“Reírse de uno mismo es la sal de la vida”
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Philippe Lançon es uno de los sobrevivientes del ataque terrorista a la revista satírica Charlie Hebdo, que narra en su novela El colgajo la historia completa de ese suceso histórico
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POR GUILLERMO ROZ
Esa mañana tuvo que elegir cuál de sus dos empleos visitaría primero: el periódico Liberation o el semanario Charlie Hebdo. El destino quiso que optara por este último, y la Historia, que tantas veces se comporta de manera tragicómica, dirá que hizo esa opción porque en Charlie Hebdo ese día habría una reunión para discutir sobre la libertad de expresión. Nada más y nada menos que la libertad de expresión. Dejó su bicicleta, se bebió un yogur y subió a la oficina. En la redacción se encontró con los periodistas y dibujantes, todos amigos desde hacía años. Philippe estaba contento porque minutos antes había comprado un billete de avión para Nueva York, donde pasaría seis meses impartiendo clases en la Universidad de Princeton, acompañado de su novia chilena. Era una momento especial de una mañana cualquiera.
En la magistral crónica ensayística que edita Anagrama y que lleva como título en castellano El Colgajo, Lançon cuenta cómo esa mañana cualquiera de 2015, se convirtió en la peor de su vida. Fue la de un inolvidable 7 de enero, en la que dos hermanos islamistas entraron a las oficinas de Charlie Hebdo y mataron a doce de sus compañeros. Todos lo pudimos ver, desde cualquier parte del mundo, un rato después por los noticieros. Todos recordaremos para siempre el ya legendario: Je suis Charlie. Él se salvó haciéndose el muerto, mientras veía los sesos al aire de su compañero Bernard, y cómo se abrían los charcos de sangre bajo sus compañeros asesinados. Se salvó pero le desfiguraron la cara. Ese desfiguramiento y el proceso de sus más de 20 cirugías, llevan al escritor a una narración plagada de imágenes terribles, de análisis sobre la actualidad, pero también al uso de un humor fino, de un sarcasmo implacable y de la conexión de imaginarios tan distantes como el del cirujano: “la tentación del cirujano (…) por acercarse de retoque en retoque al rostro ideal”, con el del escritor, “uno trata de que lo que escribe se parezca a lo que había imaginado, pero nunca coinciden, y llega un momento en que (…) hay que saber parar”.
Después del martirio hospitalario y a cinco años de uno de los atentados que cambió la discusión sobre la prensa y la libertad, conversamos con el autor parisino para saber por qué no odia, por qué no cree en Dios sino en Bach y en Kafka, y de qué le sirve la escritura y el periodismo después del horror.
Teniendo en cuenta que has dicho en reiteradas ocasiones que esta experiencia se acercaba a una ficción ¿qué clase de desafío fue reconstruirla sabiendo que fue una realidad pura y dura?
Vivir desde adentro una situación así no sólo te hace preguntar qué es la realidad sino cómo vas a tragarla y cómo vas a escribirla. Intentar describir una realidad así lleva a un problema técnico de escritura. Mucho tiempo me pregunté cómo iba a escribir lo que me había pasado. Ahora bien, todo el mundo habla de la realidad porque, en el fondo, estamos en un mundo de periodistas. Es decir, todo el mundo tiene como un pequeño periodista dentro, también tiene un pequeño sociólogo y un pequeño psicoanalista. Gracias a los medios de comunicación, esto también sucede en las clases sociales más bajas. Cualquiera informa en las redes sociales y hace una foto que después sube a Internet ¿verdad? Por esto, digamos que todo el mundo se jacta de la realidad pero es una realidad de baja intensidad. Es una realidad ajena, una realidad superficial, una realidad propia del relato mediático. La mía fue una realidad de alta intensidad y de lo más desagradable. Yo diría que la realidad me ha perturbado la vida. El atentado ha violado mi vida. A partir de esto, me ha tocado escribir.
