Pedro Almodóvar y la herida materna

Mar 5 • Miradas, Pantallas • 7977 Views • No hay comentarios en Pedro Almodóvar y la herida materna

 

Mientras que Janis enfrenta un embarazo en su madurez después de una relación desenfrenada, Ana se encuentra en la misma situación como resultado de una violación

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
En Madres paralelas (España, 2021), semienclaustrado filme 22 como autor total del manchego otrora emblemáticamente posmoderno ya septuagenario Pedro Almodóvar (La ley del deseo 87, Hable con ella 02, Dolor y gloria 19), la madrileña fotógrafa cuarentona de ingrata infancia jipiosa y llamada Janis en ingenuo homenaje a la Joplin (una Penélope Cruz ya rascando la rara madurez tanto como el director de quien es alter ego-fetiche) se ha hecho accidental pero gozosamente embarazar por el patéticamente comprometido antropólogo forense Arturo (Israel Elejalde) a quien había encargado la búsqueda y excavación científicas de una fosa común en las landas navarras donde yace enterrado cierto bisabuelo suyo víctima de falangistas durante la silenciada Guerra Civil de 1935-39, y en su cuarto del sanatorio, donde practica respiratorios ejercicios de parto, intima a vaguedades fraseológicas con la andrógina veinteañera temerosa de su embarazo producto de una violación tumultuaria por copartícipes viciosos Ana (Milena Smit mutante) e hija de la ensimismada actriz tardocuarentona que la ha sistemáticamente desatendido Teresa (Aitana Sánchez-Gijón tristona), por azarosa coincidencia las dos mujeres conciben en paralelo dos bebitas que son momentáneamente mantenidas en observación juntas, pero al egresar felizaza con su bebita extrañamente morena Cecilia y debiendo empezar otra vez desde abajo su arte-profesión por cortesía de la amiga empresaria pretendiente suya Elena (Rosy de Palma), la enérgica empoderada autónoma Janis se entrega eufórica a los infinitos placeres cotidianos de su condición de avanzada madre soltera contemporánea, sin sospechar que, según lo demuestran unas pruebas semidomésticas de ADN, la bebé que adora y cuida no es la suya sino la de su compañera de parto, esa frágil Ana llena de miedos que por avatares del destino ha perdido por muerte súbita de insuficiencia cerebral a la bebita que creía suya, esa libérrima e impredecible amigaza bisexual Ana que, sin saber nada acerca de las niñas cambiadas, se refugia con calidad de niñera en casa de la aterrada Janis, la adopta como madre putativa, la seduce lésbicamente y la cela ferozmente cuando regresa Arturo con la cola entre las piernas, pero al enterarse de la anómala situación de las bebitas cambiadas, de inmediato se larga furiosa con su nena Cecilia, aunque andando apenas el tiempo se reconciliará con una abnegada y contrita Janis de nuevo embarazada del correlón Arturo y a punto de lograr la doliente exhumación de los restos del bisabuelo, sin dejar de compartir con Ana la misma herida materna.

 

La herida materna arranca en lo dramático y estructural como un émulo de la complicidad entre parturientas opuestas de Al umbral de la vida/Tres amores extraños de Bergman (58), ensarta alguna explicación obviota/obviable del embarazo de la heroína mediante un flashback articulado sobre el no-galán con un ramo de flores o sin ellas a la puerta, se desenvuelve como una melodramática versión mediterránea del jubiloso intercambio de recién nacidos al mejor regusto oriental nipón de Hirokazu Koreeda (De tal padre tal hijo 13), y se extiende posmoderna e insinuantemente de principio a fin como un subliminal folletinazo íntimo al estilo abarcador de Todo sobre mi madre (Almodóvar 99) convertido en Todo sobre todas las madres de todo el mundo (¿los edipizados narcisistas paranoicos siempre terminan persiguiéndose a sí mismos?), prodigando numerosos guiños de ojo a “la sublime nostalgia del vientre hinchado de Federico García Lorca” (don Paco Pina opinaba) que va en ida y vuelta desde Doña Rosita la soltera, esa pieza que ensaya en fascinantes planos frontales el atormentado personaje de Teresa, hasta la trágica estéril Yerma, aquí nunca mencionada aunque implícitamente presentida como una espada de Damocles encima del protagónico par de féminas límite.

 

La herida materna tiende una verdadera red de formalismos seductores e hipersofisticaciones eficientes y suficientes, gracias a una radiosa fotografía del magistral veterano inigualable José Luis Alcaine con oscurecimientos pudorosos al término de numerosas secuencias y potentes enfoques cenitales en sus momentos culminantes (las cópulas de Janis con Arturo o con Ana, la cauda de los esqueletos desenterrados), a una sugestiva música alternativamente vivaz y añorante o tensional de Alberto Iglesias, y a una edición tendiente al predominio del plano único secuencial de Teresa Font con auténticos racimos de planos diversos en sus acercamientos/alejamientos o enfoques (esa prodigiosa simetría de las amantes laborando concentradas en ambos extremos de una misma cocina), para conceder renovado vigor a cada hecho fílmico.

 

La herida materna plantea en su comedia habitada mayoritariamente por mujeres y más mujeres recién nacidas, un mínimo de tres o cuatro tramas paralelas, todas fincadas en el amplio cielo temático de la maternidad: la trama atónita de Janis, la trama pasmada de Ana, la trama hijabandonadora de la actriz tardía Teresa autodefinida como la peor madre del mundo, apolítica por agravante añadidura (“Quiero agradar a todo mundo”), y la trama de la identificación de los restos genealógicos del bisabuelo con base en un proustiano sonajero o sonaja inextirpable (En busca de la sonaja perdida) para redefinir la maternidad eterna y tan lúcida cuan deslucidamente actual como una paradójica búsqueda identitaria invariablemente móvil e irónicamente fallida y triunfal.

 

Y la herida materna hace finalmente despertar y resonar a la contienda silenciada y mal cicatrizada de la Guerra Civil Española, a través de esos esqueletos que de pronto vuelven a reencarnar alineados en la fosa como seres vivos que rinden testimonio fehaciente de que, como dice el uruguayo Eduardo Galeano en un letrero concluyente, por más que se le rompa o se le haga mentir, no hay Historia muda, todas acaban gritando su verdad, al igual que las madres esencializadas y al fin dueñas de sí mismas.

 

FOTO: Madres paralelas ofrece una visión cruda sobre la maternidad no convencional y sus implicaciones sociales y emocionales/ Crédito de foto: Especial

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