La religión en el discurso obradorista
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El uso de los símbolos religiosos en la política mexicana tiene una larga historia y, en tiempos recientes, se ha modificado la forma cómo los políticos o líderes sociales utilizan la fe y la espiritualidad como estrategia para gobernar
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POR ERNESTO PRIANI SAISÓ
La mañana del domingo 19 de abril de este año, el presidente Andrés Manuel López Obrador escribió en su cuenta de Twitter:
“Dicen que no es de su autoría (la de Jesús), que ni siquiera es sermón, que si acaso es la suma —inconexa y heterogénea— de sentencias orales expuestas a lo largo de la historia cívica y religiosa. Alegan que fue estructurado por sus seguidores para aleccionar y conseguir feligreses”.
Y en un nuevo tuit agregó:
“Pero qué bello es parafrasearlo: bienaventurados los pobres, los humildes, los que lloran, los que padecen de persecución, los que tienen hambre y sed de justicia, y los de buen corazón”.
El mensaje despertó, por supuesto, un sin fin de reacciones encontradas en estos días de densa y compleja discusión política. Pero más allá de esa respuesta, el mensaje hizo nuevamente evidente, y de manera quizás más nítida, la deliberada utilización de los símbolos religiosos dentro de su discurso político.
Uno podría decir que no se trata de un fenómeno nuevo. Que la utilización de los símbolos religiosos en la política tiene una larga historia en el mundo y, por supuesto, en México. Basta con recordar el uso del estandarte de la Virgen de Guadalupe durante la guerra de independencia.
Sin embargo, no es difícil darse cuenta que esta vez algo parece diferente: la inclusión de símbolos religiosos tiene hoy un sentido diverso al que tenía no hace más de diez años, entre otras cosas porque resulta difícil identificar qué representan exactamente ahora esos símbolos en un movimiento político que no es fácil tampoco calificar bajo los criterios tradicionales de derecha e izquierda.
Una pista de ese significado la podemos encontrar en una frase que el presidente escribe al parafrasear la Biblia. Atribuye la máxima que encontramos en Mateo a una tradición contenida dentro de la “historia cívica y religiosa”. No logro identificar a qué podría referirse con eso tratándose del evangelio, pero de cualquier manera exhibe una idea: la confluencia de la vida civil y religiosa, en la que conviene detenerse. Me parce que en ello estriba la mayor novedad en el uso de los símbolos religiosos en su discurso político hoy en día.
Desde las leyes de reforma, la esfera civil y la religiosa quedaron demarcadas y separadas en México de manera legal. Una separación que después el régimen emanado de la Revolución no sólo mantuvo, sino que profundizó en las formas tanto del discurso, como de las prácticas de gobierno.
Sin embargo, para Renée de la Torre, antropóloga investigadora del Centro de Investigación y Estudios Superiores de Antropología Social (CIESAS), se ha tratado más bien de una mera formalidad que no refleja ni la realidad de las prácticas ni la profundidad de lo religioso de nuestro país. Mucho menos ahora, después de la reforma de 1992 en que se modificó la ley para cambiar la situación jurídica de las iglesias y otorgó el derecho al voto a los sacerdotes y con ello la plena ciudadanía.
De esta forma, lo que era el dique que separaba, aunque fuera formalmente la esfera civil de la religiosa, quedó reducido a la prohibición de las iglesias a tener medios de comunicación, y poco más (hoy, incluso, hasta esa prohibición puede estar desapareciendo). Mientras tanto, se liberaba a religiosos y políticos de confinar sus discursos a lenguajes, esferas y espacios claramente diferenciados. La arena pública desde entonces se ha visto ocupada por expresiones religiosas públicas lo mismo por parte de presidentes, gobernadores, legisladores que de muchos otros actores políticos.
Esta apertura no significó, al menos en un principio, un cambio profundo en la identificación de los símbolos religiosos, especialmente los católicos, con una posición política conservadora. Los gobiernos del PAN hicieron un uso extenso de la simbología religiosa como un elemento de identidad ideológica, mientras que los militantes del PRD constantemente denunciaban la intromisión de la iglesia para boicotear su lucha política. En 1999, en los albores de la alternancia en México, dos imágenes muestran este contraste: Fox hizo campaña con el estandarte de la Virgen de Guadalupe, mientras que los simpatizantes de López Obrador gritaban consignas contra el cardenal Norberto Rivera.
