Panos H. Koutras y el refugio perentorio

Sep 12 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4471 Views • No hay comentarios en Panos H. Koutras y el refugio perentorio

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Xenia (Grecia-Francia-Bélgica, 2014), agitado cuarto largometraje del ateniense heterodoxo en Londres y París formado Panos H. Koutras (El ataque de la mousaka gigante 99, Strella, más que una mujer 09), con guión suyo y de Panagiotis Evangelidis, el perpetuamente exaltado adolescente amaneradísimo y de agresivo cabello decolorado a medias como buen ligador compulsivo homosexual Danny (Kostas Nikouli) viaja atronadoramente en ferry de su nativa Creta a Atenas para encontrarse con su hermano apenas mayor, el humilde preparador de tortas si bien talentoso aspirante a baladista Ody (Nikos Gelia), para comunicarle la prematura muerte trágica de su madre común de origen albanés y entrenarlo, a su gusto excéntrico, en la práctica del arte vocal popular, mientras ambos deciden viajar en busca del innombrable padre griego que engañosamente los abandonó a muy tierna edad, aunque pasando primero por el canoro antro Paradiso en Tesaloniki del vaselinoso viejo gay asumido Tassos (Aggelos Papadimitriou) que ha logrado localizar al evasivo personaje bajo una nueva identidad de opulento empresario, al tiempo que Ody se enamora de la mediocre cantantita ucraniana Maria-Sonia (Romanna Lobats) que lo alienta a participar, como ella misma, en un certamen de aficionados en Atenas, pero, antes, las hostiles circunstancias segregacionistas raciales de una Grecia en feroz crisis económica obligan a los hermanos a defenderse a balazos de la agresión de una turba fascista y a refugiarse en las remotas ruinas de un hotel llamado Xenia, cual refugio perentorio, como si tomaran fuerzas para acometer la participación de Ody en el concurso de canto y que el impulsivo incontrolable Danny obligue a punta de pistola al padre, pomposamente rebautizado Lefteris Christopoulos (Yannis Stankoglou) e instalado a todo lujo en El Pireo, a admitir su abandonadora deserción paternal y en seguida desvalijarlo, gracias al inusitado auxilio indignado de Vivi (Marissa Triandafyllidou), su propia nueva esposa en turno, aún sorprendida y perturbada al ver partir victoriosos a los dos hermanos.

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El refugio perentorio asume, fuerza y exige, más que una lectura múltiple, diversos niveles de significación pocas veces asequibles: una dimensión política-histórica (allí está el racial asedio vigente de los golpeadores fascistas de cuero negro haciendo razzias xenofóbicas en tiempo de crisis al grito supuestamente defensivo de “Grecia para los griegos” contra inmigrantes adultos y jóvenes o niños, es decir los esclavos de los esclavos al infinito), una dimensión mitológico-heroica (allí la presencia viva de La Odisea homérica desde mismo el nombre del hermano mayor Ody por Odysseos hasta la estructura rapsódica y la naturaleza prototípica de sus peripecias aventureras finalmente épico-domésticas), una dimensión literaria contemporánea tenazmente marginalista (allí está la infrafigura romántica del vagabundo como las del navegante rumano Panait Istrati o del ruso estibador Maximo Gorki que debe agitarse en el movimiento perpetuo para mejor desafiar las convenciones sociales de la moral y la injusticia establecidas desde la orfandad real y la cósmica), y una dimensión simbólico-carnal de todas las vicisitudes (allí está el errabundo forzoso héroe bicéfalo formado por el hermano homosexual nómada Danny y el hermano hetero ansioso de sedentarismo exitoso Ody cuya conjunción no puede ser sino una prolongada metáfora incestuosa).

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El refugio perentorio recurre a un imaginario fantástico siempre candorosamente infantil, como antes en Strella lo fue el pionero fílmico teatrito luminoso del viewmaster, aquí volcado hacia la adoración por la diosa italiana del patético canto intenso Patty Pravo (ella misma) ubicuamente apareciendo/desapareciendo por doquier y hacia el tierno peluche-mascota del omnipresente conejito peluche o real y inclusive monstruoso de erotrágico virgiliano nombre Dido que inseparablemente viaja a todas partes en brazos de Danny, o lo custodia saltando a la vera del camino urbano, cual perfecto sucedáneo afectivo y segurizador, hasta ser descabezado y entonces ir reclamando cada vez mayor relieve feérico, cobrando efigie gigantesca y llegando a platicar saludador y afable con el siempre exaltado chichifo oneroso Danny.

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El refugio perentorio legitima estéticamente su práctica social/antisocial del drama mediante las tres normas que plantea el dispar filósofo francés Jean-Louis Déotte para pensar hoy la posmodernidad, según palabras de Álvaro García en ¿Qué es un aparato estético?: la norma de la narración cuyo aparato es el relato y cuya superficie de inscripción es el cuerpo humano, la norma religiosa cuyo mediador necesario (¿la voz cantante de la Diva encumbrada por el pueblo?) encarna en el individuo (¿la misma Diva adorada que se ha hecho propia por el más desatado de los héroes imprudentes concebibles?) y al mismo tiempo se incorpora a la comunidad, y la norma autónoma, en forma de deliberación indefinida, a través de “la representación, entendida como un escenario”; he aquí, pues, un drama posmoderno, con gravedad mezclada de displicencia e impregnada de cercanía afectiva y alegre.

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Y el refugio perentorio ha consumado el reencuentro con la deleznable e inútil figura paterna sólo para elevar por encima de ella la vitalidad exuberante y explosiva de un gay, ¿hoy por hoy sólo podía ser un gay a lo neohelénico Mommy de Dolan (14)?, rumbo al encomio de los valores de la solidaridad y la gloria de los vencidos vencedores llegando a la extrema libertad en el uso de la violencia y la desolación, para descender finalmente en triunfo la cuesta del Pireo, una vez expresado a sus anchas el mutuo amor fraternal ¿su verdadero refugio definitivo? en las ruinas de Xenia, y ahora dichosos y vengados, bailoteando y cantando con total displicencia, hacia otros ámbitos afectivos menos colmados pero de seguro más profundamente satisfactorios, ya sin añorado progenitor ante quien reivindicarse.

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*FOTO: Xenia, de Panos H. Koutras rescata, la crudeza y la violencia a la que se enfrentan las minorías sociales en el viejo continente/Especial.

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