Para abrir la agenda musical 2020
/
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Como habitante de una ciudad como la de México, que se precia de tener una actividad cultural incesante e inabarcable durante “todo” el año, con cinco orquestas profesionales y estables sirviéndole en temporadas regulares o una cartelera teatral diversa de lunes a domingo, no termino de acostumbrarme al asueto al que los prestadores de esos servicios artísticos nos obligan cada fin e inicio de año.
Entiendo las dificultades administrativas que conlleva lidiar con logros sindicales y que hagan financieramente imposible tener todos nuestros museos abiertos, pero no el que cada tanto queramos presumir nuestra calidad de capital teatral del idioma y al mismo tiempo la producción teatral no ofrezca ni la mitad de las oportunidades que las que presenta en otras temporadas. ¿Cómo conseguir convertirnos así en destino turístico cultural?
Por ejemplo, durante el verano, el Cenart sí ofrece ópera y danza dirigidas al público infantil y la UNAM se puede abrir para recibir las temporadas de la orquesta de Minería, pero en diciembre y enero nada. Pienso en otras capitales culturales y me remiten a sus conciertos en la víspera del año nuevo o en la ya tradicional temporada familiar de La flauta mágica (adaptada al inglés y en una versión recortada) que ofrece la Metropolitan Opera de Nueva York.
Es una lástima, por decir otro ejemplo que me viene a la cabeza, que el experimento de tener funciones diarias en una temporada corta, que sirvió en el extinto Foro Shakespeare para presentar una memorable Gaviota de Chejov con Blanca Guerra hace algunos inviernos, no se haya repetido con otros títulos. Es una lástima que no tengamos series invernales dedicadas a la música de cámara.
En mi caso, ni que sirva para ponerme al corriente con discos que quería revisar o con nuevas lecturas pendientes a las que había que echar el ojo, lo hace menos incómodo.
Aunque hablando de música, en estos días pude devorar algunas series y, sobre todo, la divertida y conmovedora, nada condescendiente y muy auténtica autobiografía de Elton John, Me, el más grande popero de la historia de la música: lo que sólo me hizo admirarlo más a él como hombre y como músico, y al retrato escénico que de él hizo el actor Tagor Egerton en el reciente film Rocketman (Dexter Fletchet) y que los premios Oscar ignoraron en su actual premiación. Infinitamente más auténtico y emotivo que la caricatura insensible y gris que de Judy Garland hace la actriz Renée Zellweger en la cinta Judy (Rupert Goold), por la que seguramente ganará ese premio.
Como sea, el año tenía que comenzar y el alivio de volver a escuchar música clásica en vivo en la ciudad lo tuve el sábado 25 de enero, con el inicio de temporada de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Los otros ensambles no han iniciado sus actividades y la Fila ya una semana antes se había presentado en Xochimilco; este año, la presencia en espacios abiertos de diversas alcaldías será el fuerte de la actividad de esta orquesta emblemática.
Como sucede con muchos programas desde que el violinista Scott Yoo es su director, éste tuvo un preconcierto de cámara ofrecido por algunos de sus atrilistas: la flautista María Esther García, la violinista Farathnaz González, el violista Ángel Medina y la violonchelista Carmen Uribe tocaron el Cuarteto en Re, K. 285, para flauta y trío de cuerdas de Mozart, una de las obras más representativas del periodo de Mozart en Mannheim, ciudad donde si algo se distinguía, era el virtuosismo técnico, la belleza del sonido y la pureza de la musicalidad de sus instrumentistas, sobre todo los de aliento.
Si menciono tales atributos universalmente conocidos, es porque a esta ejecución le faltó precisamente eso; el primer movimiento se tocó un tanto lento, quedado, y fueron evidentes algunas “basuritas” en la flauta; al segundo le caracterizó una sensación de estatismo y tuvo problemas de afinación, sobre todo entre la flauta y el violín, y el tercero fue obvio en su falta de precisión, así como en la falta de unidad conceptual.
El programa orquestal corrió a cargo de la batuta de Yoo y se trató meramente de obras orquestales y en una combinación muy tradicional: la Sinfonía no. 32 en Sol, K. 318 de Mozart, los Cuatro interludios marinos y la Passacaglia de la ópera Peter Grimes de Britten, así como la Cuarta sinfonía, en Si bemol, op. 60, de Beethoven.
Un tanto rutinaria en su concepción y ejecución, la sinfonía mozartiana funcionó sin mayores problemas como obertura, aunque quedando anodinamente sin memoria en la mente de quien esto escribe, siendo las obras de Britten y Beethoven, por otro lado, muy características de la sonoridad de la batuta de Yoo: guste o no, se coincida o no en conceptos, las suyas son siempre interpretaciones con personalidad; con presencia y autoridad.
Noté sobre todo una articulación demasiado incisiva en muchos pasajes del Peter Grimes, que no molestan, aunque tampoco ayuden a la sensibilidad del drama al que sirven originalmente. Y en el caso de la sinfonía, lo que aplaudo y por lo que me lamento que no hayan sido programadas las nueve sinfonías que me hubiese encantado escuchar con él, una inteligente comprensión de la individualidad con que Beethoven dotó las voces de las maderas. Yoo ha brindado, sin caer en ligerezas o delgadez de sonido, mucha transparencia y sentido a líneas que suelen ser dadas por sentado. Por lo demás, siempre muy sostenido en su concepto de solidez casi pesante en pasajes vivos y nobleza en aquellos con posibilidades líricas. Una pena, no escucharle el ciclo completo.
FOTO: Esta primera presentación de la OFCM estuvo bajo la dirección de Scott Yoo./Isaac López/ Secretaría de Cultura de la Ciudad de México
« La casa de mi madre: retrato de familia Taika Waititi y y la irreverencia absurdista »