Otra vez aquí
POR ERNESTO LUMBRERAS
Desde hace más de 25 años no comenzaba el año en territorio jalisciense, manteniéndome, semana a semana, en mi trinchera de Ciudad Granja, en Zapopan. Afortunadamente, no comenzó el ciclo con las acostumbradas cabañuelas que empapan los huesos y el espíritu con sus chipichipis de relojería maniática. Durante estas jornadas solares, el área metropolitana de Guadalajara se despereza de las fiestas religiosas y laicas y descubre, aquí a allá, su desnuda medianía de villa criolla con añoranzas de primer mundo. En el ámbito de la cultura, los letrados tapatíos —aunque sólo sea un sustantivo aspiracional—, volvemos a la realidad después de la cruda del exitoso carnaval libresco llamado Feria Internacional del Libro que crece y crece, en proporción inversa, a la excelencia académica de la Universidad de Guadalajara su instancia fundadora y promotora principal.
¿Sabrán los miles de profesionales que asisten a la feria que esta casa de estudios no cuenta con una sola librería? Los estudiosos de la promoción del libro y la lectura saben, con todas las letras, que el mastodónico encuentro librero no tiene efectos que se consoliden en la formación de lectores. Lo que sí es una realidad incuestionable, más allá de las cuentas y la respectiva transparencia de los dineros público que allí se disponen, es la derrama económica que provoca su realización en el sector servicios; durante tal novenario, hoteles de todas las estrellas, restaurantes y fondas, líneas aéreas y de autobuses, empresas de mensajería trabajan a tope. Ese río monetario, no tan revuelto, llena los bolsillos, incluso, de los taxistas, los birrieros, los vendedores de tejuino, los boleros y las teiboleras, al menos, para “acompletar” las navidades.
Después de la gran kermés, el panorama literario, o lo que se le parezca, divide sus favores entre ganarse el título de abúlico o de inexistente. De la altiva Guadalajara volvemos ahora a la púdica Guadalajarita (Rulfo dixit). Aunque si nuestro plan de vida se aproxima al ideal franciscano de austeridad e introspección, el Valle de Atemajac resulta una de las mejores opciones. Ahora que escribo estas líneas, se me antoja ensayar (el día menos pensando) unos renglones sobre el magisterio espiritual de las misiones franciscanas en el Occidente del país, visible todavía en las obras de algunos artistas jaliscienses. ¿En los patios interiores de Luis Barragán no reconocemos la meditada desnudez o la luz sosegada espejos del santo de Asís? ¿En la pobre paleta cromática de José Clemente Orozco —de azabaches y grises fúnebres o de marrones y ocres minerales— no atisbamos la indumentaria de los monjes y el tezontle de sus conventos? ¿No hay un ritmo de hombres peregrinos, es decir una respiración y una armonía en tránsito en Los de abajo de Mariano Azuela y en Al filo del agua de Agustín Yáñez? ¿La fascinación por el callamiento y el silencio, en la obra de Juan Rulfo, no trae a colación los votos y las atmósferas conventuales de aquella orden? ¿La geometría elemental de las esculturas de Fernando González Gortázar, tan solícita de la hermana agua, no concierta a nuestra mirada interior?
En este preliminar listado, con más dudas que certezas, caigo en cuenta que este enero posee, en su carácter sobrio y meditabundo algo de la estela franciscana. Aunque interrumpido ilegalmente por las precampañas políticas que quisieron madrugar a sus contrincantes, los días y las noches del mes primogénito del año no se demoran en asuntos del todo mundanos. Ya atestiguaremos, si “para abril y para mayo” —melosos como una charamusca cantan los Hermanos Carrión— la maquinaria del PRI local pone en predicamentos a la amenaza encarnada en la figura de Enrique Alfaro, contendiente de “la izquierda” a la alcaldía de Guadalajara. Con el regreso priista a Jalisco, después de tres sexenios blanquiazules, no han cambiado las formas folclóricas de llevar a cabo las políticas públicas. En el pasado diciembre, he aquí un ejemplo demócrata y de buen samaritano, el Secretario de Vialidad y Transporte decidió suspender una jornada el programa del alcoholímetro, por sus pistolas, pues ese día por la tarde-noche festejaba con sus colaboradores la posada navideña. Y claro está, muchos de los asistentes del convivio, se iban a poner hasta el copete, explicación que el funcionario expuso a los insensibles medios de comunicación que criticaron la discrecional medida. Además, dejó muy claro, que de acuerdo a sus atribuciones, él podía suspender el alcoholímetro cuando se le hincharan los tanates.
Entre la mentada de madre a sus críticos, en abril del 2008, del entonces gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez y la suspensión del programa “antiborrachos” por parte de Mauricio Gudiño, alegando que “todos los mexicanos y trabajadores tienen derecho a posada”, la osamenta de Valentín Gómez Farías se inquieta y suena a rebato en su féretro republicano. En cambio, la calavera del General Huerta baila de puro contento con el vidrio de escocés en una mano, y entre hipo e hipo, descarga la metralla de su automática. Con otra voluntad que no es la del prócer y ni la del villano, este enero jalisciense torna más turquesa su bóveda, no obstante la amenaza de tizne de las zafras cañeras traído por el cierzo invernal. Para mis adentros de retornado al terruño, el arranque aburrido y bonachón del 2015 —para quien sabe leer las vísceras de los cerdos— promete ser la calma chicha de las próximas tempestades.
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