Para entender a Micó
POR AMELIA DE PAZ
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Para entender a Góngora (Acantilado, 2015) reúne lo esencial de los estudios y ensayos gongorinos de José María Micó (Barcelona, 1961). El autor los ha escogido y remozado. Nos los ofrece desembarazados de las notas al pie y las referencias bibliográficas que tuvieron en los días en que Micó estaba en edad de merecer o de acatar de mejor o peor grado los cánones académicos, es decir, hasta anteayer. Quien albergue algún escrúpulo sepa que José María Micó es un filólogo solvente (valga la paradoja), y que con ese sacrificio gozoso la lectura ha ganado en fluidez sin perder en rigor.
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Micó ha cometido casi todos los pecados que se pueden cometer en Góngora. Lo ha leído con lupa, lo ha editado, comentado y celebrado, le ha aprendido la elegancia y precisión con que hoy nos regala, ha afinado en él su propio oído de poeta. La más venial de sus culpas, y la ha pagado cara, quizá haya sido caer en la trampa de convertirlo en profesión —qué le vamos a hacer— y aceptar a expensas de él laureles y encomiendas. En su descargo cabe decir que nunca pontificó, que jamás nos ha aburrido y que ha amado sinceramente a don Luis.
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Pero la feria de las vanidades se acabó. Micó ha descubierto las virtudes lustrales del silencio y anuncia que no volverá a publicar una línea acerca de Góngora. Se ha cansado de levantar torres en la raridad del viento, de llamar gloria a la pena y libertad a la cárcel. Este libro es su adiós. Algunos no hemos hecho en la vida casi otra cosa que soñar con Góngora y, si Dios no lo remedia, moriremos de Góngora: asno se es de la cuna a la mortaja. Micó no: él se ha sacudido el lazo. Ha dejado a Góngora por el tango y por el Dante. Se nos va sin remedio, guitarra al hombro, a arrastrar por los garitos la tristeza inconsolable de su desistimiento. Presumo que a don Luis le hubiera gustado este nuevo Micó tabernario y consecuente. Y le auguro al músico desertor días felicísimos en su nuova vita dantesca, porque intuyo que para este viraje, seguramente sin planearlo, llevaba preparándose desde la primera vez que se asomó a un verso de Góngora en su mocedad. El peregrino de amor lo llama haciéndole guiños allá en el canto VIII del Purgatorio, el más amado del Tommaseo. Esperamos que José María Micó nos cuente si se ha emocionado con Estacio en el XXI, y si del Paraíso le sorprende, como a T. S. Eliot, que un estado de beatitud cada vez más enrarecida y remota pueda ser materia de una gran poesía. Creo que Micó llegará lejos en Dante, pues cumple de modo superlativo una singularísima condición que Benedetto Croce no alcanzó a formular y que no se improvisa: que para entender a Dante hace falta forjarse un alma gongorina.
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Para entender a Góngora es el libro de un dulce pecador desengañado, y a ti, lector pecador que por tus males aún no sabes bien quién es Góngora, que en tu candor te creíste las patrañas sobre él que te inculcaron en la escuela, te invito a que lo leas. Larga vida a José María Micó.
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José María Micó, Para entender a Góngora. Acantilado, 2105.
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