Paz y el arte: en aquello ver… quién sabe

Sep 27 • destacamos, principales, Reflexiones • 4260 Views • No hay comentarios en Paz y el arte: en aquello ver… quién sabe

 

POR ANTONIO ESPINOZA

 

“Espero que los filósofos comprenderán lo que voy a decir: para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica ha de ser parcial, apasionada, política, es decir, hecha desde un punto de vista exclusivo, pero desde el punto de vista que abra el máximo de horizontes” (Charles Baudelaire, Salones y otros escritos sobre arte, Visor, Madrid, 1996, p. 102). Octavio Paz, que tanto admiró al gran poeta francés, coincidía con esta apreciación. Numerosos son los textos sobre arte del poeta mexicano que se distinguen precisamente por su carácter parcial, apasionado y político. Sus disparos certeros contra la demagogia y las pretensiones mesiánicas del muralismo mexicano, su defensa de Rufino Tamayo y de otros artistas nacionales que proponían otros caminos de expresión son sólo dos ejemplos de lo que fue el Paz crítico. Bien conocidas son las diatribas del poeta contra los críticos de arte, pero él también fue un crítico y no sólo uno que veía el arte desde la poesía, sino uno que tuvo la capacidad de desprenderse muchas veces de lo poético y escribir ensayos realmente profundos y polémicos.

 

Los tomos 6 y 7 de las Obras completas de Octavio Paz (Fondo de Cultura Económica, México, 1994) no tienen desperdicio. Ahí está plasmada una aventura intelectual de gran nivel: la de un escritor que a lo largo de varias décadas se acercó sin prejuicios al arte, un “espíritu inteligente y sensible” (Baudelaire, ibidem) que se alimentó del arte y activó aun más su imaginación poética, un autor polémico que se atrevió a emitir juicios arriesgados y provocar dolores de cabeza en más de uno. Dicho lo anterior, debo señalar que los textos sobre arte de Paz son tan variados y tan dispersos que difícilmente se puede encontrar el hilo que los une. Tengo para mí que la mejor manera de acercarse a los textos críticos pacianos sobre arte es a partir de sus grandes temas, los que trató más recurrentemente y con mayor profundidad: André Breton, Marcel Duchamp, Rufino Tamayo, la tradición de la ruptura, el fin de la idea del arte moderno, el muralismo, etcétera. Si se busca por otro lado, si se insiste en equiparar temas mayores con menores y construir “narrativas visuales” sin fundamentos sólidos, se puede entrar en un laberinto sin salida. Creo que eso fue lo que pasó con las dos magnas exposiciones que han pretendido “ilustrar” el pensamiento paciano en materia de arte.

 

Los privilegios de la vista

 

En el año de 1990, del 27 de marzo al 3 de julio, se presentó en el Centro Cultural/Arte Contemporáneo la magna exposición Los privilegios de la vista, inspirada en un libro del mismo título publicado tres años antes, el tercer tomo de México en la obra de Octavio Paz (1987). Apoyada por ese extraordinario aparato publicitario que es Televisa, la exposición-homenaje al poeta mexicano incluyó 350 obras nacionales y extranjeras, muchas de ellas nunca antes vistas en nuestro país: pinturas, esculturas, dibujos, grabados, fotografías, collages, etcétera. Se quiso ver entonces como una gran virtud el que, gracias a la mirada del poeta mexicano, se congregaran en un mismo espacio a Marcel Duchamp y Hermenegildo Bustos, a André Breton y José María Velasco, a Miguel Cabrera, José Clemente Orozco, Abel Quezada y reproducciones de los murales de Cacaxtla… La verdad es que la virtud no lo fue tanto.

 

Octavio Paz, por supuesto, no fue un crítico académico, obsesionado con la investigación de archivo y la cita a pie de página. Aun así, sus textos nos han iluminado la vida a muchos críticos e historiadores que supuestamente sí somos académicos. Con gran tino, el poeta escogió un verso de Góngora para titular la recopilación de sus escritos sobre arte mexicano: Los privilegios de la vista. El título poético del libro es muy bello, el problema es que la tarea arriesgada de dar sentido en un libro a textos —ensayos y poemas— escritos en diferentes épocas y tan distintos unos de otros, no fue nada afortunada para el poeta. Un ejemplo nada más: el apartado referente al Arte Moderno incluye textos sobre Hermenegildo Bustos, José María Velasco, José Guadalupe Posada, comentarios sobre Apollinaire, Pablo Picasso, Diego Rivera, Ángel Zárraga, Marius de Zayas y el Dr. Atl, además de un texto espléndido: “El uso y la contemplación”. Como quien dice: de dulce, de chile y de manteca.

