Algunas notas sobre poesía joven portuguesa de hoy

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Portugal, país invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, es tierra de poetas, como lo demuestra la obra de clásicos como Fernando Pessoa, Luiza Neto Jorge y Mário Cesariny. En este ensayo, el crítico literario Pedro Eiras traza un panorama de la poesía contemporánea en lengua portuguesa

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POR PEDRO EIRAS

Traducción de Gabriela Bustos Vadillo

En 1974, Manuel António Pina debutaba con un libro de poesía enigmáticamente titulado Ainda Não É o Fim Nem o Princípio do Mundo Calma É Apenas um Pouco Tarde [Todavía no es el fin ni el principio del mundo, calma, es apenas un poco tarde]. ¿Tarde para qué? Sólo el lector podría adivinar. Ahora, en 2018, es ciertamente todavía más tarde: seguimos viviendo tiempos de indigencia —desde el aviso de Hölderlin hace más de doscientos años— y una historia del occidente que pesa sobre los hombros de los nuevos poetas, como las mochilas de la escuela sobre los hombros de los niños, para usar una imagen de George Steiner. Leo entonces nuevos poetas, aquellos que heredan el siglo XX con su trágica lección de horror, y enfrentan las nuevas amenazas del nuevo siglo —sucesivas crisis del capitalismo, el avance del terrorismo, la agresión de los nacionalismos y de la xenofobia, la escalada de un Antropoceno capaz de desafiar el equilibrio del planeta hasta el punto de no retorno—. Es apenas un poco tarde, decía Manuel António Pina; pero la historia se acelera peligrosamente, y ciertamente hoy sentimos que ya es un poco más tarde (ojalá no demasiado); que hoy “las palabras están gastadas”, para citar a Eugénio de Andrade; que las palabras poco pueden contra las fuerzas que nos amenazan.

 

Son tardíos, entonces, poemas como los de Luís Quintais (1968), como este poema en prosa, el último poema de su último libro, Deus É um Lugar Ameaçado (2018):

 

 

Una ventana revela el interior de una casa térrea. Un hijo adulto y un padre muy viejo están sentados a la mesa en una sala oscura. Están inmóviles hace mucho. Tengo la certeza de su inmovilidad y de su mutismo. Allí, todavía. Una mujer está parada junto a un muro blanco que ampara su sombra. Me cruzo con ella. Una parte de su rostro no existe. Fue despedazado por un accidente. Es un guion en el perdido acto de su vida. La fragilidad está en ella, enteramente. La mujer se quebrará en breve. El dolor se hace escritura. Los términos son permutables. Yo sigo caminando.

 

 

Es un poema tardío, y simultáneamente muy antiguo, al hablar de aquello que permanece a través del tiempo, aquello que se inmoviliza. El poema, sugiere Quintais, es esa lente de aumento que revela la más extrema lentitud, bajo las capas multiformes de un mundo acelerado. Si el siglo XXI persigue un ritmo frenético (time is money, información, currículo, poder) el poema resalta una indecisión incalculable. En él, “El dolor se hace escritura”, pero, porque “Los términos son permutables”, la escritura también se hace dolor. Y así (¿a pesar de eso? ¿o tal vez gracias a eso?) “Yo sigo caminando”.

 

Bajo las amenazas del mutismo, de los accidentes, de las fracturas latentes, sin duda el camino no es, no puede ser, muy épico. Al abrir el libro Contra a Manhã Burra (2008), Miguel-Manso (1979) presenta una biografía (tal vez autobiografía, aunque escrita en tercera persona). Todo en ese poema es plural y calculadamente caótico: lado a lado, surgen Nápoles y la gastronomía, discos piratas y un Museo de Arqueología, Laurie Anderson y el terremoto de los amantes. El poema termina:

 

 

la vida es una cosa precaria
se recomienda la máxima atención
en el momento exacto único fugaz
entre el nacer y la muerte

 

 

se demoró —tal vez
por eso— en los pequeños santuarios a
Maradona

 

 

Él (¿yo?) no se demora en los santuarios a la Madona, no se reconoce en ningún auctoritas antigua y trascendente, sólo apenas en los pequeños santuarios a Maradona —altares improvisados con que la ciudad de Nápoles festeja al futbolista argentino, donde residió—. Sustituir a Dios o a los dioses por un futbolista divinizado, ¿es una señal de los tiempos? Ciertamente, y es también cancelación irónica de los modelos épicos. La gesta al estilo lusíada es ahora una deriva en la pluralidad irreductible del nuevo mundo.

