Pasternak atenazado
POR ARTURO ARANGO
Desde el pasado 1 de junio circulan despachos que, a partir de documentos desclasificados de la CIA, informan sobre las gestiones de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense en favor de que le fuese otorgado a Boris Pasternak el Premio Nobel de Literatura correspondiente a 1958. Aunque el galardón de la Academia sueca se entrega, habitualmente, por la obra de la vida, en el caso del poeta y narrador ruso, como en otros, la pieza clave para la decisión fue una obra considerada cumbre: Doctor Zhivago, aparecida dos años antes.
Es sabido que los premios, de cualquier naturaleza, especialidad e importancia, están rodeados de presiones e intereses, pero tener evidencias de que la CIA interviene también en la definición del Nobel es una mala noticia, sobre todo si ello tiene que ver con la difusión y el prestigio de la obra de un escritor.
Sin embargo, si se colocan sobre la mesa todas las piezas del juego, habría que reconocer que en este caso la Agencia sólo supo aprovechar el regalo que el PCUS y la KGB le habían entregado.
Hay que recordar, ante todo, que la edición príncipe de Doctor Zhivago se debió a Giangiacomo Feltrinelli, calificado por la misma CIA y el FBI como “el agente castrista más activo de Europa”. Recordemos que a él se debió también la edición del Diario del Che en Bolivia, en cuya portada apareció la celebérrima foto del guerrillero argentino tomada por Alberto Korda. Carlo Feltrinelli publicó en 1999, en la editorial que heredó de sus padres, Senior Service, una documentada y apasionante biografía de quien fue uno de los más grandes editores del siglo pasado. Carlo cuenta que la correspondencia entre Pasternak y Giangiacomo, que sirve de soporte a la mayoría de las revelaciones que contiene su libro, permaneció durante cuarenta años en una caja fuerte cuya llave se perdió y “hubo que llamar a un cerrajero para que la abriera con un soplete”.
Apoyándome en esta biografía (que Tusquets Editores publicó en español, en 2001) iré a algunos momentos claves de una complicadísima saga que se extendió, en lo esencial, desde 1956 hasta la muerte de Pasternak, en 1960.
El viaje del manuscrito desde el Pueblo de los Escritores, en Peredelkino, a las afueras de Moscú, hasta Milán se inicia a inicios de mayo, cuando Sergio D’Angelo, designado por el Partido Comunista Italiano para trabajar en Radio Moscú, y colaborador entonces de Feltrinelli, conoce de la existencia de la novela, visita a Pasternak en su casa y le trasmite el interés del editor italiano de publicarla. Pasternak accede y se despide con una frase que Carlo califica como “amarga e irónica”. Agreguemos que casi premonitoria: “Queda usted invitado a partir de este momento a mi fusilamiento”. Había pasado un año desde que el poeta envió su novela a la Goslitizdat (Ediciones del Estado) y aún no había recibido respuesta.
Feltrinelli envió de inmediato el manuscrito al eslavista Pietro Zveteremich para su evaluación y posterior traducción. La respuesta del especialista fue contundente: “No publicar una novela como esta constituye un crimen contra la cultura”.
Sin embargo, ya la revista Novi Mir, a donde Pasternak había mandado la primera parte de Doctor Zhivago (escrita entre 1946 y 1948), se había negado a publicarla por considerar que era “ideológicamente inaceptable”. Y en agosto de 1956, en carta a un amigo residente en París, el mismo Pasternak reconocía: “Comprendo perfectamente que ahora no pueda publicarse, y probablemente no se publicará durante mucho tiempo, quizás nunca, debido a la gran e inusual libertad de espíritu con que en ella se representa la existencia, la existencia en su totalidad, la existencia en el mundo; y debido a la nueva y libre concepción de esa existencia dentro del mundo”. Pero también él, en carta a Feltrinelli de junio de ese año, escribió: “Las ideas no nacen para ser ocultadas o sofocadas nada más nacer, sino para ser comunicadas a los demás”.
El comunista Feltrinelli, que conocía muy bien el terreno minado por el stalinismo, valoró de esta manera el libro, en carta a los editores de la Goslitizdat: “Las reflexiones del protagonista y de los distintos personajes de la novela sobre su destino personal y el del país de sitúan en un nivel tan alto que llegan a superar los límites de la actualidad política, independientemente del hecho de que el lector comparta o no sus juicios políticos”.
Durante 1956 y 1957, las presiones por parte del PCUS y de la Unión de Escritores para que el poeta renegara de su obra y para que Feltrinelli renunciara a la publicación de la novela fueron incesantes y crecientes, e incluyeron al Partido Comunista Italiano, al que el editor aún pertenecía. Por supuesto, detrás de las gestiones políticas se movían, de forma paralela, la KGB y la CIA. Ya desde hace años corría el rumor (que ahora parece confirmado) de que la Agencia logró fotocopias del libro durante una extraña escala de un avión en que Feltrinelli viajaba.
