Paul Auster: el arte del azar

Mar 9 • destacamos, principales, Reflexiones • 4046 Views • No hay comentarios en Paul Auster: el arte del azar

 

Un repaso por la obra del escritor neoyorquino a partir de novelas como Trilogía de Nueva York, Fantasmas o Baumgartner, la más reciente y ya traducida al español. El autor de este texto reflexiona sobre los giros erráticos que enfrentan los personajes de Auster y cómo la literatura suele ser la respuesta a los misterios de la vida

 

POR MARTÍN SOLARES
Desde finales de los años 80, la sensación de orfandad, los giros imprevistos del destino y la gracia salvadora del azar están ligados al nombre de Paul Auster. En una época en que muchos de sus contemporáneos exploraban las formas oscuras de la narrativa experimental, el traductor y poeta de Brooklyn inició una carrera novelística que se ha distinguido por su prosa cristalina, las espectaculares aventuras existenciales de sus protagonistas y las intervenciones devastadoras de ese personaje anónimo e invisible al cual llamamos Azar. En 2023 publicó dos obras extraordinarias que exploran la realidad de las vidas rotas por hechos violentos e inesperados, desde los ángulos complementarios del ensayo y la novela.

 

Un país bañado en sangre (Bloodbath nation) critica mediante un humanismo implacable las consecuencias del fácil acceso a las armas en Estados Unidos. A través de los recursos que caracterizan a su literatura, el narrador escribió un libro valiente y propositivo que lo honra a él y a sus editores en Grove/Atlantic, en la medida en que avanza a contracorriente del modo de pensar imperante en la sociedad norteamericana.

 

De contar cómo acostumbraba jugar a los cowboys cuando era un niño y corría con pistolas de juguete por la sala de su casa, Auster salta al momento en que se enteró de que su abuela mató a su cón- yuge con un arma de fuego. El hecho alteró la vida y la personalidad de sus padres y de diversos miembros de la familia, destrozando a algunos, quebrando y separando a otros, y determinó de modo radical la actitud del novelista ante las armas: “Cuando hablamos de masacres en este país, de modo invariable nos concentramos en los muertos, pero rara vez discutimos acerca de los heridos, aquellos que sobrevivieron a las balas y tratan de retomar sus vidas, a menudo con secuelas devastadoras y permanentes” (12).

 

A partir de esta experiencia, el novelista neoyorquino nos recuerda que hay trescientos noventa y tres millones de armas distribuidas entre los residentes del país vecino, a razón de arma y media por habitante, lo cual contribuye a que cada año mueran asesinadas no menos de 40 mil personas por armas de fuego. Si a eso se le añaden las muertes accidentales causadas por un disparo, el recuento sube a 100 personas muertas al día y otras 200 que resultan heridas: “La relación de América con las armas de ningún modo es racional”, advierte, “y sin embargo hemos hecho muy poco o nada para resolver el problema”. El narrador constata que las armas se encuentran firmemente enraizadas en el alma americana: “Armas y autos son los dos pilares de nuestra más profunda mitología nacional”, escribe, “en la medida en que ambos representan una idea de libertad y empoderamiento individual”, pero “los autos son una necesidad de la vida civil. Las armas no”. Es el miedo a los otros, azuzado de manera perenne por la industria bélica, quien contribuye a la venta de armas: “El temor aunado a la violencia… es la combinación que atraviesa cada capítulo de nuestra historia y aún es un hecho esencial de la vida americana hoy en día”.

 

El libro está acompañado de fotografías de Spencer Ostrander tomadas en edificios donde se perpetraron masacres con armas de fuego. Perturbadoras y elocuentes, funcionan como un extraño signo de puntuación que literalmente arrebata el aliento entre un capítulo y otro, en la medida en que las imágenes cuentan cómo un país se condena a repetir la misma tragedia.

