Padre e hija

Mar 2 • destacamos, Lecturas, Miradas • 2253 Views • No hay comentarios en Padre e hija

 

Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Juan Manuel García-Junco Machado, el escritor de ciencia-ficción y fantasía fallecido en 2019, fue mi condiscípulo en la preparatoria y aunque yo no le caía muy bien por aspirar a ser uno de esos “escritores respetables” que él menospreciaba desde entonces, nos unía una estrecha amistad común con Juan Eduardo Martínez Montiel, quien muriese, un par de años después que él, víctima del Covid. Siendo así, tenía yo motivos suficientes para echarle un vistazo a Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2023), de Aura García-Junco, su hija nacida en la Ciudad de México, en 1988.

 

El vistazo se prolongó tres horas hasta que concluí este muy notable relato memorioso, pleno en un amor filial que la autora ha colocado, naturalmente, en el centro, pero sin descuidar un cuadro de época, bien escrito y mejor pensado, al recorrer el mundo de los neogóticos, los ciberpunks y sus fanzines, aquella contracultura que tiene su corazón, desde 1980, en el Tianguis Cultural del Chopo, desde donde García-Junco Machado, mejor conocido como H. Pascal, su pseudónimo, ejerció una suerte de jefatura espiritual, difundiendo literaturas y gráficas orgullosamente marginales.

 

Una de las virtudes a aplaudir en Dios fulmine a la que escriba sobre mí, es la desenvuelta crítica generacional que García-Junco ejerce contra su padre. Enérgica sin dejar de conmover, atiende el disgusto del nuevo feminismo contra machismos viejos o atávicos y misoginias reales o imaginarias, poniendo en duda, inclusive, si la apuesta de H. Pascal por encarnar al Gran Perdedor, no fue un equívoco propio de una vanidad mal encaminada, como yo la calificaría. Ejercer géneros literarios voluntariamente extracanónicos trae su precio a pagar, y la fama disfrutada por H. Pascal entre sus lectores acaso lo justificó, pero a mí me parece (y el rumbo que toma el libro de su hija me lo hace creer más aún) que deseaba ser un verdadero poeta. Quizá, simple pero dramáticamente, no quiso crecer. Era de quienes creían que madurar era la forma más segura de pudrirse.

 

Siendo estricto contemporáneo de H. Pascal, mis ideas, como las de él, envejecen, y no poco del criticismo de García-Junco me irritó por injusto y por puritano, pero ello quiere decir que la autora dio en el blanco. Y no sólo ello: en esta biografía informal de su padre, ejerce el poco frecuentado arte de la ponderación, lo cual me libra de usar contra ella el proverbial conjuro de “como me ves, te verás”. Cuando dispara el dardo, García-Junco se queda pensando no en si debió lanzarlo, sino a quién y por qué lo hirió, sabedora de que “ver no tiene desver” porque “con toda la identidad que se revela ante mis ojos, más valdría arrancarlos como hizo Edipo” pero “sigo, aunque sepa que me arrepentiré”. No se ahorra episodios de los que maltratan una adolescencia ni de puntualizar esos defectos de los padres, que pequeños para el mundo, resultan monstruosos para sus hijos.

 

Esta apuesta, la de poner en solfa a un Gran Perdedor y a sus mitologías, bien podría haber quedado en mero resentimiento porque todos conocemos a esos progenitores quienes nunca dejaron de ser “máquinas solteras”, como las llama García-Junco, a mitad de camino entre Deleuze & Guattari y Enrique Vila-Matas, entregados a los cultos eleusinos, a la música ruidista, a dar la vuelta al mundo en 80 comunas o al periplo revolucionario, despreocupados de sus vástagos, sometidos a la errática voluntad de aquellos tan procelosos queriendo cambiar la vida y transformar el mundo. No es necesario leer el “Novenario” que cierra el libro, en mi opinión una conclusión sentimentaloide que sale sobrando porque ya todo había sido dicho y muy bien dicho sobre H. Pascal, para apreciar que la escritora fue criada con amor.

