PAAX: soñar y hacer posible lo imposible
La primera edición de este festival celebrado en Xcaret Arte, fue una gala de talento y propuestas innovadoras
POR IVÁN MARTÍNEZ
Cuando en los primeros meses de la pandemia nos cansábamos de la moda de los videos de cuadritos donde músicos a distancia tocaban juntos, Alondra de la Parra impresionó a no pocos al lanzar su Orquesta Imposible: no era uno más, sino una producción audiovisual al más alto nivel (técnico y estético, sin cuadritos), que conjuntaba a varios de los músicos más importantes de la escena actual para tocar (a distancia) una versión de cámara del Danzón no. 2 de Arturo Márquez. Fue quizás el mejor video de todos, una pieza de arte en sí misma y esa interpretación, una de las mejores de la obra. Lo creímos irrepetible.
Ahora, fui testigo de la puesta en realidad de la semilla virtual que fue ese Danzón “Imposible”, ampliado a diez conciertos en cinco días y varios estrenos: la primera edición del festival PAAX GNP, realizado del 29 de junio al 3 de julio en Xcaret Arte. Es ya, por el tamaño de sus figuras, el festival dedicado a la música clásica más relevante que haya nacido en México.
Cada día ofreció doble programa, uno clásico con ella al frente de la Orquesta Imposible, singular concepto para agrupar la materialidad práctica de sus integrantes (una docena del ensamble original, otra de nuevos solistas y dos más conformadas por músicos de la Sinfónica de Minería), pero también para identificarlos como las estrellas del encuentro, con algunos programas verdaderamente demandantes en dificultades diversas (quizá ninguno haya estado en otro festival tan extenuante); otro, denominado “Darkside”, con varios de esos imposibles haciendo gala de virtuosismo y jícamo en sesiones de jazz, rumba y folclor.
Es cierto que orquestas de festival siempre han existido y la dinámica es conocida (y sus características sonoras fueron escuchadas), las particularidades de ésta brindaron oportunidades únicas no sólo al público: para él, sobre todo, su line-up, seis famosos concertinos tocando solos icónicos es sólo una de ellas; sino a ella misma para mostrar el nivel en que se encuentra como directora: sólida en términos musicales y de liderazgo, en capacidad de acción y convocatoria .
El concierto inaugural fue el más consistente en materia orquestal. La Sinfonía Clásica de Prokofiev con la que abrió la mostró eficaz y enérgica, en control absoluto de su aparato sinfónico y con impulso irrestricto. Enseguida, el tenor Julian Prégardien hizo una versión exquisita del Knoxville: Summer of 1915 de Barber, en la que profundizó el texto desde una paleta de matices y colores de mucha nitidez, con delicadeza y fuerza justas. El protagonismo de la noche, sin embargo, lo llevó el violinista Nemanja Radulovic, al dotar de fantasía el Concierto de Khachaturian en esa libertad contagiosa que caracteriza su musicalidad, la batuta supo acomodarle un acompañamiento preciso, de plenitud, brindando la mayor uniformidad y empuje sonoro que se escuchara en todo el festival. Emocionante.
La segunda tarde vio el estreno de The Silence of Sound, ideado por ella para Gabriela Muñoz, Chula the clown, con dramaturgia de Luisa Reyes Retana: espectáculo escénico completo, un monólogo desde el cuerpo líricamente coreografiado desde el clown y cobijado por una intensa selección orquestal y un despliegue total de tecnología escenográfica, con base en ideas estéticas y narrativas de las que habría que hacer un ensayo completo.
El tercer día se escuchó el concierto más largo, de esos sólo posibles con la estamina de un festival: entre el despliegue de piezas concertantes con el chelista Rolando Fernández, el violinista Aleksey Igudesman y el trompetista Pacho Flores, se escucharon las Variaciones Concertantes de Ginastera, donde destacaron solos del mismo Fernández, de la fagotista Virya Quesada, el cornista Matías Piñeira, la violinista Shari Mason y el contrabajista Edicson Ruiz; para culminar la tarde con el estreno de la Sinfonía Imposible de Arturo Márquez, obra en ocho movimientos dedicados a los solistas imposibles, que no es precisamente una obra programática, pero sí se construye desde un manifiesto político sobre problemáticas actuales, afectuosamente ligadas y musicalmente construidas a partir de sus combinaciones instrumentales, pero cuyos problemas prácticos y estructurales harán que sus partes sean presentadas luego como piezas concertantes individuales.
Uno de los concertinos invitados, el legendario Guy Braunstein, ofreció la cuarta tarde el estreno de “Abbey Road”, una especie de concierto para violín a partir de la música de The Beatles, de su autoría: más que un simple arreglo de las canciones, es a través de diversas cadencias un compendio de las herramientas posibles para la exhibición virtuosa del violín (no es queja). Y tras escuchar al trombonista Jörgen van Rijen acudir a Bach, esa tarde se ofrecieron selecciones de ballet, entre ellas dos del recién estrenado Como agua para chocolate de Christopher Wheeldon (música de Joby Talbot) y otro estreno de él mismo, Finale finale, un divertimento con música de Mihaud.
La clausura clásica se dio al mediodía del quinto día. Además de la flautista Gili Schwarzman, el cornista Felix Kliesser y el contrabajista Edicson Ruiz como solistas, De la Parra presentó el generoso programa Armonía Social, una veintena de niños de la región que trabajaron con ella en días previos, integrándose a la orquesta de los artistas imposibles para tocar dos clásicos del repertorio mexicano.
Desde la música clásica, uno sabe qué esperar y hay detalles y destellos que van superando las expectativas. Lo inimaginable para este reseñista, fue la mayor sorpresa de todas: acudir a verdaderas masterclasses de improvisación, música de cámara, camaradería, virtuosismo de géneros, y de sabores, en las sesiones nocturnas con el violinista Alexis Cárdenas, el cuatrista Leo Rondón o el percusionista Ricardo Gallardo. Agasajo total.
FOTO: Alondra de la Parra con Gabriela Muñoz, Chula the clown, quienes presentaron The Silence of Sound/ David Ruano
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