Ónix y el activismo por la música contemporánea
POR IVÁN MARTÍNEZ
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A propósito de una entrega de premios reciente a “activistas” de la música nueva, The New York Times le publicó a su critico en jefe un largo comentario titulado “Just why does new music need champions?”. Desde el título, pensé en el flautista mexicano Alejandro Escuer (1963).
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Para Anthony Tommasini, la entrega anual del American Composers Forum que este año fue, entre otros, para la programación renovadora del director Robert Spano y para el activismo radical del crítico Alex Ross (los adjetivos son míos), se trata de una buena noticia y una mala noticia. ¿Por qué, entre todas las artes, la música es la única disciplina que requiere un premio que defienda la música de nuestros contemporáneos? Es un tema de muchas implicaciones, que da para debates interminables que van de lo demográfico y lo estético –quiénes van a los conciertos y cuándo dejan de ir– a lo ideológico: quien profesa la música nueva es visto con malos ojos, como un ente empujando una agenda obscura.
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No es exageración, recordé cómo aquí la pasión con que vivía el violista Omar Hernández-Hidalgo era criticada y tengo presente también las no pocas veces que el propio Escuer ha sido atacado, virulentamente, por promulgar que las orquestas mexicanas deben renovar su programación: no comparto con ninguno del todo, pero concedo en sus razones.
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Escuer, además de sus actividades como solista, profesor y a veces él mismo compositor, es el eje del trabajo que lleva a cabo el ensamble Ónix, en el que lo acompañan el clarinetista Fernando Domínguez, el violinista Abel Romero, el violonchelista Edgardo Espinosa y la pianista Edith Ruiz, todos ligados a la Facultad de Música de la UNAM.
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Se puede, la mayoría de las veces, no estar de acuerdo con la inclusiva paleta de estéticas que eligen, y todavía menos en cómo las abordan o cómo las hacen sonar, pero si un grupo y un personaje ha sido en México precisamente un paladín (sigo sin encontrar en español la palabra que mejor traduzca el inglés “champion”) de los compositores vivos, son Alejandro Escuer y los miembros de Ónix.
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Su disco más reciente, Furia y silencio (Urtext Classics, 2016), los autores incluidos y la naturaleza de sus obras, es prueba loable de ese activismo. Debe celebrarse: un día, la clarinetista Tara Bouman me dijo algo como “con tanta música actual, toca lo que te guste, no la que sea precisamente buena, y que la historia juzgue”. Parece paradójico que lo resuma quien se dedica ahora a dejar un juicio escrito sobre lo que escucha, pero para que eso suceda, cumplir con la misión de dejar esa música plasmada en un disco con el objetivo de que no se pierda, es asegurar el primer paso.
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Furia y silencio lo componen cuatro obras para ensamble mixto, dos de ellas de compositores nacidos en 1959, la mexicana Ana Lara y el estadounidense Sebastian Currier, y dos de ellas de compositores nacidos en los años ochenta, el mexicano Juan Pablo Contreras (1987) y el estadounidense Charles Halka (1982).
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Por la fuerza las tierras (2010), de Halka, es una comisión de Ónix para el proyecto “Viva Zapata!” que se realizó durante las celebraciones del Bicentenario de la Revolución Mexicana. Escrita en un solo movimiento, la pieza tiene una forma clásica de tiempos rápido-lento-rápido y una narrativa que, dado su origen, recuerda la misma estructura del ballet Zapata de Moncayo-Arriaga. Es rica en su contenido enérgico e implacable en el uso bien balanceado de la deconstrucción de ritmos y sonoridades “mexicanos”.
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La de Lara, Y los oros la luz (2008), es una partitura de contenido más poético que narrativo. Más contemplativa que las otras incluidas en el disco. También la más transparente en la forma que aborda cada instrumento (hasta la partitura es de una limpieza visual que asombra). Todo en ella son una especie de visiones sonoras bien entrelazadas, surgidas a partir de un poema de la uruguaya Idea Vilariño y es además un proyecto conjunto visual con la hermana de la compositora, Magali Lara, sobre la destrucción de glaciares en el sur de Argentina. Para oírse a través de la imaginación visual.
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El cuarteto (sin flauta) Silencio en Juárez (2011), de Contreras, ya ha sido reseñado en estas páginas por una grabación anterior (de la disquera Albany y mejor hecha sonido, hay que decir): escrito en cuatro movimientos, tiene origen en el pasaje religioso de la madre dolorosa a partir de la matanza de jóvenes en Ciudad Juárez del año anterior de su composición. Al incluirlo en este material, debe mencionarse que comparte junto a la pieza de Halka su energía, hondura de contenido y una búsqueda rigurosa y violenta del color y las posibilidades tímbricas; además de ciertos motivos de naturaleza popular que me hubiera gustado escuchar con más holgura.
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Cierra el disco el extenso y bien pronunciado arco narrativo en seis movimientos que es Static (2010), de Currier. Se acerca a la pieza de Lara en transparencia, pero a diferencia de ella, lo hace a través del juego de combinaciones más simples de los cinco instrumentos que de toda una construcción armónica a tutti.
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FOTO: Portada el disco Furia y silencio, nueva producción de ensamble Ónix.
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