Voltaire sobre Paulo de Jolly

Jun 6 • destacamos, principales, Reflexiones • 3686 Views • No hay comentarios en Voltaire sobre Paulo de Jolly

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Clásicos y comerciales

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POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

Mi afición por los repertorios onomásticos tiene dos o tres fuentes y una de ellas es la ingeniosa “lista razonada” que cierra El siglo de Luis XIV (1751), de Voltaire, tomo al cual tuve precoz acceso gracias a su providente edición por el Fondo de Cultura Económica en 1958 y a la que vuelvo de tarde en tarde en busca de inspiración contra el tedio o de consuelo frente a estos tiempos calamitosos.

 

La lista de Voltaire incluye a “los hijos de Luis XIV, de los príncipes de la casa de Francia, de su tiempo, de los soberanos contemporáneos, de los mariscales de Francia, de los ministros, de la mayor parte de los escritores y de los artistas que florecieron en ese siglo”, el cual le parecía a Arouet el de mayor significación en la historia humana, junto a las centurias transcurridas bajo la égida de Pericles, de Augusto y de Mahomet II. Las listas voltearianas, informativas y cáusticas, también abundan en sentido del humor. Dice el señor de Ferney del abate Rancé: “instruyó la espantosa reforma de la Trapa” y “a título de legislador, se eximió de cumplir la ley que obliga a quienes viven en esa tumba a ignorar lo que pasa en la tierra. Escribió con elocuencia. ¡Qué inconstante es el hombre! Después de haber gobernado su fundación, dimitió de su cargo, y quiso recuperarlo. Murió en 1700”.

 

Recibí, hace meses, Louis XIV (Ediciones Universidad Diego Portales, 2019), del poeta chileno Paulo de Jolly. Me parece que la mejor manera de reseñarlo es la siguiente imitación de Voltaire:

 

Jolly, Paulo de (Santiago de Chile, 1954-¿?) Desde el sur del planeta y desde el futuro del universo, combinación no del todo inusual, me visitaron las Musas para entregarme este estrambótico fruto de la imaginación y de la soberbia. Su autor –tal parece que no se trata de un pseudónimo ni de un libelo pues lo imprime gente honrada y de linaje– proclama en la tercera de forros del tomo negro que “Louis XIV no tuvo poetas. Tuvo poetas, pero poetitas menores, ninguno de la talla de un Racine, de un Corneille, de un Molière, o un fabulista como La Fontaine, o de un orador como Bossuet. Yo vine como a remplazar ese vacío y en Louis XIV está el poeta de Louis XIV, también, el poeta rey.”
La afirmación del pretencioso e ignaro hombre del porvenir llamado Paulo de Jolly olvida que el eclesiástico Racine (1639-1699) fue coetáneo del gran Louis durante más de la mitad de su siglo, quien sensible a su extremado mérito, lo hizo dormir en su cámara en una de sus enfermedades, así como Corneille (1606-1684), poeta más antiguo y aficionado a los romanos, recibió de su Majestad un donativo durante algún quebranto. Pese a ello Racine, más gran poeta que filósofo, murió de pena y temor de haber disgustado a su rey, Louis XIV (1738-1715). En cuanto a Molière (1622-1673), en algunos diccionarios nuevos se desacreditan sus versos en favor de su prosa olvidando que fue el mejor de los poetas cómicos del mundo entero. Y enterado de que el arzobispo de París le negó los vanos honores de la sepultura, Louis XIV hubo de empeñarse en que el prelado permitiera que enterraran secretamente a Molière en el cementerio de Montmartre. A Bossuet (1627-1704) lo sobrevivió el rey casi una década y lo hizo ciertamente a disgusto, porque el autor de las Oraciones fúnebres, gajes del oficio, pensaba una cosa y decía otra. Pero ni las calumnias contra su celibato ni su reputación de jansenista hicieron mella en el ánimo de quien llaman, confianzudos, “el rey sol”, como si los astros estuviesen a la mano de cualquiera. La Fontaine (1621-1695) fue el único de los principales poetas de su tiempo que no participó de los beneficios reales a los cuales tenía derecho por su lenguaje y por su pobreza. Me guardo las soberanas razones.

