Poder latino en Hollywood: mitos y realidades

May 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 7134 Views • No hay comentarios en Poder latino en Hollywood: mitos y realidades

 

MAURICIO GONZÁLEZ LARA

 

El éxito de cineastas como Alfonso Cuarón ha provocado que muchos crean que Hollywood vive un boom latino. La realidad dista de ser tan favorable

 

Si la demografía es destino, no cabe duda que el poder en Estados Unidos pronto será redefinido por la comunidad latina. La evolución de las cifras es contundente: en 2002, los latinos se convirtieron en la mayor minoría de la Unión Americana; en 2010, la población hispana alcanzó más del 16 por ciento de la población total y se espera que llegue al 21 por ciento para 2020. Después de los asiáticos, la comunidad latina es la segunda población de mayor crecimiento. Cada 30 segundos, una persona de origen latino alcanza la mayoría de edad, al tiempo que dos estadounidenses de otra ascendencia optan por retirarse del mercado laboral.

 

Este crecimiento demográfico no tiene precedente en la historia de nuestro vecino del Norte.

 

La influencia también es evidente en la política, donde ambos partidos —el Demócrata y el Republicano— reconocen que el voto latino fue determinante en la reelección de Barack Obama en 2012, como el mismo Mitt Romney admitió durante una entrevista con CNN el año pasado. Los productos latinos también están presentes en la cotidianidad, donde anuncios de marcas como Chipotle y Corona se han vuelto un elemento visual común de las grandes urbes. En la música, personajes como Shakira, Jennifer López y Pitbull venden millones de discos, además de ser figuras recurrentes en entregas de premios y reality shows. La energía latina es evidente en los aspectos torales de la vida de Estados Unidos, con la excepción del que quizá sea el más importante en términos de representación cultural: Hollywood.

 

Visto de manera obtusa, la aseveración luce cuestionable. ¿Acaso el Oscar otorgado a Alfonso Cuarón por la dirección de Gravedad no es una muestra palpable de la influencia latina en la producción de películas, conformada por realizadores como Guillermo Del Toro, Robert Rodríguez y Alejandro González Iñárritu? ¿No vimos hace unas semanas cómo Barack Obama bromeaba con Diego Luna a causa del estreno de César Chávez, el segundo proyecto dirigido por el actor? ¿Qué decir de las nominaciones al Oscar de Demián Bichir por A Better Life (2012) y Salma Hayek por Frida (2002)? ¿Se puede negar la popularidad en el mainstream estadounidense de la colombiana Sofía Vergara gracias a su papel en Modern Family? ¿Qué hay de la ascendencia cubana de Cameron Díaz, la actriz de más de 40 años mejor pagada de Hollywood? Más aún, ¿se vale escamotear el éxito de No se aceptan devoluciones, el vehículo de Eugenio Derbez que se ha transformado en la película en español más taquillera en la historia de Estados Unidos?

 

Los casos de éxito profesional de algunos latinos en Hollywood han contribuido a desviar la atención de un fenómeno que, ya analizado de manera general, podría calificarse de alarmante. Desde luego: hay latinos triunfadores en Hollywood, pero eso no significa que haya un poder “hispano” en la industria cultural de Estados Unidos. De hecho, a diferencia de lo sucedido con los negros en años recientes, el retrato de los latinos en las pantallas demuestra que en la praxis aún son considerados como ciudadanos de segunda en la Unión Americana.

 

El “Harlem renaissance”

 

Para la comunidad afroamericana en Hollywood, 2013 fue un año de culminación y logro. La discriminación y el racismo contra la minoría negra fueron temas centrales en varias de las cintas que dominaron la entrega de reconocimientos por parte del sistema hollywoodense. Doce años de esclavitud, El mayordomo y Fruitvale Station, por mencionar las tres más populares, figuraron con prominencia en las tradicionales listas de lo mejor del año difundidas por los medios. Si bien la calidad de algunas de estas películas puede resultarle dudosa a quienes no las vean a través de un prisma que asocie corrección política con mérito artístico —El mayordomo sólo obtuvo buenas críticas en la Unión Americana, por ejemplo—, lo cierto es que contribuyen a consolidar con efectividad una agenda temática en el debate público. Botón de muestra: el hecho de que Doce años de esclavitud, de Steve McQueen, ganara el Oscar a la mejor película la tornó casi de manera instantánea en una lección de historia para las masas sobre la esclavitud que precedió la secesión (The National School Boards Association anunció hace unos meses que Doce años de esclavitud será utilizada como material educativo oficial en las preparatorias públicas).

