Polifonía del Crack
Ecos de un debate sobre el Crack
Tras la publicación del artículo “Autopsia del Crack”, del crítico Christopher Domínguez Michael, recibimos este texto del doctor Ramón Alvarado Ruiz, profesor investigador de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. La labor de investigación de Alvarado Ruiz se centra particularmente en la Generación del Crack, y en este texto nos comparte sus consideraciones y conclusiones respecto a la obra del grupo literario que cumple dos décadas de haber dado a conocer su manifiesto.
POR RAMÓN ALVARADO RUIZ
“Habría que hacerse la única pregunta pertinente:
¿qué dicen los libros del Crack sobre el Crack”
(Postmanifiesto del Crack 1996-2016)
Cuando algunos se disponían a echar la última palada, para gusto propio, sobre la tumba de lo que han considerado un “cadáver exquisito”, el Crack volvió a sumar esfuerzos.
Conscientes de lo que estaban por realizar, el 7 de enero durante el congreso anual de la Modern Language Asociation (MLA) en Austin, Texas, tres de los cinco escritores leían el “Postmanifiesto del Crack 1996-2016”. Texto que a su vez fue proporcionado a la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana para su publicación. El silencio permaneció durante un par de meses, con todo y que la Revista de la Universidad de México en febrero replicaba dicho texto. Pero no fue por mucho tiempo y la crítica, o mejor dicho un crítico, Christopher Domínguez Michael 11 , se adjudicó la labor de demoler lo escrito durante veinte años, con una escritura visceral, ácida, que me obliga a puntualizar algunas reflexiones. Quiero destacar algunos aspectos de los cinco escritores firmantes del manifiesto del Crack, puesto que la academia ha guardado un silencio cómplice y la sola mención de sus nombres es para hacerse de un anatema colectivo.
Christopher Domínguez Michael presume de haber reunido la voluminosa bibliografía, –habrá que confiar en su palabra, suponiendo que posee más de un centenar de obras que no le gustan invirtiendo tiempo y dinero para adquirirlas–. “Inmodestamente”, con mucho esfuerzo, he logrado hacerme de 35 libros de Ricardo Chávez Castañeda, 25 de Ignacio Padilla, 30 de Pedro Ángel Palou, 11 de Eloy Urroz y 17 de Jorge Volpi (por cierto, faltan algunos libros que sigo localizando); la mayoría de ellos ya leídos y con algunos trabajos académicos de por medio.
¿Por qué el crítico descarta de su labor de cirujano a Ricardo Chávez? Quizás no recuerda, que hace veintidós años escribió en Vuelta una reseña, “La maleta vacía: Nueva narrativa mexicana de 1994” en la que declara: “Ricardo Chávez nació en 1961 y ha ganado un rosario de premios literarios nacionales y extranjeros. Estamos ante un prosista ávido, exagerado en sus gestos y muy convencido de sus poderes sobre el lector. El libro que reseña ahí es La guerra enana del jardín, con la que Chávez Castañeda ganó en 1991 el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, en donde se puede ver más la herencia literaria de Cortázar que de la Onda como dice el crítico. Hablemos de la obra de Ricardo. La conspiración idiota fue su contribución a las novelas del Crack; su construcción opera desde el lenguaje y el sustento radica en la manera de conducir el relato desde ese frágil y escurridizo reducto que es la memoria. Es la historia de Paliuca, o mejor dicho, de su recuerdo que hay que construir. También es la historia de lo que muchas veces no se puede ser: Jair y su sueño frustrado de ser futbolista, ahogando sus penas en “La Siempre Viva” y con escapadas furtivas a “La casa verde”; Vasilisa y su no poder ser bailarina, mostrando además síntomas de una extraña enfermedad donde el mundo le resultaba “extraño y distante”; Camilo, quien queda en la penumbra de la historia y como no puede con el recuerdo huye. La obra de Ricardo va de la literatura adulta a la literatura infantil. Descarnada y dura la primera, “pornográfica” dice Domínguez Michael reduciendo su visión tal vez a El fin de la pornografía. Más no la única que aborda el problema de la sexualidad; y sí, el lenguaje de Ricardo en esos casos no se exenta de presentar las cosas como son. Tal sucede en Sin aliento, novela cuyo inicio abrupto abre con la escena de una madre que sufre apnea y es poseída por un hombre ajeno al dolor de aquella por no saber nada de su hijo desaparecido.