 

El novelista sostiene que para que llegue la paz es necesario que todos los sectores de su país la busquen, “pero para que eso ocurra, primero debemos realizar un honesto y desgarrador examen de quiénes somos y quiénes deseamos ser en el futuro, a partir de un honesto análisis de quién hemos sido en el pasado. ¿Estamos listos para este momento tan diferido a nivel nacional, de verdad y reconciliación? Quizás no hoy. Pero si no es hoy, ¿cuándo?”.

 

Un país bañado en sangre es un libro importante y necesario, gracias a la calidad de las preguntas que el novelista plantea a la sociedad norteamericana. Pero más impresionante aún es que el mismo año también haya examinado la vida de las personas quebradas por la fatalidad desde las posibilidades que ofrecen sus novelas. Baumgartner es una novela de extensión breve pero de intensidad alta, donde el protagonista se enfrenta a ese personaje anónimo e invisible al que llamamos Azar.

 

La carrera de Paul Auster linició con tres novelas que subvirtieron todas las reglas del relato policial: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada. Con la fuerza del performance de los años 70 su Trilogía de Nueva York ofreció una espectáculo inusitado: el esqueleto de la novela policiaca abría un nuevo camino para el arte en el cual las caídas existenciales de los personajes podían examinarse bajo la influencia conjunta de Chandler y Beckett. El arranque de Ciudad de cristal se ha convertido en uno de los más icónicos de la novela contemporánea: “Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él. Mucho más tarde, cuando pudo pensar en las cosas que le sucedieron, llegaría a la conclusión de que nada era real excepto el azar”.

 

A partir de entonces sus novelas han desarrollado un panorama fascinante de los diversos tipos de caídas que pueden sufrir los seres humanos, y de los disfraces que puede adoptar el destino. Para escapar a la fatalidad que planea destruirlos, sus protagonistas aceptan atravesar pruebas extremas por la vía de la soledad, el desarraigo o la pérdida de la identidad, y cuando las posibilidades de sus protagonistas se reducen, no es raro que perciban detalles que los conducen a la sorpresa y a la contemplación de los temas que han relegado u olvidado a lo largo de sus vida. Con una predisposición a lo maravilloso digna de André Breton, el neoyorquino ha consignado en sus novelas cómo la percepción de ciertos detalles insignificantes para la mayoría de las personas son llaves que conducen a otros a lo extraordinario. En uno de los relatos de El cuaderno rojo cuenta cómo la pérdida de una moneda determinó su temperamento durante un día entero; en otro, cómo fue salvado de una muerte segura por un visitante imprevisto, y en uno de los relatos más impresionantes, cómo él mismo estuvo a punto de ser aniquilado por un rayo cuando era boy scout.

 

Quien examine con atención sus relatos y argumentos cinematográficos advertirá que todas comienzan con distintas variantes de la caída humana. Por lo regular empiezan cuando ya tiene lugar una caída vertiginosa, trazan con calma la vía del descenso y siguen a los personajes hasta el momento irremediable en que tocan el fondo del abismo; a partir de entonces registran sus intentos por recuperarse a través de las vías más novelescas. En algunos casos sus personajes logran superar el problema, en otros son aniquilados por él.

 

En ocasiones el peso de una palabra puede transformar el destino de una persona, como reconoció en Experimentos con la verdad: “Las novelas de misterio siempre dan respuestas, las mías formulan interrogantes (…). Cuando está bien hecha, la novela policiaca puede ser una de las formas de narración más puras y fascinantes. La idea de que cada frase cuenta, de que cada palabra puede cambiar el curso de la historia, genera una tremenda fuerza narrativa. Eso es lo que me ha interesado del género. Pero en el fondo, creo que los cuentos infantiles, la tradición oral, son los que han ejercido la mayor influencia sobre mi obra. Me refiero a los hermanos Grimm, Las mil y una noches, el tipo de historias que uno lee en voz alta a los niños. Son narraciones descarnadas, casi desprovistas de detalles, pero al mismo tiempo transmiten grandes cantidades de información en un espacio breve, con muy pocas palabras (…) Yo pretendo que mis libros sean todo esencia, todo sustancia, que digan lo que tengan que decir con el menor número de palabras posible”.

