Pequeñas luces al final del túnel
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La actividad de varias orquestas de Europa se acercan a una “normalidad” en la que aún no están claros los alcances de las opciones digitales
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POR IVÁN MARTINEZ
Es probable que nunca hubiéramos prestado tanta atención a lo que pasa en otros lugares. Estar inmersos en una crisis global ha hecho que nos asomemos a lo que está sucediendo o deja de suceder en rincones del mundo a los que nunca nos habíamos asomado. Y es que, además de una aparente disponibilidad para leer más noticias de las que acostumbramos, por primera vez nos damos cuenta de que las realidades de otros nos impactan a todos. Sea porque revisamos ejemplos para armar nuestros propios planes, porque paradójicamente “es lo que hay” o porque está afectando nuestras emociones de maneras que no creíamos que podían afectarlas.
Hablo por mí, pero la manera en que amanecen mis timelines en redes sociales me hace creer que son sentimientos compartidos por muchos en el medio musical. La noticia de la orquesta de Islas Baleares en España con su temporada anunciada y sus primeras fotografías de conciertos de cámara con público levantó el ánimo de todos cuantos fueron conociéndola, de la misma manera que a todos nos “apachurró” el anuncio oficial, no por esperado menos emocional, de compañías tan distintas y distantes como la Metropolitan Opera en Nueva York o La Teatrería en la colonia Roma, de la suspensión de sus labores hasta, por lo menos, el 31 de diciembre.
Cierto que la naturaleza del repertorio tradicional operístico que presenta una hace inevitable su pausa alargada y que abrir un teatro tan limitado en espacio como el otro sólo haría irresponsable su apertura anticipada, hay sin embargo pequeñas luces que ya se alcanzan a distinguir al final del túnel; o, mejor dicho, de algunos túneles. Pero el mundonos trae con las emociones a flor de piel. Se volvieron virales los comentarios furibundos de la soprano Anna Netrebko al criticar un concierto con público limitado en Wiesbaden, sólo para posar agradecida unos días después, junto a Daniel Barenboim, en el primer concierto post-encierro de la Filarmónica de Viena, con audiencia similar.
Quizá sea necesario recalcar, más allá de las características obvias (la posición geográfica de Islas Baleares o el temprano acmé de la epidemia en Austria), los tres puntos que hacen ello posible: confianza (en que existen protocolos claros), confianza (entre pares y entre y hacia el público) y más confianza (en quienes vigilan el protocolo).
En el mundo del teatro hay otro ejemplo que, huelga decirlo, merece estudio sociocultural y político aparte: la producción que actualmente se encuentra en temporada en Seúl del musical El fantasma de la ópera (Lloyd Webber) no ha detenido sus ocho funciones semanales y ha mantenido llenos en el teatro en prácticamente toda su
temporada.
Antes de estos conciertos con público limitado, el último mes vio a varias orquestas, sobre todo nórdicas en ciudades como Bergen, Oslo y Estocolmo, pero también en República Checa o Taiwán, llevar a cabo conciertos sólo para la pantalla, al principio tímidamente con formaciones pequeñas, pero luego también en formación completa para brindar repertorios sinfónicos del canon clásico.
El punto de inflexión lo dio la orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam la semana pasada. Primero navegaron por la red fotos del director Gustavo Gimeno en el que anunciaba que estaba ensayando a la orquesta completa, pero guardando distancia; se liberó el patio de butacas y ahí se dispusieron los músicos. Y se anunciaron dos pequeños
conciertos que serían transmitidos: uno con la Séptima sinfonía de Beethoven y otro con la Octava de Dvórak.
https://www.youtube.com/watch?v=_i0jboWTJEQ
Me parece que Beethoven pudo caminar con un ritmo más “hacia adelante”: sus tempi fueron correctos, pero a ellos faltó impulso, y en el caso del segundo movimiento, fraseo y articulaciones menos suaves que lograran mayor fuerza e intensidad. Me faltó escuchar autoridad que emocionara. Dvórak, en cambio, fue una maravilla: más vivo, con menos timidez y una sonoridad más amplia, respetando y fomentando una respiración entre frases muy natural que resultó en texturas muy transparentes.
https://www.youtube.com/watch?v=1uCF-7tHhCY
Junto a la altura artística de ambas interpretaciones, significaron más los otros detalles, cada uno mínimo quizá, pero simbólicos si pensamos en este momento y en aquel al que nos dirigimos, pues no sólo se trata de la primera vez que volvemos a ver a una de las grandes orquestas reunida completa y a plenitud: finalmente la orquesta estuvo en el
escenario, donde cupieron aun con la distancia autorizada por el gobierno local y, como explicó uno de los músicos, no hubo mayor diferencia en la producción del sonido en su conjunto, como algunos mal auguraban debido a la distancia.
Se dieron otros dos detalles dignos de apunte para los curiosos: sólo cuatro músicos decidieron usar mascarillas y, como público, agradezco haber escuchado dos ruidos de los que otros streamings me habían privado: el adorable caos anterior a la afinación en que todos los atrilistas calientan sus instrumentos y el aplauso, brindado aquí por el staff en las butacas y por la sección de metales.
La guerra contra los bots
La Orquesta Sinfónica de Minería, como muchas otras, ha estado poniendo a disposición del público grabaciones de archivo. El domingo 7 de junio, recomendé uno de sus mejores conciertos del 2019, aquel donde la violinista Shari Mason tocó el Concierto de Beethoven. Se transmitía por Facebook y esta red lo silenció. Al parecer, se trata de una de las batallas que, sobre todo ahora con el boom de retransmisiones, tienen que librar los músicos contra el algoritmo que defiende los derechos de autor: un bot “reconoce” el audio y lo identifica con el que pertenece a un disco comercial. Loco y absurdo como suena. La grabación está disponible en otra red.
https://vimeo.com/426626330?fbclid=IwAR0dRtLYV615-
FOTO: Ensayo de la Concertgebouw de Ámsterdam, respetando las reglas de sana distancia./ Especial
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