Paolo Po: la historia oculta tras el autor de la primera novela gay en México

Dic 19 • Conexiones, destacamos, principales • 14083 Views • No hay comentarios en Paolo Po: la historia oculta tras el autor de la primera novela gay en México

POR MIGUEL ÁNGEL TEPOSTECO

 

Manuel Aguilar de la Torre y Paolo Po fueron dos escritores antagónicos. Aguilar vivió la mayor parte de su vida levantado sobre el pedestal del reconocimiento periodístico y la fertilidad literaria. De Po sólo quedó un delgado hilo de humo que duró medio siglo, entre librerías de viejo y puestos de baratijas callejeras.

 

Quien fue más popular, periodista estrella de Excélsior durante la época dorada de la publicación y después de la salida de Julio Scherer García, murió en 2003 de cáncer pulmonar. El otro, obsesionado con su anonimato, pereció a finales de los 60, cuando su último libro vio la luz, el ensayo poético y sacrílego El cadáver de Dios. Aguilar era un hombre querido y con ademanes teatrales los cuales recordaban a los de Federico García Lorca. Paolo Po, por el contrario, era un joven de actitud discreta que intentaba pasar casi siempre desapercibido.

 

Y pese a ser contrapuestos, eran íntimos. Po publicó su primera novela cuando apenas tenía 18 años. De su pluma visceral nació 41 o El Muchacho que Soñaba en Fantasmas, en debate entre los expertos para considerarse la primera novela mexicana abiertamente homosexual, publicada entre enero y febrero de 1964, meses antes que El diario de José Toledo de Miguel Barbachano Ponce (impresa el 2 de julio del 64 y que fue considerada por mucho tiempo como la primera publicación de este tipo). Antes existieron trabajos que abordaron la homosexualidad en México, sólo que en tonos de crítica o burla homofóbicas sin abordar el tema de manera explícita, como Chucho el ninfo (1871), de José Tomás de Cuéllar “Facundo”.

 

Ese mismo año del 64 Aguilar de la Torre cumplía 38 años, “Ya era un hombre maduro y con experiencia. En cambio Po, para esa época, salía de la adolescencia”, menciona Juan Carlos Harris en pleno 2015, 51 años después de la primera aparición de Paolo Po.

 

Harris es abogado de profesión, de origen estadounidense y mexicano. Es además coleccionista de objetos nazis, monedas raras, estampillas y libros antiguos. Es un investigador amateur que descubrió la relación secreta entre el joven Paolo Po y el maduro Manuel Aguilar de la Torre, dos personajes atormentados que compartieron una parte de sus vidas, temerosos de la intolerancia de la sociedad de su tiempo, unidos en un montaje de ambigüedades, sufrimientos y silencios que permaneció con ellos incluso después de que los alcanzó la muerte.

 

Los secretos detrás de 41

La primera novela de Paolo Po guardó secretos durante décadas. Harris la obtuvo después de que se la recomendara un amigo a quien, como a él, le interesaban los temas LGBTTT (Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti). Un libro que descubría “el intenso drama de la vida de los homosexuales en México”. Su autor era Paolo Po, seudónimo de un chico que ejercía la escritura en el más íntimo secreto, presumido por el libro como el más joven y más brillante escritor de México. El 41 era un número asociado a lo gay que hacía referencia al “Baile de los 41 maricones”, redada de la época porfirista donde se reprimió una fiesta de homosexuales. Paolo Po era parte de una tradición de escritores que tocaron el tema de la homosexualidad bajo un seudónimo y de los que no se difundió su identidad, como Eduardo A. Castrejón con su 41, novela crítico social (1906) y Paolo X. Teruel con Los inestables (1968).*

 

Había varias publicaciones mexicanas y norteamericanas que citaban con brevedad la primera novela de Po. El escritor Luis Mario Schneider escribió una breve impresión sobre este texto en el libro México se escribe con J: Una historia de la cultura gay (2010) coordinado por los investigadores literarios Michael Schuessler y Miguel Capistrán. Schenider describió la obra de Po como: “[…] no mundana, cargada de angustias, de dobleces donde un dolorido joven se debate, se autocontempla, se contradice en imploraciones a Dios y a la vez blasfemias”.