 

Creo que los organizadores de Los privilegios de la vista en el hoy extinto Centro Cultural/Arte Contemporáneo quisieron enmendar estos equívocos, pero en su afán por ir más allá, darle un sentido a textos tan distintos y construir su discurso visual, cayeron en el otro extremo. Concibieron a la exposición como un gran libro ilustrado con seis capítulos perfectamente organizados: arte de México, surrealismo, arte europeo, arte norteamericano, arte oriental y arte y poesía. Fue una muestra esquemática y didáctica: una suerte de historia ilustrada del arte universal en seis lecciones. De repente, la obra crítica sobre arte de Octavio Paz adquirió una lógica totalitaria que no tiene. Se incluyeron artistas de los que nunca habló el poeta, pero que se ajustaban a tal o cual apartado y así lo reforzaban. El discurso visual construido por los organizadores fue excesivo y no ayudó en nada a “ilustrar” el pensamiento crítico del poeta. Lo mismo ha pasado 24 años después.

 

24 años después: En esto ver aquello

 

Como parte de las celebraciones por el centenario del nacimiento del poeta, el Museo del Palacio de Bellas Artes —de cuya inauguración que cumple 80 años— presenta la exposición En esto ver aquello. Octavio Paz y el arte. Bajo la curaduría de Héctor Tajonar, la muestra incluye 228 obras nacionales y extranjeras (muy por debajo de las 350 de Los privilegios de la vista), distribuidas en todas las salas del recinto. La muestra está dividida en dos capítulos: arte moderno universal y arte mexicano, cada uno subdividido en cinco núcleos temáticos, además de un preámbulo y un final. La información oficial proporcionada por el Conaculta y el INBA señala: “El concepto central de la exposición es transitar del lenguaje literario a una narración visual alimentada de analogías y contrastes, afinidades y diferencias, conjunciones y disyunciones a partir de las investigaciones del escritor Octavio Paz en relación a las artes visuales… El objetivo es presentar una visión de la historia del Arte Universal a partir del pensamiento literario del escritor en torno a la producción artística nacional e internacional”. Suena muy bien.

 

Si asistiéramos al Museo del Palacio de Bellas Artes no con la idea de reflexionar sobre el arte a partir del pensamiento crítico de Octavio Paz, sino tan sólo para disfrutar obras de alto nivel, no habría problema. La exposición es apantallante y las cuatro esculturas monumentales que se encuentran en la explanada del Palacio de Mármol (de Eduardo Chillida, Henry Moore, Vicente Rojo y Juan Soriano), anuncian que hay más obras buenas adentro. Las hay y muchas, sin duda. El problema es que los que asistimos al Palacio con la idea de ver bien ilustrado el pensamiento crítico paciano en materia de arte, a partir de los temas que más interesaron al escritor y sobre los que escribió más, nos quedamos con las ganas. Si la idea era romper las fronteras geográficas y los límites temporales para que los artistas y las obras de distintas épocas, estilos y nacionalidades establecieran un diálogo conceptual y visual, eso se quedó en buenas intenciones.

 

Creo que a Héctor Tajonar, curador de la exposición, le pesó demasiado el recuerdo de la exposición anterior. La idea era no repetir la muestra realizada en 1990. La idea no era mala, pero en su afán por crear una exposición de gran magnitud, que superara a la anterior y que finalmente ilustrara afortunadamente al Paz crítico de arte, cayó en múltiples desatinos que dieron al traste con todo. De entrada, es buena idea que el magnífico Retrato de Octavio Paz (1983) de Alberto Gironella, dé la bienvenida al público a manera de portada de la muestra. Los problemas comienzan cuando voltea uno a la izquierda y contempla el primer núcleo de la exposición: “El cubismo y Picasso”. Las referencias al cubismo en la obra crítica de Paz son mínimas y su texto sobre Picasso (prólogo al catálogo de la exposición Los Picassos de Picasso, en el Museo Tamayo, 1982) no sólo habla del Picasso cubista. Lo que uno se pregunta es por qué se decidió abrir la muestra con un mininúcleo con unos cuantos cuadros cubistas de Picasso, Braque y Gris. ¿Será porque en el preámbulo a Los privilegios de la vista escribió Paz que Gris fue su “silencioso maestro”, que le ayudó a entender el cubismo? Lo dudo mucho.

 

El segundo núcleo temático: “Marcel Duchamp. Apariencia desnuda”, es tan pobre como el anterior. Se exhiben en ese espacio sólo cinco obras de Duchamp, lo que resulta increíble pues el gran creador francés fue uno de los temas que más fascinaron a Paz. De hecho, fue a partir de su interpretación de la obra de Duchamp (sobre todo de El Gran Vidrio) que el poeta empezó a construir su tesis sobre el fin de la idea del arte moderno, sobre la que profundizaría más tarde en Los hijos del limo (1974). No sólo hicieron falta más obras de Duchamp, sino también resaltar más su importancia en el pensamiento crítico del poeta mexicano.