 

Esto no quiere decir que anything goes; tal vez ya no sea posible describir claramente el objeto de una epopeya, Ítaca o Calicut, pero la poesía sabe denunciar el desorden del mundo. Leo ahora un libro llamado 1 (2004), de Gonçalo M. Tavares (1970):

 

 

La ciudad es diversa: un hombre peregrina sentado,
escribiendo.
Cuatro hombres juegan cartas;
una mujer profunda, civilizada, vacía una botella
de vino; porque está sola.
Y el corto intervalo en la guerra permite, finalmente,
///////el largo beso.
Dos enamorados hablan de Dante,
del otro lado una bomba explota.

 

 

Tal vez un poema, la literatura, el arte y la cultura no puedan salvar a nadie. La condición tardía de nuestra existencia es una herida abierta, la consecuencia de que el horror es irremisible y la belleza, muchas veces, inútil. Las bombas no han parado de explotar —de las minas antipersonales en la guerra colonial portuguesa a los atentados terroristas recientes (y aún hoy se desentierran bombas por desarmar en el subsuelo de Europa)— mientras los enamorados hablan de Dante, del alma, de la eternidad. Ningún poema después de Auschwitz, ¿eso reclamaba Adorno? Ciertamente la conciencia del horror, en Gonçalo M. Tavares, exige que el horror sea dicho en la poesía. Y sin síntesis alguna: bombas y promesas de amor viven lado a lado, en el tiempo tardío; el poema nada resuelve, pero apunta la obscena coexistencia. En este sentido, el poema es una forma de protesta, resistencia (esperanzadora o nihilista). Tal vez no sepa resolver el horror, pero al menos lo designa en una ironía lastimada, como en este “Gran circo de Montekarl”, de José Miguel Silva (1969):

 

 

No me gusta especialmente el circo, pero como no hay nada más
y una persona tiene que entretenerse con alguna cosa, aquí vine.
Confieso que me atrajo sobre todo el número de la Gran
Conflagración del Capitalismo, anunciado con letras rojas
en el cartel. El asunto que surge es: ¿a qué horas comienza?
Pregunto, nadie sabe. Francamente, esto ni parece
una producción americana. Estamos aquí de pie hace quién sabe
cuántas horas y nada sale de la rutina: entran payasos,
salen payasos, unos más ricos, otros menos
[…] Más valía haberse quedado en casa. Pero la culpa es mía —
boletos tan baratos, debí haber desconfiado—. Podría intentar salir,
¿pero cómo, si ni consigo ver la puerta? ¿Y salir hacia dónde?
¿Hacia el frío de la noche? Estamos bien jodidos.

 

 

Últimos Poemas (2017), de Silva, es un libro para tiempos tardíos. En un saldo disfórico, estos textos dicen que no hay salida para la sociedad del espectáculo, para el cerco de la “Gran / Conflagración del Capitalismo”, con su eterno retorno de payasos, rotación estancada, nueva Rueda de la Fortuna medieval —ahora americana (o mejor, como se dice en Brasil, estadounidense)—. Cierto es que la lógica del capital subordina todo y a todos. Qué puede hacer un poema cuando ya es tan tarde (“Estamos aquí de pie hace quién sabe / cuántas horas”), ¿y la noche en torno parece mortalmente fría? Tal vez nada, apenas maldecir, disfrazar la desesperación en una grosería.

 

Tal vez. Con todo, esperanza y desesperanza, proyecto y abandono, pueden ser decididos en el poema y dependen de una escritura que inventa la posición de cada quien contra las amenazas circundantes; por eso la escritura es el lugar de una definición, resistencia o denuncia, un juego de ironías (tal vez el lugar más desesperanzado sea también el más resiliente), una autobiografía, un ajuste de cuentas con el mundo. Por eso Margarida Vale de Gato (1973) escribe, en Lançamento (2016):

 

 

Más tiempo pierdo, admito, pasando
mal por relativo amor y altivez
que haciendo política
y aprecio sobre el consenso
el rasgo original.
[…] Precario verso si
el gesto no
redime flota solo
en la débil línea encima
de mis hombros
donde me hundo asolidaria
sin asombros.

 

 

Más tiempo pasando mal que haciendo política: el poema es un espejo que torna más nítidas las prioridades, las elecciones, la biografía (la escritura de la vida, la vida que se revela al ser escritura, la vida tal como es al transformarse en lenguaje). La resistencia política se hace así a través de la poesía; pero el propio poema, a su vez, valida el verso, precario, si no se eleva en un gesto solidario. Escritura menor, dirían Deleuze y Guattari, o sea: escritura que es inmediatamente política y colectiva, singular y plural al unísono. Contra la tesis que considera el colapso de las grandes narrativas, esta poesía se interroga, duda de sí misma, y por fin se reencuentra en un gesto amenazado pero redimido, reinvención del lazo político.