 

¿Quién será este caballero Jolly, con fama de loco, para borrar de un plumazo a poetas tan magníficos? Ciertamente ignoro las razones de su facundia. He sabido que su Louis XIV, donde usurpa la persona del rey y lo imagina versificando su propia gloria, fue primero distribuido en sueltos, editado después en la isla de Puerto Rico en 1983 y que un Pedro Gandolfo, distinto al Gandolfo argentino y fabulista, prologa una obra donde he de reconocer versos naturales y sabias investigaciones sobre el Gran Siglo. He sabido que otro poeta del futuro, Enrique Lihn conoció en 1979 al joven Jolly en la ciudad fundada por Pedro de Valdivia durante los tiempos malos cuando muchos chilenos fueron Jean Calas. Leían los poetas callejeros en el momento en que Jolly interrumpió al jefe Lihn, “en nombre de la juventud”, esa superstición de los modernos. Pero su juventud era contraria a la disidencia del día y “su pinta –quizá su disfraz– era la de un militante de Patria y Libertad, de cuello y corbata, peinado a la gomina. Decretó llorones a los lectores, no poetas, porque la poesía –dijo– es una construcción arquitectónica que debe llevar al autor por encima de sí mismo”. Eso recuerda Lihn en El circo en llamas, de 1996.

 

Enterado estoy de las querellas políticas de todo tiempo y lugar a las cuales no considero tan deleznables como las teológicas. Sé que al monárquico Jolly le será poco grato aparecer en un catálogo razonado que firma Voltaire pero advierto, leyendo a Lihn, que aquella dictadura remota, ajena como todas a la inteligencia, nunca se sirvió de Jolly, fantasioso con su rey inmortal, junto a otros poetas del siglo XX enamorados de bufones y de asesinos.

 

Paso a examinar el homenaje de Jolly al rey y he de confesar que es bello. Gandolfo dice que los cajistas han de componer sus versos libres y alguna sextina como lo hiciese el ilustre Mallarmé –como juegos geométricos a la mitad de la página en blanco– pero a mí esa manera no me parece digna de tanta noticia pues antes de los poetas de Louis XIV la intentó Rabelais quien con las palabras dibujó botellas, para leerse y para beberse.

 

Omitiendo la peculiar disposición tipográfica cito algunos versos del araucano Jolly sobre las lecturas de su Majestad: “por la noche leo novelas/de caballería/o cuentos de hadas/todos los esfuerzos tensos/y continuos me interesan”, de tal modo que el supuesto Louis XIV, gracias a “los palanquines negros/las telas moradas/en la India/dorada” terminó por ser “un poeta blanco”.

 

En el “Tablero de mármol en el se ve el mapa de Francia 1684”, poema del gusto de Gandolfo, el rey sale corriendo por los jardines de Versailles “gritando alegremente/Francia va a escribir un poema/ Francia va a escribir un poema”, mientras él corteja a la “duquesa Marie- Adélaïde de Savoie”, ensimismado por “un beso de amor como el que te dieron/en el confesionario.” Porque el rey “trajo consigo todos los amores/que se perdieron en el altar de la Notre Dame”.

 

El rey considera que le faltaron en su “soledad” esas “flores de lys” que como “flores con olor/a catedrales” cantan despreocupadas mientras el poema “se está haciendo” y ellas “llevan/mucho tiempo solas”. Frente a una “Sopa de cangrejos en taza de plata”, su Majestad a su vez, comprueba que “el que prueba demasiado/no prueba nada”. Escándalo causó en Chile que Jolly hiciese decir a su Louis XIV: “no me parece bien que Cristo/ hablase el lenguaje de los pobres/ no siento afecto por ellos”.

 

En Louis XIV tenemos a un rey harto de “Festones y relieves” quien a su secretario le confiesa que “mi cabeza quedó horrible/en una nada/ni siquiera la sombra/de un sueño/mi estómago predilecto es vergonzoso”, pero “gracias a Dios vuelvo a caminar/por parques y jardines/que me preservarán del pesimismo/práctico”. Y de “El salón de oro en la residencia parisiense del conde de Toulouse” denuncia que “los maliciosos dijeron que este salón/parecía haber estado años en el fondo/del mar”.

 

Soy Voltaire y mi ingenio me permite leer el pasado y el futuro aunque no comprenda bien ni el uno ni el otro. Entiendo que Louis XIV, poema anacrónico escrito por un criollo austral, hubiese sido del gusto de Pound, de Mutis y de Gómez Dávila. Este peculiar rey-poeta es contemporáneo de su autor y no de los poetas que el verdadero Louis XIV conoció durante su dilatada monarquía ante el cual yo me incliné, según la díscola posteridad, con poca crítica. Leo que Paulo de Jolly publicó después del año 2000 unos Príncipes, duques y mariscales de Francia, pero ese libro no ha llegado aquí, a la casa del supremo arquitecto del universo, donde resido eternamente.

 

FOTO: Louis XIV, Paulo de Jolly; Santiago, Universidad Diego Portales, 2019/ Especial

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