 

La primera novela de Paolo Po narraba la historia personalísima de “el chico que soñaba en fantasmas” y su recorrido por los inframundos de las relaciones homoeróticas de los años 60. El personaje, a través de un amor desenfrenado por su amante Fernando, describía en un desesperante monólogo sus encuentros con la muerte, la identidad y la autodestrucción de una juventud reprimida en su sexualidad.

 

Harris se enteró de que existían otros tres trabajos de Po, todos temáticamente interconectados, que eran aún más raros que el primero: Los tarados del siglo XX (novela-cuento), Historia de un millón de muchachos. Una generación degenerada (novela) y El cadáver de Dios (ensayo-poesía). Este último, pese a jamás encontrarse copia física, era el único subido a internet. Además de no estar editado por Costa-Amic como los otros libros, sino por una editorial independiente creada por Po (Editorial S.V.T) que sólo publicó ese libro.

 

Las evocaciones en todas las obras de Po eran similares. Sangre, muerte, cadáveres, bichos, sudor, cuerpos y referencias teológicas eran partes de tramas confusas, semicronológicas y metafóricas. Algunos personajes de las tramas eran mártires en contra de un Estado, sociedad o dios que los reprimía y hacía su vida miserable. Otros eran verdugos al servicio de la crueldad humana. Las historias recordaban a autores como Pier Paolo Pasolini (por el conflicto con la religión católica) o William S. Burroughs (por las imágenes pesadillescas).

 

En su momento, Harris no pudo hablar con Bartomeu Costa-Amic Leonardo, (hijo de Bartolomé Costa-Amic, quien publicó originalmente a Po). Años después, este editor reveló algunas señales particulares de Po en una entrevista a través de correo electrónico: “Lo que recuerdo de él es un hombre un tanto nervioso, con premura al hablar, directo y claro (él no quería que se le identificara, sé que como periodista era suficientemente conocido). Hubo una conversación con mi padre en la que recalcaba su deseo de anonimato, pues con el paso del tiempo (unos once años de la publicación de su libro) y la notoriedad alcanzada era frecuente la solicitud de informes sobre él. Discretamente elegante (combinando bien su atuendo y accesorios), pulcro”.

 

Años más tarde del inicio y clímax de la investigación de Harris, algunos expertos como Antonio Marquet, historiador de la literatura gay en México, Ignacio Trejo Fuentes, crítico literario, y el hispanista especializado en literatura mexicana Juan Carlos Osornio (de los pocos que habían escrito un análisis extenso sobre 41 o El Muchacho que Soñaba en Fantasmas), expresaron lo que sabían del tema. Osornio, por ejemplo, coincidió con Harris en la homofobia interiorizada de la obra de Po. Por lo demás, el conocimiento sobre la identidad del escritor secreto era poco o nulo. Harris recorrió durante nueve años librerías, instituciones y bibliotecas en el DF, recopilando testimonios, cartas y documentos legales relacionados a Po. La redacción de estos documentos hacía pensar a Harris que el autor misterioso tenía conocimientos especializados sobre leyes. Además de que en su literatura Po demostraba figuras retóricas y escenarios emparentados con la legalidad y la justicia (sobre todo con las cárceles). “Entonces me di cuenta de que Po podía ser abogado”.

