¿Pinta la Revolución?
A pesar de su fallido título, esta exposición, abierta al público hasta el 7 de mayo en el Museo del Palacio de Bellas Artes, presenta no pocas obras maestras que navegan a contracorriente del muralismo
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POR ANTONIO ESPINOZA
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Eran otros tiempos. Europa estaba en guerra y en poco tiempo Estados Unidos se sumaría a la contienda. La expropiación petrolera había pasado, pero no estaba de más una exposición de arte mexicano en territorio norteamericano que fuera ejemplo de “buena vecindad” entre dos países que muy pronto serían aliados en la guerra. Fue así que el 14 de mayo de 1940 fue inaugurada la exposición Veinte Siglos de Arte Mexicano en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Según el historiador Manuel Toussaint, quien formó parte del comité organizador de la célebre exposición, ésta constituía “la expresión más vigorosa y completa del arte mexicano de todos los tiempos: una síntesis en [la] que están representados los valores plásticos desde la época anterior a la conquista hasta nuestros días”. La magna muestra, dividida en cuatro secciones (arte prehispánico, arte virreinal, arte popular y arte moderno), contó con el apoyo entusiasta e interesado de Nelson Rockefeller, magnate petrolero afectado por la expropiación petrolera y que patrocinaba al museo neoyorquino.
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Con motivo de la memorable exposición, Miguel Covarrubias, quien fungía como director de la sección de arte moderno, realizó una ilustración para la revista Vogue, en la que nos ofrece una visión caricaturesca pero reveladora de la gran popularidad de la cultura mexicana en Estados Unidos. Covarrubias imagina a una multitud de personas (figuras del mundo cultural norteamericano, intelectuales…) en la inauguración de la muestra, rodeando felizmente a la diosa azteca Coatlicue. El escenario festivo es coronado por el anuncio de la exposición sostenido por dos pájaros y en el que se lee: “The Museum of Modern Art Presents 20 Centuries of Mexican Art”. Esta imagen en acuarela forma parte de la exposición Pinta la Revolución. Arte moderno mexicano, 1910-1950, que se presenta actualmente, y hasta el 7 de mayo de 2017, en el Museo del Palacio de Bellas Artes. La pieza, por cierto, se encuentra cubierta por una pequeña cortina que la gente puede recorrer fácilmente para admirarla.
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En la cédula que acompaña a la acuarela de Covarrubias, se dice que la Coatlicue fue llevada a Estados Unidos para presentarse en la exposición, pero de acuerdo con Manuel Toussaint no viajó la obra original sino un “vaciado” que precisamente por esa condición fue colocado en un jardín, “en un sitio que no permite apreciar la grandiosidad de la escultura ni la fuerza emotiva de sus relieves”. Pero no hay que exagerar: el error en la cédula no es tan grave. Más grave puede ser el desconcertante título de la exposición de Bellas Artes, que no refleja el sentido de la misma (“un título de kinder”, me dijo un amigo pintor). El título de la muestra fue tomado de un artículo del escritor neoyorquino John Dos Passos, en el que celebra a los muralistas mexicanos por su vocación revolucionaria. El problema es que la exposición de Bellas Artes no se limita a los pintores que “pintaron” la revolución, sino que va mucho más allá. Se trata de una muestra de arte mexicano moderno que reúne los más diversos estilos y temáticas. La lucha revolucionaria es tan sólo uno de los temas de la muestra. ¿”Pinta la Revolución”? ¿A quién se le ocurriría tal cosa?
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Organizada por el Philadelphia Museum of Art y el Museo del Palacio de Bellas Artes, la exposición Pinta la Revolución…, con la curaduría de Renato González Mello, Matthew Affron, Dafne Cruz Porchini y Mark A. Castro, nos ofrece una selección de la producción artística (pictórica, escultórica, gráfica y fotográfica) de 1910 a 1950. Dividida en cuatro apartados, la exposición presenta una gran variedad de opciones plásticas, resultado de las diversas búsquedas de lo moderno que llevaron a cabo nuestros artistas en el periodo revolucionario y posrevolucionario. El carácter variopinto de la muestra se hace evidente desde el inicio con dos cuadros con tema revolucionario (uno de José Clemente Orozco y otro de Francisco Goitia) junto a dos grandes cuadros alegóricos de Saturnino Herrán. Enfrente, cuadros cubistas de Diego Rivera y Ángel Zárraga. En otro lado, El holocausto (óleo sobre tela, 1944) de Manuel Rodríguez Lozano, La ciudad de México (témpera sobre masonite, 1949) de Juan O’Gorman, el Retrato de María Izquierdo (óleo sobre tela, 1932) de Rufino Tamayo… No son pocas las obras maestras exhibidas en Bellas Artes.
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Julio Castellanos, Abraham Ángel, María Izquierdo, Agustín Lazo, Carlos Mérida, Manuel Rodríguez Lozano, Antonio Ruiz El Corzo y Rufino Tamayo, entre otros. Todos estos artistas, representados en la exposición que ahora me ocupa, fueron considerados por el maestro Jorge Alberto Manrique como integrantes de una contracorriente, pues realizaron su obra al margen de los principios estético-ideológicos del muralismo y paralelamente a éste. Pero quienes concibieron la muestra de Bellas Artes no tomaron esto en cuenta. Lo que nos ofrecen es un discurso en el que nos quieren hacer creer que la obra de los artistas de aquella época (pintores, escultores, grabadores y fotógrafos) sólo pudo ser posible por el milagro de la Revolución y su permanencia en los años que siguieron a la reconstrucción nacional y a la consolidación del nuevo régimen.
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Con toda la intención inicié este artículo con la exposición Veinte Siglos de Arte Mexicano. Sucede que durante décadas los organizadores de este tipo de exposiciones, entre ellos los curadores, se han dedicado a explotar la idea de la supuesta “continuidad milenaria” del arte mexicano. En el caso de la exposición de Bellas Artes, el problema es que se nos quiere vender la idea de que por encima de las individualidades y los múltiples lenguajes que distinguieron el arte mexicano de una época, todo se puede ver como un vasto conjunto de modalidades expresivas marcadas por el signo unívoco de la Revolución. La cosa es grave si tomamos en cuenta exposiciones que han puesto en relieve el carácter pluralista y la complejidad del arte posrevolucionario (pienso sobre todo en Modernidad y modernización en el arte mexicano: 1920-1960, Museo Nacional de Arte, 1992). Más grave aún si recordamos que el doctor González Mello, junto con Anthony Stanton, curó la exposición Vanguardia en México (1915-1940), que se presentó en el mismo museo en 2013. Varias de las obras que se exhibieron entonces en el Munal se exhiben ahora en Bellas Artes; antes eran “vanguardistas”, hoy son “revolucionarias”.
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FOTO: Ilustración hecha por Miguel Covarruvias en 1940 para la portada de la revista Vogue, dedicada a la exposición Veinte Siglos de Arte Mexicano. Especial