Peter Grönlund y la condición femimarginal

Jul 21 • Miradas, Pantallas • 4157 Views • No hay comentarios en Peter Grönlund y la condición femimarginal

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La angustiante vida de Minna, una adicta a las anfetaminas, entra a una etapa de crisis cuando decide estafar a sus proveedores, por lo que ella tiene que refugiarse en una comuna callejera

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POR JORGE AYALA BLANCO

En A la deriva (Tjuvheder, Suecia, 2015), desolador debut del joven autor total sueco de la Escuela de Cine de Estocolmo egresado Peter Grönlund (célebre corto previo ya situado en los mismos submundos: Gläntan 11), la energuménica treintona narcomenudista ella misma consumidora Minna (Malin Levanon anticarismática) se encuentra en terrible apuro para pagar la renta de su cuartucho, por lo que se atreve a transar a sus proveedores delincuentes, pero aun así es desalojada, debe salir huyendo, conoce en la carretera a la alcohólica con auto Katja (Lo Kauppi), quien sólo piensa en recuperar a su hijo decomisado por la beneficencia pública, y medio odiándose entre sí, ambas consiguen refugio en una comuna de casas rodantes que regentea el bondadoso viejo obediente de las leyes Boris (Tomasz Neuman) y donde vegeta el pelelesco exmarido de Minna llamado Benneth (Niklas Björklund), al lado de su embarazadísima y celosa nueva compañera Carina (Nadya Sundberg Solander), sin embargo, al ser descubierta por el temible ejecutor de deudores Christer Korsbäck (Jan Mattson), la siempre inaguantable y con déficit de atención Minna no puede evitar caer en sus garras, debe pagar como castigo cinco veces su deuda, se esclaviza por una temporada como conecte y, al intentar liberarse cierta noche, es herida bajo un puente en despoblado, recurre in extremis a su amiga Katja ya en trance de una severa rehabilitación, si bien, para no arrastrarla consigo, la arisca Minna aceptará ser detenida y enviada a la cárcel, ante todo presa de su propia ineluctable condición femimarginal.

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La condición femimarginal deja la impresión, la impronta y el magnífico/pésimo sabor de boca de un furor de vivir como pocas veces se concentra plano a plano en el cine actual, y que remite a grandes clásicos heterodoxos suecos o estadounidenses, yendo de Alf Sjöberg (La señorita Julia 50) a Arne Mattsson (Salka Valka 53) o de Nicholas Ray (Delirio de locura 56) y de Elia Kazan (Un rostro en la muchedumbre 57) a Arthur Penn (Bonny y Clyde 66), que impregnaron y demolieron, estructurando y desestructurando, la imaginación de la primitiva y segunda Nueva Ola francesa 50-60s, sobre todo ese ritmo frenético de las acciones corporales y esa idea de encuadrar en la terca agitación de espacios cerrados a su hoy heroína violenta, para producir sensaciones de libertad y de constreñimiento a la vez, en función de su constante e inútil o indeleble lucha interna a cada momento captado por la avasallante fotografía de Steffan Ovgard, lacerado por la música aullante de John Testad y extendido por la implacable edición elíptica de Kristofer Nordin, aprehendiendo su inminencia física en su inaugural depto estrecho que siente escurrírsele de las manos como los billetes para pagar la renta, sacando a la brava a otro cliente de una cabina telefónica o azotando furibunda el auricular así obtenido, acorralada como fiera dentro de un baño para ocultarse del Korsbäck cual entidad maligna recién identificada, fumando aceleradamente para que se active la alarma contra incendios, chocando a cada movimiento con Katja dentro de la casa rodante alquilada por ambas, o malherida esperando ayuda bajo una zanja del camino, o sea, una palpitante y ajena tipa conmovedora siempre hecha un manojo de nervios y temores racionales: el cine como arte convulso, pues.

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La condición femimarginal se presenta así con la pericia y la autoconciencia involucrada de un producto fílmico perteneciente a una generación a la que los azotados retorcimientos y los conflictos metafísico-culposos de su antepasado nacional Ingmar Bergman les tienen por completo sin cuidado mejor trazándoles realistas líneas de fuga y pasándoles por los márgenes, una obra renovadora e involucrada con los desgarramiento de los tejidos sociales y culturales de hoy y padecidos por amplios sectores de la población escandinava, de acuerdo con una fórmula de urgencia según la cual los problemas se ven mejor y con mas claridad desde sus límites y sustratos, solidarizándose sin pudor ni fingida compasión externa, pero sí con gran ternura radical, ese innombrable sentimiento fuerte, con aquellos y aquellas que los padecen, que más padecen, pero también se opone a salidas colaterales tipo el romanticismo suicida de la emblemática Thelma y Louise/Un final inesperado (Scott 91) entre mujeres solidarias a la defensiva que han dejado de asumirse sólo como víctimas en lucha extrema contra el machismo dominante.

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La condición femimarginal exaspera sus trazos de un soberano realismo conductual femenino, ni idealización ni autodenigración, sino la observación límite de un comportamiento limítrofe en el centro y como pivote de una trama neutra, una mujer escoria de la sociedad que conserva intactos sus arrestos emocionales y electrizantes, desidealizada y jodida pero explosiva como una asfixiada fuerza de la naturaleza, en rigor, la perseguida perfecta y plural, perseguida por sus deudores estafados, por los criminales, por la policía y por sí misma, perseguida por un irreconocible descenso vivencial a otro tipo de infiernos que nada tienen que ver con las puerilidades o los sustos hipertecnológicos del cine de horror a la última moda (emblematizados por la hartante excelencia hueca El legado del diablo de Aster 18) porque estos sí implican al ser en el espectáculo, perseguida por la no-glamourización del desencajado Mal Absoluto (Korsbäck al nivel de aquel titular Borgman del también sueco Van Warmerdam 13) y por la ley transgredida a punto de cumplirse.

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Y la condición femimarginal ha ejercido una ternura magullada e inacabable y, puesto que la carnalidad huidiza y el atisbo de abstracción salvan del naturalismo que el tema propone e impone, en contacto con una soledad demasiado vulnerable y amenazada por sus propios demonios, ya que “la soledad es la mayor persecución” (Pascal), que sólo la amistad solidaria en la homologación en la ignominia y la lucha habrán logrado romper.

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FOTO: A la deriva, con Malin Levanon, Lo Kauppi y Tomasz Neuman, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 26 de julio de 2018.

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