Tres en uno
/
El desempeño las orquestas de la Ciudad de México ha pasado de las sorpresas, a las malas interpretaciones de algunas de sus respetables luminarias
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Aunque la cartelera musical de la ciudad es muy variada, los resultados muchas veces son predecibles y las combinaciones no siempre interesantes. Elegir qué escuchar en vivo a veces puede ser abrumador: en ocasiones se juntan dos conciertos que prometen y hay que elegir basado en prejuicios, en algunas es mejor quedarse en casa y en otras todo se acomoda para no parar de escuchar lo que la diversidad sinfónica de esta ciudad ofrece.
Me sucedió hace dos semanas cuando, por azares de programación, me atreví a asistir a tres conciertos en días continuos con tres de las orquestas que conviven en la ciudad. La Orquesta Sinfónica Nacional ofrecía la Segunda sinfonía, “La doble” de Dutilleux, una “rareza” que había que escuchar, la Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) el Doble concierto para violín y chelo de Brahms, obra que siempre mantiene lugar privilegiado en el espíritu propio, y la Juvenil Universitaria Eduardo Mata (OJUEM) presentaba juntos a dos solistas nacionales predilectos y constantes, el clarinetista Manuel Hernández y el fagotista David Ball.
El programa de la Sinfónica Nacional fue dirigido por su titular, Carlos Miguel Prieto y lo presencié el viernes 8; fue como escuchar a dos orquestas diferentes (tres, porque también fue un tanto distinto al desempeño de la semana anterior): una para la Suite orquestal con extractos de la ópera “Pelleas y Melisande” de Debussy que abrió el programa y para acompañar al pianista Joaquín Achúcarro el Concierto para la mano izquierda en Re de Ravel, y otra para “la Doble” de Dutilleux.
Si hay que acudir a una sola palabra para registrar la primera parte, ésta sería rutinaria: Achúcarro es un mago del piano y Prieto lo acompañó con precisión y elocuencia. Pero éste no parece ser un repertorio para esta orquesta que sonó desinteresada, poco atenta, como abstraída de la música que estaba leyendo y no con ella. Eso musicalmente, porque técnicamente también hubo numerosos detalles, particularmente en las maderas, que desasearon lo poco interesante que estaba ocurriendo. No que lo que escuchara fuera antimusical, pero sí mantenido en un nivel de desinterés y aburrimiento, y en el caso del Ravel distante a la fuerza que se sostenía en el piano.
La sinfonía en cambio, sin ser tampoco el mejor ejemplo de lo que esta orquesta puede sonar –aunque maderas y metales tuvieran un mejor desempeño– me hizo recordar ejecuciones memorables que les he escuchado de obras igualmente difíciles intelectual y técnicamente como la Primera sinfonía de Corigliano o el Rituel in memoriam Bruno Maderna de Boulez: sé que Prieto tenía interés particular por esta sinfonía y se nota que, como entonces, ha sabido compartirlo con sus músicos. Se escucha el nivel de concentración e interés para enfrentarse a un reto como éste. Es una paradoja fascinante que lo hagan con obras así de complejas y no otras que por consabidas, como el Ravel, se quedan en la apatía. Por inconsciente, eso se escucha más.
Aunque para apatía, lo que me provocó el inicio del concierto del día siguiente en la Sala Nezahualcóyotl cuando me enfrenté al trabajo de la directora británica Catherine Larsen-Maguire al frente de la OFUNAM. Su programa lo comenzó con Virga, de Helen Grime (1981), una pieza a la que le reconozco detalles brillantes de orquestación y ciertos momentos enérgicos, pero no suficiente contenido que me haga querer volver a escucharla.
Como tampoco me quedaron ganas de volver a escuchar a los solistas del Doble de Brahms: el violinista Vladimir Pogoretskiy y la violonchelista Meehae Ryo. Dos ejemplos del bajísimo nivel que a veces se cuela en nuestras orquestas, quizá por baja autoestima: sí, es verdad que la OFUNAM no pasa por su mejor momento, pero incluso ahora merece mejores solistas. A estos, les quedó muy grande la institución universitaria.
Comenzando por la sonoridad: un sonidito apenas distinguible de ambos y sólo comparable con la pobreza de su personalidad y la limitada paleta de sus recursos. Larsen-Maguire dotó al acompañamiento del primer movimiento cierta efusividad en volumen, pero todo en el mismo plano –el motivo principal, por ejemplo, escuchado igual en cada aparición–, lo que auguraba que la Primera sinfonía de Schumann, programada tras el intermedio, sería igualmente sosa. Decidí abandonar la sala inmediatamente y no concluí ni el Brahms.
Como mencioné aquí mismo hace unas semanas al referirme a su disco debut, la OJUEM muchas veces suena mejor que las profesionales. El domingo 10, también dirigidos por su titular Gustavo Rivero Weber, fue así.
La Obertura a la ópera “Rienzi” de Wagner abrió el programa en un ejemplo de empuje juvenil con mucha precisión técnica y suficiente brillantez, y aunque la Quinta Sinfonía en do menor, op. 67, de Beethoven pecó de demasiada efusividad (con evidencia, algunas entradas disparejas en el primer allegro y mucha velocidad que no permitió suficiente respiración en el andante), tuvo momentos exhaustivos de emoción y vida, sobre todo en el enérgico Scherzo y en el triunfante allegro final.
Lo más interesante, por las pocas ocasiones en que se logra escuchar en vivo, fue el nostálgico Concertino en dueto, para clarinete y fagot, de Richard Strauss, que aquí acompañaron las cuerdas de la orquesta con mucho interés a los solistas Manuel Hernández –de especial musicalidad– y David Ball –uno de los sonidos más bellos de su instrumento–, quienes construyeron una narrativa muy amorosa e inspiradora.
Recomendaciones de un melómano
1.- The Indispensable Composers; Anthony Tommasini
Claro y contundente, erudito y accesible, Anthony Tommasini presenta su personalísima introducción a los compositores más importantes de la tradición clásica. Guía indispensable tanto para neófitos como conocedores.
2.- Richard Strauss Wind Concertos; Daniel Barenboim
Actualmente en una huelga que ha recibido apoyos sorpresivos, la recomendación para escuchar el Concertino de Strauss es la Sinfónica de Chicago y sus legendarios solistas: Larry Combs –clarinete- y David McGill –fagot-.
3.- Dutillox; Ludovic Morlot
De las grabaciones disponibles de la Sinfonía “Doble”de Dutilleux, ésta con Ludovic Morlot es de lo más clara para ir descubriéndole texturas y formas; incluye L’arbre des songes, su concierto para violín con Augustin Hadelich.
FOTO: En su presentación con la Orquesta Sinfónica Nacional, Carlos Miguel Prieto acompañó con precisión y elocuencia al pianista Joaquín Achúcarro. /Lorena Alcaraz Minor / INBA
« Lee Chang-dong y el misterio ardiente El ingenio de Albee en la teatralidad contemporánea »