Philip K. Dick, Ciencia Ficción vs. No Ficción

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Emmanuel Carrère escribe en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos la faceta familiar, afectiva e inventiva del Philip K. Dick y su legado literario en la ciencia ficción

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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA

La muerte de Philip K. Dick, el 2 de marzo de 1982, más que apagar la imaginación de uno de los gurús de la ciencia ficción, la catapultó literalmente a un star system, colonizando nuevos mundos cinematográficos y literarios, como el del escritor francés Emmanuel Carrère, el más célebre representante de la no ficción, que hace un cuarto de siglo publicó la biografía de su ídolo de juventud.

 

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick, la traducción de Anagrama de Je suis vivant et vous êtes morts Philip K. Dick 1928-1982 (Éditions du Seuil, 1993), presenta el doble desafío de armonizar la vida privada de un hombre cuya vida pública fue un desastre, y de, como indica el subtítulo español, incursionar en su mente a partir de una investigación que acopia entrevistas y biografías previas, en un relato-retrato al más puro estilo del narrador de El reino.

 

El título de la biografía de Carrère, recién importada a México, remite al grafiti pintado en un urinario por Glen Runciter, el muerto omnipresente de la novela Ubik (1969), de Philip K. Dick, que, cómo otras obras del autor nacido en Chicago, el francés va desmenuzando a partir de los acontecimientos en la vida y psique de éste, una especie de Glenn Gould más maníaco y menos antisocial que el pianista.

 

Carrère no se limita a documentar y recrear la vida de Dick en mundos paralelos de biógrafo, novelista y crítico. Analiza en contexto sus obras y la evolución de éstas y de la psique del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El hombre en el castillo y Los tres sintagmas de Palmer Eldritch.

 

La ironía permea a lo largo del volumen, no sólo por el hecho de que un maestro de la literatura de no ficción haya escrito la biografía de un maestro de la ciencia ficción, sino porque en su lectura uno tiene la sensación de que todo estaba escrito en la vida de Dick desde el momento en que su gemela Jane muere de inanición a pocas semanas del nacimiento, el 16 de diciembre de 1928 en Chicago, hace 90 años, y sus restos son enterrados en una tumba en Colorado cuya lápida incluye ya el nombre del futuro escritor con la fecha de su deceso en blanco, esperándolo, acechándolo, igual que su hermana muerta.

 

Los detalles se prodigan al por mayor en la narración de Carrère, como cuando Edgar Dick, el padre exsargento de la Primera Guerra Mundial, se pone una máscara antigás para jugar con Philip, pero a éste no le hace gracia, y el grito de terror que entonces profirió siguió resonando a la postre en toda su obra. Los sombreros del padre, por cierto, también remiten a los protagonistas de su relato Adjustment Team.

 

El biógrafo nos presenta a un hombre hipocondríaco desde niño y adicto a numerosas sustancias en su vida adulta, que empezó a visitar a los siquiatras desde los catorce años debido también a los problemas psicológicos de su madre Dorothy, pero igual como una forma de poner a trabajar su gran inteligencia.

 

“…en materia de enfermedades mentales, se consideraba una especie de autoridad, como lo demuestra con un afán de exhaustividad casi paródico el cuadro clínico que elaboró para su novela de 1963, Los clanes de la luna de Alfana”, escribe Carrère después de dar cuenta del descubrimiento de Dick de Aldous Huxley y su libro Las puertas de la percepción y de su primer acercamiento, literario, al LSD.

 

Misógino en muchos sentidos, las mujeres influyeron de manera persistente y determinante en la vida de Dick, que de niño temía declararse homosexual, bajo la presión homófoba de la madre, divorciada de Edgar, cuya única pasión era el futbol americano y no llenaba la necesidad intelectual de la familia.

 

Tuvo varias esposas, numerosas parejas ocasionales, en particular en la parte final de su vida cuando ya era visitado por jóvenes fanáticas de su obra, a las cuales no tenía ningún empacho en acosar sexualmente e incluso en hostigar y causar mala fama si no accedían a sus peticiones de sexo gratuito.

