Por su otro nombre

Jun 11 • Lecturas, Miradas • 3204 Views • No hay comentarios en Por su otro nombre

POR LUIS JORGE BOONE

 

Mientras leía el poemario de Josué Ramírez, me venían a la cabeza frases y pasajes del libro Lecciones de los maestros de George Steiner. En la introducción el autor menciona las modalidades que la relación entre alumno y mentor puede adoptar: la de los maestros que destruyen y vampirizan a sus discípulos; otra en la que los discípulos tergiversan y traicionan a sus maestros; y, la última, ideal y elusiva, es la basada en la correspondencia. Steiner la describe como “el eros de la mutua confianza e incluso amor […] En un proceso de interrelación, de ósmosis, el Maestro aprende de su discípulo cuando le enseña. La intensidad del diálogo genera amistad en el sentido más elevado de la palabra. Puede incluir tanto a la clarividencia como a la sinrazón del amor.”

 

El poemario puede definirse como las escenas de una admiración o las huellas de un  aprendizaje, reelaboradas en clave de ficción. Se trata de las anécdotas, reales e imaginarias, pero ninguna apócrifa, de un grupo de discípulos que conviven con su maestro, Delmar: la imprevisible Wicce, el adelantado Eumeo, el rijoso Ariel, el reflexivo Feo.

 

Los poemas narrativos, mientras cada uno aporta anécdotas y construye la experiencia del aprendizaje, desarrollan una estructura novelística. Cuentan una saga intelectual, al tiempo que buscan la intensidad de la fugacidad del verso. Los poemas gravitan alrededor de ese personaje, trasunto de Deniz, y recogen sus palabras, sus métodos (“La libertad de cátedra es vivir sin culpas”), y emprenden el retrato de su carácter y sus modos. En todos se recogen fragmentos del discurso delmariano, las derivas de su erudición, que no dejaba prácticamente ningún tema fuera de las discusiones y diálogos.

 

Las clases de ese maestro ideal no evitan la encrucijada filosófica, ni castigan el gazapo interpretativo (al que se le responde con una sonrisa), el reto de encontrarle forma a lo invisible, el compás etílico de noches sin rumbo, el consejo directo (“no recibir de fuera/ aquello que muy bien uno puede decidir buscar en su interior/ y no buscar en el interior aquello que sólo sucede afuera”. Todo esto, sin que la enseñanza signifique una carga o un decálogo inalterable: “Cada quien es libre de emocionarse con la revolución/ que da medida y sentido a su existencia”. En Deniz, el maestro no es un policía de los saberes, sino un catalizador en la fórmula alquímica del espíritu, un agitador de almas.

 

Hay historias que la ficción permite que sean dichas bajo su disfraz y sobre sus alas, y otras que quisieran resonar en las adjudicaciones de la biografía; esas dos formas de decir “yo” se complementan en un libro cuyo equilibro se rompe constantemente, que se permite la elipsis, que busca la confrontación, que se decepciona del mundo, que busca ser un grito de batalla. Al final del libro, la voz se modifica, se vuelve más testimonial, le interesa dejar la crónica puntual de una desaparición, y recuperar las claves (al menos algunas de ellas) de una vida cuyo destino fue contagiar de brillo todas las cosas. En el poema “Las marcas de las generaciones en las bancas”, el narrador del poema se encuentra este mensaje al maestro, tallado en la madera: “Haberte conocido, haberte leído, haber conversado contigo/ todo eso forma una de las razones por las cuales/ la vida ha valido la pena de ser vivida.” En el poema “Neblina”, cuyo tema es la ceguera del anciano maestro, pero también la vida que sus ojos ya cansados guardan y que le permiten recordarse, recordar. Ahí el tono se vuelve directo, el ritmo se atempera, pues el desenlace no puede darse más que libre de invenciones. La muerte del maestro. Y así como el hijo tiene entre sus tareas, llegada la hora, enterrar el padre, el discípulo tiene la de despedir al maestro. Hay palabras que sólo se pueden decir en ausencia. La despedida, el homenaje, el memorial. Palabras de un amor. Este libro es eso también. “Se conectaron todas/ las lenguas —dice el poeta— cuando hicieron de la muerte un rito”; también los poemas de este libro, se unieron, la ficción y la vida, la máscara y el rostro, la invención y los hechos. La muerte, ese futuro común, es el nudo que hermana todos nuestros intentos.

 

“La enseñanza ejemplar es actuación y puede ser muda”, dice Steiner. El verdadero maestro no representa: es acto. Enseñar siendo, enseñar existiendo. Hace unos años, a raíz de algunos gestos literarios y extraliterarios, pudimos celebrar el reconocimiento que Gerardo Deniz recibía. En 2007, el Fondo Editorial Tierra Adentro publicó una antología de ensayos de escritores jóvenes sobre distintos temas de la obra deniziana; este volumen, ideado y editado por Josué Ramírez, fue, al menos para mi generación, una apertura de compuertas. Casi de inmediato, el jurado del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes concedió el premio a Deniz por el conjunto de su obra. Se le mencionaba, se le reconocía, se le editaba, se le leía. Un autor soterrado parecía estar al final de muchos laberintos que las generaciones más jóvenes de poetas cruzaban desde hacía tiempo.

 

Conforme se hacen mayores en edad, las generaciones van perdiendo la guía física de sus maestros. Los nacidos en los cincuenta gozaron de compañías que hoy resultan lejanas e incluso extrañas para los nacidos en los ochenta. Una generación empieza a definirse cuando decide quiénes serán sus maestros, para seguir a unos y negar a otros. Quienes nacieron en los años sesenta, como Josué Ramírez, pudieron caminar la calle y compartir el diálogo con creadores como Deniz. Nunca más. Vendrán otros maestros para las generaciones futuras, y Deniz podrá pertenecerles, pero de otra forma, ya como tradición. Por eso este memorial. Aquí vivió, aquí habló. Es la descripción in situ de un aprendizaje y una admiración, (el uno sin la otra son imposibles, o quizá sea que, si no vienen juntos, la experiencia difícilmente valga la pena).

 

El sustrato vital que alimenta la escritura es descrito a detalle por el autor, en el “Epílogo”. Pero en la superficie, el título del libro, su rotundidad y confianza en que el nombre resume a la persona, lo vuelven una suerte de inscripción mortuoria, un epitafio quizá, aunque no en mármol panteonero. Un escudo, entonces, un lema, y una dedicatoria. El todo por la parte; el todo por el nombre. Aunque se trate del otro nombre. Deniz, Almela, Delmar. Poeta, maestro, amigo. O precisamente del otro nombre, el que nadie nos da, sino hacia el que avanzamos durante toda la vida. Hacia el que los grandes hombres caminan. Y ese andar es su enseñanza.

 

*FOTO: Deniz, Josué Ramírez, Ediciones Sin Nombre. CONACULTA, 2015/ Especial.

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