Los larguísimos meses de estadía en el hospital te han invertido la dinámica de tu vida como periodista: has pasado de observador a ser observado por decenas de médicos, policías, gente de la calle y a que todos opinen sobre ti y acerca del trabajo de tus compañeros…
Claro, mi oficio por más de treinta años fue el de mirar a los demás e intentar entender lo que hacen, lo que dicen y cómo viven. De repente me encontré en el sitio de la gente que es mirada. La paradoja es que además de ser mirado seguí instalado en el rol de periodista. Es decir, apenas se fueron los asesinos, el periodista que mira, se miraba a sí mismo como parte de lo que hay que mirar, además de ser víctima. Es raro lo que cuento pero es verdad: apenas se terminaron los tiros yo empecé como a informarme, o sea, a informar y a narrar los hechos. Estas dos situaciones contribuyeron a la manera que tuve de escribir El Colgajo. Pero mi actitud no fue artificial, ni una búsqueda difícil sino muy natural. Una cosa así, como comprenderás, no puede ser premeditada. Eso sí, me he demorado dos años y medio para empezar a escribir. Fue el tiempo en el que el periodista entendió lo que el hombre vivió.
En el mismo momento que te levantas de tu propia sangre comentas que hay un Philippe de antes y un Philippe de después. Te conviertes en dos al mismo tiempo…
Precisamente acabo de publicar en Francia un pequeño libro, editado por las ediciones de Charlie Hebdo, que se llama Crónicas del hombre de antes. Sobre todo lo publico para los que me conocieron después del atentado, para contarles que hubo un Philippe anterior. En el prólogo de estas crónicas que fui publicando en el tiempo, me pregunto si he cambiado, si soy dos. Por momentos me digo que sí, que soy dos y el anterior nunca regresará. Pero la verdadera razón por la que sigo escribiendo es porque no lo sé. Y creo que nunca voy a saber si hay uno o hay dos. No sé si me sirve de algo saberlo. Realmente lo único que sé es que mi vida ha cambiado. La persona con quien vivo, incluido el éxito del libro, ha cambiado mi vida porque me ha llevado a tener bastante dinero, me dio una capacidad de ser más libre. Eso es concreto pero una parte de mí piensa: eso es una ficción. Ya la noche del atentado, me decía a mí mismo: es sólo una pesadilla. Sin embargo, poco a poco he vuelto a lo mejor de la vida. Y ahora que estoy bien, a veces, me digo que una noche me despertaré y nuevamente estaré en el hospital y será la noche del atentado. Fue demasiada intensa aquella noche para olvidarla. Yo desperté pensando que estaba en mi cama, en mi vida de siempre. Es una forma de lo que Nietzche llamaba el eterno retorno.
Durante mucho tiempo no pudiste hablar y apenas podías escribir en una pizarra: ¿Ese tiempo cambió tu manera de valorar la comunicación, las palabras, la escritura?
Lo que ha cambiado en mí es que intento escribir lo más natural posible, de manera más sencilla. Ahora cuando no tengo nada que escribir, dejo de escribir. Yo veo muchos escritores que escriben demasiado, no tienen mucho qué decir y lo hacen. El cuarto del hospital era el mundo del silencio y yo no podía jactarme de mis palabras. Intento seguir así, es una de las cosas buenas que me ha dado este momento de mi vida. Como yo soy muy hablador ahora llevo adentro una voz que me dice: cállate.
¿Hubiera sido posible tu recuperación sin Bach, sin Kafka, sin Thomas Mann, sin Roberto Rosselini? El libro registra, a lo largo de la convalecencia, tus repetidos momentos de lectura, de visionado de películas o de tardes enteras escuchando tus discos favoritos…
Cuando vives en el mundo de los libros, de la música y del cine, todo eso es parte de ti. En este tipo de momento este mundo te acompaña. Aunque es cierto que la primera vez que decidí escuchar a Bach en el hospital, era un acto artificial. Es decir, no era un sitio hecho para esto. Yo sabía que haciendo esto me erigía como el hombre culto de tal habitación, que llamaba la atención de enfermeras y médicos y otros pacientes, quizás, y eso podía parecer algo artificial. Pero después de la primera vez fue una necesidad, una costumbre y un ritual. Escuchaba música solo, a veces acompañado, pero no lo dejé de hacer nunca durante toda la rehabilitación. Yo recordé que Primo Levi contaba que en los campos de exterminio los supervivientes tienen rituales: limpiarse, afeitarse, hacer ejercicios. Un ejercicio para seguir la vida de siempre. No me comparo con esta gente pero sé que viví una experiencia física extrema.