La literatura adulta de Ricardo cuestiona y encara nuestras falsedades al nombrar las cosas como son, sin ambages, pero sin caer en lo burdo. “La historia es lo que hiere” por que confronta nuestras seguridades y nos obliga a buscar en los resquicios de la consciencia nuevas respuestas. Por otro lado; tenemos a un Ricardo que ha hecho de lo infantil un motivo para escribir. Preocupado por la niñez y sus problemáticas, sin duda parte de la experiencia de ver crecer a su hija en un mundo cada vez deshumanizado, pero, universalizando su inquietud. Por ejemplo, Fernanda y los mundos secretos, reúne historias que da vergüenza contar; se trata de la voz de “los extraños”, “los raros”, “los anormales”, “los monstruos” –una niña que se cae mucho, un niño que no conoce el dolor, otra que no sabe olvidar–. ¿Cómo hacer de ello literatura? En este caso, recurriendo a las vanguardias, haciendo un texto lúdico, experimentando con el lenguaje. Como lo hace también con El país de los muchos suelos (libro merecedor en Argentina del premio concurso de novela “Los jóvenes del Mercosur”); un libro no lineal y que hay que comenzar a leer por el centro para después ir alternado capítulos a izquierda y derecha. “Un libro mariposa”, lo llama su autor. La temática versa sobre la muerte, pero también sobre la risa y no con ello se oculta el dolor: “Una cara solilunar o una cara lunasolar era la cara de todos los reidores que ellos miraron porque era imposible saber dónde terminaba su dicha y dónde estaba comenzando el dolor y el hambre y el llanto y el temor de caer”. La muerte, que se repite en algunas de sus obras, busca ser explicada a los niños como en Mañanario o El libro que se muere.
Ahora bien, no se trata de una infancia idílica, Ricardo es consciente de la sobrevivencia infantil en un mundo adulto, hostil: el tema del abuso sexual está presente en su obra, bien metafórico como en Severiana o bien explícito como en La valla. Un panorama así, se ofrece desalentador, pero, si hay algo que el autor no puede dejar de lado es un atisbo para la esperanza aún en la historia más terriblemente contada.
Hablemos ahora de Pedro Ángel Palou. En Antología de la Narrativa Mexicana del siglo XX (vol. 2), Christopher Domínguez Michael apunta: “Palou es autor de dos libros de cuentos y de un par de novelas, bibliografía que previsiblemente crecerá con rapidez, pues es obra en marcha de un escritor que toma todos los riesgos con desigual forma”. Me pregunto ¿qué ha sucedido desde aquel “prehistórico” 1992 como para pasar del convencimiento al desencanto, como para desestimar el presagio de que con Palou “la literatura mexicana comienza a tener su propia literatura”? El escritor poblano lo mismo ha escrito novela, cuento y ensayo, sin dejar fuera a la poesía aunque sea de manera indirecta. Por ejemplo, debe al verso de Paul Celan el título de su novela Quien dice sombra y, la primer línea que inicia el largo monólogo que es novela –en un día del hombre están los días del tiempo– es un tributo a Jorge Luis Borges y su poema Joyce.
No se puede reducir la obra de Palou a las novelas cuyos títulos lacónicos aluden a próceres de la nación. Un simulacro desde el nombre mismo, porque los títulos conducen al engaño de tratarlas como biográficas y con esto se deja de lado la temática histórica. Por ejemplo, en la primera, Zapata (2006), utiliza una serie de recursos narrativos para no hacer una historia plana aún cuando siga un orden cronológico; destacando la inserción de corridos como una historia alterna construida desde el imaginario popular. En Morelos (2007), quien cuenta la historia es Jerónima, mujer de José María Morelos y con quien ha procreado una hija. Pobre Patria mía y No me dejen morir así, son la expresión del pensamiento de Porfirio Díaz y Pancho Villa respectivamente, novelas que sí se narran desde la voz de sus actores. Al final de ellas podemos encontrar una cronología de los hechos históricos y en algunos casos cartografías. ¿Cuál es la finalidad? Un juicio simple quedaría de lado al reconocer los juegos con la realidad, al notar las construcciones y recursos de las voces narrativas. Es curioso que esa línea histórica trazada por las novelas se ha visto interrumpida por sorpresivas novelas breves como es el caso de La profundidad de la piel (2010) o recientemente el volumen de cuentos Demonios en casa (2015). Respecto de la primera, ha sido reeditada junto a otras tres novelas breves en el libro Mar fantasma (2016) –sobre todo porque las mismas se publicaron en su momento bajo el sello de Editorial Sudamericana, Argentina, dificultando su circulación y con ello su lectura–. Son novelas que sorprenderán a propios y extraños ya que se trata de un Palou intimista, erótico, de escritura femenina nos atrevemos a decir. Prosa poética para romper con la etiqueta de Alberoni de “pornografía masculina” y ofrecernos una faceta inusitada del escritor poblano.
