Leonard Bernstein y el amor platónico
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La Orquesta de Cámara de Bellas Artes interpretó Serenata sobre el Banquete de Platón, obra que refleja la personalidad intelectual, amorosa y vanguardista del compositor estadounidense
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POR IVÁN MARTÍNEZ
De la misma manera que West Side Story representa, entre sus obras para la escena, el mejor retrato de Leonard Bernstein (1918-1990), el hombre total con su visión sobre la música y la sociedad, entre la música de concierto es la Serenata sobre el Banquete de Platón, su concierto para violín, la que pinta sus ideales y su personalidad de cuerpo entero. Inspirada en uno de los Diálogos del filósofo griego, aquel en el que se discuten las ideas sobre el amor, contiene su mejor y más refinada escritura, pero también de manera más transparente el dibujo más exacto de los aspectos varios de su personalidad –y no es que fuera difícil encontrarlos en otras obras, incluso las menos elaboradas.
Como colofón al año Bernstein, celebrado durante 2018 y en algunas latitudes desde 2017, la Orquesta de Cámara de Bellas Artes brindó la última entrega de su centenario con la inclusión de esta obra como pieza central de su programa inaugural de temporada, que tocaron el pasado domingo 3 de febrero en la Sala principal del Palacio de Bellas Artes con su titular, el maestro José Luis Castillo, al frente, y con la presencia de la violinista Shari Mason como solista invitada.
Para los suspicaces hay que añadir que esta presentación desbordó la entrada a la sala principal del Palacio, una rareza si se toma en cuenta que esta orquesta que tiene su sede habitual en la pequeña Sala Manuel M. Ponce. La tarde comenzó con el Sospiri, op. 70 de Elgar, una diminuta pieza sombría con la que el compositor vislumbraba los horrores de la inminente Primera Gran Guerra y que Castillo bordó con una intensidad bien contenida y con un carácter más lírico y tierno. Su lectura fue elegíaca en un sentido que me hizo recordar y pensar en un arco narrativo entre ésta –preludio todavía ingenuo– y la Metamorfosis de Strauss –postludio al horror de la Segunda Guerra– que le había escuchado en otro inicio de temporada en el que también me sorprendió el control que ha mantenido sobre ésta otrora menospreciada orquesta.
Pieza ecléctica, seria e intelectual a la vez de divertida y desinteresada, accesible lo mismo que sofisticada, lo mismo navegante entre lenguajes armónicos de vanguardia que mostrando abiertamente aquellos que rítmica y melódicamente lo relacionan con el mundo del entretenimiento, la Serenata representa lo mismo amor, humor y profundidad.
Mucho se sigue discutiendo si la nomenclatura de la obra y sus movimientos –con el nombre de cada uno de los oradores en el texto platónico: Fedro/Pausanias (Lento-allegro marcato), Aristófanes (Allegretto), Erixímaco (Presto), Agatón (Adagio) y Sócrates/Alcibíades (Molto tenuto-Allegro, molto vivace)– siguen en realidad una narrativa programática filosófica. Si tomamos las propias palabras de Bernstein, quien hablaba del Banquete como inspiración, creo que el argumento del texto es sólo un pretexto y no una razón para darle sofisticación literaria al contenido o la naturaleza de la pieza. Aquí buscó hablar musicalmente –comunicar con sonidos lo que no se puede decir con palabras, parafraseando al compositor mismo– de los propios ángulos de su personalidad, de sus propios aspectos en una vida en la que el amor, en sus diferentes conceptos y maneras, fue siempre el centro.
Cada movimiento es una especie de manifiesto característico que retoma las ideas del anterior para elaborar nuevas; todas surgen de la primera línea, tocada por el violín solo como presentación al inicio del primero: Mason lo tocó con voz inquebrantable y sostenida. Su canto noble, que nunca perdió rigidez en un sentido de estricto control, supo navegar y presentar con transparencia cada “discurso”.
Otras interpretaciones suelen menospreciar las características serias, haciendo de esos pasajes meras líneas superficiales y recurrir a los pasajes más amorosos con timidez: el desarrollo del discurso de Mason, concertino de la Sinfónica Nacional, ha sido articulado en una forma frontal y abierta y sin escatimar recursos emotivos en pasajes románticos. Queda especialmente en mi memoria el Adagio dedicado a Agatón y la firmeza tenaz de las difíciles páginas finales donde se recurre a Sócrates y Alcibíades.
Que recurra a la palabra control en distintas ocasiones hasta ahora no es gratuito. Es la palabra que mejor describe la experiencia de este concierto. Quizá demasiado: ojalá próximas ejecuciones de esta orquesta a esta obra puedan ser escuchadas con mayor soltura.
Para el acompañamiento, la OCBA y su director recibieron como visitantes a colegas de la Sinfónica Nacional, el arpista Baltazar Juárez y, con mayor reflector, la fila de percusiones de quienes aprovechando su presencia se pudo programar tras el intermedio el ballet Carmen de Rodion Schedrin, la exquisita e intrincada reelaboración de la música de Bizet, en la que el erotismo y autenticidad surgen precisamente de la escritura percusiva y en cuyo nivel de ejecución recae el éxito de cada interpretación. Con confianza, plenitud y arrojo, Julián Romero, Esteban Solano, Eduardo Chávez, Luis Jiménez, Roque Robles y Alejandro Reyes, colaboraron para que así fuera.
FOTO: La concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional, Shari Mason, durante su participación como invitada de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, el 3 de febrero./ Lorena Alcaraz Minor /INBA
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