 

En uno de sus recorridos por las librerías de viejo, Harris encontró un ejemplar más de 41 o El Muchacho que Soñaba en Fantasmas. Hojeó el libro y se sorprendió: “Pues éste estaba lleno de pistas sobre quién era Paolo Po”. En las primeras páginas de libro había un ex libris fechado el 13 de febrero de 1964 a nombre de un tal Arturo Valls H. La fecha era casi inmediata a la publicación de 41 o el Muchacho que Soñaba en Fantasmas. Por este dato, Harris concluyó que la pieza podía haber sido regalada a su antiguo propietario por el propio Paolo Po (producto de una posible amistad). Harris, conocedor de muchas personas en el ambiente jurídico mexicano, también recordó haber oído nombrar a Arturo Valls alguna vez. Hizo una conexión entre el nombre y una generación de hombres que ejercieron la abogacía durante los años 60, 70 y 80. Inició una serie de entrevistas con abogados, algunos de ellos homosexuales, que prefirieron no dar sus nombres para publicación (por la edad y para evitar posibles escándalos), pero que sí dieron pistas contundentes del siguiente entrevistado, y del siguiente y del siguiente, hasta que Harris se halló frente al hombre correcto, un abogado gay que había sido amigo directo de Paolo Po.

 

Ese hombre recibió a Harris en su despacho y platicó con él. Harris comentó con mucho tacto sus indagatorias y sus conclusiones, además de reservarse un nombre que ya había rondado por los labios de algunos abogados, pero que no era del todo seguro perteneciente a Po. El viejo abogado miró a Harris, dibujó una sonrisa en su rostro y dijo: “Ay Juan. ¿No sabes quién es Paolo Po? ¡Si es Manuelito!”.

 

La muerte del muchacho que soñaba con fantasmas

En el obituario de La Jornada de Morelos Harris supo la causa verdadera de la muerte de Paolo Po. El poeta michoacano Manuel Aguilar de la Torre había dejado de respirar a los 77 años de edad, víctima del cáncer pulmonar. Aguilar había soñado, a través de Paolo Po, con una juventud etérea. Hombre de 38 años como un alma joven, como un chico de 18 años. Un Rimbaud mexicano, apócrifo y rebelde que murió en Cuernavaca, Morelos.

 

Con el verdadero nombre de Po, la investigación en Internet llevó a dos blogs dedicados al poeta, uno creado por el cronista Jesús Pérez Uruñuela y el otro por la docente María Herminia Corral Alvarado, ambos alumnos y amigos de Aguilar. Apareció además una liga a un texto en francés, traducido del alemán, titulado la Encyclopédie Internationale Des Pseudonymes (2006), donde estaba escrito “Paolo Po: Aguilar de la Torre (¿Manuel?)”. Se citaba como fuente a la doctora María del Carmen Ruiz Castañeda, investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (IIB) de la UNAM. Al seguir esta pista apareció un trabajo de Castañeda, el Diccionario de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias (2000) editado por el IIB. En este libro se aseguraba que detrás de Paolo Po estaba Aguilar de la Torre.

 

En entrevista por correo electrónico el doctor Sergio Márquez Acevedo (investigador del IIB y colaborador de la doctora Ruiz Castañeda) reveló cómo es que ellos desenmascararon el misterio. Quien les había proporcionado la verdadera identidad de Paolo Po fue un amigo de Salvador Novo: Miguel Capistrán, afamado investigador literario y colaborador en Excélsior durante la misma época que Aguilar. Aunque después de una revisión de sus fuentes Márquez Acevedo acotó: “Pero en la edición de 1985 el nombre Manuel está escrito con interrogación y entre corchetes, circunstancia que indica que el nombre de Manuel no es seguro. A causa de la falla en la base de datos que tuvimos en 1992, estos signos se perdieron y cometimos el error de darlo como nombre seguro sin cotejarlo más”.