No puedo dejar de mencionar su tesis doctoral, La casa del silencio. Aproximaciones en tres tiempos a Contemporáneos, con la que se hizo acreedor al Premio Nacional de Historia Francisco Javier Clavijero en 1998. Aportando con ello al tratamiento académico de dicho grupo poético desde un estudio sociocrítico que permite, además, reconstruir “el campo literario en México durante los primeros cuarenta años del siglo” (Palou). El primer capítulo del libro fue publicado posteriormente como libro aparte: Escribir en México durante los años locos (2001), al que añade “los apéndices originales”, como por ejemplo, “Redes de relación de Contemporáneos”.
El menos prolífico de los cinco es Eloy Urroz; añado, el menos conocido y el más cuestionado. Pero falta otra mirada sobre su obra que no sólo lo reduzca a las voluminosas novelas como un Siglo tras de mí, a las que hay que sumar Fricción (2008) y la también mencionada La mujer del novelista (2014). Novelas que arriesgan en la forma, en el contenido y donde se superponen varias líneas narrativas. Hay que añadir Las rémoras (1996) –que sigue sin leerse–, Herir tu fiera carne (1997), Las almas abatidas (2000) y la ponderada La familia interrumpida (2012). La prosa de Urroz es compleja, totalitaria, de muchos recursos y juegos textuales que no podemos pasar desapercibidos.
Por otro lado, podemos constatar su poesía en el libro Poemas en exhibición (2003), al que preceden Ver de viento (1988), Sobre cómo apresar la vida de las estrellas (1989) –Federico Patán dedica una reseña–, Yo soy ella (Las impurezas del blanco) (1998) (Estos últimos tres libros aún no los he logrado conseguir). Una poesía que dialoga con la de Rubén Bonifaz Nuño, Fernando Pessoa, Luis Cernuda, etc. Poesía, además que hará presencia en la prosa y de la que podemos encontrar vestigios en sus obras como recordando donde están sus veraderos afectos.
El otro Eloy es el ensayista de libros, como La silenciosa herejía: forma y contrautopía en las novelas de Jorge Volpi (2000). Sí, se trata de un análisis de cuatro obras de su amigo, y soy consciente de esa palabra que puede causar sospechas y que en el caso del Crack no es bien vista esa complicidad correspondida de autores que se leen, que se critican, que se ficcionalizan. Puede suceder lo mismo con Siete ensayos capitales (2004), ya que escribe de autores con una reconocida propuesta literaria –Borges, Carpentier, Fuentes, Vargas Llosa– añade en ese corpus de manera atrevida a Leonardo Padura, a Armando Pereira y a su propio compañero Pedro Ángel Palou.
Sobre esa línea, en La mujer del novelista, Urroz arriesga con esta novela, que si bien puede considerarse como una obra de formación, lo es no sólo en lo individual si no también en lo colectivo ya que se traza el proceso de conformación del Crack, así como los aciertos y yerros de esos veinte años. Es la historia del Clash, o una de sus versiones, donde “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Y ahí está Miguel Doménech, “como supremo portavoz de la literatura mexicana” desde entonces cumpliendo su papel. Urroz no duda en exponer la piel en esta obra para hablar de los encuentros, las envidias, lo que los une y lo que los separa: “Y aunque no eran enemigos y la literatura no es una competencia, los cinco se miraban con pelusa, los cinco sabían lo que el otro hacía o dejaba de hacer, los cinco eran fieles testigos de su prójimo: eran el rasero, la medida, el reflejo del otro” (La mujer del novelista).