 

Hollywood legitima posturas políticas y confiere autoridad cultural, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. No sólo mediante las temáticas de sus narrativas, sino en materia de representación y roles aspiracionales. Ser negro en el cine estadounidense actual ya no equivale a ser concebido como un delincuente o un amigo desechable cuya misión es proporcionar alivio cómico mientras el protagonista se luce en las secuencias de acción. Falta camino por recorrer, pero ya no es frecuente encontrar a un afroamericano que se queje de ser discriminado para un rol protagónico a causa de su color. Incluso los papeles secundarios, tan marcados por el cliché, parecen estar hechos para su lucimiento. ¿Los productores desean a una persona madura que sea fuente de sabiduría, respeto y credibilidad para el confundido protagonista blanco? Basta que le llamen a Morgan Freeman o Laurence Fishburne, quienes han hecho una fortuna gracias a esa clase de papeles. Siempre están disponibles. Burlarse de la raza negra —o de lo que implica ser negro— en un programa cómico de EU es un acto casi suicida, sobre todo para un blanco; los chistes sobre latinos, en cambio, abundan.

 

Críticos como Noah Gittell, de Rogerebert.com, han calificado a este fenómeno como el nuevo “Harlem Renaissance”, en referencia a que actualmente la comunidad negra vive una euforia en Hollywood tan importante como la que se vivió a principios del siglo XX como producto de la popularización del jazz y el blues, entre otras expresiones.

 

¿Y los latinos?

 

El progreso de la comunidad afroamericana en la industria cultural estadounidense es encomiable, desde luego. Sin embargo, a veces parece funcionar como paliativo para explicar las trabas que aún deben enfrentar otras minorías. En On the Need for a “Harlem Renaissance” for Latino Cinema (21 de marzo de 2014), Gitell se cuestiona las razones por las que los latinos no han conseguido activar una tendencia similar:

 

“Alfonso Cuarón es el primer latino en ganar un Oscar en la categoría de mejor director. Ver cómo cambiaba de idioma en los agradecimientos debió de ser un aliciente para los cineastas de ascendencia mexicana en Estados Unidos, pero eso no debe oscurecer el hecho de que cuando se trata de retratar la vida de los latinos en las pantallas (en oposición a lo que sucede detrás de ellas), Hollywood experimenta un franco retroceso. ¿Por qué no desear un Harlem Renaissance para los latinos?”

 

Gitell pregunta, con razón, ¿dónde están las estrellas latinas en Hollywood? Penélope Cruz, Antonio Banderas y Javier Bardem no cuentan porque son españoles, lo que los coloca en un contexto distinto; Jennifer López, Salma Hayek y Benicio del Toro han sido relegados a papeles secundarios e insustanciales en cintas de acción de segunda o comedias de Adam Sandler, o en el caso del protagonista de Traffic, a un retiro virtual hacia el cine independiente; Gael García y Diego Luna, como quedó demostrado en los bajos ingresos de la fallida comedia Casa de mi padre, son incapaces de generar interés suficiente como para captar la atención del mainstream (pese a contar con el apoyo abierto del presidente Barack Obama, el biopic César Chávez recaudó poco menos de tres millones de dólares durante su primer fin de semana en EU); Andy García es más conocido ahora por sus anuncios de Bacardí y su afición al puro que por ser el actor que prometía ser; Cameron Díaz, Jessica Alba y Louis C. K. no son percibidos como latinos (ni quieren ser considerados así). En fin, quizá la actriz latina de mayor relevancia para el público masivo norteamericano sea Sofía Vergara. ¿La naturaleza del papel que interpreta en Modern Family? La esposa adorno de un viejo blanco que, más allá de su naturaleza cazafortunas, tiene un corazón de oro.

 

Hipótesis

 

Pese a los reportes felices de algunos medios de comunicación, perpetuamente obsesionados con la porra y el aplauso que tornan colectivo cualquier triunfo particular, el panorama para los mal llamados “hispanos” en Hollywood luce desfavorable, en especial si se compara con el que prevalecía durante la década pasada, cuando parecía configurarse un “boom latino”. Algunos analistas señalan que la polémica provocada por la reforma migratoria ha derivado en que los ejecutivos hollywoodenses exhiban dudas en torno a la idea de retratar a los latinos con simpatía, o de plano se opongan a mostrarlos como héroes o roles modelo (nobleza obliga: el financiamiento de la saga de Machete, el caricaturesco héroe de Robert Rodríguez, es un mérito exclusivo de la obsesión de su director). Otra hipótesis es que la insularidad y educación sentimental de los latinos, tan proclives a producir su propio entretenimiento (en español y con valores característicos de los culebrones de sus países de origen), tienden a exiliarlos de la mente de los productores. El éxito reciente de No se aceptan devoluciones en EU parece reafirmar esta noción. Suena absurdo, pero quizá la negativa del latino a decirle adiós a los melodramas y Don Francisco sea el obstáculo principal para su inclusión en Hollywood. La cursilería, qué duda cabe, no es exclusiva de las telenovelas.

 

*Foto: Alfonso Cuarón ganó el Oscar a mejor director por “Gravedad”./ ARCHIVO REUTERS

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