Pimentel, Molly y Joyce en el mapa, en la cama
En entrevista, la profesora emérita Luz Aurora Pimentel comparte su experiencia como la primera mujer que traduce el monólogo de Molly Bloom, personaje del Ulises, cuya principal característica es un flujo de pensamiento que se rebela contra su condición femenina y la conciencia sensualizada de su cuerpo
POR PRAXEDIS RAZO
Acorralada por palabras-mundo que nombran objetos de un mundo que ya no existe. Atada a su computadora, como Ulises a su mástil. Haciendo ventriloquía con la voz de Molly Bloom. En medio de esta tempestad se dio este diálogo en torno a una relación ya de décadas entre una de las mentes más privilegiadas de la teoría literaria en nuestro país y Joyce.
Profesora emérita de la UNAM, Luz Aurora Pimentel es maestra en literatura anglo-irlandesa por la Universidad de Leeds y Doctora en Literatura comparada por la Universidad de Harvard. Es una referencia en temas de teoría literaria en México por su libro El relato en perspectiva: estudio de teoría narrativa (Siglo XXI, 1998). Entre sus títulos más recientes están Cuadros color de tiempo. Ensayos sobre Marcel Proust (Bonilla Artigas Editores, 2019) y De espejos y otras invenciones (Benilde, 2017).
Luz Aurora Pimentel se da un respiro del encargo del editor Juan Carlos Calvillo para la revista de El Colegio de México, Otros diálogos. Traducir al español el monólogo de Molly, ser la primera mujer que se permite deambular en esos mares, puede esperar.
¿Cómo te encuentras con el centenario de la primera edición del Ulises?
Un exalumno, Juan Carlos Calvillo, está en un proyecto para éste que ya todo mundo llama annus mirabilis (entre otros asuntos históricos y literarios, por los centenarios de la independencia de Irlanda, de la primera edición del Ulises y de la muerte de Proust, de la que nadie hasta ahora se quiere acordar), me invitó a traducir el monólogo de Molly Bloom.
Como no era el de Stephen, en el tercer capítulo, a lo que me hubiera negado inmediatamente, lo acepté calculando que “lo más difícil” de manejar sería la falta de puntuación. No sabía dónde me estaba metiendo. Y ahí estoy. Encadenada casi como Ulises a su mástil. Por haber escuchado el canto de las sirenas, quedé atrapada en una traducción de aquellas.
Y es que, estrictamente hablando, yo no traduzco. Pero la vida me ha llevado a traducir las cosas más difíciles. Con Jesusa Rodríguez trabajé El rey Lear y Macbeth, ni más ni menos. Y a pesar de que para mí traducir es muy frustrante por todo lo que se va quedando en el trayecto, la experiencia con Jesusa fue gozosa en tanto que yo ponía a su alcance todas las posibilidades de la lengua y ella elegía la que mejor funcionara en la escena.
No obstante, para este proyecto nada más estamos mi mente y la de Molly para ayudarnos. Tengo a la mano las traducciones al español de Salas Subirat y la de Valverde, que me sirvieron para darme ánimos sobre la licencia que se dieron de ser tan vernáculos para hablar de pollas y coños, pero en lo poco que me muestran puedo decir que no entendieron nada. Lo hicieron palabra por palabra. Y no. Creo que lo primero que tiene que hacer un traductor es entender. Y ya que entendió, decidir cuáles son las opciones que tiene en español, qué español va a usar, además.
Asumir que vas a traducir en el idioma del “tiempo de la obra” es un error, porque se trataría de un idioma sin recuerdos, sin precedentes, que no ha estado escrito en la vida y en la cultura cotidiana de la traducción que vas a hacer. Y luego de ese dilema, volver a entender lo que estás haciendo ahora en tu idioma…
Luz Aurora en la cama de Molly Bloom. ¿Cómo es estar en la mente de esa mujer?