Ignacio Padilla, por otra parte, escapa con su prosa del dedo flamígero, aun cuando lo dicho no hace honor al elogio de ser “el autor más premiado en la historia de México”. Con todo, la obra de Padilla sigue siendo una apuesta literaria por conocer y que sin duda debería estar en el trazado de lo fantástico mexicano. Hay que sumar a la galardonada Amphitryon, obras como Si volviesen sus majestades, Espiral de Artilleria y El daño no es de ayer –ganadora del Premio de Novela La otra orilla 2011 en Colombia–. Si algo las caracteriza, es el ingenio en el uso del lenguaje así como la capacidad de crear nuevos términos. Configurar el caos, hacer creíble lo inverosímil, desdoblar la realidad, etc., no es sencillo si no hay ese encanto de las palabras que conduzcan al lector por historias llenas de sorpresas. A Padilla le sucede lo que a su personaje narrador en Espiral de Artillería para quién, más que contar las historias punto por punto debe asumirlas y creer en ellas. Hay que sumar a sus libros de ensayos, un particular interés por la obra cervantina: El diablo y Cervantes, Cervantes en los infiernos, Digestivos cervantinos, Cervantes & Compañía, y la obra ilustrada Miguel de Cervantes: Caballero de las desdichas. Son ensayos donde actualiza y desacraliza a un Cervantes canónico, invitándonos a leerlo desde la mirada lúdica “porque el mundo necesita muchos locos como él, como nosotros”.
Padilla se define a sí mismo como cuentista, un físico cuentico, y en ello tiene razón. Lo atestigua su micropedia, una tetralogía que inicia en el 2001 con Las antípodas y el siglo y a la que siguen El androide y las quimeras y Los reflejos y la escarcha. Redondea con el más reciente Las fauces del abismo donde reafirma sus dotes para el género breve. Es un recorrido por diferentes territorios de lo fantástico, de la imposibilidad y la sorpresa, narraciones que muestran la tradición de la que bebe y que asume actualizándola. Por otro lado, incursiona en la literatura infantil y da testimonio con ello de lo dicho en el discurso de ingreso a la Academia: “Nuestra lengua sigue viva y en constante renovación porque hay personas que se atreven a cuestionarla y otras tantas que se atreven a jugar con ella”. Así lo deja ver en Todos los osos son zurdos, Por un tornillo, Los papeles del dragón típico o El hombre que fue un mapa; pequeños libros engrandecidos por ese gusto de contar historias.
¿Qué decir de Jorge Volpi? Sobre todo, porque es en él en quien han recaído las más duras críticas y eso se hace extensivo al grupo. Su narrativa parece ser la que menos gusta, no pretendemos erigirnos en orquestadores de su defensa, si no como lo hemos venido haciendo, tratar de mostrar de manera imparcial un acercamiento a su obra donde sin duda habrá cosas que cuestionar. Creo que podríamos hacerlo desde la referencia de títulos que poco se conocen, por ejemplo, La paz de los sepulcros. Una novela cuya historia gira alrededor del asesinato de dos hombres y cuyos cuerpos se localizan en un hotel; uno descabezado por cierto y el otro nada menos que el Ministro de Justicia de la República. A partir de ese hecho, Agustín Oropeza periodista de “Tribuna del escándalo”, comienza las indagatorias del doble asesinato al reconocer a un viejo amigo. En su investigación nos conduce por un México sórdido y corrupto; con ello nos da su versión de los acontecimientos sociales que marcaron a nuestro país en 1994. Es su visión de una ciudad de México degradaba –“esta megalópolis de cuarenta millones de habitantes con el esplendor de sus periféricos atestados durante el día […] sus cientos de rascacielos desgarrados, su energía y su basura y sus incognoscibles destinos”–. En El temperamento melancólico, obra que acompañó al manifiesto, Carl Gustav Gruber, reconocido cineasta fundador del Nuevo Cine Alemán, está a punto de filmar lo que para él es uno de sus más grandes proyectos y decide rodar la que será su última película en México. Así, la novela se torna en una narración de planos sobrepuestos, donde se va perdiendo de manera paulatina la distancia entre ficción y realidad, narración y fabulación. Los personajes mismos juegan tres papeles: el de su vida, el de la película y el de modelos de una pintura dentro de la película. Jorge Volpi juega con esas fronteras del relato y una historia sencilla se dispara en múltiples direcciones.
