Ópera para niños
POR IVÁN MARTÍNEZ
Existe un puñado de títulos operísticos que se han vuelto imprescindibles al hablar de ópera para niños. Aunque no hayan sido creadas así específicamente, su temática, ligereza musical y buena factura –y en la mayoría de los casos, su corta duración–, las han colocado en una lista a la que hay que recurrir cuando se piensa en acercar el público familiar a la ópera: El retablo del maese Pedro, de Falla, El niño y los sortilegios, de Ravel, Amahl y los visitantes nocturnos, de Menotti, La zorrita astuta, de Janácek y por supuesto, el Hänsel y Gretel de Engelbert Humperdinck. En esa tradición colocaría ejemplos más recientes desconocidos en México como el Peter Pan de Richard Ayres o Las aventuras de Pinocho de Jonathan Dove.
Existe otra lista de carácter “pedagógico”, nutrida principalmente por Benjamin Britten y su incansable vocación de educador del pueblo británico: aunque la mayoría mencione El diluvio de Noé como la principal referencia, prefiero pensar en El pequeño deshollinador y sobre todo, en su primera parte (que se ha omitido en las producciones mexicanas) Hagamos una ópera, en la que los niños “crean” la segunda. En esta tradición, pero musicalmente cercana a L’enfant de Ravel, está Ana y su sombra, la ópera que Gabriela Ortiz escribió para Roundabout Opera for Kids; durante varias semanas, niños de escuelas estadounidenses dialogan sobre las temáticas de la ópera (el más importante: la migración) mientras “producen” la ópera, crean la escenografía que acompaña a los solistas adultos; no se ha presentado en México.
No dejan de ser listas bastante limitadas.
Sylvia Rittner, mente de Arpegio, ha apostado en los diez años que lleva dirigiendo esta compañía, por una tercera vía: sólo ha presentado Hänsel y Gretel y lo demás, ha sido la adaptación de títulos clásicos que van del estreno en México de Las hadas, de Richard Wagner en su bicentenario, a El barbero de Sevilla de Rossini o Cossi fan tutte de Mozart.
Pero en este país donde –con excepciones– la naturaleza de los espectáculos infantiles radica en una especie de minimización de la inteligencia y sensibilidad de ese público, Rittner ha sido muy criticada. No por el resultado musical, donde siempre hay tela que recortar, sino por la elección de sus títulos: “¿cómo se atreve a montar una Madama Butterfly para niños?”. Bien ha contestado que quienes cuestionan con severidad la selección nunca se han parado a ver la reacción de los niños tras una de sus funciones, y yo añadiría que tampoco se atreverían a cuestionar, por ejemplo, La Flauta Mágica que presenta la Metropolitan Opera de Nueva York: reducida y en inglés. ¿Cuál le parece más “violenta”, si de intrigas se trata el debate?
Es el idioma lo que yo debatiría con Rittner, quien se ha negado rotundamente a la idea de traducir los textos de las partes cantadas al español, pero el argumento que siempre me ha esgrimido no me parece sólo válido, sino que en otro contexto sería el primero que yo defendería: la música; la musicalidad de las frases en su idioma original y la sonoridad interna de ciertas palabras que se perderían al traducirlas: “a ver, canta un bolero que diga cariñito en alemán.”
Habría que experimentar: El pequeño deshollinador fue un ejemplo que en producción de Nicolás Alvarado y Aurora Cano (Teatro Julio Castillo, 2011) tuvo muy poca fortuna, pero con los Niños Cantores de Morelia (2012) resultó espléndido y orgánico, igual que sucede en Nueva York con el trabajo que ha hecho Julie Taymor para La flauta mágica. No estaría mal aprovechar el talento de la tradición de indiscutible sensibilidad musical y literaria que sí existe en México en los terrenos del teatro musical, donde mucho del éxito comercial radica en el trabajo de traductores como Marco Villafán o Susana Moscatel.
Finalmente es un tema menor, la reducción y adaptación al español de sus libretos, hasta donde he visto, resultan siempre gozosos y para el niño que no alcanza a leer el supertitulaje, está siempre la inteligencia con que relaciona escena y música con la historia que sí se le está contando en español.
Musicalmente, no hay mucho que cuestionar: Rittner se ha trazado como objetivo acercar, con buenas historias y buena música, nuevos públicos a la ópera, planteando como muchos que el principal atractivo del género es la potencia de las voces. Hasta ahí bien, casi siempre ha atinado en su elección de cast. Mi problema sigue siendo uno para el que no caben excusas de presupuesto o espacios: la ausencia, en ocasiones, de instrumentos acústicos.
Por lo demás, qué bueno que se debata, ojalá se hiciera después de descubrir lo que la compañía ha estado desarrollando.
Al cierre de esta edición, Arpegio ha tenido que cancelar la mitad de la temporada que presentaba en el Foro Shakespeare de su producción de Hänsel y Gretel, en el que además del lucimiento de la soprano Anabel de la Mora en un papel exacto para ella (Gretel), destacaba enormemente el trabajo musical y actoral delicioso que de su personaje (Gunter, el papá) estaba haciendo el barítono Alberto Albarrán. En unas semanas comenzará la temporada de El barbero de Sevilla en el Centro Cultural Helénico y como todos los veranos, se prepara ya la temporada anual en el Lunario del Auditorio Nacional; imperdible ahí, la ópera Livietta y Tracollo, de Pergolesi, con la soprano Irasema Terrazas en el rol principal.
*Hänsel y Gretel, de Engelbert Humperdinck, un clásico de la ópera infantil / Foto: Fernando Aceves / Colección Lunario
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