 

La consciencia de sí mismo dentro de la polis surge también en Golgona Anghel (Rumania, 1979). En un poema del libro Nadar na Piscina dos Pequenos (2017), se describe un matadero, esto es: animales, máquinas, muros, cuchillos, olores, sangre, el horror, y el poema termina:

 

 

Me veo a mí, en la fila de las finanzas,
un pedazo de carne agarrado a un recibo de honorarios.
Estado: fuera de plazo.
Origen: descontrolado.

 

 

El paisaje urbano de los mataderos sirve de autorretrato, el contexto es alegoría de la realidad personal: en la Gran Conflagración del Capitalismo, en la precariedad del trabajo de los más jóvenes, cada uno es “un pedazo de carne agarrado a un recibo de honorarios” (referente a los trabajos temporales, ocasionales, sin vínculo permanente a una institución). Como animal en el matadero, así se describe quien tiene que conquistar cada día, sin planes para el futuro; como la carne dudosa, también el trabajador inestable se sabe “fuera de plazo” (¿tardío?), de origen “descontrolado” (elemento de la sociedad; ¿pero siempre descartable?). En la desesperación de esa sobrevivencia, tal vez no haya espacio para lo solidaridad: están aquí en el espacio de la soledad, de lo incompartible, de aquellos que casi no tienen mundo —¿consecuencia de la crisis económica europea en los últimos diez años y de las políticas de austeridad?—. Con todo, a pesar de todo eso, el poema aún es la forma de resistencia posible, autodefinición que también es respuesta insumisa, descripción de la finitud que vale como protesta por los posibles.

 

Aquellos y aquellas que protestan, ¿todavía estarán a tiempo? ¿O la poesía es tardía porque es demasiado tarde para reparar lo irreparable? Y en ese caso, ¿para qué sirve la poesía, si es que sirve para alguna cosa? Leo el inicio de un poema de Senhor Roubado (2016), de Raquel Nobre Guerra (1979):

 

 

Fue entonces que me preguntaron para qué sirve la poesía.
Para atraer a las polillas. No supe decir.
Quisieron leerme el horóscopo:
Me gustaría tanto remover la vida.

 

Y si no fuera una poeta, preguntaron,
¿sería qué? Abrí un libro al azar
—atleta, mensajera, hostelera, jugadora compulsiva—
todo lo que me libre de la contabilidad.

 

 

A una pregunta de encuesta, respuesta irónica: “¿para qué sirve la poesía?”, “para atraer a las polillas”, para ser devorada por las polillas, para desaparecer, para nada. “¿Qué sería si no fuera poeta?” Respuesta “al azar”: lo que sea “que me libre de la contabilidad”, todo menos la complicidad con el mundo del capital, del cálculo, de la precariedad, de la austeridad y, ciertamente, también de los propios cuestionamientos… Este poema responde no respondiendo, juega el juego de las preguntas para dinamitarlo por dentro, para recusar al mismo tiempo que le obedece. Huye de frente.

 

Tal vez la propia pregunta “¿para qué sirve la poesía?” sea una pregunta errada. Tal vez parta de la idea absurda de una utilidad cuando la poesía no es servicial ni servible, cuando no tiene un porqué. Tal vez la poesía intente encontrar la salida fuera del circo del mundo y no lo consiga; tal vez apenas encuentre pequeños santuarios a jugadores de futbol, dioses humanos demasiado humanos. Tal vez sepa que la revuelta de cada uno se agota en un juego asolidario, o ni siquiera tenga fuerzas para sublevarse, en una fila en pleno departamento de finanzas. Tal vez constate apenas que las bombas explotan al lado de los amantes, que no hay ley ni providencia, todo es accidental y absurdo. Y aún así, esa misma poesía, plural y tardía, muy gastada y agotada tantas veces, por tantas voces, es el lugar donde se dice “Yo sigo caminando”. ¿Hacia dónde, para qué? Ciertamente no hay una respuesta única, válida en todos los contextos y para todos los poetas. Tal vez la poesía camina hacia destinos diferentes, incluso contradictorios, y esa pluralidad no sea un accidente. Tal vez no exista una gran ley, sino pequeños hallazgos, sorpresas, la belleza dispersa en la dicción de las cosas. João Luís Barreto Guimarães (1967) dice, para terminar, en un libro sintomáticamente intitulado Nómada (2018):

 

 

pequeño prodigio un poema: a sí
cabe decidir si se arregla
(o no) lo
real. Porque siempre alguien vendrá en busca
de imágenes precisas
(rechazando el artificio que adorna la belleza)
preguntando por la verdad que existe
en las cosas comunes.

 

 

 

FOTO: Retrato de los poetas portugueses Golgona Anghel, José Miguel Silva (arriba), Luís Quintais y Margarida Vale de Gato. / Especiales

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