Pawel Pawlikowski y la contienda amorosa
/
La cinta del director polaco aborda el idilio entre un músico y una joven cantante en los años 50 en Polonia, Berlín, Yugoslavia y París
/
POR JORGE AYALA BLANCO
En Guerra fría (Zimna wojna/Cold War, Polonia-RU-Francia, 2018), desgarrador opus 6 del riguroso estilista varsoviano de 61 años Pawel Pawlikowski (Mi verano de amor 04, La mujer en el quinto 11, Ida 13), con guión suyo y de Janusz Glowacki y Piotr Borkowski secretamente inspirados en la vida de los padres del realizador durante los tres lustros más oscuros de la dictadura stalinista en los países eslavos (1949-64), el cazatalentos director musical del más célebre grupo folclórico socialista polaco Wiktor (Tomasz Kot) descubre en un apartado pueblaco a la bella joven transgresora-parricida-arribista innata de sensual vocecita Zula (Joanna Kulig carismática amenazante anárquica), la selecciona e incorpora en su conjunto, le ofrece posibilidades de formación y lucimiento para devenir estrella bajo la mirada permisiva o no del comisario Kaczmarek (Borys Szyc), la hace su amante en un rapto de compartido amor loco, cortando a su admonitoria pareja establecida Irena (Agata Kulesza la exnovicia Ida), y recorre triunfalmente con la chica las entrañas del país y de varios foros extranjeros de la órbita soviética, hasta que los engranajes de la maquinaria represiva totalitaria se tornan irrespirables y ambos pretendan escapar hacia los espejismos libertarios de Occidente, a través de Alemania Oriental, para iniciar un permanente juego geográfico del gato y el ratón relacional de encuentros y desencuentros y reencuentros tan intensos cuan insatisfactorios, juntándose y separándose dolorosamente a través del deteriorante espaciotiempo adverso que se prolongará demasiado y pasará por varios países (Yugoslavia, Francia), convertidos cada uno de los amantes en rémora del otro, envidiosos y entreodiadores crispados, pero la pareja naufragará afectiva-emocionalmente por completo cuando pretenda arraigar y sobrevivir con superéxito en un París bajo la égida moral de la sacerdotisa de la nada sartreana Juliette (Jeanne Balibar exultante en el papel de Juliette Greco), hasta los confines (in)soportables de la contienda amorosa.
La contienda amorosa acata, hace suya y coloca en el puesto de mando temático y emocional al ferozmente clásico-moderno dictum fassbinderiano según el cual el amor se pudre cuando se convierte en una relación de fuerza y, desde esa perspectiva, el amor de Wiktor y Zula no sólo estaba condenado al fracaso, sino había comenzado a descomponerse desde antes de nacer, y sólo requería de un buen caldo de cultivo, como lo era la fuga conjunta de la dictadura insoportable hacia el señuelo inconsecuente, para que siguiera viento en popa su camino hacia la perdida de la loca pasión, el extravío y la patética separación de los amantes desgarrados por dentro y desgarrándose entre sí.
La contienda amorosa oscila entre la fiebre y la agonía, vehiculable e identificada tanto con la fotografía en espléndido plasticista blanco/negro, como con edición en flujo laminar de los ya colaboradores creativos de la aún hierática Ida: Lukasz Zal y Jaroslav Kaminski, ahora diseñando y enmarcando el continuum hipnótico de móviles y arrasantes planos secuencia sobre todo en los sofocantes clubes nocturnos, encontrando matices infinitos del más contrastante gris y dictando en todo momento turbias atmósferas de film noir vueltas contrapunto intimista a la manera del alemán Petzold (Phoenix 14), pero ante todo devorando cada impulso vital, como a sí mismo, en la imagen y en la semejanza de la melancolía que destilan los incontenibles efluvios sincopados del jazz decadente de Marcin Masecki que no retrocede ante el collage de época ni la parodia acústica perversa.
La contienda amorosa ennegrece y blanquea, ennoblece y denigra a la vez con belicosa frialdad las etapas de una guerra fría dentro de otra, la guerra fría de la pareja erótica en el seno de una guerra fría geopolítica, una guerra fría individual y pasional que duró un par de lustros y una guerra fría colectiva y desapasionada que perduró por muchísimo más tiempo, donde el amargo relato conciso hace pasar como crueles vicisitudes irónicas todos los tentáculos idiomáticos de la película políglota en polaco/ruso/alemán/italiano/serbio-croata/francés, como si la grandilocuente figura ubicua y ominosa de Stalin en los conciertos polacos hubiese dejado stalinizado al universo entero, como si las humillaciones que por renuncia/cambio de nacionalidad que prodiga el bien amaestrado cónsul polaco (Adam Woronowicz) tuvieran efectos proféticos en todos los órdenes vitales, como si los concertados desconcertantes pactos convenencieros y los matrimonios por obligación fueran a prevalecer siempre, en una guerra fría de traiciones y celos globalizados.
Y la contienda amorosa fluye sublime-subliminalmente y corre en paralelo con todas las ocasiones en que se escucha, de manera protagónica auditiva y algo más: apariciones fulgurantes, la obsedente balada tradicional vuelta inconsolable canción-tema Dos corazones, cantada dentro del glorioso repertorio del ensamble folclórico Masowsze, interpretada en deforme ritmo de bebop eslavo-pop por el propio héroe en espejo interior, arrastrada transmutadoramente por la gloriosa heroína transdescendente a lo largo de un antro parisino existencialista-nuevaolero-chabroliano, y congelada en un acetato de garantizado éxito instantáneo, como flecha clavada a la vez en la médula herida, en el nervio erizado y en los ecos de un susurro erótico indeleble, tornando inútil el diálogo y sin comentario ni envío conclusivo posible alguno, de acuerdo con el célebre dictum del filósofo-lingüista austriaco Wittgenstein “En el arte es difícil decir algo tan hermoso como no decir nada”, que se respondía con el aforismo postrero del Tractatus logico-philosophicus: “De lo que no se puede hablar hay que callar”, mientras el abismo se abre, sin remedio ahora sí, bajo los amantes que quizá sólo querían revelar y aborrecer las claves del más triste y lamentoso lamentable amor-pasión-prisión del mundo.
FOTO: Guerra fría, de Pawel Pawlikowski, se exhibe en salas comerciales de la Ciudad de México. Está nominada al Oscar en Mejor dirección y Mejor película en lengua extranjera. / Especial
« Octavio Paz: el anacronismo de la vanguardia Una denuncia contra el desprecio de los burócratas a la poesía »