Las partituras nominadas al Oscar
POR IVÁN MARTÍNEZ
No son el riesgo, la propuesta o la originalidad las características que dibujen la historia reciente de la música para cine. Hace décadas no surge otro Bernard Hermann u otro Miklós Rózsa y una razón puede ser el ritmo vertiginoso con que se vive el siglo XXI, que nos mantiene indiferentes a los detalles.
Esa misma indiferencia que, en el caso de la música de concierto, ha pavimentado el camino hacia un precipicio donde la mayoría de las orquestas sinfónicas suenan igual, perdiendo su individualidad sonora, en el cine se traduce en el menosprecio de su comunidad por el rol del sonido en la pantalla. Menciono dos ejemplos de los que marcaron el último año: el trabajo artístico de Antonio Sánchez al componer la música para Birdman (Alejandro G. Iñárritu) y el artesanal de Gregg Landaker y Gary Rizzo al diseñar el andamiaje sonoro de Interstellar (Christopher Nolan). Uno ignorado por la Academia y otro por los exhibidores, incapaces –solo ellos saben por qué– de utilizar todas las bocinas de una sala a la vez.
Hay que sumar que dentro de la Academia estadounidense, la más influyente de la industria, la sección de música es una de las más ortodoxas, aun cuando se le reconozca que, rumbo a su premiación de este año, haya elegido nominar a cinco partituras incuestionablemente efectivas y, particularmente, de personalidades muy definidas: las de Alexandre Desplat para The Imitaiton Game (Morten Tyldum) y The Grand Budapest Hotel (Wes Anderson), la de Jóhann Jóhannson para The Theory of Everything (James Marsh), la de Gary Yershon para Mr. Turner (Mike Leigh) y la de Hans Zimmer para Interstellar.
Zimmer es viejo conocido. Quizá uno de los compositores más talentosos de la industria, uno monstruosamente prolífico, pero también uno de los que más reutiliza su material; condiciones que comparte con John Williams.
El caso de Interstellar es particular: comenzó a escribir antes de la película y se ha difundido una anécdota romántica acerca de cómo le fue planteado el proyecto por Nolan, quien aparentemente sólo ofreció al compositor una parte de la premisa humana (la paternal) del filme, no la científica. Esto habría permitido a Zimmer, efectivamente, componer una de sus partituras más completas y menos superficiales, con forma sinfónica que merecerá pronto una suite llevada a las salas de concierto. Aunque por momentos rememora las atmósferas sonoras de Ligeti utilizadas por Kubrick en 2001, el cuerpo de su sinfonismo está ligado al Richard Strauss narrativo de gran hondura. Aunque es la más vasta y la que más espacio cinematográfico ocupa, su candidatura es de carácter más bien obligada, por lo que sería sorpresivo que ganara la estatuilla.
Yershon debuta (en las nominaciones) con Mr. Turner, una película que ha generado poco entusiasmo por la pobreza del material de origen (la biografía del pintor), pero cuyas nominaciones mal llamadas técnicas son indiscutibles: cinematografía, diseño de producción y vestuario. Ésta también, aunque representa el inciso no narrativo de las nominaciones.
Se trata de una música en la mejor tradición de Rózsa, Bartok, por muchos momentos Ravel y otros impresionistas, y, de alguna manera, el Revueltas de Redes (1936). Se nota que su trabajo ha sido más prolífico para el teatro, está ahí para acompañar escenarios y no para acompañar el ritmo de la cinta. Hay también muchas referencias a músicas de la época que el propio Turner parece haber conocido muy bien: de Purcell a Beethoven y Verdi.
El inciso sinfónico neoclásico casi siempre representado por Williams, que este año no aparece en las listas por no haber escrito nada, se personaliza en el debut de Jóhannsson con la música que acompaña a The Theory of Everything: escrita como elemento narrativo, tramposamente intencional para elevar el nivel de sentimentalismo en escenas que no lo requerirían, son sus fragmentos no sinfónicos los que mayor aportación ofrecen. Dentro de los estándares del cine actual, es la más completa y sobreexpuesta: características que seguramente le beneficien para ganar el Oscar.
Las partituras más características y detalladas son las que le han dado a Desplat sus séptima y octava nominaciones. Son también las que mejor ensamble logran con las imágenes en pantalla y las que dotan a ellas parte de su personalidad, aunque en otro ámbito no contengan mayor riqueza ni vayan a trascender. Su punto débil en competencia es también el poco espacio que ocupan en sus respectivos filmes.
La de mayor mérito es la que escribió para The Imitation Game. Es más discreta y tradicional que la de The Gran Budapest Hotel, tan llena de color y tan funcional para su ambientación, pero también es más exacta, tanto en su ritmo interno, como en la precisión que requiere un trabajo hecho a marchas forzadas; un ejemplo: al tener solo cuatro semanas para su composición y grabación, Desplat utilizó sonidos electrónicos en partes pensadas para piano. Lo que parece desventaja, se vuelve par natural de la genialidad matemática y personalidad del protagonista, Alan Turing.
*El francés Alexandre Desplat está nominado para el Oscar a la mejor banda sonora / Especial
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