 

A todas las que compartieron su vida con él las torturaba sicológicamente.

 

Philip K. Dick amaba a Schubert, en particular sus lieder cantados por el barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau. Leyó desde niño, en principio una historia que lo marcó, como casi todo en su vida: Winnie The Pooh, el personaje de Alan Alexander Milne, pero también fue siervo obsesivo del I Ching, amaba a Dostoievski y Lucrecio y más maduro se identificaba –y cómo no– con Jorge Luis Borges.

 

Irónico resulta también que un autor cuyas novelas y cuentos devinieron adaptaciones de varias de las más populares películas de ciencia ficción en Hollywood, como Blade Runner (1982) y su secuela de 2017 Blade Runner 2049, Minority Report (2002), The Adjustment Bureau (Adjustment Team, 1954) o Vengador del futuro (We Can Remember It for You Wholesale, 1966) o Next (The God Who Runs, 1954) haya abrevado su paranoia y su religión de mundos paralelos en una sala de cine, como cuenta su biógrafo.

 

“…Phil miraba las paredes de aquella caja donde lo habían encerrado junto a un centenar de personas desconocidas, observaba el haz de luz que, partiendo de la cabina ubicada detrás de él, se extendía en forma de cono hasta la pantalla, y veía el polvo que danzaba en aquel cono de luz, la alfombra estropeada debajo de sus pies, y de pronto, antes de que comenzara el noticiario, lo supo. Supo, con una certeza absoluta, que no existía nada más que eso. Nada más que las cuatro paredes, el techo, el suelo y los demás prisioneros. Aquello que creía saber del mundo exterior y de su vida en él no era más que una sucesión de falsos recuerdos, una ilusión insinuada en su cerebro, por maldad o por piedad, imposible de determinar. Había estado siempre allí, siempre había asistido a esa película que él creía que era su vida (…) Entonces se hizo una promesa: cuando saliera, cuando creyera haber salido, no se dejaría engañar, recordaría que en realidad seguía estando en aquella sala y que no había otra realidad”.

 

Carrère redondea su biografía novelada con el epígrafe que también cierra la obra, fragmento del discurso que pronunció Philip K. Dick en un congreso sobre ciencia ficción en el hotel Sofitel de la ciudad francesa de Metz, en septiembre de 1977, en el que quizás el escritor francés joven lo conoció:

 

“(…) Tienen que pensar que para mí también, el hecho de declarar algo así, es una cosa terrible. Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. Nada sé de otras declaraciones semejantes a esta, pero sospecho que mi experiencia no es única, quizá lo sea el deseo de hablar de ella”, dijo entonces Dick frente a franceses.

 

Enemigo imaginario de Richard Nixon, anticipó en su vida y su obra –o creyó hacerlo– el escándalo político que hundió al republicano; católico converso, se enfocó en la búsqueda de un ser omnipotente y omnipresente, que creyó identificar casi para el final de su vida: “Sí, había realmente encontrado y presentido algo durante toda su vida, pero no era Dios, ni el diablo. Era Jane. Nunca había tenido otro interlocutor o adversario fuera de la mitad muerta de él mismo. Todo había transcurrido en circuito cerrado. Su vida, las extrañas historias que había imaginado, no eran más que un largo diálogo entre Phil y Jane. Y toda la angustia que lo hacía sufrir, y que era la materia de sus libros, consistía en saber cuál de los dos era la marioneta y cuál el ventrílocuo (…) O tal vez él estaba muerto y Jane no. Él, que yacía en el fondo del agujero, en Colorado, desde hacía 48 años. Y Jane que en el mundo de los vivos pensaba en él”, escribe Carrère que siete años antes de su novela usaba tanto la palabra adversario.

 

FOTO: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje en la mente de Philip K. Dick, Emmanuel Carrère, Barcelona, Anagrama, 2018, 376 pp.

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