Cuánta putería. Es que esta mujer, lo que es notable, no puede pensar en otra cosa. Y no sólo hay que meterse a la mente de Molly, sino a la de Leopold. Muchas cosas en las que piensa Molly, que no sabes a qué se refiere, ya las pensó Bloom a lo largo del día y te ofrecen un contexto en retrospectiva.
Mucho de lo que pasa por Molly ha estado en Leopold. Para entender el libro, que es una novela centrífuga, tienes que salir y navegar sobre él, como Odiseo, por todas las referencias culturales implícitas, por todos los guiños al lector. Salir, literalmente, a navegar para revivir esas referencias.
Ese último capítulo recoge todo lo pensado por Leopold durante el día, pero añade dimensiones insospechadas, cosas que Bloom no sabía y que ahora se dice Molly. Estar metida en esa mente que fluye sin detenerse es brutal, pues la labor del traductor es detener ese flujo para poderlo segmentar en momentos coherentes y significantes para el lector.
Stephen, Leopold y Molly, los tres monologantes de esta obra, presentan distintos grados del monólogo hasta desbordarlo. Primero, el encadenamiento que, a diferencia del discurso exterior audible, no es lógico cronológico. La sintaxis se fractura para establecer un orden asociativo.
No es un lenguaje comunicativo. En segundo grado, no hay referentes. Como no le está hablando a nadie, no tiene que dar explicaciones. Entonces en la mente del monologante cuando aparecen los pronombres Él/Ella no podemos saber a quién se refieren. Molly cuando piensa Él, ella sabe quién es ese Él, pero para el lector es imposible saberlo en medio de tantos Él que saltan, en su mente, como chapulines. De un amante a otro hasta confundirlos todos.
Lo que está siendo representado en el monólogo no sólo es el pensamiento, las acciones, sino las percepciones de la realidad de quien monologa. Todo trenzado en otro grado de lo interior. ¿Cuáles serán los pensamientos generados por la conciencia o los pensamientos proyectados en la pantalla de las percepciones hasta darnos cuenta de que lo que estamos viendo no son los pensamientos generados por el monologante, sino por lo que está viendo afuera?
Te he imaginado siempre, al leer tu ensayo sobre el espacio en la ficción dedicado a Joyce, con una Guía Roji, hoy sería un Googlemaps en un ojo y otro en la novela, buscando un Dublín que es mental, que es una invención de Joyce…
Joyce no describe la ciudad, la nombra. Y nombra con tal obsesión la declinación de las calles, que llega el momento en que tienes que tomar un mapa. Porque Joyce usó precisamente un Thom’s Directory para ir trazando las deambulaciones de sus personajes. ¿Pero por qué esa insistencia con los nombres y apellidos de las calles y no su descripción?
Hace 50 años me compré un mapa en un kiosquito de Dublín, que una amiga arquitecta me amplió al tamaño de un pizarrón. En él iba buscando calle por calle las referencias y les ponía un puntito. Con colores fui uniendo todos los puntitos. Un color morado, apropiado para un funeral, marcaba la ruta de la muerte. Un color rojo para la procesión virreinal y para la del sacerdote, la ruta del poder. En fin.
Me fui dando cuenta, por ejemplo, en el “Hades”, que la procesión sale del sureste de Dublín y va hacia el noroeste, el cementerio. Que para llegar ahí tienes que cruzar los cuatro cuerpos de agua de la ciudad. Y como Joyce quiere calcar el espacio mítico de la Odisea, lo homérico en su espacio real, Dublín, se revela en aquella geografía como el Hades, siempre al noroeste del Mediterráneo, coincidencia que debió fascinarle a Joyce al encontrar a Irlanda en tal punto. Y eso lo volvió a trasladar a la pequeña escala de su ciudad, donde el cementerio también está ahí.