 

El diccionario y los blogs tenían datos biográficos de Aguilar: los lugares en los que colaboró y sus libros (que ascienden a una treintena, con algunos todavía inéditos y sin incluir los escritos bajo el seudónimo Paolo Po). Se supo que, después de su vida como corresponsal en el extranjero y curador en la Ciudad de México, volvió por algunos años a Michoacán y luego, decepcionado por la poca repercusión de su obra y algunas enemistades en su entidad natal, se mudó a Morelos (entre finales de los 80 y principios de los 90). Allí pasó el resto de su vida en su hogar alejado de la ciudad, donde escribió La casa en la montaña, libro en el que narraba con nostalgia los recuerdos de una vida de viajes, amistades famosas y sucesos históricos que lo marcaron. Desde sus caminatas de juventud, rodeado de edificios destrozados en la Alemania de la posguerra, hasta los amigos ya muertos a los que añoraba, como el muralista Juan O’Gorman, la poeta Pita Amor y el poeta Abigael Bohórquez. O sus recuerdos como periodista novato en Últimas noticias, cuando cubría fuentes jurídicas relacionadas con las cárceles, cuando lo disciplinaba su editor y cuando, recordó alegre, tuvo la oportunidad de entrevistar a Pablo Neruda.

 

Sus últimas entrevistas lo dibujaban como un hombre de amplias fronteras que dijo haber visitado la mayoría de los países del mundo, con excepción de Chile y Australia, que además contaba haber presenciado mucha de la crueldad de la que es capaz el ser humano: “Miré desde las cosas más bellas como la ciudad de Florencia de la que estoy enamorado, España y su Granada magnífica. Hasta las cosas más horrendas como la guerra de Vietnam, donde después de los bombazos de la gringuerra, caminaba por las ciudades devastadas y no encontraba a nadie, no veía un solo cadáver, sólo pedazos de seres humanos”, dijo en una entrevista. Aguilar era un hombre de reconocida sensibilidad hacia los temas políticos. Entre sus conocidos era famosa la anécdota de cuando rechazó el Premio Iberoamericano de Periodismo entregado en España en los años 60, pues le pareció intolerable el asesinato del anarquista Salvador Puig a manos del régimen franquista.**

 

La actividad internacional de Manuel Aguilar de la Torre incluyó trabajos para Excélsior en Italia, España y Estados Unidos. Paolo Po mencionaría en las primeras páginas de 41 o El Muchacho que Soñaba en Fantasmas un poema escrito en Roma en el año de 1960, fecha en la que Aguilar reporteaba en Italia. Y el último capítulo de la misma obra sucede en las calles de Nueva York, lugar donde Aguilar cubrió las actividades de la ONU.

 

En contraposición con sus viajes en el extranjero, algunos testimonios de abogados recopilados por Harris describían a Paolo Po como un hombre que mentía mucho y que, encerrado en su estudio, leía libros de viajes y escribía ensayos críticos sobre poesía de todas partes del mundo. El cuenta cuentos Itzíhuape Escalera Coria, amigo de Aguilar de la Torre, corroboró este comportamiento, aunque le dio una connotación positiva: “Cuando se ponía a crear se desaparecía. Decía que se había ido a viajar. Pero no, se encerraba a escribir. Era un perfeccionador de su trabajo”. El también actor, imitando la voz de Aguilar “muy a la Lorca”, recuerda un De la Torre elegante, culto, pulcro y con una habilidad de oratoria excepcional: “Ensayaba sus poemas. Era como bailarín, con unos pasitos como zapateados. Él era un artista, un actor, un juglar, la chispa andando”.

 

Si bien Aguilar de la Torre ganó reconocimiento con el periodismo, sus huellas institucionales más claras fueron en el ambiente de las artes plásticas. Fue director general de las Galerías de Artes Plásticas de la Ciudad de México y cofundador del actual Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (antes nombrado “Manuel Aguilar de la Torre”). Tuvo cercanía con curadores como Álvaro Carrillo Gil y con pintores como Froylán Ojeda, este último quien ilustró Historia de un millón de muchachos para Paolo Po.