 

Con frecuencia irreprochable, la literatura suele ser la respuesta a los misterios de la vida, de modo que los protagonistas deben bucear en la tradición literaria si quieren superar las catástrofes que los persiguen. En La invención de la soledad el escritor logra entender el errático comportamiento de su padre al comparar su vida con las andanzas de El hombre invisible; en El país de las últimas cosas una joven lucha por sobrevivir al Apocalipsis mientras escribe un diario tan exquisito como el de Anna Frank; en El palacio de la luna el protagonista se encuentra marcado por el Phineas Fogg de La vuelta al mundo en ochenta días, y en La música del azar hay una situación repetitiva y absurda, en la cual un joven apostador en desgracia acepta convertirse en el esclavo de su acreedor, en una historia digna de Kafka. Pero las referencias y los homenajes a la literatura universal no se detienen ahí. Baste decir que en la lucha por mantener cierto equilibrio entre la osadía de sus aventuras y las recomendaciones del sentido común, los personajes del narrador norteamericano recuerdan las hazañas de Don Quijote, al grado que el espíritu del hidalgo parece estar disperso en muchos de sus personajes. Sus personajes hacen su propia versión de la quema de libros en El palacio de la luna, examinan el episodio de los molinos en El libro de las ilusiones, y por supuesto, no dudan en externar su desconfianza hacia los trabajos humanos en general, como sucede en Leviatán y Las locuras de Brooklyn, entre otros. Con un estilo cristalino para contar las caídas, una indudable presencia de la literatura que llega a ayudar en los momentos más siniestros, y un arrastre novelesco irrefrenable, en el que los detalles apuntan al infinito así se ha consolidado la buena fama de Paul Auster.

 

A punto de cumplir 77 años, y en medio de una lucha tenaz por superar la enfermedad que lo ha acosado en los últimos años, Auster escribió una de sus novelas más calculadas, donde cada frase obedece a una extrema pericia narrativa. La historia es sencilla: un hombre quebrado busca reunir sus pedazos. Harto de dar vueltas alrededor del dolor que supone la muerte de su amada esposa, un escritor decide empezar un nuevo libro donde concentrará todo lo que ha aprendido de la vida, y al calce, se da el lujo de escribir para sí mismo extraños apuntes personales, en los cuales se vislumbran verdades realmente inesperadas.

 

Construida a partir de un puñado de instantes decisivos, Baumgartner condensa lo mejor del universo austeriano: la historia narra una cascada incesante de acontecimientos banales que empujan al sedentario protagonista a su siguiente aventura. Aunque la mayor parte de su vida ocurre alrededor de su escritorio, hay una habitación oscura y llena de secretos que se resiste a visitar. No tardamos en simpatizar con ese escritor golpeado de manera fulminante por el desastre, y nos solidarizamos con los pasos que da para retomar las riendas de su vida. Pero a medida que se recupera, el personaje decide preguntarse qué significa estar vivo, a sabiendas de que nada le asegura que será capaz de hallar la respuesta. Entonces la prosa adquiere ese relumbre siniestro que anticipa las catástrofes mayores en las novelas de este autor. Una de las sugerencias sutiles de Baumgartner es que acaso el desastre posee un tono, una escritura, una manera de lanzar advertencias que, con los ojos bien abiertos, puede leerse en los detalles del mundo. Somos nosotros, los lectores, quienes preocupados por la vida de Baumgartner, estamos obligados a advertir que una verdad terrible parece venir en camino cada vez que el protagonista registra los discretos avisos del desastre.

