On Kawara: el tiempo y la vida
POR ANTONIO ESPINOZA
En su célebre ensayo Art After Philosophy (1969), Joseph Kosuth presentó su concepto del arte como metalenguaje, como un fenómeno tautológico cuyo validez depende sólo de sí mismo (“El arte es la definición del arte”). Joseph Kosuth (Toledo, Ohio, 1945) cuestionó severamente la pintura formalista —de paso acuchilló a Greenberg y a Rosenberg— y señaló que el discurso histórico tradicional del arte había llegado a su fin. En su lugar el artista y teórico conceptual estadounidense propuso una investigación radical de los significantes a través de los cuales el arte adquiere su estatus como tal. Para este autor, la producción artística ya no podía plantearse en términos de estética, sino que debía consistir en una reflexión sobre la propia naturaleza del arte, en una exploración de los mecanismos de la creación y en un análisis de los signos lingüísticos que la integran. Dándole la vuelta a Hegel, Kosuth afirmó: “El arte debe acabar reemplazando a la filosofía y a la religión, en tanto puede cubrir los intereses espirituales del hombre” (Studio International, octubre, noviembre y diciembre de 1969; en línea: www.tallervi.pbworks.com).
En la construcción del arte conceptual participaron por igual artistas, filósofos y teóricos, inspirados en gran medida en la idea “anti-olfativa” y “anti-retiniana” de Marcel Duchamp. Kosuth lo dijo en su ensayo: “Todo el arte (después de Duchamp) es conceptual (en naturaleza) porque el arte sólo existe conceptualmente” (Ibidem). Quien acuñó el término “arte conceptual” fue el artista norteamericano Henry Flynt (Greensboro, Carolina del Norte, 1940). En su ensayo “Concept Art” (1961), Flynt sentenció: “El arte del concepto es un tipo de arte cuyo material es el lenguaje” (“The Crystallization of Concept Art in 1961”, en www.henryflynt.org). De esta manera, Flynt anunciaba “la inevitable fusión entre arte y filosofía”, según Robert C. Morgan (Del arte a la idea: ensayos sobre arte conceptual, Akal, Madrid, 2003, p. 30).
El concepto de arte como tautología había sido anunciado por el pintor estadounidense Ad Reinhardt (“Art as Art”, Art International, diciembre de 1962, pp. 36-37) y llevado hasta sus últimas consecuencias por Kosuth, no sólo en la teoría sino también en la práctica. Su obra más famosa, One and Three Chairs (1965), se compone de tres elementos: una silla cualquiera, una fotografía de la misma silla y una definición de la palabra chair tomada del diccionario y fotocopiada. Se trata de una confrontación de elementos que plantea el problema de la representación: ¿objeto físico, imagen del objeto o definición del objeto? (Marie-Claire Uberquoi, ¿El arte a la deriva?, Random House Mondadori, Barcelona, 2004, p. 57).
Otro artista que contribuyó enormemente en la construcción del arte de las ideas fue Sol LeWitt (1928-2007), quien publicó textos fundamentales en la revista Artforum. En uno de sus ensayos más importantes, proclamó la supremacía de la idea por encima del objeto físico: “La idea se convierte en una máquina que hace arte” (“Paragraphs on Conceptual Art”, Artforum, junio de 1967, pp. 79-83; en línea: www.tufts.edu). En esa década de efervescencia neovanguardista en Estados Unidos, que comenzó con el cuestionamiento al expresionismo abstracto, el arte conceptual se convirtió en la tendencia más radical, al poner el acento en el proceso intelectual y ya no en el carácter “material” del arte (Lucy Lippard, Six Years: The Dematerialization of the Art Object from 1966 to 1972, Praeger, Nueva York, 1973).
Volviendo a Kosuth, éste participó activamente en el grupo Art & Language, creado en 1969 en Coventry (Inglaterra) y en el que se agruparon artistas como Terry Atkinson, John Baldessari, Michael Baldwin y On Kawara, entre otros. Dicho grupo centró sus actividades en reflexionar sobre el hecho artístico a partir de la lingüística y difundió sus experiencias en la revista Art-Language: The Journal of Conceptual Art, que se publicó entre 1969 y 1972. Esta publicación sirvió para acoger una serie de preocupaciones intelectuales relacionadas con una nueva concepción del arte: ya no el arte como un objeto estético sino como un medio para la reflexión sobre su propia naturaleza. El trabajo de estos artistas fue esencialmente teórico, basado en fotocopias de imágenes y textos y en documentos gráficos que cuestionaban la pintura, el papel del espectador y la autoría de la obra de arte.
El hongo nuclear
El historiador y economista inglés Eric Hobsbawm afirmó, con justa razón, que el siglo XX fue el más sanguinario de la historia (Historia del siglo XX. 1914-1991, Crítica, Barcelona, 1995). La imagen más emblemática de la barbarie de esa centuria es el hongo nuclear que provocaron los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, respectivamente. Ambas ciudades japonesas fueron destruidas en segundos. Aun antes de la caída de las bombas, el país estaba destrozado. En su libro sobre Japón, Edwin O. Reischauer afirma: “Cerca de dos millones de sus habitantes habían muerto en la guerra […] la población urbana se había reducido en más del 50 por ciento […] El pueblo había canalizado todas sus energías a la guerra, confiando ciegamente en sus líderes, con la seguridad de que el ‘espíritu japonés’ prevalecería. Ahora se encontraba física y espiritualmente exhausto” (El Japón. Historia de una nación, FCE, México, 1985, p. 199). El otrora orgulloso imperio dejó de existir, el emperador negó su propia divinidad, el país quedó en ruinas… el “viento divino” había fallado (Ibidem).
