Otros cinco reseñistas raros

Feb 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 5141 Views • No hay comentarios en Otros cinco reseñistas raros

Clásicos y comerciales

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

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Empiezo con Nick Hornby, columnista en Believer de San Francisco, quien desde 2003 escribe una nota mensual donde apunta los libros (y a veces las películas que ve) comprados y los leídos, distinción esencial escasamente considerada y para mal, pues es aquella que divide a la crítica literaria de la teoría de la percepción cultural, “campos” a veces confundidos por la academia. Los que salen por ejemplo, de la FIL, con un carrito de super lleno de libros, ¿cuántos  ejemplares de aquellos confesarán, encuestados un año después, haber leído?

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Regreso a Hornby (recopiló sus columnas en Ten Years In the Tub, Believer, 2013), quien en octubre de 2004 compró, entre ocho tomos, las correspondencias completas de Chéjov y Dylan Thomas, la traducción al inglés de Soldados de Salamina y otros títulos de autores anglosajones cuyo nombre y obra nada me dicen. Hornby (inglés nacido en 1957), leyó seis libros distintos a los comprados, dos ellos de mi interés: Father and Son (1907), de Edmund Gosse, autobiografía que me propuse leer en cuanto muriese mi padre pero no lo he hecho y So many books, de Gabriel Zaid, que agradó a Hornby por estudiar, entre otras manías y desaguisados, el deseo que algunos tenemos de acumular libros sin leerlos y seguirlos acumulando: el bibliófilo como héroe.

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El suicida argentino Jorge Baron Biza (1942–2001) fue esencialmente un crítico de arte cuyas reseñas fueron reunidas póstumamente en Por dentro todo está permitido (Caja Negra, Buenos Aires, 2010). Le perdono su gusto por Frida Kahlo, mala pintora pero ícono al fin, a cambio de su página sobre María Kodama describiéndole a su amado Borges, en el Louvre, La victoria de Samocracia, descripción que hizo llorar al escritor. A Baron Biza, además, le daba por lo teorético y no lo hacía nada mal: “Lo lírico prescinde de las relaciones sociales, es autosuficiente, se emite y recibe desde la soledad, su deconstrucción es un silencio cargado de significados negativos: lo lírico no pretende que el amor se resuelva en sexo, no pretende que la muerte se esconda en su consumo eterno, no pretende que la melancolía se disperse en el turismo”.

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Paso al poeta chileno y nerudiano Oscar Hahn (1938) cuya Pequeña biblioteca nocturna. Notas literarias (FCE, Santiago de Chile, 2013) no es exactamente una colección de reseñas sino más bien de crónicas. Cuenta una de ellas, la jornada de los jurados del Premio Casa de las Américas en La Habana, en 1992, cuando los jerarcas culturales castristas se defendían como podían de las tímidas críticas de sus invitados a su dictadura. Mientras que Hahn, con la buena fe del carbonero, pregunta si realmente la poeta María Elena Cruz Varela merecía purgar en ese entonces dos años de cárcel, la novelista Luisa Valenzuela, pregunta, si esas medidas represivas no resultan “contraproducentes” para su adorado régimen. Ocho años después –meto mi cuchara– esa misma señora Valenzuela se negó a compartir la mesa del desayuno conmigo en el hotel, pues la tarde anterior había yo criticado a esos mismos comisarios en Monterrey provocando lo insólito: la declaración cubana exigió que los anfitriones me censurasen públicamente. Se les explicó que en México lo habitual es el respeto a la libertad de expresión de los mexicanos. Nunca más fui invitado a los aquelarres regiomontanos.

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Mayor miga tiene el libro que tiene como título Catálogo de libros excesivos, raros o peligrosos que ha dado la imprenta, obra del novelista jerezano Juan Bonilla, quién según la solapa –las escribí anónimamente durante años y es un género hecho y derecho que adoro– consideró “que los catálogos de las librerías de viejo son una forma de hacer crítica literaria –ponerle precio a un volumen, ya es crítica literaria– el autor de este libro saca de sus anaqueles algunos libros y para afrontar la crisis, los pone a la venta”. Este catálogo editado por la Universidad de Sevilla en 2012, en muchas de sus entradas, alcanzan la crítica ejemplar. Dice Bonilla del Moliner: “Algo de entomólogo tiene el que hace un diccionario, con la diferencia de que luego las mariposas salen otra vez a la intemperie a ponerse en manos de la gente, que era lo que a María Moliner más le interesaba, a pesar de alguna superstición o mero pudor, como sus malas relaciones con los tacos. Algo también de melancólico, con esa manía de ordenar el caos”. Tampoco tiene desperdicio la reseña del libro (el “informe de la acusación particular publicada por la viuda de la víctima”, para ser precisos) referido al asesinato, en manos de un colega, de Luis Antón de Olmet, uno de los primeros biógrafos de don Marcelino Meléndez Pelayo, ocurrido en Madrid en 1923.

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Termino con Max Aub, cuyos tiempos mexicanos, un legado periodístico que va de 1943 a 1972, reunió, por fortuna, Eugenia Meyer (FCE, Madrid, 2007). El libro pasó, como suele ser con el gran Aub, inadvertido. Mala cosa para quien era capaz de decir: “Enrique Heine escribió mucho, como todos los que tienen por necesidad vivir de esa meta. Tenía ángel y lo fue: caído. Echado de su paraíso, fue a dar a otro mal afamado: París. Lo maltradujeron –con la intervención de Gerardo de Nerval, otro ángel–, se hizo famoso en el mundo entero. Se burló de todos y de lo suyo; fue de los primeros que se vieron “por fuera”, prefigurando el “otro” de Rimbaud, que le debe mucho más de lo que nos hemos “figurado”. O lo que cuenta del no entierro de José Moreno Villa. Los enterradores no llegaron al panteón, la caja quedó expuesta y los poetas se refugiaron en un café.

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*FOTO: Desde la revista Believer, Nick Hornby ha combinado la reseña literaria con la crítica musical. En Ten Years In the Tub recopiló diez años de sus artículos en esta publicación de San Francisco, California/AP

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