La fecha de aparición de la considerada como edición príncipe de Doctor Zhivago es el 23 de noviembre de 1957, y la tirada fue de 12000 ejemplares, que se agotaron en pocos días. Esta edición fue la base para las que, de inmediato, aparecieron en otros idiomas, autorizadas por Feltrinelli.
Después de todo lo sucedido, el trabajo de la CIA, cualquiera fuese su objetivo inmediato, parece fácil, incluso cómodo, aunque los documentos que pueden revisarse hoy en www.foia.cia/sites/ contienen no pocas chapucerías, que demuestran la incultura, tal vez la prepotencia, de algunos de los agentes encargados del caso. En un “Memorandum for the record” mecanuscrito, del 10 de enero de 1958, se lee que “Pantheon is not interested in publishing a Russian text because Protrivelli (Milan, ex-Comunist) holds the universals copyright and has not issued a license for publication of the Russian version”. La palabra “Protrivelli” aparece tachada y al margen, manuscrito: “Feltrinelli”. Al editor le hubiese gustado añadir que ex-miembro del PCI y ex-Comunista no son sinónimos. Otro documento, fechado tres días después, se acerca más al apellido verdadero: en dos ocasiones está tachada la segunda e en “Felterinelli”, y en una más no fue enmendado.
Doctor Zhivago puede estar en la historia como el primero, más serio y angustioso best seller de la historia editorial del siglo xx, y no sólo fue la Agencia la que preparó ediciones piratas: Feltrinelli tuvo que enviar a su abogado a cazarlas lo mismo en Holanda que en Argentina. Yo mismo conservo un ejemplar que heredé de mi padre, impreso en Buenos Aires el 20 de julio de 1960 por Ediciones Cicerón, por el que, estoy convencido, ni los herederos de Pasternak ni Feltrinelli recibieron un centavo. Nunca pregunté a mi padre cómo obtuvo el libro, pero tiene que haber sido comprado en Manzanillo, la ciudad donde nací y donde mi padre, maestro de primaria, vivió toda su vida. El dato es relevante porque implica que en una Cuba a punto de declararse socialista, o que ya lo era, en un municipio alejado 900 kilómetros de La Habana se podía comprar una edición argentina de un libro que no ha aparecido bajo el sello de alguna editorial cubana ni pudo encontrarse más en librerías.
La demonización de escritores y artistas y de sus obras es una herencia del stalinismo de la que los partidos y movimientos de izquierda no han podido despojarse, al igual que de los usos instrumentales de la literatura y, por extensión, de la cultura toda. No es que la derecha se abstenga de hacerlo. Con frecuencia, papeles desclasificados de la CIA confirman que en los Estados Unidos este escritor, aquel periodista, algún actor, han sido vigilados o perseguidos, y en la América Latina sobran los ejemplos. En un caso como el que nos ocupa, las agencias de los dos países actuaron como una tenaza gigante que, por una parte, laceraron al escritor y, por la otra, como si operaran de común acuerdo, potenciaron la difusión inmediata y universal de la obra, todo lo cual se acrecentó cuando en octubre de 1958 se anunció que Pasternak era el Premio Nobel de Literatura.
Sucede, sin embargo, que si la izquierda se propone ser libertaria (y debería serlo siempre en el sentido más amplio del término), tendría, más que aceptar, celebrar la complejidad, muchas veces mutable, casi siempre inasible, de las verdaderas obras artísticas y literarias. En el fondo de esa actitud, además de la intolerancia y el autoritarismo, están la ignorancia, el miedo y la prepotencia. En ocasiones, tales políticas de exclusión se basan en las personas mismas, en sus orígenes o su actitud; en otras, están provocadas por la obra. En Pasternak, hijo de un pintor y de una concertista, descendiente de la aristocracia intelectual rusa, ambas razones se unieron para rodearlo de una atmósfera de desconfianza insoportable.
Pero más allá de estos avatares, queda la literatura. Este tipo de noticias, rodeadas siempre de un confuso sensacionalismo, tienden a minar el prestigio de obras y autores: “Le dieron el Nobel (o cualquier otro premio) porque una agencia ajena al arte intervino”, se pudiera pensar. Doctor Zhivago es la novela de un gran poeta, no un texto operativo redactado por un agente de la CIA, de la misma forma que la epopeya del Don no le fue dictada a Mijail Sholojov por los agentes de la KGB. A fin de cuentas, parafraseando un viejo chiste, Nikita Krushev puede quedar inscrito en los diccionarios del futuro como “un político soviético de la era de Boris Pasternak”.
*FOTO: Caricatura de Bill Mauldin, publicado originalmente en el periódico estadounidense St. Louis Post-Dispatch el 30 de octubre de 1958, con el que ganó el Premio Pulitzer en la categoría de cartón editorial en 1959. En éste el novelista ruso Boris Pasternak dice a otro prisionero del Gulag: “Yo gané el Premio Nobel de Literatura. ¿Cuál fue tu delito?”/ AP