Nuri Bilge Ceylan y la condena existencial Autor: Jorge Ayala Blanco
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El peral silvestre explora la crisis profesional y personal de un joven turco con aspiraciones a lograr una gran carrera literaria
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POR JORGE AYALA BLANCO
En El peral silvestre (Ahlat agaci, Turquía, 2018), vasta obra maestra poemática 8 del autor total estambulí de 59 años Nuri Bilge Ceylan (Distante 03, Había una vez en Anatolia 11, Sueños de invierno 14), con verboso guión suyo y de Ebru Ceylan más el actor Akin Aksu, el desfavorecido joven recién graduado con aspiraciones literarias pero a punto de presentar contra 300 mil competidores su examen para obtener una plaza como profesor en Turquía oriental Sinan (Aydin Dogu Demirkol) retorna a su pueblo natal aún viviendo de turísticas ruinas milenarias en recuerdo de la vencida Troya, se enfrenta despectivamente a su solitario padre-maestro de primaria agobiado por impagables deudas habidas en su afición a las apuestas Idris (Murat Cemcir) aunque ahora obsedido con perforar a brazo partido un pozo en quimérica búsqueda de agua en el campo yermo del cascarrabias abuelo campesino en desgracia e imán islámico en burlable retiro Recep (Tamer Levent), trata en vano de arrancar a su madre de un TVmaniaco silencio solipsista Asuman (Bennu Yildirimlar), se enfrenta en una huerta idílica a la linda exnovia roída por rencores e inmitigables ansias de fuga Hatice (Hazar Ergüçlu) cuyo actual pretendiente acomplejado alcanza con su auto al presunto rival amoroso para propinarle en despoblado una brutal golpiza, y entonces el nada vengativo jetarrajada Sinan, sólo en metafísica revuelta, decide concentrarse sobre la difícil consecución del dinero faltante a sus ahorros para publicar su primer libro, recurriendo sin éxito al retrógrada alcalde Adnan (Kadir Cermik) que le niega la ayuda por carecer de valor promocional regionalista y al culto industrial Ilhami (Kubilay Tunçer) que también rechaza auxiliarlo juzgándolo antipatriótico, por lo que el buen Sinan, luego de increpar al autor consagrado Suleimán (Serkan Kerskin), de abandonar a la mitad la resolución de su decisivo examen profesoral y enfrascarse en una circular discusión ético-religiosa con el bienintencionado imán Veycel (Akin Aksu) y el imán neófito Nazmi (Öner Erkan), vende a la brava el adorado perro de su padre para reponer unos billetes que éste le ha robado en su propia casa y, juntando más dinero como puede, publica esperanzadamente su libro bajo el título simbólico de El peral silvestre, la ansiada obra sin resonancia mediática posible que regresa a repartir de mano a sus familiares, antes de cumplir con su deteriorante servicio militar y volver para arraigar en el terruño, una vez reconciliado con el padre en la tristeza de su compartida condena existencial.
La condena existencial lleva hasta sus últimas consecuencias ¿siempre perentorias? las meditaciones filosófico-literarias de Sueños de invierno, a modo de verdaderos diálogos socrático-platónicos a cada encuentro en profundidad del héroe y sus paisanos brechtiano-gogolianamente elevados a representantes de las fuerzas sociales y de la sobrepoblada comunidad turca en su conjunto, con ribetes de las Lamentaciones de Jeremías, o del rebelde intelectual Dimitri de Los hermanos Karamazov de Dostoievski, o de El tío Vania de Chéjov, por ese conmovedor y carismáticamente anticarismático Sinan oscilante entre salvajes cuestionamientos antiautoritarios a lo poeta maldito Rimbaud con punch mental de Rambo y la crisis espiritual del imberbe tuberculoso Castorp dentro de La montaña mágica de Mann, mientras salen a relucir todos los grandes conflictos geopolíticos postotomanos (esa pugna latente/virulenta entre la privilegiada Turquía europea del oeste y la desfavorecida Turquía asiática del este llamada Anatolia), el aplastamiento sin perspectivas de los jóvenes en la próspero-dictatorial Turquía de hoy, la condición subsidiaria de las mujeres lúcidamente crispadas (“La vida parecería cercana, pero no lo está”/ “Cuándo fue la última vez que mi corazón dejó algo”), el aferrarse a las máximas del pensador Yunus Emre (“Nunca desprecies la tierra”), los dogmas del Corán confrontados con la atroz modernidad (“La fe es no querer creer la verdad”) y la pesadumbre omniperdedora.
La condena existencial se distingue con altivez de otros recientes retornos maléficos lopezvelardianos al edén subvertido que se calla/ en la mutilación de la metralla (Tabú del portugués neovanguadista interior Gomes 12 o Los perversos de la franco-africana Claire Denis 13), por su digna reincidencia hasta alcanzar el definitivo retorno-arraigo, pero también por su tono melancólico tan desaforadamente inconsolable cuan espontáneamente nostálgico, por su hábil estructura a modo de stationendrama o por stanzas líricas que se sostienen en vilo sobre la cuerda floja hasta el absurdo padecido, y por el sencillo trabajo plástico de la fotografía en colores más que suaves de Gökhan Tiryaki, donde cobran igual importancia el cigarrillo compartido bajo el fervoroso árbol mirando al horizonte árido, las hojas azotadas, la mordida intempestiva de la exgalana (“¿Hay escorpiones debajo de ese oro?”), la nube luminosa, el miedo al ridículo senil al cantar el adham ritual, el leit motiv clásico de un pasacalle de Bach, las hormigas que arrullaron cuando niño al padre de futura conducta anómala (y aún lo arrullan), o la interminable caminata de las figuras cercanas/distantes por todo el poblado y sus alrededores eternizados en largos planos redundantemente eternos.
Y la condena existencial culmina con la derrota, el fracaso literario-vital de las ilusiones del héroe y su dolorosa homologación con la antes repudiada figura paterna, la identificación con ese padre que a fin de cuentas ha sido el único lector aprobador y conmovido (e inclusive memorizador de varios párrafos) que tuvo en su efímera incursión libresca, ahora aceptado para seguir excavando con él un pozo improbable, como arrancado confesionalmente a El mito de Sísifo de Camus, en el relato de un lastrado crecimiento de maduración imposible, la fábula mínima de una heredada frustración perpetua cual ignorado Peral Silvestre.
FOTO: Esta cinta preseleccionada para competir por el Oscar a la Mejor película en lengua extranjera se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 21 de mayo. /Especial