Philippe Lacôte y la afrofantasía carcelaria
Un pandillero llega a una temible isla-prisión autogobernada por los reos, donde será obligado por el líder, enfermo terminal, a contar cuentos hasta la muerte, durante un ritual tribal bajo la luna roja
POR JORGE AYALA BLANCO
En La noche de los reyes (La nuit des rois, Costa de Marfil-Senegal-Francia-Canadá, 2020), atronador film 3 del periodista radiofónico abidjanés vuelto autor total Philippe Lacôte (African Metropolis 13 y Corre 14), un anónimo e intimidado pandillero barrial de cierto grupo llamado Los Microbios (Bakary Koné) llega a la temida Maca, una aislada prisión marfileña con disputadísimo autogobierno, donde intempestivamente es nombrado cuentacuentos o Roman hasta morir por agotamiento, para regocijo tribal de los feroces reos en las noches de luna roja y por orden arbitraria del mandamás tiránico Barbanegra (Steve Tientcheu) ya enfermo terminal y por ende proclive al obligatorio suicidio y ebrio de ganarse unos días de vida más, gracias al urgente aplazamiento entretenido que va a proporcionarle al pavoroso tumulto de los internos ese nuevo instintivo narrador verbal que, para lograr sobrevivir también él, noche a noche platica su propia historia criminosa al lado de un legendario pistolero-líder rebelde postindependentista Zama Rey (Goneti Oscar), rehaciendo al capricho imaginario los orígenes mitológicos de este héroe y sus hazañas, pero el tiempo real se agota, los violentos acontecimientos cercenadores del poder se precipitan, el decadente Barbanegra acepta por fin quitarse la vida voluntariamente, las facciones de la sucesión al mando se enfrentan aniquilándose entre ellas y el salvajismo anárquico impera dentro de la prisión con tal ímpetu caótico que el despectivo cancerbero Navaquine (Issaka Sawadogo) debe imponer a discrecionales tiros de fusil una mortífera pacificación, mientras nuestro Roman cual vencida Scherezade lucha por su vida, ovillado en un rincón de esta confinada y devastadora afrofantasía carcelaria.
La afrofantasía carcelaria demuestra que todo el ritmo de la vida y sus acontecimientos caben en el cruel espacio concentracionario de una desastrada prisión inaccesible en medio del bosque y con autogestivas características excepcionales, como antes en una miserable aldea del cine africano clásico (de Ousmane Sembène e Idrissa Ouédraogo a Abderrahmane Sissako), incluyendo la enconada lucha por el poder absoluto y el mundo imaginario al unísono estentóreo de todos los miembros de una inhabitable comunidad malsana y ludomaniaca, con fotografía altamente contrastante de Tobie Marier-Robataille, descollando en el séquito iluminado con linterna encendida del cuentacuentos debutante o en el degüello tras las gasas escarlata del subordinado Koby (Stéphane Sébime) por el traicionero afeminado concentrador de intersexualidades Sexy (Gbazi Yves Landry), y una briosa edición de Aube Foglia que pasa sin previo aviso de la realidad al sueño o a la razón encantada, como en la súbita reencarnación en cervatillo naïve del suicida Barbanegra apenas ha descendido a la infernal poza para sumergirse en sus aguas turbias, siempre bajo la égida de una música de Olivier Alary que arrastra consigo cualquier sincretismo posible de sonidos originarios percutivos con tam-tams o así y cualquier sofisticación electroacústica libérrima.
La afrofantasía carcelaria puede verse también como la fascinante conjunción insólita, aunque armoniosa, de elementos tan dispares como un paroxístico clima generalizado de Noche de Walpurgis o Aquelarre sin reposo posible, la constante irrupción inesperada de enérgicos invasores danzantes a cada episodio o tramo verbalmente narrado cual febril homenaje al Salmo rojo del húngaro Jancsó (72), una prefiguración de la efervescencia pulsional del vanguardista film musicoreográfico Annette 21 de un Leos Carax cuyo actor fetiche Denis Lavant medra calvodecrépito aquí con una gallina al hombro en sigiloso silencio discordante, y una textura de cuento popular panafricano pletórico de metamorfosis entre animales y humanos (“Pasarás de hiena a cordero”) o entre reminiscencias de las matanzas en favelas de una trasplantada Ciudad de Dios brasileña (Meirelles-Lund 02) y combates prodigiosos entre criaturas que levitan y un duelo de guerreros-magos que remiten a la obra maestra del cine africano La luz de Souleymane Cissé (87) pero ahora trepados en promontorios y fulminados no por la incandescencia sino por culebras de fuego y demás.
La afrofantasía carcelaria da vuelo y se da vuelo, entonces, tanto su gusto ancestral por el aforismo contundente (“La palabra esta para ser pronunciada”/ “Si Dios dice que serás ladrón o asesino, lo serás”/ “Todo hombre se engaña a sí mismo hasta que se enfrenta a su propia muerte”, o así), como dispositivos de arranque más que vehículos de las historias narradas, ese haz de relatos cambiantes e inconclusos donde la figura paterna del héroe inasible será el mendigo ciego consumador de milagros bélicos Soni (Rasmane Ouédraogo), donde la excéntrica Reina (Laetitia Ky) sufre fratricidio y donde los rivales abominables Lass (Abdoul Karim Konaté) y Medio Loco (Jean Cyrille Digbeu) caen a la primera fusilata aleatoria, más allá de la fábula con moraleja y de la realidad transpuesta, al interior de un flujo mutante que sólo reconoce dos fines tan recónditos y últimos como inmediatos: crear una perversa perturbadora metáfora cuestionante de la Historia reciente de los países africanos con democracias a medio coser donde se confunde la pugna por los poderes fácticos con la violencia de facciones rebeldes anulándose entre sí, y un lúdico cuestionamiento-elogio a la fuerza del relato autoconsciente y autorremordido (¿posRaúl Ruiz?) que se corrige a si mismo sin cesar para prolongarse hasta el único infinito a su alcance, el infinito del laberinto y de las arenas movedizas.
Y la afrofantasía carcelaria abandona en la impotencia sobreviviente al príncipe sin reino cuentacuentos, retrocediendo, hundido ante la imposibilidad de escape, adosado a una pared aprisionante y siempre invariablemente enclaustrado, pero ahora en confrontación con la luz del amanecer, siempre la luz, su añoranza, su vínculo, su enemiga.
FOTO: La actriz Laetitia Ky interpreta a la excéntrica Reina, personaje de la leyenda del “Rey Zama”, que es contada por el protagonista para sobrevivir/Especial
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