Para leer la conquista de México

Nov 16 • destacamos, principales, Reflexiones • 8444 Views • No hay comentarios en Para leer la conquista de México

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Entre las crónicas que los protagonistas de la Conquista legaron como testimonio de sus acciones y objetivos, la mayor parte pertenece a una “historia oficial” de la época, por lo que las nuevas lecturas necesitan una diversidad de fuentes

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POR MARIALBA PASTOR

 

De la Conquista de México sabemos muy poco… Si supiéramos qué pasó, podríamos hacer memoria, conmemorar o recordar lo ocurrido hace 500 años, cuando una hueste integrada por europeos (principalmente castellanos), antillanos y esclavos de origen africano, al mando del capitán extremeño Hernán Cortés, tocó la isla de Cozumel, invadió la tierra firme, y en el transcurso de poco más de tres años (entre 1519 y 1521) sometió a varias poblaciones ubicadas entre la costa oriental y el centro de lo que hoy denominamos México. El problema es que el único que relató los hechos fue el mismísimo capitán general en sus Cartas de relación, pues el resto de los actores y testigos presenciales (Andrés de Tapia, Francisco de Aguilar, Bernardino Vázquez de Tapia y Bernal Díaz del Castillo) repitieron lo dicho por su jefe, con variantes y añadidos, pero sin modificaciones sustanciales.

 

Todos escribieron para el rey, sus consejeros y funcionarios, de quienes esperaban honores y/o recompensas; y, para lograrlas, debieron ponerse de acuerdo, no contradecirse y ocultar lo inconveniente; en especial las conductas ilegales y no cristianas, ya que los allegados del gobernador de Cuba, Diego Velázquez (enemigos de Cortés), y los frailes dominicos (sobre todo Bartolomé de las Casas) denunciaban los trabajos extenuantes y los malos tratos dados por los encomenderos a los indios; así como la inhumana violencia empleada por los conquistadores para someter a los pueblos que descubrían a su paso.

 

Las crónicas de los soldados de Cortés no pueden leerse como testimonios directos de la realidad pasada, sino como textos acomodados a las circunstancias que recurren a la exageración, la invención, la tergiversación, los silencios, los mitos y las falsedades, sin que esto signifique la total ausencia de referencias a lo acaecido. No está en duda la invasión del continente americano ni la radical transformación de la vida de sus comunidades aborígenes, pero de éstas los testimonios hablan poco y en forma estereotipada. En Cholula, por ejemplo, Cortés justifica la matanza de sus señores principales y de miles de hombres más, por descubrir que los guerreros de Moctezuma, junto con los cholultecas, intentan acabar con su hueste. Pero existen cosas raras en su descripción: ¿los cholultecas fueron a visitar a Cortés y a los suyos, o sea, a gente extraña, a Tlaxcala, la ciudad de sus enemigos? Luego ¿los dejaron entrar a la suya? Él interrogó a un indio y confirmó la traición cholulteca, ¿en qué lengua? ¿Al día siguiente de la matanza, cholultecas y tlaxcaltecas recuperaron su amistad?, ¿después de cien años? Cortés describe Cholula como una ciudad hermosa y llana con más de cuatrocientas treinta “torres de mezquitas”, calles cerradas y puertas, pero, si observamos los restos arqueológicos, se trata de un gran centro ceremonial abierto, con adoratorios y aldeas dispersas a su alrededor.

 

Dado que el resto de los relatos de los testigos oculares deben proteger a su jefe de la mala reputación, porque afecta a toda la compañía, casi veinticinco años después (1545), Andrés de Tapia, uno de los allegados del capitán general, asegura que fueron los tlaxcaltecas quienes robaron y destruyeron la ciudad y no los españoles. Tapia inventa que el dios de los cholultecas, Quetzalcóatl, era el creador del sol y del cielo, no permitía sacrificios humanos y vestía una túnica blanca con cruces coloradas. ¿Tenían un dios principal que era la premonición de Jesucristo, pero “sacerdotes del demonio” que sacrificaban humanos y devoraban sus carnes? En este relato, como en los de Vázquez de Tapia, Aguilar y Díaz del Castillo, la matanza está plenamente justificada, aunque con variantes que no modifican y en cambio contribuyen al relato fundante elaborado por Cortés en sus Cartas, las cuales —como he afirmado antes— todos toman como guion, aun cuando, al no luchar pegados al capitán general, debieron haber experimentado situaciones diferentes en lugares y momentos distintos.

