Pre(POSICIONES)
POR: BAUDELIO LARA
Poema tomado del libro Aquí no hay un bosque (Quimera / UdG, 2013)
Donde el deseo no exista
Luis Cernuda
Introito
del ojo
al labio
el brillo
de tu sonrisa
gotea
oh, amigo
te ha alcanzado
el dardo del deseo
Cuerpo
Al cuerpo, el deseo le corresponde como la sombra al objeto, pegados él a ella
y ella a él, como la impureza en el Espejo. Así, mientras el Sol
dure y la claridad de la Luna permita entrever los cantos inciertos
de la presencia esperada.
Ante el cuerpo, el deseo atisba con ojos insomnes por un resquicio del muro
leproso. Vislumbra las veleidades de la Fortuna, mujer esquiva, y,
por lo mismo, eternamente apetecida.
Bajo el cuerpo, el deseo esconde los cimientos de barro del imperio fallido, a
la espera del momento en que la última mota de polvo se
desmorone en el linaje de su fragilidad.
Cabe el cuerpo, el deseo. Uno son, adyacentes, aledaños, punzantes, separados
del mundo sólo por la breve lámina de la indivisible identidad.
Con el cuerpo, el deseo sueña alianzas futuras, adormecido en un leve
descanso después del lance en que el amor se resolvió en un
último, violento beso.
Contra el cuerpo, el deseo puede Todo y puede Nada. La duda es infinita.
Toda acción es delirio. La Victoria es quimera. Acaso.
Del cuerpo y del deseo habló la Noche. Los amantes mezclaron en una saga
bruna las bestias y los brotes de sus tatuajes, confundieron sus
manos, oídos, cuellos y torsos aderezados. Así se entregaron,
íntimos, inermes y proféticos, sibilinos.
Desde del cuerpo, el deseo domina la planicie desierta del Mundo, como se
mira el horizonte desde una almena ocupada por fantasmas
luminosos.
En el cuerpo, el deseo se instala, como dueño o invasor, al asalto de los
viñedos y las mieses interrumpidas. Vivir o resistirse. Vivir es
resistirse. Morir es un duro trabajo, aun para una fibra como la
suya, que desafiaba la montaña y la nieve.
Entre el cuerpo y el deseo, la Muerte cava resquicios donde el alma se
esconde silenciada. Se acercan ecos de voces discordantes.
Deviene la danza.
Hacia el cuerpo el deseo se dirige anhelante. Siempre. Ávido ángel
alimentado en su voracidad por la vibración primitiva del fuego y
la carne. Olisquea, expectante ventea el camino que lo conduce de
la belleza a la estación de la crueldad.
Hasta el cuerpo, el deseo arriba aturdido, sordo, tras un largo viaje entre el
silencio acuoso y la explosión ceremonial. En mis oídos
rememoro vahos, silbidos, lengüetazos. Tu corazón evade la
espaciosa ruindad del mundo, oh ala, oh sortija.
Para el cuerpo es el deseo. Correspondencias celosas y absolutas.
Simbióticos, caen de pronto en la cuenta de sus ataduras. La
tregua vuelve a ser encono. No cambian: persisten en su centro.
La paz disuelta en el agua de la lluvia, nocturna o soñada. El
amarillo fragor de la batalla imaginaria, mas presente, en su Todo
y su Nada, inescrutables.
Por el cuerpo, el deseo vaga alucinado en su Laberinto: intuye que todo
extravío es un encuentro.
Según el cuerpo, el deseo está equivocado. Algo sabe, sin embargo, y calla. En
su momento, ha de aparecer, de la Nada, la necesidad de la permuta. Algo sabe, de seguro, sobre mudanzas y metamorfosis.
Sin el cuerpo, el deseo es una pura, inane ilusión. Sin el deseo, el cuerpo es un
bello objeto apostado en su lasciva elegancia, un maniquí sin
cabeza que me observa detrás de la vitrina.
So deseo de diálogos con interlocutores interesados en la preservación de las
instituciones, el cuerpo confiesa sus abandonos y esconde,
avergonzado, su impureza, único motor que puede liberar, a
gritos, su existencia individual, irrenunciable.
Sobre el cuerpo, el deseo descansa su oído izquierdo. Escucha y recuerda.
Asteriscos, palomas, marcas, indicios indescifrables de la
memoria. Áspera expiración, filo y piel en la dialéctica de la
carne, tumba del hombre y sus designios siderales.
Suave inspiración. ¿Acaso importa?
Tras el cuerpo, el deseo, complacido, sólo espera la llegada de la Muerte —o
el eterno retorno de la incompletud a la mañana siguiente.
Coda
Sólo desazón en este lado de la tarde
No puedo evadir la certeza del dolor
Una mano me sujeta a la fronda del deseo
Si me hiciera sonreír el roce del amor
Sabría por fin que hay un canto que comprendo
*De: Aquí no hay un bosque (Quimera / UdG, 2013)
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