 

Tanto los testimonios como los documentos y semejanzas entre Paolo Po y Manuel Aguilar de la Torre empezaron a dibujar algunas de las razones por las cuales el poeta michoacano pudo haber creado un alter-ego para la publicación de sus novelas transgresoras. Juan Jacobo Hernández, editor de la revista gay 41, soñar fantasmas declara haberse “ligado” a un hombre durante los años 70 que se presentó como Paolo Po (quien coincidía con la descripción física de Aguilar) y haber recibido de él una confesión: “Me dijo que tenía miedo, que la gente no estaba preparada para una obra como 41 o El Muchacho que Soñaba en Fantasmas. La artista Miriam Pérez, amiga de Aguilar, habló sobre la homosexualidad y la homofobia interiorizada que, piensa ella, llevó a Aguilar a ocultar tantos años sus preferencias sexuales y crear a Paolo Po: “Yo siempre supe que Manuel era gay y me daba cuenta de los esfuerzos intensos para encubrirlo. Era muy cuidadoso. Incluso coqueto con las mujeres. Pero se notaban sus preferencias”.

 

Aunque nunca dejó de escribir y de difundir sus conocimientos entre sus alumnos morelenses, el poeta michoacano, mencionan con pesar sus amigos, cargó al final de su vida con problemas emocionales y médicos: “No encontraba repercusión con su obra literaria. Además tenía problemas económicos. Dijo una vez ‘Voy a hacer una cantina para poder decir: órale borracho, embriágate, ¡pero págame!’. Le gustaba la notoriedad. Le gustaba brillar”, dijo Itzíhuape Coria, nostálgico por recordar a ese hombre vanidoso, de piel cuidada, perfumado y fumador, “muy a la Mauricio Garcés”, que despertó admiración y cariño en la mayoría de sus allegados.

 

Al final de sus días, Aguilar fue acompañado por un tanque de oxígeno, enfermo de un avanzado cáncer pulmonar. Cuando llegó el momento de padecimientos previos a su última partida, sus amigos recuerdan la aparición sorpresiva e indeseada de los familiares de Aguilar, quienes les impidieron el paso para ver al poeta en sus últimos momentos: “Tenías que sobornar a las enfermeras para verlo”, recuerda su amiga Miriam Pérez: “Su familia éramos los artistas, con los que convivió más, los que más quiso”. Durante su agonía, Aguilar atendió a los que lo visitaron y platicó con ellos, mientras las fuerzas de su cuerpo se retiraban hacia la mañana del 21 de agosto del 2003, cuando su organismo dejó de funcionar.
Luego de su muerte, nostálgicos por el recuerdo de su maestro, algunos de sus amigos y admiradores, envejecidos por el tiempo e incluso olvidados por los grandes medios culturales, organizaron homenajes póstumos, los cuales tuvieron una concurrencia que poco a poco se fue disolviendo entre las tertulias y efemérides en el estado de Morelos. Aguilar, con cierta ironía, acabó con un destino similar al de su alter-ego, quien murió con la última obra firmada como un escritor secreto, cerrando así su ataúd y un capítulo literario extravagante en la historia de las letras mexicanas. Los indicios de su excéntrica vida fundaron un rumor que duró 50 años, dejando a su paso algunos lectores y oyentes que preguntan curiosos ¿quién era ese muchacho que soñaba con fantasmas? Y que ahora, después de tanto misterio, ya tienen una respuesta.

 

*Sergio Acevedo, investigador del IIB y fuente primaria en el reportaje, precisó el nombre Alberto X. Teruel como el autor de Los inestables.

**En el libro Poesía de Manuel Aguilar de la Torre, en el prólogo escrito por el periodista Juan Miguel de la Mora, se aclara que, años después de recibir el galardón y al enterarse del asesinato de Puig, el poeta Aguilar de la Torre devolvió el Premio Iberoamericano de Periodismo, tanto la distinción como la suma económica que recibió.

***FOTO: El periodista y escritor Manuel Aguilar de la Torre acostumbraba recluirse en su casa de Cuernavaca para escribir sus memorias/Jesús Pérez Uruñuela.

 

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