Un esperado debut discográfico

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El primer trabajo de estudio de esta orquesta juvenil ofrece un sonido que por la limpieza de su grabación y la frescura de su ejecución deja patente que no tiene nada de novato

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POR IVÁN MARTÍNEZ

Se lamentaba un poco Eduardo Mata, a su entrada a El Colegio Nacional, de la falsa imagen de auge musical nacional que daba el tener cinco orquestas sirviendo a la Ciudad de México: el público era el mismo y las plantillas no siempre podían llenarse con músicos mexicanos, quienes –se quejaba– no tenían la educación profesional necesaria porque, entre otras cosas, la formación musical estaba dirigida a tener carreras de solista cuando en la realidad la salida de los estudiantes al ejercicio profesional del oficio está, por mera ley de probabilidad, en la práctica orquestal.

 

Se cumplirán 35 años de ese memorable discurso y el estado de las cosas apenas comienza a cambiar: en el ámbito profesional, la oferta sigue siendo de cinco orquestas estables, pero cada una tiene su público y su personalidad bien definidos; y mientras en otros ámbitos pululan por toda la geografía diversos grupos semiprofesionales entre lo estudiantil y lo amateur, ha surgido por primera vez un intento serio por tener una institución que provea el entrenamiento orquestal profesional a nuestros jóvenes: la Orquesta Juvenil Universitaria “Eduardo Mata”, adscrita a la Dirección de Música de la UNAM.

 

Algunos me rebatirán diciendo que existe la Orquesta Sinfónica “Carlos Chávez” adscrita a la Secretaría de Cultura federal, pero nunca ha funcionado: en su primera etapa albergó a los mismos becarios por décadas cuando su función era atender a los jóvenes, dejando de servir como orquesta de entrenamiento para hacerlo como una orquesta “profesional” más, y cuando en el gobierno de Calderón se intentó refundar lo que surgió fue una “orquesta-escuela” que ni es orquesta ni es escuela.

 

En cambio, desde su fundación en 2012, la Mata ha estado apegada a sus reglas –administrativas y académicas– y los logros pueden irse enumerando desde el ya lugar común dictando que “muchas veces suena mejor que las profesionales”, pasando nombre por nombre de quienes han salido de las escuelas, pasado por sus filas y luego han ganado y ocupan puestos relevantes en las agrupaciones profesionales, hasta el resultado tangible que hoy me hace escribir de ella: su debut discográfico, distribuido mundialmente por el sello Naxos: El árbol de la vida (2019), grabado bajo la batuta de su director titular, Gustavo Rivero Weber.

 

Creo que no pudieron encontrar mejor título. No entraré en detalles poéticos, porque el concepto es bien conocido por diversas culturas; el nombre lo toman de la pieza homónima del compositor Hebert Vázquez, un concertante para guitarra y orquesta que aquí han grabado con el dedicatario de la obra, Pablo Garibay, en un programa que se completa con el Huapango de Moncayo y La Noche de los Mayas de Revueltas.

 

El programa meramente orquestal puede ser un arma de doble filo. De hecho, ya he leído críticas sobre el repertorio elegido: otra vez el Huapango, otra vez éste Revueltas… pero dudo que no supieran lo que estaban haciendo cuando planearon el proyecto: es retador, aventurado, debían saber de las comparaciones que vendrían. Y salen ganando: al escuchar el disco, uno no sólo se enfrenta a un sonido que no tiene nada de juvenil, sino a una de las grabaciones orquestales más limpias que se hayan hecho en México en los últimos años; no sólo en términos del alto nivel de ejecución, sino en la misma ingeniería.

 

La manía de encontrar detalles, esa costumbre crítica de buscarle tres pies al gato, me hace llamar la atención precisamente en que lo que se escucha no suene del todo juvenil. Lo que en términos de sonoridad es un elogio: creo que se buscó y encontró la excelencia absoluta, en un programa cuidado al extremo, pero es tal que a detalles musicales han faltado cerezas de destello juvenil que brindaran personalidad. Y no creo que exagerar en algún detalle interpretativo menoscabara la pulcritud de la ejecución: no son excluyentes.

 

Hablo, por ejemplo, de lo que en términos populares llaman “jicamo”, en términos millennials “swag” o “flow”, que ha faltado en algunos pasajes de maderas en el Huapango; o exotismo en las percusiones durante la Noche de encantamiento; o de sabor pueblerino en la Noche de Jaranas y de ternura en Noche de Yucatán. En general, hay una sensibilidad para interpretar los acentos que pudo ser menos académica. Insisto: son detalles de gusto personalísimo que no demeritan la ejecución, y de hecho hay otros recursos de empuje y brío como en el final de la obra de Vázquez o en la rítmica de la Noche de Jaranas, que resultan encantadoramente enérgicos y muy orgánicos.

 

Al lado de Moncayo y Revueltas, la de Vázquez es la primera grabación mundial: se trata de una obra extremadamente detallista en su orquestación, en la que nada sobra. Llena de texturas en un bordado exquisito profundamente rico y vibrante. Su contenido sonoro lo conforman dos materiales, uno de ellos basado en una cita literal del son “El cascabel”, inteligentemente integrado al discurso moderno en un trabajo de deconstrucción fascinante. Aunque el trabajo de Garibay es altamente estimable, su parte no está construida como la de un personaje en oposición superior a la orquesta, sino que comparte con ella el protagonismo en forma de dueto casi camerístico.

 

Dos caramelitos completan el programa: a manera de interludio, una orquestación tierna de un Minueto de Ricardo Castro, y como encore, otra pieza con guitarra solista, El último café juntos, de Simone Iannarelli. Éste es sin duda el mejor disco orquestal nacional en mucho tiempo y la orquesta, el ejemplo juvenil que la música de México merecía tener.

 

 

FOTO: El árbol de la vida. Music from Mexico, Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, Naxos, 2019 /Especial

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