¿Y de cuánta ayuda resultó la derivada del humor, el sarcasmo, tu mirada satírica de la vida?
Me parece que el humor y saber reírse de uno mismo es la sal de la vida. La vida no es fácil y cuando le resulta fácil, al hombre le gusta hincharse de sí mismo y eso es muy pesado. Cualquier manera que tengamos de deshincharnos de nosotros mismos, viene bien. El humor es la única manera de deshinchar las cosas. A mí me gusta leer mucho el “Borges” de Bioy Casares, un diario en que los dos se burlan de todo, como niños. A veces me leo unas páginas como quien come un dulce, un dulce de leche. Ese espíritu burlón nos deshincha, deshincha la idea, por ejemplo, de la literatura con una ele muy grande.
En cuanto a los cambios y las consecuencias que parece haber traído aquel atentado de Charlie Hebdo… ¿Qué opinión te merece la política del New York Times de ya no publicar viñetas políticas y/o satíricas?
Lo que pasa es que se sienten agredidos porque no se han criado como en Francia, que desde hace siglos hay caricatura burlona. Entiendo lo del New York Times y lo admito, pero el mundo se ha vuelto más pequeño gracias a Internet. Echas un pedo en Argentina y se huele en el polo norte. Así es que la decisión del New York Times es una decisión patética porque sencillamente impide una forma de la libertad de expresarse, una forma de existir. Es una decisión pesadamente moralista. Es una manera de decirle a los lectores: no confiamos en que ustedes entiendan el sentido de las caricaturas, el de los cartonistas.
¿Lo consideras una censura, entonces?
No lo sé, pero no me gusta. Lo que observo es cómico, porque Estados Unidos tiene como presidente a una caricatura, una caricatura horrible. Trump es su monstruo, lo han creado también. No lo querrán admitir, pero ellos han creado a su presidente. Yo creo que la gente del New York Times –a quienes respeto, son mucho mejores periodistas que yo– se toman demasiado en serio la idea de que están del lado del Bien. Cuando lo tomas así, “yo soy el Bien”, llega el Mal. Y el Mal es Trump. Es lo de siempre, la vida es una terrible burla. La vida política les está mostrando que es una burla eso de creerse el gran periodismo, el “nosotros contamos los hechos, la realidad, somos los grandes humanistas del mundo”. Eso es una farsa. La realidad les dice: “haz tu trabajo y cállate”.
¿Qué ambiente se respira en Charlie Hebdo, para el que tú sigues escribiendo? ¿Qué ha cambiado?
Yo voy muy poco a Charlie pero el trabajo continúa. Es un momento muy difícil en Francia. Hay problemas por un concepto de laicidad que ha nacido contra la iglesia católica, luego el problema del Islam… Entonces Charlie Hebdo ahora está en guerra contra el islamismo, pero sin embargo algunos acusan al semanario de haberse vuelto de derechas y no es así. La verdad es que veo que Charlie Hebdo tiene como única salida el humor, reírse. Hay que seguir riéndonos, inclusive de nosotros mismos.
Citas unas líneas de La montaña mágica en la que Hans Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann, dice, tras su estadía en el hospital, que se siente más viejo y más sabio… ¿Tú también te sientes así, hoy?
No, la verdad es que ahora me siento más joven. Y más sabio fui sólo durante un año, tras el atentado, hasta el 2016. Poco a poco fui perdiendo ese tipo de sabiduría que aceptaba lo que me iba sucediendo, sin protestar, pacíficamente. El tiempo en el hospital, entre los muertos que había visto y la vida que iba volviendo, era un espacio casi sin queja. Es que la vida normal vuelve y con ellos todos los defectos, incluido la queja contra la vida.
FOTO: Philippe Lançon recibió el Premio Femina y el Premio Renaudot, en 2018, por El colgajo./ Catherine Hélie
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