En Días de ira: tres narraciones en tierra de nadie, incursiona en la media distancia —como él la llama— y cuestiona ese género de cuento largo o novela corta para el que no tenemos una denominación específica. En este libro se agrupan sus obras A pesar del oscuro silencio, Días de ira y El juego del Apocalipsis. En el mismo tenor se inscriben Oscuro bosque oscuro y El jardín devastado. El primero es un texto en verso, donde para narrar un episodio del exterminio judío recurre a un juego narrativo apoyado en los cuentos de los Hermanos Grimm. El segundo, es el resultado de un ejercicio de escritura desde un blog: ahí, el autor fue escribiendo los capítulos y recibiendo comentarios de los internautas, a manera de una novela por entregas. El resultado fue llevado al libro que ahora conocemos, donde entre otros recursos, hace uso de aforismos para contarnos una historia intercalada.
Más allá de los temas, lo que poco se hace notar son ciertos riesgos en las estructuras de las novelas. Cabe recordar que la apuesta en el manifiesto es por novelas que “[corran] verdaderos riesgos formales y estéticos […] y [por] el deseo de renovar un género”. Por ejemplo, Memorial del engaño está estructurada en tres actos a manera de ópera incluida su obertura; los títulos de cada capítulo se deben a las piezas musicales de Il dissoluto punito (Don Giovanni), y la farsas cómicas L’occasione fa il ladro y L’inganno felice. La novela es un total engaño, no es autobiografía aun cuando su personaje y autor es J. Volpi, no es un tratado de historia económica con todo y los datos fehacientes o las imágenes que ayudan a la memoria. Se puede cuestionar la ligereza del lenguaje, los lugares comunes, no así los planos que se superponen que sin duda nos llevan a considerarla como “un mundo múltiple en el cual abundan las historias”.
El Crack es, sin duda, un movimiento necesario para entender la pujanza de la literatura mexicana actual, aunque no es el único. Hay que verlo, en primera instancia, como un grupo de amigos a quienes las lecturas y temas literarios fueron convocando. Como dice Bourdieu, cada uno hace su “existencia en un universo en el que existir [significa] ‘hacerse un nombre’, un nombre propio o un nombre común”. En este caso hay ambos, dado que se establece un nombre común: EL CRACK. Pero, se mantiene el nombre individual, eso lo saben bien sus integrantes, si no ¿de qué otra manera se podría entender la singularidad de sus obras en el presente?
Además, el resultado de estos veinte años, recurriendo a Ricoeur, es “la participación reflexiva en un destino común como […] la participación real en intenciones directivas y en tendencias formadoras”. Si revisamos la producción del Crack, hay libros que buscan hacernos entender ese lapso de tiempo, como es el caso de La generación de los enterradores, en el que “fueron estudiados la mayoría de los narradores nacidos entre 1960 y 1969 en nuestro país que tuvieran al menos un libro publicado (130 autores)”; lo que hace diferente a este libro de las antologías preexistentes –Dispersión multitudinaria (1997) y Las horas y las hordas (1997)– es intentar comprender cuáles son las características de la escritura en esta nueva generación, así como cuál es la dinámica en la que se mueve el escritor y las dificultades para incidir en el campo literario.
Las novelas del Crack son más que En busca de Klingsor y Amphytrion; donde con toda seguridad habrá que descartar algunas después de su lectura y revisión. Los canales de distribución de las obras obstaculizan su conocimiento por parte del lector, pero ello no quita que se puedan empezar a considerar en esta amplia geografía narrativa, para también poder hacer acercamientos críticos que permitan una valoración más objetiva.
Queda claro que hay una narrativa del Crack y que hay unos escritores del Crack, lo que no significa que estas sean obras en serie o ajustadas a presupuestos estéticos rígidos. La diversidad es su distintivo, la pluralidad es la que permite hablar de un grupo que desde sus inicios nunca renunció a lo individual, y en el que cada escritor ha ido encontrando sus propios derroteros para seguir escribiendo “Novelas profundas, polifónicas: el clamor principal del manifiesto. Al menos en ese punto la lucha no ha variado” (Postmanifiesto del Crack).
1 Christopher Domínguez Michael, “Autopsia del Crack”. El Universal, Confabulario, 9 de
abril de 2016: http://confabulario.eluniversal.com.mx/autopsia-del-crack/
*FOTO: En la imagen, Eloy Urroz, Ignacio Padilla y Pedro Ángel Palou sostienen en brazos a Jorge Volpi. En 1996, estos narradores, junto con Ricardo Chávez Castañeda y Vicente Herrasti, formaron el grupo literario conocido como el Crack/ Tomada del libro Si hace crack es boom.
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