Peter Bogdanovich: largo camino a Anarene
El cineasta Peter Bogdanovich, fallecido el pasado seis de enero, legó al mundo The last picture show, film donde el pueblo de Anarene funge como metáfora de la sociedad estadounidense de los 50, signada por la guerra y el tedio
POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS
La nada tiene también sus capitales, pueblos cuyas “calles desiertas, apenas distintas del desierto, permanecen sumidas en una calma sobrenatural”, según anota Jean Baudrillard en América (1986). Para llegar a ellas hay que recorrer los senderos que transitará por siempre Travis (Harry Dean Stanton), el drifter elegido por Sam Shepard y Wim Wenders para reclamar en su nombre una parcela de vacío llamada París, Texas: símbolo de la desposesión, reverso de una Ciudad que se ha esfumado dejando sólo su Luz, el bárbaro fulgor en el que se diluye aun la identidad. La nada tiene señales que conducen a ella, letreros que imantan la mirada en la canícula; Travis vagabundea llevando en el bolsillo de la camisa la misteriosa Polaroid de uno de esos anuncios, tras el que se adivina la soledad inabarcable que le corresponde. ¿Será la última foto de una colección que habría hecho las delicias de Walter Benjamin, y en la que la ausencia aparecía retratada con todos sus seudónimos? ¿Cuántos rótulos habrán seducido a Travis y su cámara hipotética en la patria de la resequedad?
Las ciudades del desierto [abunda Baudrillard] terminan en seco, carecen de entorno. Y tienen algo de espejismo, que puede desvanecerse en cualquier instante.
En medio de la marea del calor, acosado por ensueños embozados de recuerdos, el residente de la nada camina en círculos en un rastreo infinito de sí mismo. París, Anarene, Texasville: las ciudades invisibles que atraviesa son el refugio idóneo para que su sombra descanse antes de que la vastedad lo devore.
En 2021, Anarene, capital texana del abandono, cumplió 50 años de ser fundada por el cineasta Peter Bogdanovich y el escritor Larry McMurtry. Pese a los embates del tiempo y las películas que han tratado de emularlo en vano, el pueblo se ha mantenido incólume desde que The Last Picture Show (1971) enviara al mundo su primera postal; sus calles surcadas por un polvo que hace pensar en las cenizas de sus muertos, la inclemencia solar que acentúa la pesadumbre de madera y ladrillo de sus construcciones, los anuncios de sus bares y cafeterías y moteles agitados por un viento que abre puertas y ventanas en un afán por develar interiores vacíos, “el resplandor sordo” de sus cielos captado por la lente de Robert Surtees, “las distancias sonámbulas” —otra vez Baudrillard— que vadean sus habitantes para comunicarse infructuosamente entre sí, continúan siendo el espejo y el espejismo fiel del siglo 20. Tan sólida, tan exacta es Anarene que ha soportado como pocas metáforas una secuela (Texasville, 1990); tan diáfano perdura el aire que peina sus superficies, cubriéndolas de tierra y hojas marchitas, que ya es difícil imaginar los ritos de paso de la juventud en otra época que no sean los 50, con el cabello enmarañado de Sonny Crawford (Timothy Bottoms) y la brillantina de Duane Jackson (Jeff Bridges). Obra seminal, The Last Picture Show es la radiografía de una generación que creció oyendo el derrumbe de sus ilusiones a ritmo de Hank Williams, encerrada entre las cuatro paredes del sueño americano. No hay salida de Anarene, o mejor, existen sólo tres vías de escape: la guerra, el dinero y la muerte. Duane es reclutado para combatir en una lejana entelequia llamada Corea; Jacy Farrow (Cybill Shepherd), su novia frígida y millonaria, parte a Dallas en pos de fortuna sexual; luego de recobrar una fracción de su pasado ocupada por Lois (Ellen Burstyn), la madre de Jacy, Sam el León (Ben Johnson), dueño del billar y el cine, se fuga gracias a un infarto. Cuando un vehículo arrolla a Billy (Sam Bottoms), el mudo obstinado en barrer el desamparo de las calles, Sonny arriesga una huida frustrada: a escasos kilómetros de Anarene da vuelta a su camioneta y se deja engullir por el hechizo al que pertenece. No hay salida: el polvo ha dictado su sentencia en la quietud.
El silencio [afirma Baudrillard] no es sólo aquello despojado de todo ruido. No hace falta cerrar los ojos para oírlo. Pues también es el silencio del tiempo.
Pocas veces se había escuchado el transcurrir de las horas y los días con la claridad con que lo registra The Last Picture Show. Pocas veces se había entablado una batalla contra el silencio como la que protagonizan los sedentarios de Anarene; al fondo, siempre al fondo de cada escena, hay un radio o un televisor prendido que acompasa esos diálogos ora rabiosos, ora desesperados, ora plenos de añoranza. Una Wurlitzer preside la cafetería atendida por Genevieve (Eileen Brennan), la mesera eterna; un extenso repertorio de música country es derramado sin cesar por las estaciones fantasmales que sintonizan Sonny y Duane. El tiempo, no obstante, lleva la ventaja: de ahí el llanto furtivo de Ruth Popper (Cloris Leachman), la esposa del entrenador de futbol que busca en Sonny el remedio contra una vejez poblada de batas sucias y horquillas para el pelo. La cámara de Surtees fragmenta la vida en blanco y negro de los personajes en estampas que logran una dimensión epifánica: el monólogo de Sam el León a orillas de un arroyo y luego su funeral, con los asistentes recortados contra un cielo extraído de alguna visión de Gabriel Figueroa; el carro que brilla con los últimos destellos diurnos mientras se adentra en la noche con Jacy a bordo; el encuentro final de Sonny y Ruth que concluye en un silencio que podría haber delineado el pincel de Edward Hopper. Con sus mil 131 habitantes abismados en sus desiertos interiores, el pueblo permanece en vilo esperando la siguiente canción de la rocola, otra ráfaga de viento que lo sacuda, la última película exhibida en el cine de Sam. Desde la pantalla, John Wayne agita los brazos en un ademán en el que hay más de despedida que de saludo; luego espolea su caballo y se pierde en la llanura bajo un sol incandescente. Sabe que le aguarda un largo camino a Anarene, allá en los lindes de la nada.
Foto: El director Peter Bogdanovich, fallecido el seis de enero de 2022/ Crédito de foto: Richard Shotwell/Invision/AP
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