Entonces vino lo más profundo de la noche neoliberal y, de forma paulatina, pero claramente visible, las cosas comenzaron a cambiar significativamente. Por un lado, comenzó un declive constante y significativo del catolicismo en el mundo y, por supuesto, en América Latina y México, a raíz, entre otras cosas, de los escándalos de pederastia. Este hecho abrió espacios no sólo para que las iglesias evangélicas consolidaran su presencia, sino que además aumentaran su influencia política en varios países del continente y, como vemos hoy, también en México.
La globalización y los nuevos medios digitales propiciaron la modificación de formas de consumo, de comunicación, de acceso a las ideas, de formación de redes, que han contribuido de distintas maneras a crear nuevas opciones políticas y a redefinir la relación entre la preferencia religiosa y la preferencia política.
En 2014 el sociólogo chileno Christian Parker escribía que “las iglesias ya no son representantes de opciones conservadoras frente a las opciones liberales, progresistas y socialistas, opciones creyentes de un lado frente a opciones laicistas y no creyentes del otro. Lo que observamos hoy es que las opciones de los creyentes están sometidas a influencias de diverso tipo y se ubican en todas las posiciones del espectro político”.
Dicho en otras palabras, el lugar de las iglesias y de sus símbolos ha ido cambiando. Ha dejado de ser un referente inequívoco de una posición política y ha emergido como un instrumento lábil en manos de los movimientos políticos emergentes en el mundo, que han encontrado precisamente en el uso de los símbolos religiosos un elemento muy poderoso para construir un discurso de esperanza y de reivindicación social exitoso.
Aunque el tema central del discurso político del presidente Andrés Manuel López Obrador es el de la lucha contra la corrupción, el rechazo al pasado neoliberal, la política social y la recuperación de Petróleos Mexicanos, podemos observar cómo con frecuencia en la forma de entender el ejercicio de gobierno y en las ideas en torno a cómo recomponer el tejido social aparece el mayor uso de los símbolos religiosos. Dicho de otra manera, si bien éstos no ocupan un lugar preponderante dentro de sus discursos, podemos identificarlos justo ahí donde hay que definir la forma de gobierno o el cambio en la sociedad.
Por ejemplo, en sus mensajes y conferencias mañaneras, entre enero y junio de este año, se ha referido 11 veces a la Biblia. Se trata de un número significativo, pese a no ser un tema fundamental de sus intervenciones. La menciona de manera general en ocasiones, y en otras se refiere de manera muy explícita al Antiguo Testamento.
Las menciones más recurrentes son dos. Una relativa a cómo él mismo gobierna, pues refiriéndose a él mismo afirma diversas veces, en el contexto de si se debe o no juzgar a los expresidentes, que: “no puedo hacer juicios, como se dice en la Biblia, juicios temerarios”, siguiendo aquí una interpretación católica de Lucas 6:37.
La segunda está relacionada con el “pecado” que es retener el sueldo al trabajador (Deuteronomio 24:14-15, Levítico 19:13), utilizada en varias ocasiones para responder a la demanda de salarios retenidos en algunas entidades de gobierno. Presentando la obligación del pago no como un acto administrativo, sino moral.
En un contexto muy semejante utiliza la palabra “humildad”. Ha hecho uso de ella, en ese mismo periodo 16 veces. En este caso en todas las ocasiones para referirse al poder, principalmente con la frase: “el poder es humildad, no es prepotencia”.
Un sentido semejante tiene el calificar las medidas de austeridad de su gobierno como “franciscanas”. En este, como en los otros casos mencionados, hay una asociación de la acción de gobierno con un símbolo o una expresión religiosa que la carga de implicaciones espirituales y morales, y no sólo políticas.