 

Uno de los mayores refuerzos a lo narrado por Cortés, en éste episodio y en otros, se refiere a la pecaminosidad indígena como la “verdadera” justificación de la violencia conquistadora. Francisco López de Gómara, un clérigo español que lo admira y elogia, quien no fue testigo presencial de los hechos, pero publicó una obra sobre la Conquista de México (1552) con base en Cortés y Tapia, intenta subsanar las inconsistencias del relato con inventos como este: cuando el extremeño externa su voluntad de salir de la ciudad a falta de alimentos, los indios se sonríen y entre dientes se preguntan: ¿para qué quieren comer los españoles, si son ellos quienes serán cocidos en ají? Es decir, atribuye a los cholultecas costumbres antropófagas y, burdamente, un sentido del humor propio de Castilla. Algo similar hace Díaz del Castillo, quien corrige a López de Gómara, pero le copia muchas escenas. Él es quien introduce constantemente a los traductores e intérpretes, Marina y Gerónimo de Aguilar (a los cuales Cortés cita solo dos veces en las tres primeras cartas); quien más aporta a la construcción del mito de la Malinche, y quien, en forma reiterada, se refiere al “estereotipo del indio” (idólatras, sacrificadores humanos, antropófagos y sodomitas), el mismo estereotipo atribuido por los cristianos a los paganos grecorromanos en tiempos antiguos.

 

Las crónicas españolas de la Conquista de México (Cortés, Tapia, Gómara, Díaz del Castillo), los textos de los evangelizadores (Olmos, Motolinia, Sahagún, Durán, Torquemada), los códices postconquista y las obras producidas a fines del siglo XVI y principios del XVII por descendientes de la denominada nobleza indígena (Muñoz Camargo, Tezozomoc, Ixtlilxochitl, y Chimalpahin) no comprendieron la estructura, el sentido ni el significado de las religiones prehispánicas, porque su intención básica era convertir a los genéricamente llamados “indios” para explotar su mano de obra, cristianizarlos e incorporarlos al recién fundado Imperio español en calidad de súbditos. Tampoco pudieron comprenderlas, porque no estaban formados para observar lo extraño. Conocían por analogía, esto es, sin salirse de sus convicciones, y proyectaban su mundo en el nuevo mundo.

 

El vasto corpus documental hasta ahora utilizado en la elaboración de la historia prehispánica no puede usarse acríticamente como sustento de la reconstrucción del pasado de una gran diversidad de pueblos, porque pertenece a la “historia oficial” del momento, es decir, ha sido solicitado por la Corona y la Iglesia, y deben decir lo política y moralmente conveniente, o su publicación es censurada o rechazada.

 

En el caso de las crónicas de evangelización, la interpretación está inmersa en la convicción de la revelación cristiana y en la creencia de que la conversión religiosa de los paganos es un acto de liberación. Parten de un hecho doctrinal: en los indios se encuentra la esencia cristiana en potencia, no realizada en acto, porque el Demonio los mantiene en la ignorancia. Educados en España o en las escuelas religiosas fundadas en la Nueva España, los autores de estas crónicas no pueden comprender la complejidad de las religiones prehispánicas. Proyectan en ellas su monoteísmo, la existencia de una religión común “imperial mexica”, el esquema dicotómico del Bien y el Mal, así como el patriarcalismo como patrón de la organización de las relaciones sexuales y de parentesco.

 

Para aproximarse al conocimiento de lo distinto, los frailes y sus discípulos recurren a las jerarquías estamentales (de la nobleza civil y eclesiástica castellanas), al sistema taxonómico de los saberes biológico-sociales medievales, al corporativismo (órdenes, gremios, cabildos) y —como mencioné antes— al estereotipo del pagano, cuyo elemento distintivo recae en la práctica de los sacrificios cruentos, especialmente de los sacrificios humanos, los cuales difícilmente pudo presenciar alguien ajeno a los pueblos practicantes por comprometer lo más privado, mágico y secreto.

