraclitiano de que ya no es la misma de la primera boda. El humor culto e inteligente de Toscana se emparenta con el del premio Cervantes 2016, el catalán Eduardo Mendoza, en particular el de la saga del detective orate que arranca con El misterio de la cripta embrujada (Seix Barral, 1978) y con El asombroso viaje de Pomponio Flato (Seix Barral, 2008).
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Toscana primero tuvo la intención de escribir una novela sobre el accidente de aviación del 4 de mayo de 1949 en que se estrelló el Fiat del Gran Torino, el equipo de futbol de Turín, que también influye en el “pensamiento filosófico” de Olegaroy y que determina el año en que ocurre la historia. Después, estuvo escribiendo una novela sobre la vida de Jesús, pero convertido en mujer (como la parodia de la Pasión que hace con el personaje de Barbarela al arranque de Santa María del Circo), y se dio cuenta de la sencillez del lenguaje de Cristo, “que después los teólogos convirtieron en algo más importante”.
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Así surge Olegaroy, como un personaje sencillo que cuestiona las cosas de manera sencilla, pero luego llegan otros que convierten esas ideas sencillas en congresos de filosofía, de literatura, de historia o ciencia. El personaje tiene otra influencia, la novela de 1921-22 Los destinos del buen soldado Svejk (Acantilado), del checo Jaroslav Hašek, que también inspiró a Toscana para crear su personaje del gordo Comodoro en El ejército iluminado (Tusquets, 2006). De hecho, aunque esta última obra está ambientada en 1968, Comodoro tiene tantas similitudes con Olegaroy que parece su versión juvenil.
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Quizá Toscana puede no estar de acuerdo, pero su novela premiada con el Xavier Villaurrutia también logra unir la gran tradición de la picaresca en español con el universo metafísico de otro checo, Franz Kafka, para imponer un nuevo adjetivo atmosférico a la literatura mexicana: toscaniano o toscanesco.
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FOTO: Olegaroy, David Toscana, México, Alfaguara, 2017, 312 pp. / Especial
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