 

Conforme se avanza en el recorrido de la exposición más se notan los desatinos curatoriales. “Caminos a la abstracción” es un núcleo bien justificado pues Octavio Paz reflexionó bastante sobre el tema. Aquí el problema es que históricamente los caminos a la abstracción son tres y fueron marcados en los años diez y veinte del siglo pasado por Kandinsky, Malevich y Mondrian. Uno podría creer que en una sección con un título tan ambicioso se partiera de este punto y posteriormente se buscara enlazar a los artistas abstractos sobre los que escribió Paz. Mas no fue así y el curador decidió incluir obras de Klee, Motherwell, Pollock, Rothko y de los mexicanos Felguérez, Carrillo y Rojo, entre otros, sin ton ni son. No mejoran las cosas en el siguiente núcleo: “La subversión surrealista”, pues si bien se incluyen obras de André Breton, André Masson, Max Ernst, Wifredo Lam, Wolfgang Paalen, Leonora Carrington, Remedios Varo, Frida Kahlo, Manuel Álvarez Bravo y el mismo Paz con su Poema circulatorio, se incluye también una pieza de Marie-José Paz, la viuda del poeta, que no es artista (más bien: sí es artista pero muy menor). Eso sí: debemos agradecer al curador de la muestra el que haya incluido sólo una obra de la señora, pues hace 24 años fueron varias.

 

Se dice que el núcleo temático “La sonrisa de Eros” está inspirado en El mono gramático y La llama doble. Seguramente así es. El problema con esta sala de arte erótico es que parece bazar pues son demasiadas las obras en exhibición. Aquí se engolosinó en serio el curador, pues si bien hay obras de gran calidad (Balthus, Munch, Picasso, O’Keefe…), no se dejan ver bien. No es exageración: las obras requieren un espacio adecuado entre ellas y el espectador. Si éste no existe, se corre el riesgo de un accidente. No quiero ni imaginarme lo que sucederá en esta sala los domingos, cuando asiste más gente al Palacio porque la entrada es gratuita.

 

Suma y sigue. El núcleo temático “La otredad mesoamericana” no hace justicia a los textos que escribió Octavio Paz sobre el arte antiguo de México. Se exhiben sólo unas cuantas esculturas prehispánicas. En “Mestizaje y milagro” se exhiben los retratos que sobre Sor Juana pintaron Miguel Cabrera y Juan de Miranda, así como algunos ejemplos de pintura de castas del siglo XVIII. En “Academia y cultura popular” se presentan obras de autores mexicanos decimonónicos como Bustos, Velasco y Posada, además de algunos autores de pintura popular anónima. Llama la atención que en esta sala, en el segundo piso del museo, haya una pared totalmente vacía. Y lo que uno se pregunta es por qué no se incluyeron más obras de Bustos, uno de los pintores de que más trató Paz en su obra crítica.

 

Pero lo que falta en esa sala del museo sobra en las de abajo. Los dos últimos núcleos de la exposición: “Revoluciones y revelaciones” y “El aquí y el allá”, respectivamente en las salas Justino Fernández y Paul Westheim, también parecen bazares. Creo que el curador estaba obsesionado y quería incluir en la muestra el mayor número posible de obras: no fueron 350 como hace 24 años, pero sí 228 y parecen demasiadas. Es cierto que al igual que en otras salas, en las mencionadas hay también obras de autores muy destacados: Giorgio de Chirico, Jean Dubuffet, Edward Hopper, José Clemente Orozco y Robert Rauschenberg, entre otros. Pero cuesta trabajo entender por qué están juntos en un mismo espacio autores tan diferentes. Por más que paré el oído, no escuché el diálogo entre las obras.

 

Dejé para el último el núcleo temático “Las dos conquistas: la de las armas y la de las almas”, inspirado nada más ni nada menos que en un capítulo de El laberinto de la soledad (1950), un libro que no es de arte. Aquí el curador llevó su obsesión al máximo y terminó atragantándose, pues nadie en su sano juicio puede creer que el tríptico Nuestros dioses de Saturnino Herrán, dos pinturas de gran formato de José Vivar y Valderrama, un retrato de la Virgen de Guadalupe y los murales de Orozco, Rivera, Siqueiros y Tamayo, que adornan el Palacio de Mármol, ilustran lo que fue la conquista y nuestra historia colonial. Lo que empieza mal termina igual. Octavio Paz merecía algo mejor.
* Crítico de arte

 

* Fotografía: Obras presentes en el apartado “​La subversión surrealista”, de la exposición En esto ver aquello, en el Museo del Palacio de Bellas Artes / STEPHANIE ZEDLI

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