La ruta de la culpa es otro bonito trazo en esa ciudad novelada. Bloom sale de su casa hacia un apartado postal que usa para sostener una relación epistolar clandestina llena de parciales obscenidades. Mirando bien el mapa me di cuenta que, a pesar de que seguro había muchas oficinas postales cerca de la casa de los Bloom, éste elige una que está bien al sur, trazando el Mediterráneo homérico en su andar. Porque, incluso, para llegar a esa oficina que está pasando el río Liffey, noté que podía haber llegado casi en una línea recta. Pero prefiere la circunvalación para llegar, como si no quisiera llegar…
En un sentido, Joyce es el más realista de los escritores. Y en otro sentido, es el más simbolista. La red, el andamiaje de símbolos que construye por toda su novela, a partir de sus calles, es de no creerse.
¿Quién es Molly para ti que nos la vuelves a acercar en español, hoy que las mujeres han hecho de las calles un discurso?
Molly Bloom, llamémosla así, es una feminista avant la lettre. Constantemente aparece la resistencia, la rebelión de su condición frente a la de los hombres que la rodean en su fluir. Pequeñísimas pero puntuales diatribas en torno a la condición de ser mujer.
Por una parte, hay esa especie de protofeminismo, en tanto que se quiere rebelar de su condición. Por otro lado, hay esta conciencia de su cuerpo, con la que se quiere revelar también de su condición. Hay un momento en que se acuerda de cómo de muy jovencita estaba enamorada de su propio cuerpo, de cómo se encremaba, se ponía…
Porque Molly, ante todo, es una mujer enamorada de su cuerpo, con una conciencia del placer que se da. Aunque desde ahí también se va a pelear con los hombres:“Claro todo es para ellos y la monserga para nosotras y ahí está la regla el embarazo”. Pero es una mujer, ella sí, abiertamente sensual, con plena libertad del goce. En ella no hay ni rastros de la mojigatería de esa Irlanda de mochería en serio.
Fascinante en su libertad de sentir, en la libertad de desear su propio cuerpo, aunque a veces lamente la redondez de su panza y que va a tenerle que parar a la cerveza por las noches, y también piensa en que tomará aquellas pastillas adelgazantes, ¿servirán?, para inmediatamente decirse que no hay que exagerar, ¿eh?, porque las flacas no están de moda…
¿Te ha sonrojado trabajar con Molly? ¿Qué ha sido lo más difícil de esa noche en tu trabajo?
Sonrojado no, porque hace muchos años que yo fui monjil, quería ser monja a los trece años, cómo no. Pero me he sorprendido de que la mente de esta mujer está, en un 80 por ciento, dedicada a con quién se acostó y cómo estuvo. Desde su infancia en Gibraltar hasta esa noche a lado de Leopold, todo pasa por ahí. De todas formas, eso no es lo que más me ha costado.
El verdadero trabajo que me ha dado Molly han sido las palabras con valor referencial. Las palabras que son objetos que son un mundo, que crean un mundo. Muchísimas palabras que remiten a cosas que ya no existen y que poblaron un mundo alguna vez. Esas son las que me atoran.
Por ejemplo, el problema de la ropa interior. Sobre todo para los irlandeses, que tienen una palabra que es shift, que es como fondo, que es pegadito, que además provocó uno de los motines más dramáticos que hubo en el Dublín literario cuando se representó por primera vez Playboy of the Western world, de John Millington Synge, y que cuando se pronunciaba se armaba un revuelo público. Y así hay infinitas palabras en ese flujo que me han estancado.
Armar un contexto que me signifique a mí, lectora, desde el que pueda traducir, también me ha sido difícil. Ahí está todo pero, en ese fluir, en realidad no hay nada. Todo lo tienes que decidir tú. Si una frase pertenece a la idea anterior o abre la que sigue. Si los calzones van hasta acá, y el corpiño hasta acá. Si el canesú… ¿Voy a usar la palabra canesú que ya no existe? Pues sí, pero lo que trae puesto Molly tampoco existe más.
FOTO: Ulises y Calipso, del simbolista suizo Arnold Böcklin. La titánide homérica es una posible inspiración del carácter de Molly Bloom/ Crédito de foto: Kunstmuseum Basel/ Agradecemos a Fedora Rodríguez y Luz Aurora Pimentel por facilitarnos los materiales visuales internos.
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