 

El momento climático del libro llega cuando el escritor, que realizaba un viaje por Europa, comprende que está muy cerca del pueblo del que provienen sus ancestros, la mayoría de ellos exterminados por los nazis. Allí descubre una historia que tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial y de algún modo explica no sólo la naturaleza de su familia, sino de todas las familias perseguidas y exiliadas. Auster no pudo proponérselo, pues entregó esta novela meses antes de que estallara el conflicto en Ucrania, pero su novela es tan actual como las novelas de Andrei Kurkov o de Archil Kikodze a propósito del horror que han provocado los conflictos armados en esa región. Al contar qué hacen los lobos durante las guerras, Baumgartner nos invita a mirar al punto exacto en que se pierde de vista la humanidad de los enemigos, con la misma destreza que logró el legendario Ian McEwann en Los perros negros.

 

En Baumgartner, cada capítulo de la novela cierra con un relato corto y cristalino, escrito a bocajarro por el protagonista, a modo de desahogo a veces reconfortante, a veces tenebroso. Creemos conocer los pensamientos más íntimos del protagonista, los más recónditos incluso, dado que la novela registra su monólogo interior y su flujo de conciencia, pero sólo cuando el personaje se encierra en su estudio y escribe esas pequeñas notas intempestivas, a la manera de la escritura automática de los surrealistas, conocemos un ángulo adicional de la verdad. Convencido de que en la vida humana hay una verdad que sólo la escritura literaria puede revelar, los personajes del narrador de Brooklyn se sumergen en la literatura para descubrirla, sea como lectores o escritores. Como esos arquitectos que han dominado los secretos del espacio y de la luz, Auster ofrece en dimensiones muy breves la sensación de echar un vistazo a misterios mayores a partir de los breves apuntes de su personaje. Con ello demuestra que aunque conozcamos cada idea, deseo, recuerdo o intención de una persona, siempre hay una verdad inesperada y voluble, a la que sólo se accede a través de la literatura. Por la magia que suponen estos hallazgos es inevitable pensar en esos maniquíes femeninos de Salvador Dalí cuyos cuerpos presentan diversos cajones que pueden abrirse. Un gran personaje de novela es así: un ser hecho de secretos que siempre tiene otro cajón a punto de abrirse. Insistir con grandes recursos narrativos que la vía literaria permite explorar los secretos que el ser humano pierde a lo largo de su vida, no es una aportación menor en esta novela.

 

El relato hace alusiones al novelista Francisco Goldman, vecino y amigo muy especial de Auster desde hace décadas, pero también invoca al padre retraído y silencioso que retrató en La invención de la soledad, y por supuesto, a temas y escenarios habituales de sus novelas, como son los alrededores solitarios de la ciudad de Nueva York. Por eso en el capítulo final vemos al protagonista que se embarca en un trabajo absorbente y obsesivo, como los que se realizan en La música del azar, y por dicha similitud, uno teme que en cualquier momento el autor lo empuje por el precipicio de esos finales abruptos que lo han hecho famoso.

 

Si hay alguna constante en las novelas del novelista norteamericano es que provocan un encantamiento inigualable, hecho con los recursos de la mejor literatura. Ponen a flotar a los protagonistas, los transforman en detectives capaces de las aventuras más radicales, les permiten admirar el brillo de un destino bien escrito, o, como es el caso en Baumgartner, el protagonista se lanza a buscar ese giro imprevisto de las circunstancias. En la cima de sus habilidades como narrador, Auster entrega una novela que concluye con un gesto digno de un mago: una última escena que invita al lector a tomar el control de la novela e imaginar qué pasará después del punto final. Hasta ahora Paul Auster había sugerido que es el azar quien abre y cierra el paréntesis de cada vida. En Baumgartner insiste que hay un gran río que permite a los seres humanos averiguar cómo se ha comportado el destino a lo largo del tiempo, y ese río es la literatura.

 

 

 

FOTO: Hace unos meses se dio a conocer que Paul Auster padecía cáncer. El autor neoyorquino está por cumplir 77 años. Crédito de imagen: Carlota Ciudad /EFE

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