Pero hay otros usos de los símbolos religiosos, vinculados con la recomposición del tejido social. Por ejemplo, toma la Biblia como autoridad para señalar que no se maltrate al extranjero y para pedir el respeto a la autoridad. De una manera semejante, el 8 de febrero en Ciudad Altamirano al presentar el Programa Nacional de Fertilizantes, el presidente de la República les dijo a los jóvenes:
“Nadie se debe de portar mal, ya se acabó el que estemos actuando de manera deshonesta. No podemos estar yendo a los templos o a la iglesia si no respetamos los mandamientos, si no actuamos con rectitud”.
La idea de no poder ir a la iglesia sin respetar los mandamientos la repite en varias ocasiones y contextos, y es especialmente importante en sus implicaciones. La utiliza para caracterizar sobre todo como imagen de la conducta personal deseable. No únicamente por ser honesta, que sería su principal significado, sino porque es la llave de la felicidad.
Así lo expresó el 8 de abril pasado al responder a una pregunta sobre la posibilidad de que Vicente Fox estuviera mintiendo a cerca de un atentado en su contra. Dijo: “cada quien debe ser responsable de sus actos y hay que pensar en la consciencia, si no se tiene la consciencia tranquila, no se puede ser feliz, sólo siendo buenos podemos ser felices. La mentira es reaccionaria y es del demonio. La verdad es revolucionaria y es cristiana. No ayuda en nada, no quita los pecados el ir a la Iglesia los domingos y olvidar los mandamientos”.
La forma como usa en este caso los símbolos de iglesia y mandamientos no es retórico. No es una estrategia para legitimarse o para condenar a sus enemigos. En realidad, se trata del corazón de su proyecto de reforma política y social. Contenida en esta frase se expresa la idea de que el problema de fondo es la falta de honestidad pero en un sentido tanto moral como religioso.
Es en este contexto que debe entenderse, por un lado, la propuesta de una constitución moral como un instrumento para darle forma ideológica a esta reforma y, por otro, la modificación, por decreto presidencial en mayo pasado, del reglamento interior de la Secretaría de Gobernación, en particular el inciso XIX del artículo 83, con el que faculta a la Dirección General de Asuntos Religiosos a “Proponer y coordinar estrategias colaborativas con las asociaciones religiosas, iglesias, agrupaciones y demás instituciones y organizaciones religiosas, para que participen en proyectos de reconstrucción del tejido social y cultura de paz”. Leído en la clave del lenguaje del presidente, ¿no es esto trabajar con las distintas confesiones para que nadie vaya a la iglesia, sin seguir los mandamientos?
El presidente nunca ha hecho explícita su afiliación religiosa. Su lenguaje y conocimiento de textos bíblicos lo colocan, sin embargo, dentro de la tradición cristiana, pero no necesariamente católica. En el evento de unidad de Tijuana participaron un sacerdote católico, Alejandro Solalinde, y un evangélico, Arturo Favela. Esto me hace creer que su proyecto no refleja un proyecto confesional, sino una visión de la religiosidad como un factor clave para la reforma política y social, quizás porque es una fuente de autoridad menos desgastada que la cívica, o porque es aún un lenguaje de esperanza en un país cuyas prácticas religiosas están muy arraigadas.
En todo caso, está muy claro que, en su visión de cómo se han formado las ideas políticas, los textos religiosos son parte de esa historia cívica y religiosa que la constituye. “Mañana no –dijo un viernes durante una de las conferencias de prensa–, el lunes les voy a traer el fundamento bíblico. Dicen que para qué nos metemos en estas cosas, pero todos los antiguos documentos, todo lo que escribieron los griegos antes del cristianismo, y desde luego la Biblia, trae enseñanzas; es parte de la historia de las ideas políticas, es parte de la historia de la filosofía”.
No hay duda, como ocurre en mucho otros países del mundo, estamos ante una incorporación de una visión religiosa en la acción política. Un fenómeno que no habíamos vivido antes con estas características y a cuyas consecuencias profundas más allá del discurso hay que estar atentos. La visión de la política del presidente no sólo es civil, es inequívocamente religiosa, en el sentido al menos de hacer uso y promover esa espiritualidad como parte de su programa político.
FOTOS: López Obrador en la ceremonia de entrega de bastón de mando por parte de representantes de pueblos indígenas el 1 de diciembre de 2018 en el Zócalo de la Ciudad de México./ Mario Guzmán/ EFE
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