Un enigma
En este contexto dramático inició su carrera un joven pintor japonés llamado On Kawara (Kariya, Aichi-Ken, 1933), quien se volvió famoso gracias a una serie de cuadros y dibujos figurativos que revelaban la atmósfera trágica que imperaba entonces en su país. Vivió un tiempo en Tokio, pero cansado del éxito el joven artista abandonó Japón, viajó por otros países y se instaló en la Ciudad de México en 1959. Sabemos que asistió a cursos en la Academia de San Carlos, que presentó su obra en algunas exposiciones y recorrió parte del territorio nacional. Dejó México en 1963, se estableció en Nueva York dos años después, para luego viajar por Europa y otros continentes hasta convertirse en “ciudadano del mundo”. Se inició así el proceso que lo llevaría a convertirse en uno de los personajes más enigmáticos del mundo del arte.
Antes de su participación en el grupo Art & Language, On Kawara había empezado a construir su propio mito. Decidió aislarse, rechazar las entrevistas y nunca más hacer apariciones públicas. De ahí que sepamos tan poco del artista. No hay fotos que nos digan cómo es ni sabemos dónde vive. En enero pasado cumplió 81 años, pero no sabemos si celebró con alguien la fecha. Según parece, la ambiciosa tarea creativa que se impuso (registrar el paso del tiempo) le obligaba a alejarse del mundanal ruido. Su obra, enteramente autobiográfica, es la única prueba concreta de su existencia. Se trata de un archivo que documenta día a día su vida y que es el resultado de una disciplina creativa inquebrantable.
Tiempo y vida
El 4 de enero de 1966 On Kawara comenzó su serie Today, integrada por numerosos cuadros conocidos como Date Paintings. Son cuadros de dimensiones variables pintados de un solo color, en el centro de los cuales escribe con letras blancas la fecha del día en el idioma del país donde fueron realizados. Todos los cuadros son prácticamente iguales y sólo cambia el tamaño y, por supuesto, la fecha. Cada una de estas pinturas conceptuales se conserva en una caja de cartón que encierra igualmente la página de un periódico local del día. Y como cada obra implica un día completo de trabajo, representa un día en la vida de un artista cuya obsesión por dejar constancia del paso del tiempo tiene su origen en un antiguo ritual japonés: el hishiri (“lectura de los días”), cuyo objetivo es predecir el arribo de los dioses y su incidencia en la actividad productiva. Kawara ha realizado hasta ahora Date Paintings en más de cien países; el proyecto concluirá, por supuesto, cuando el artista muera.
El crítico Robert C. Morgan ubica a On Kawara dentro de lo que llama el “método sistémico” del arte conceptual y relaciona su obra con la de la artista alemana Hanne Darboven, quien inventó una rutina diaria para desarrollar sus diagramas textuales (op. cit., p. 24). Sin duda, Kawara recurre a una metodología sistémica para realizar sus pinturas conceptuales, pero considero que su obra trasciende con mucho el simple método de trabajo. La obra de Kawara se sitúa en el entrecruce de la cultura oriental y la occidental. Por un lado, la práctica ritual del hishiri; por el otro, el discurso autorreflexivo del arte conceptual. En su obra, Kawara nos presenta libros armados con cientos de hojas mecanografiadas con el número de cada año, en la parte del pasado desde 998033 a. C. hasta 1969 d. C., y en la parte del futuro desde 1970 d. C. hasta 1001995 d. C. Kawara dedicó el una reflexión filosófica sobre el tiempo a partir de su propia existencia como artista. Quizá el mensaje de su obra sea que también nosotros, como espectadores, meditemos sobre nuestra existencia y nos ubiquemos como simples mortales dentro del infinito laberinto del tiempo.
La obsesión de On Kawara por dejar constancia del paso del tiempo se encuentra también en otra obra más ambiciosa: One Million Years. Past and Future, un archivo del tiempo, encuadernado en 20 volúmenes. Son libros armados con cientos de hojas mecanografiadas con el número de cada año, en la parte del pasado desde 998033 a. C. hasta 1969 d. C., y en la parte del futuro desde 1970 d. C. hasta 1001995 d. C. Kawara dedicó el libro referente al pasado a los seres humanos que han vivido y muerto y el referente al futuro al último ser humano sobre la faz de la tierra. La obra se presentó en la Documenta 11 de Kassel en el año 2002. En aquella ocasión se realizó un performance, en el que dos personas, dentro de una gran jaula de cristal, recitaban con voz monótona los números de los años. Las voces quedaron grabadas en una cinta, que pasaría después a formar parte de la obra.
El enigmático artista-viajero On Kawara ha dejado señales de su existencia a través de distintos documentos. I got up y I went and I met son series de postales que ha enviado a amigos desde los países que ha visitado. En 1970 mandó varios telegramas a un amigo galerista holandés en los que sólo se leía: I am still alive. Durante años, Kawara siguió enviando telegramas a sus amigos repitiendo la misma frase y, se dice, a la fecha lo sigue haciendo. Esta frase demuestra la existencia de un artista enigmático, obsesionado por el tiempo, que ha convertido su vida en el tema central de su obra y cuyo discurso conceptual parte de sus raíces orientales para insertarse plenamente en la idea kosuthiana del arte como reflexión filosófica.
*Fotografía: 18 de febrero. 1973” y “Marzo 14. 1973/Cortesía Colección Jumex.