 

Ese amor se despliega, no tan previsiblemente, en la heteróclita biblioteca heredada por el padre a la hija, catalogada por García-Junco en Dios fulmine a la que escriba sobre mí con la asistencia de Roberto Calasso y Aby Warburg, pero, sobre todo con una rara intuición de bibliófila, partiendo de un principio singular, el de la duplicación, que habría fascinado a Borges (citarlo, leemos en la nota al pie número trece “es de tan buen gusto que se vuelve de pésimo”). Es decir, si heredó de su padre Las cosmicómicas, de Italo Calvino, lo compara García-Junco, en la probeta de Pierre Menard, con su propio ejemplar. Un mismo libro, pero dos ediciones distintas y dos lectores en momentos sucesivos del tiempo: asunto propio de iniciados en los misterios de la marginalia.

 

Si Marguerite Youcernar (la de Alexis o el tratado del inútil combate) es uno de los penates que auxiliaron a García-Junco en esta antikafkiana carta al padre, junto a Paul Auster, Rosa Montero, Christopher Morley, Vanessa Springora, Emmanuel Carrère, Pilar Donoso o Rodrigo Fresán hablando de J.M. Barrie en Jardínes de Kensington, son los shandys de Vila-Matas los espíritus chocarreros que le fueron indispensables a Garcia-Junco, quien —debo decirlo— se equivoca afirmando que la Historia abreviada de la literatura pórtatil (1985) fue juzgada, en su día, “como una bufonería”. Nada de eso: fue libro de culto desde el principio. Vila-Matas fue festejado por un supuesto mainstream donde mandaban su editor Jorge Herralde y su maestro Sergio Pitol. Pero veo con alegría que la generación de Vila-Matas, de la que fui uno de los tonsurados, ya encarna un clasicismo.

 

El vigor intelectual de Dios fulmine a la que escriba sobre mí, de García-Junco, queda probado en la definición acertadísima de su padre como un nuevo tipo de goliardo (y así se llamaba, también, su colección de fanzines), un monje vagabundo que “se inscribió sin querer a una tradición de libros andantes, de aquellos vendedores y vendedoras de enciclopedias que iban de puerta en puerta con los libros forrados de cuero, sólo que los suyos eran en papel bond a dos colores. Un heredero, no de los exquisitos traficantes de libros raros, sino de la carreta llena de ejemplares de segunda mano, destinados a quien quisiera poner sus ojos sobre el libro y, mucho menos, a quien no lo sabe aún, pero que está próximo a descubrirlo de la boca de un orador experto”.

 

Hará diez años que me topé con H. Pascal (quien para mí era sólo Juan Manuel) en una librería. Es cierto que abrazaba de una manera inolvidable, por expansiva, como recuerda su hija. Es cierto que su olor a nicotina era, para entonces, absolutamente inusual e irritante. Apurados, no tuvimos tiempo para recordar aquella prepa de Azcapotzalco destinada a contadores, a dentistas y a comunistas zacatecanos, donde, junto a una vía del tren, algunos extraviados conversábamos sobre Isaac Asimov, Arthur C. Clarke y H.P. Lovecraft, quien desde antaño le parecía a quien sería H. Pascal, un esclavo de los adjetivos lúgubres, como se lo había reprochado, lo supe después, Edmund Wilson. En fin, yo iba, a fines de los años 70, con el mito de Cthulhu como estandarte rumbo a la cansina respetabilidad; él, defensor de otro postmodernismo (palabra que nos era desconocida), el de Amado Nervo, empezaba un camino que ahora puedo ver desplegado, en la grandeza y en la miseria propia de toda vida vivida a plenitud, gracias a Dios fulmine a la que escriba sobre mí, de Aura García-Junco.

 

 

 

FOTO: Aura García-Junco es autora de Dios fulmine a la que escriba sobre mí. /Sexto Piso

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