 

No sobra recordar que en tiempos antiguos todas las sociedades del mundo recurrieron a los sacrificios humanos y a los sacrificios sangrientos en general. Son hechos reales que se consignan, con más o menos distorsiones, en los mitos y las leyendas, por ejemplo, en el sacrificio de Ifigenia ordenado por su padre Agamenón para emprender la guerra de Troya. Además, lo confirman numerosas pruebas arqueológicas. Sería una excepción extraña que los sacrificios sangrientos no se hubieran practicado en América, el problema es que sabemos muy poco de ellos: ¿con quiénes, cómo, cuándo, para qué y en función de qué se realizaban? Bernardino de Sahagún y Diego Durán dan cuenta de su diversidad, pero los simplifican y los distorsionan al borrar elementos “indecentes” e incorporar otros cuyo origen se encuentra en la mitología griega, los libros sagrados y las autoridades de la Iglesia y proceden a la “inculturación de la fe”, es decir, a persuadir y convencer al otro de su esencia cristiana en potencia. Verbigracia: Sahagún atribuye a los mexicas los huehuehtlahtolli, una adaptación de las exhortaciones a la sabiduría, la honestidad, la disciplina y la justicia contenidas en los Proverbios del rey Salomón.

 

En tanto se conservan muy pocos códices producidos antes de la llegada de los españoles y estos corresponden principalmente a las regiones mayas y mixtecas, el acceso a la compleja religiosidad de los diferentes pueblos es limitada, y lo que se difunde generalmente corresponde a “la visión de los vencidos”, esto es, a la visión de los indígenas cristianizados que se horrorizaron de sus mismas prácticas antiguas, las negaron o las adaptaron debido a una falsa traducción, a instrucciones de sus maestros o para escapar de la “barbarie”.

 

Conscientes de que para el éxito de su empresa de cristianización lo primero que debían destruir eran los cultos de sacrificio, por ser los centros de unión de las comunidades, los evangelizadores prohibieron las reglas de la sexualidad y del parentesco, así como los ritos asociados a ellos. Liquidaron los ídolos y sus templos, y modificaron o inventaron los mitos, para sustituir todo ello, inmediatamente, por la nueva religión, permitiendo, si acaso, lo periférico o no peligroso.

 

La destrucción de los cultos de los pueblos prehispánicos impidió ver su conexión con el entorno natural, pues la realización de estos encuentra sus raíces en el miedo a la naturaleza y en el desarrollo de técnicas para su dominación. Esto se aprecia claramente en esculturas y relieves prehispánicos donde se presenta la relación de un ser humano con la naturaleza vegetal y animal, la muerte, la metamorfosis, etc. El uso de la violencia y las guerras, así como el trabajo, la producción, el intercambio y el consumo de las antiguas comunidades se dieron en un contexto sacralizado, íntimamente relacionado con la búsqueda de fertilidad y reproducción, y no en la relativa separación de lo civil y lo religioso que regía en la Castilla del siglo XVI. Imposible entonces la personalidad desacralizada que se le asigna a Moctezuma, quien, con su boato y su corte medievales, aparece ofreciendo discursos como si fuera un emperador europeo.

 

De la Conquista de México sabemos muy poco.

 

No hay narraciones de testigos oculares que sean, en esencia, distintas de la de Cortés. Los cronistas evangelizadores, quienes no presenciaron los hechos y escribieron varias décadas después, también repiten lo originalmente dicho por el capitán general, aunque agreguen pasajes acerca de la bondad y el sufrimiento de la población indígena, los cuales dicen haber recogido de informantes indígenas que presenciaron la catástrofe, pero que se asemejan a descripciones bíblicas.

 

Más que conmemorar, ésta sería la oportunidad para revisar a conciencia las fuentes escritas y los restos materiales con el fin de intentar distinguir lo verdadero de lo falso, lo verosímil de lo inverosímil, lo probable, lo plausible o lo fantasioso.

 

FOTO: El Lienzo de Tlaxcala es uno de los documentos que narran la conquista de tierras americanas por las tropas españolas en el siglo XVI./ Especial

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